Joel, 3, 12-21
Sal. 96
Lc. 11, 27-28
Sal. 96
Lc. 11, 27-28
Algunas veces resultan enigmáticas las palabras de los profetas. Por eso conviene detenernos un poquito a reflexionarlas y ver lo que el Señor quiere decirnos, porque suelen encerrar mensajes muy hermosos con sus expresiones tan llenos de imágenes bien significativas.
Las palabras que hemos escuchado hoy al profeta Joel hacen resonar en nosotros palabras semejantes que escuchamos a Jesús para hablarnos de los últimos tiempos y de la segunda venida del Hijo del Hombre con gran poder y majestad. Es un lenguaje semejante al usado por los profetas y que también encontraremos en el Apocalipsis. ‘Se oscurecerá el sol y la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo…’
Hoy hemos escuchado al profeta que decía de parte del Señor. ‘Vengan las naciones al valle de Josafat, allí me sentaré a juzgar a las naciones’. Es el día del juicio del Señor. No tiene por qué ser un juicio para el temor para los que han querido ser fieles. ‘Yo soy el Señor que habito en mi monte santo…’ nos dice.
La descripción que hace a continuación es más que nada una descripción de tiempo de dicha y felicidad para los escogidos del Señor, para su pueblo elegido y santo. ‘Aquel día los montes manarán vino, los collados se desharán en leche, las acequias de Judá irán llenas de agua…’ habla de tiempos de abundantes cosechas –‘los montes manarán vino’ -, de ganados ricos y abundantes que servirán para el sustento – ‘los collados se desharán en leche’ -, de fecundidad de la tierra en las aguas abundantes. Es una imagen de un nuevo paraíso, del cielo nuevo y la tierra nueva de la hablará el Apocalipsis.
Para los malvados, en cambio, será el castigo, y hablará de desiertos en Egipto, de áridas estepas para Edón, como imágenes del castigo a la infidelidad y la maldad. Pero ‘el Señor habitará en Sión’, el Señor que es justo y que es misericordioso. ‘Alégrense justos con el Señor… celebrad su santo nombre’, como recitábamos en el salmo.
Esta palabra del profeta es una palabra de esperanza, de estímulo y de aliento para que seamos fieles al Señor. Es la respuesta que tenemos que dar.
El evangelio que hemos escuchado también nos anima a ello. Mientras Jesús enseña una mujer anónima en medio de la multitud prorrumpe en alabanzas para la madre de Jesús. ¡Bendita madre que tiene tal hijo… ‘dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!’ Pero la respuesta de Jesús nos querrá decir que sí, que bendita su madre porque escuchó y plantó en su corazón la Palabra de Dios. Pero que benditos seremos nosotros también si de la misma manera escuchamos y plantamos esa Palabra de Dios en nuestra vida para que dé fruto. Serán frutos de vida eterna, frutos de dicha gozando de la presencia del Señor para toda la vida.