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sábado, 15 de febrero de 2025

Necesitamos sentarnos, hacer silencio, ver las cosas con calma, encontrar nuevas perspectivas, ir a lo esencial, solo desde la sintonía de Jesús lo podemos hacer

 


Necesitamos sentarnos, hacer silencio, ver las cosas con calma, encontrar nuevas perspectivas, ir a lo esencial, solo desde la sintonía de Jesús lo podemos hacer

Génesis 3,9-24; Salmo 89; Marcos 8,1-10

En medio de esta algarabía de la vida necesitamos sentarnos. ¿Cómo es que digo que necesitamos sentarnos cuando hay tantas cosas que hacer? Precisamente por eso. Sentarse es comenzar a tomarse las cosas con calma; cuando estamos en nuestras carreras de acá para allá porque hay mucho que hacer al final nos damos cuenta que quizás no estamos haciendo nada sino dando vueltas y vueltas sobre lo mismo.

Sentarse es detenerse a reflexionar, a pensar con serenidad, a ordenar muchas cosas en nuestra cabeza, dentro de nosotros mismos; el desorden no ayuda a encontrar salidas sino que nos iremos tropezando con una cosa y otra y estaremos en el mismo sitio; hoy como nunca tenemos tanta información accesible, tantas noticias o tantos acontecimientos, tantos pensamientos o ideologías que están al alcance de la mano, que ya no sabemos en qué creer, como reaccionar, qué es lo verdaderamente importante y primordial y nos podemos perder en lo accesorio.

Sentarse es ponerse a contemplar las cosas con cierta distancia, buscando perspectivas nuevas y distintas, porque cuando lo tenemos todo en la punta de la nariz se disturba, se difumina, se llena de confusión, y hemos de tener claridad de visión.

Allí estaba toda aquella multitud y ya eran conscientes de que estaban hambrientos; llevaban quizás varios días con Jesús desde que salieron de sus casas, venían con sus necesidades, con sus ansias de algo nuevo, con sus desesperanzas buscando una nueva esperanza para sus vidas que parecía que la Palabra de Jesús les podía dar, pero podían añadirse problemas nuevos, ahora que además de la pobreza con que vivían habitualmente por llevar varios días siguiendo a Jesús no tenían ya ni provisiones para el camino.

Y Jesús les manda sentarse. Pero quizá ya Jesús lo está haciendo con sus discípulos más cercanos, se forma como un consejo alrededor de Jesús, se están preguntando qué es lo que tenían que hacer, cómo alimentar a aquella multitud; y pueden surgir diferentes soluciones, no tienen donde comprar pan para tanta gente, quizás no cuentan con medios, pero quizás la gente está esperando algo más. ¿Qué esperaríamos nosotros en esa situación?

Y surge por medio la solución del amor. Alguien tiene unos pocos panes, luego aparecerá quien tiene también algo de pescado, y se pone a los pies de Jesús. Nos sentamos para escuchar, para escucharnos a nosotros mismos y ver nuestras posibilidades; nos sentamos para pensar qué es lo que puedo hacer con lo poco que tengo si lo pongo a disposición; nos sentamos para despertar nuevos y buenos sentimientos porque quizás podemos comenzar a ver las cosas de distinta manera.

Necesitamos sentarnos en la vida, pero quizás no solo nosotros solos, que también nos viene bien porque nos hace encontrarnos con nosotros mismos. Pero necesitamos sentarnos, en este caso tenemos que decir, con Jesús. Su presencia y su Palabra será luz para nosotros, su presencia y su palabra nos interroga por dentro y nos hace plantearnos las cosas de distinta manera, su presencia y su Palabra nos abre caminos despertando en nosotros una nueva disponibilidad. Sentarnos con Jesús y hacer silencio, no necesitamos decirle muchas cosas, El nos conoce y nos comprende mejor que nadie, pero eso silencio nuestro es entrar en sintonía y nos es difícil conectar con esa sintonía de Dios si estamos con demasiados ruidos dentro de nosotros.

¿Qué podemos encontrar cuando nos sentemos y lo hagamos con Jesús como nos está diciendo hoy el evangelio? Aquel día la multitud comió y hasta sobró comida. ¿Qué nos sucederá a nosotros ahora? ¿Sabremos como Iglesia también sentarnos y hacerlo en silencio para entrar en esa sintonía de Dios? ¿Temeremos quizás ese descampado, ese desierto, al que nos ha llevado Jesús para que nos sentemos en silencio? Cuidado cuales fueran nuestros intereses, incluso como Iglesia, para actuar según la sintonía de Dios porque si nos hemos sabido sentar como nos pide Jesús, podemos seguir con nuestras confusiones que no nos harían en verdad signos de Dios y de su Reino en medio del mundo. ¿Quizá tendremos luego que ir a otra parte como hicieron entonces Jesús y los discípulos?

viernes, 14 de febrero de 2025

No olvidemos nunca el evangelio que tenemos que trasmitir, no buscamos entretener con bonitas historias, sino un mensaje de vida y de esperanza para un mundo nuevo

 


No olvidemos nunca el evangelio que tenemos que trasmitir, no buscamos entretener con bonitas historias, sino un mensaje de vida y de esperanza para un mundo nuevo

Hechos de los apóstoles 13, 46-49; Salmo 116; Lucas 10, 1-9

Decimos de primeras que el conferenciante es ameno y entretenido si nos cuenta muchas anécdotas como historias que nos entretienen más allá del mensaje que nos quiere trasmitir. Pero no son historias contadas como anécdotas amenas o cuentos entretenidos los que nos dicen la verdad del mensaje, tenemos que ir a algo más hondo para ver si sus palabras nos convencen, sus palabras siembran en nosotros nuevas esperanzas o nos abren camino de algo mejor. Tendrá que hacerlo de manera que suene agradable quizás a nuestros oídos o a la sensación que vayamos sintiendo, pero tenemos que ver la hondura de lo que se nos quiere trasmitir. Podemos encontrarnos palabras amenas pero palabras vacías que nada nos dicen.

Hoy nos habla el evangelio de aquel envío que Jesús hace de los setenta y dos discípulos para que vayan haciendo un anuncio de la Buena Noticia de Jesús por aquellos pueblos y ciudades de Galilea; no hace pocos días hemos escuchado también el envío de los doce apóstoles que Jesús había elegido también con la misma misión. ¿Qué han de anunciar? No van a contar historias, no van a hablar de cosas aprendidas que hayan leído previamente en algún libro, no van simplemente a contar a las gentes que Jesús hace milagros, cura enfermos o da la vista a los ciegos.

Ellos van a despertar esperanzas de que algo nuevo está llegando, que el Reino de Dios está cerca, y van como testigos de quien es realmente esa buena noticia para todos. Van a estar con las gentes allí donde están y donde viven, por eso habitarán en sus casas cuando les den hospedaje y recorrerán los caminos de aquellos pueblos. Y han de ir dejando señales de su paso, señales de que el Reino de Dios es posible, porque es posible un mundo nuevo; por eso irán con la autoridad de curar enfermos, porque el mal hay que irlo arrancando de los más hondo de ellos mismos. ‘Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, en ella y decidles: El reino de Dios ha llegado a vosotros’.

Hoy se nos ofrece este evangelio porque estamos celebrando la fiesta de dos grandes misioneros de Europa en su tiempo, como fueron san Cirilo y san Metodio, patronos también de Europa. Y esta celebración viene a recordarnos esa vocación misionera que tiene todo cristiano. Todos estamos llamados a anunciar el Evangelio. Y cuando hablamos de esa misión no es solo para pensar en que tenemos que llegar a tierras lejanas, que también, sino cómo tenemos que ser misioneros en el día a día de nuestra vida allí donde estamos.

Por otra parte en Europa estamos necesitando de una nueva Evangelización porque en la Europa cristiana que fue misionera de nuevos mundos estamos viendo cómo se van perdiendo esos valores del evangelio y estamos llegando a una descristianización de nuestras costumbres y nuestra manera de vivir; no solo estamos sufriendo una atonía espiritual invadidos por el materialismo de la vida, sino que cada vez estamos más lejos de esos valores que nos proclama el evangelio, hay el peligro de que incluso la Iglesia pierda ese sentido de signo del Reino de Dios que tiene que ser en medio del mundo, y es necesario un nuevo anuncio del Evangelio.

No es solo cuestión de que contemos historias y la nueva evangelización no es solo contarnos los milagros que Jesús hizo y se nos cuentan en el evangelio, sino que la palabra y el testimonio que demos tiene que ser en verdad signo de ese Reino de Dios que queremos anunciar y construir en nuestro mundo. Es algo que tenemos que trasmitir no solo con nuestras palabras sino con la manera cómo nosotros nos acercamos a ese mundo que nos rodea para despertar esa nueva esperanza que el mundo necesita.

Hoy nos hablan las palabras de Jesús de esa nueva manera de estar en medio de nuestro mundo, no haciendo alarde de grandes cosas sino que a través de lo pequeño y lo humilde, incluso con una pobreza de medios, hagamos despertar esa nueva esperanza, esa nueva alegría de la vida. ¿En qué busca la gente que nos rodea y como esa alegría de la vida? Muchos sucedáneos buscan en las cosas de las que se valen y que puedan darle placer o puedan hacerlos sentirse en fiesta, pero que les llevan muchas veces a un vacío existencial.

No es ese el camino por donde nosotros queremos llegar, porque eso Jesús nos habla de nuestra disponibilidad y de nuestra generosidad, que no busquemos bastones o apoyos humanos sino que busquemos esa fuerza que el Espíritu pone en nuestro interior para poder dar ese testimonio que nuestro mundo necesita. No podemos entretenernos en el anuncio del evangelio en cosas efímeras y que pronto se diluyen y puedan dejar un vacío en nosotros sino en lo que verdaderamente da profundidad, da auténtica alegría a nuestras vidas.

No olvidemos nunca el verdadero mensaje del evangelio que tenemos que trasmitir. No buscamos entretener con bonitas historias, sino dar un mensaje de vida y de esperanza para hacer un mundo nuevo.

jueves, 13 de febrero de 2025

Miremos tras los ojos suplicantes toda una historia de sufrimiento detrás y comenzaremos a derramar el amor y la misericordia desde nuestro corazón

 


Miremos tras los ojos suplicantes toda una historia de sufrimiento detrás y comenzaremos a derramar el amor y la misericordia desde nuestro corazón

Génesis 2,18-25; Salmo 127; Marcos 7,24-30

No somos racistas, decimos y lo repetimos muy fuerte y muy claro no sé si en el fondo para justificarnos de algún resabio que nos queda por dentro en algunas actitudes o posturas que podamos mantener en relación a los que nos vienen de fuera. En nuestra tierra con tanta gente que nos llega del exterior, ya sea por turismo o por inmigración, de una forma legal o también de esos que llamamos inmigrantes ilegales porque llegan a nuestras costas en pateras y de muy mala manera, algunas sentimos cosas que se hablan con comparaciones entre el trato que le damos a unos o a otros, ya sea de los que nos dejan su dinero o de los que tenemos que ayudar, que no sé si esos comentarios dejan mucho que desear en referencia lo que primero decíamos en nuestra reflexión. Pero creo que son cosas, palabras y frases que decimos, actitudes o posturas que pueden reflejar algo y tenemos que revisar de alguna manera. ¿Cómo actuar?

Me estoy plateando toda esta reflexión desde el evangelio que hoy escuchamos y que no sé si siempre sabemos darle una buena interpretación. Jesús está fuera del territorio de Israel, o de aquellos lugares donde más se habían asentado los israelitas; está ya en territorio de Fenicia donde ya no todos son judíos sino que hay muchos cananeos, de aquellos que allí estaban asentados cuando llegaron los judíos desde su peregrinar por el desierto en su liberación de Egipto.

Jesús intenta pasar desapercibido. Su misión, como misión divina, que tenía su carácter universal porque para todos era la salvación que venía ofreciéndonos, sin embargo estaba reducida al territorio de Israel. Pero la misericordia de Dios de la que venía a ser signo en medio de nosotros estaba presente en su corazón. Nos cuesta entender algunas veces que Jesús no quisiera escuchar a aquella mujer cananea que suplicaba por su hija enferma, pero su corazón estaba abierto porque con ella entra en diálogo. Y esto es un punto importante. Hay expresiones que nos resultan duras como el hablar de perros, pero tenemos que entender el lenguaje que utilizaban los judíos para  hacer referencia a quienes no fueran de su raza o su religión. Y de aquel diálogo surgirá el milagro del amor porque la fe de aquella mujer era sincera, como hará luego notar Jesús. ‘Por eso que has dicho, ya el demonio salió de tu hija’, le dirá.

Nos surgen también en ocasiones, influenciados por el ambiente o por lo que escuchamos expresiones o sentimientos que pudieran poner en duda la calidad de nuestro amor. Quizás muchas veces nos encerramos en nuestros criterios, ponemos por delante lo que nos parece que pudieran ser nuestros intereses, y surgen así esas actitudes o esas palabras negativas que podamos emplear. Pero ¿no necesitaremos, como lo hizo Jesús, entrar en diálogo con aquellos que nos puedan parecer diferentes para descubrir por ejemplo lo duro del sufrimiento por el que están pasando, o los buenos sentimientos que ellos también pueden tener?

¿Qué sabemos que hay detrás de esas personas, de esas manos tendidas en búsqueda de ayuda? ¿Qué conocemos de sus historias o del sufrimiento que sido su recorrido para llegar hasta donde ahora están? Cuando conocemos de verdad al que está delante de nosotros quizás tendiéndonos su mano o con unos ojos suplicantes podrían cambiar nuestras actitudes y nuestras posturas. No podemos encerrarnos en nuestros propios criterios o en nuestros prejuicios; los prejuicios sabemos que siempre los realizamos cuando no tenemos un conocimiento de verdad de la realidad. Sólo así podrá surgir el milagro del amor que primero que nada tiene que realizarse en nuestros corazones. Solo así podremos ser signos en verdad de ese amor de Dios que tenemos que ser en medio del mundo.

También esas personas tienen derechos a esas migajas de amor que han de desprenderse de la mesa de nuestra vida. Es algo más que una migaja lo que tiene que salir de nuestra vida cuando en verdad nos sentimos envueltos por el amor y la misericordia del Señor. Tenemos que ser verdaderos señales con nuestra vida, con nuestras actitudes, con lo que hacemos de lo que es el amor de Dios.

miércoles, 12 de febrero de 2025

Autenticidad, congruencia, profundidad de vida, rectitud interior, espiritualidad profunda para no caer por la pendiente de la tibieza y que nos llevarán a una grandeza de vida

 


Autenticidad, congruencia, profundidad de vida, rectitud interior, espiritualidad profunda para no caer por la pendiente de la tibieza y que nos llevarán a una grandeza de vida

Génesis 2,4b-9.15-17; Salmo 103; Marcos 7,14-23

Son cosas que vamos observando en la vida y que tras reflexión nos hacen pensar en lo que es realmente importante, lo fundamental. Las apariencias engañan. Podemos contemplar por ejemplo un edificio de rica y bella factura exterior pero que cuando traspasamos sus puertos lo encontramos inservible y lleno quizás de miseria; podemos contemplar a nuestro paso personas bella y elegantemente vestidas, pero cuando estamos a su lado por ejemplo no soportamos el desagradable olor que despiden unos cuerpo que no están limpios; podemos contemplar personas que se nos presentan, como solemos decir, con mucha labia, presentándose como expertos en todo porque de todo opinan, pero que cuando las escuchamos con atención nos damos cuenta de su vacío interior. Así podíamos pensar en muchas cosas que se ocultan tras una fachada de vanidad y ostentación que de nada sirve.

Es en lo que nos quiere ayudar a pensar hoy Jesús en el evangelio. Nos hablará en fin de cuentas de esa necesaria profundidad interior que será la que dará verdadera grandeza a nuestra vida y no nos podemos quedar en superficialidades ni en apariencias, no podemos contentarnos con un rígido legalismo ni con un ritualismo vacío que al final nos hará vivir como en un sin sentido.

Habían comenzado, como escuchamos ayer, preguntando por la falta de pureza de sus discípulos porque no se lavaban las manos antes de comer el pan. Por eso habla Jesús que no es lo que entra de fuera lo que hace impuro al hombre, sino la maldad que tenemos en nuestro interior. ‘Escuchad y entended todos, les dice, nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre’.

Cuando llegan a casa los discípulos le preguntan sobre el sentido de sus palabras. Estaban acostumbrados a escuchar las enseñanzas de los maestros de la ley influenciados por aquella corriente de los rigoristas fariseos que iba teniendo su influencia que la ley había que cumplirla a rajatabla y sin hacer preguntas, por así decirlo, porque eso sería lo que manifestaría una fidelidad a la Ley y a los profetas.

Y Jesús les explica detalladamente el sentido de lo que les está diciendo. Lo que necesitamos es una autenticidad en la vida, una congruencia entre lo que hacemos y lo que en verdad vivimos. No nos podemos contentar con cumplir unas normas o unos preceptos si luego en el día a día de nuestra vida nuestro corazón está muy lejos de Dios y de lo que en verdad quiere Dios de nosotros.

También nosotros tenemos que preguntarnos y hacerlo con sinceridad. ¿No andaremos algunas veces también en unos cumplimientos rituales pero con un vacío interior muy peligroso? Las superficialidades harán que al final todo se quede en nada y porque al final no saboreamos con gusto aquello que hacemos, que solo lo tomamos como una obligación que se convierte como una carga impuesta, terminaremos de dejar de hacerlo todo.

Es la pendiente por la que hemos caminado muchas veces que nos lleva poco a poco a ese debilitamiento de nuestra fe, a esa pérdida de convicciones, a esa tibieza espiritual que terminara en un frío vacío. Las cosas tibias que no tratamos de darles calor desde lo más profundo terminan convirtiéndose en piedras de hielo. ¿No será así cómo hemos llegado a esa indiferencia religiosa que contemplamos cada vez más en nuestro entorno?

Y Jesús nos recuerda que lo que hemos de tener limpio de verdad es el corazón, porque es de ahí, de dentro de nosotros mismos de donde surge toda la maldad. Nos escudamos muchas veces en las influencias que podamos recibir del ambiente que nos rodea; es cierto que el ambiente no nos ayuda gran cosa sino que se convierte en una tremenda tentación, pero en esa pendiente caemos porque nosotros no nos sentimos seguros dentro de nosotros sino que más bien estamos llenos muchas veces de malos sentimientos.

Es lo que tenemos que cuidar. No somos egoístas porque lo sean los que están a nuestro lado, sino porque hemos dejado enfriar el amor en nuestro corazón y pronto comenzamos a pensar mas en nosotros mismos que en los demás. Porque no nos hemos sabido controlar interiormente pronto surgirán los orgullos y las envidias, la soberbia de la vida y la vanidad, los resentimientos y los rencores. Como nos deja sentenciado Jesús ‘lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre’, y nos señala cosas muy concretas de nuestros malos sentimientos.

Autenticidad, congruencia, profundidad de vida, rectitud interior, profunda espiritualidad son lo que nos llevará a una grandeza de vida.

martes, 11 de febrero de 2025

No gastemos tantos esfuerzos en nuestras comunidades en vanidades que nada tienen que ver con los valores del Evangelio del que tenemos que impregnarnos

 


No gastemos tantos esfuerzos en nuestras comunidades en vanidades que nada tienen que ver con los valores del Evangelio del que tenemos que impregnarnos

Génesis 1,20–2,4ª; Salmo 8; Marcos 7,1-13

Esto siempre se ha hecho así, habremos escuchado en más de una ocasión, o acaso también nosotros lo hemos dicho y argumentado más de una vez; ¿por qué se ha hecho así?, podríamos preguntar, y ¿por qué tenemos que seguirlo haciendo igual si podría haber otra forma mejor? Costumbres arraigadas en la manera de ser y de hacer de la gente, tradiciones que en cierto modo se convierten en leyes, rutinas de hacer las cosas de la misma manera porque nadie les abrió los ojos para ver que se puede hacer de distinta manera y tendrá más efectividad y por eso seguimos haciendo lo mismo.

Nos sucede en muchos ámbitos de la vida, en los trabajos, en las cosas de la casa, en la manera de ver las situaciones, en cerrazones mentales que les impide buscar algo nuevo y mejor; hasta no hace muchos años me encontré personas y con un cierto nivel incluso cultural que no querían la máquina de escribir, y muchos menos podrían pensar en los teclados de un ordenador, porque ellos escribían a mano como lo habían hecho siempre. Cuánto le ha costado a mucha gente, por ejemplo, entrar en el mundo de la informática desde hacer solo lo que desde niños le enseñaron a hacer.

Pero no me estoy planteando esto solamente desde esas cosas podríamos decir materiales en donde podemos contemplar ese avance de la vida, sino quiero referirme mejor a esos planteamientos sobre el sentido de la vida, por ejemplo, y ahí podría entrar toda una forma de pensar y en consecuencia de actuar, que se puede traducir en unos planteamientos o condiciones éticos y morales o que se va a manifestar en la trascendencia que le podemos dar a nuestra vida, con lo que entramos en todo lo que hace referencia a la religión y la forma de expresarla.

Una fe que se nos ha ido trasmitiendo y también descubriendo en lo más hondo de nosotros mismos, una fe que nos ha dado un sentido a nuestra vida cuando vamos descubriendo todo lo es ese plan de Dios para el hombre, para la humanidad, una fe que vamos plasmando en unos principios que rigen nuestra vida y en una forma de relacionarnos con ese Dios a través del culto. Hay cosas que son esenciales en si mismas pero hay formas de expresarnos que con consecuencia de lo que vivimos en unión y comunión con los demás.

El pueblo de Dios tenía lo que era la ley Mosaica, la ley de Moisés, desde aquella manifestación de Dios en el Sinaí y la expresión de lo que era la voluntad de Dios. Era lo que había constituido aquel pueblo unido en una misma fe, pero al mismo tiempo se habían ido forjando unas expresiones propias de un momento o una situación determinada; pero con el paso del tiempo se habían ido como acumulando expresiones o manifestaciones propias de un momento determinado pero que no tenían que ser ley o norma universal para siempre. Era lo que aquellos que se consideraban más fieles a la ley de Moisés querían imponer y conservar; surgieron así aquellos movimientos religiosos sociales de los fariseos, los saduceos y otros grupos que se habían ido constituyendo como dominantes y dirigentes del pueblo de Dios.

Pero la presencia y el mensaje de Jesús significaban un aire renovador, un aire nuevo porque Jesús quería que nos centráramos en lo que era lo fundamental y no nos quedáramos en las vanidades de las apariencias que a nada conducían. Son los enfrentamientos que comienzan a surgir con Jesús. Hoy nos aparecen protestando, por así decirlo, porque los discípulos de Jesús no cumplían con aquellas tradiciones que ellos decían que habían recibido de sus antepasados.

Aparece el tema de la purificación que se había convertido en algo formal y externo, pero que no llegaba profundamente al corazón. Lavarse las manos o comer con manos limpias era lo que mantenía puro el corazón, según ellos, pero Jesús quiere hacernos comprender que la pureza no está en lo exterior sino la tenemos en el interior del corazón. ‘¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?

Era lo que siempre se hacía, pero no llegaban a plantearse donde estaba la verdadera pureza que tendría que haber en la vida. Una norma higiénica para evitar quizás contagios y sobre todo en un pueblo errante por aquellos desiertos se había convertido en ley de purificación; lo que podía ser una imagen que nos hablara de algo profundo, se había quedado en convertir la imagen en ley. Y así Jesús les hace ver que en muchas otras cosas habían introducido sus normas y costumbres anulando la ley del Señor que era muy anterior que todo aquello y más importante y esencial. Pero era algo que les costaba aceptar, por lo que se resistían a la novedad del evangelio de Jesús.

No nos quedemos en pensar y juzgar la actitud de aquellos fariseos o de las gentes en los tiempos de Jesús y pensemos y reflexionemos por donde van realmente nuestros caminos. ¿No nos habremos llenado también de unas tradiciones y costumbres que algunas veces desvirtúan toda la novedad del evangelio de Jesús? ¿Dónde hemos puesto el evangelio? ¿Qué lugar ocupa en nuestra vida? ¿Nos estaremos dejando impregnar de verdad por los valores del evangelio o aun seguimos con nuestras vanidades y apariencias? Creo que gastamos mucho esfuerzo muchas veces en nuestras comunidades en vanidades que no son lo esencial del evangelio.

lunes, 10 de febrero de 2025

Salgamos ya de nuestras cabinas de confort que nos aíslan e insensibilizan para despertarnos a la misericordia hacia el mundo de dolor que nos rodea

 


Salgamos ya de nuestras cabinas de confort que nos aíslan e insensibilizan para despertarnos a la misericordia hacia el mundo de dolor que nos rodea

Génesis 1,1-19; Salmo 103; Marcos 6,53-56

Hace unos años en un viaje que hice a un país donde no había estado cuando ya nos acercábamos al punto de destino desde la altura podíamos contemplar los paisajes que se extendían a nuestros pies de una gran belleza y recuerdo me llamó la atención unas tierra cultivadas que ofrecían también gran belleza pero que no podía distinguir realmente lo que se cultivaba allí, haciendo mil cavilaciones en mi cabeza sobre lo que podía ser; fue necesario descender por supuesto para el aterrizaje y pisar tierra para poder distinguir y saber realmente lo que estaba viendo en la altura.

Digo esto como ejemplo de la necesidad que tenemos en la vida de aterrizar, no quedarnos cómodamente en la cabina de nuestro viaje, de nuestras ideas y pensamientos sobre cómo tendrían que ser las cosas, sino que necesitamos a pie de tierra conocer bien la realidad. Será cómo se pueden despertar en nosotros los mejores sentimientos, donde nuestro compromiso tendría que manifestarse con mayor rotundidad, y hacer que aflore en nosotros lo mejor de nuestro amor, lo mejor de nosotros mismos para llegar a esa realidad con la que nos encontramos. ¿No andaremos demasiado en la placidez del viaje de nuestros sueños y por eso de alguna manera nos desentendemos de cuanto a nuestro alrededor?

Nos habla hoy el evangelio de que tras aquella travesía por el lago, donde habían vivido, es cierto, hermosas experiencias de la presencia de Cristo, desembarcaron al llegar a Genesaret, ‘apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas…’ Y nos detalla el evangelista cómo Jesús se desenvuelve en medio de aquel mundo de dolor, donde todos querían tocar al menos la orla de su manto y quienes lo lograban se sentían curados.

¿Qué es lo que podemos contemplar en Jesús? Su misericordia. Ante el dolor, amor y vida. Es la medicina que Jesús va repartiendo. Es lo que irá transformando aquel mundo de sufrimiento en un mundo de vida y de esperanza. Son las señales del Reino de Dios que así se manifiesta.

Cuando vamos llenos de Dios nuestra mirada se transforma; cuando hemos puesto de verdad a Dios en el centro de nuestra vida - ¿no decimos que creemos en el Reino de Dios, que es Dios el que tiene que reinar en nuestra vida, en la vida del hombre, en nuestro mundo? – nuestra mirada será ya distinta porque tienen necesariamente que aflorar los ojos de la misericordia. Porque Dios es el centro de nuestra vida comienza ya a ser también el centro al que se dirigen nuestras miradas, el centro de nuestro corazón, el hombre, la persona en esa realidad en la que vive, y sobre todo nuestro corazón se decantará por aquellos que se sienten atormentados por el sufrimiento y el dolor, sean quienes sean, sea cual sea su dolor y sufrimiento.

Es lo que vemos hacer a Jesús. La misión que nos confiará a nosotros también cuando nos envíe. Recordamos que cuando envió a sus apóstoles les dio autoridad sobre todo espíritu inmundo, y ellos fueron curando a cuantos sufrían a su alrededor. Salgamos ya de nuestras cabinas de confort que nos aíslan e insensibilizan. Y es que todavía queda mucho de nuestro ego apegado al corazón y no le hemos dado lugar a esa presencia de Dios que nos centra de verdad. Nos cuesta y nos duele quizás que el viento nos llegue a la cara y por eso rehusamos salir de nuestros refugios, mientras tantos a nuestro lado siguen navegando en ese mar de sufrimiento.

Quizás seamos nosotros los primeros que tenemos que acercarnos a Jesús para tocar la orla de su manto y nos cure de nuestras cegueras o de nuestros inmovilismos. Pero tenemos que querer, tenemos que dejar que la sombra de Jesús se pose sobre nosotros para que nos podamos llenar de luz.

domingo, 9 de febrero de 2025

Vayamos mar adentro, nos dice Jesús, metiéndonos en las fragosidades de esos mares que a veces se hacen tenebrosos y aparecen tormentas para echar de nuevo las redes

 


Vayamos mar adentro, nos dice Jesús, metiéndonos en las fragosidades de esos mares que a veces se hacen tenebrosos y aparecen tormentas para echar de nuevo las redes

Isaías 6, 1-2a. 3-8; Salmo 137; 1Corintios 15, 1-11; Lucas 5, 1-11

¿Por qué si yo sé que de ahí no se saca nada tengo que volver a intentarlo de nuevo? Es el estado de desánimo en que nos vemos envueltos ante los fracasos de la vida; no se puede, ahí es imposible, de ahí no se puede sacar nada. Y en ocasiones nos cruzamos de brazos, nos vamos para otra parte, buscamos otras cosas. Todo se nos vuelve oscuro y lo damos por imposible.

Hoy Jesús nos quiere hacer pensar, porque actitudes así no son positivas para la vida, porque no podemos darnos por vencidos ante las dificultades que se nos presentan, porque la sensación de fracaso es mala compañera para hacer los caminos de la vida, porque no nos podemos acobardar, porque también los caminos de nuestra vida cristiana tienen sus altos y bajos y Jesús nos está enseñando que tenemos que remar hacia delante, mar adentro, aunque nos parezca tormentoso ese mar o nos parezca que no podemos sacar fruto y una y otra vez tenemos que seguir echando las redes.

Vayamos por partes en el evangelio. Junto a la orilla del lago la gente se reúne en torno a Jesús porque quieren escucharle. Ya no es la sinagoga, ahora es allí donde la gente está, donde hace su trabajo, junto a los pescadores que repasan sus redes después de una noche de trabajo, donde la gente ha venido quizás es búsqueda de ese pescado que necesitan para su comida, allí donde está la vida de la gente. Es importante el detalle.

Para que todos puedan mejor escucharle se sube a una de aquellas barcas que está meciéndose en la orilla; desde allí todos pueden verle y pueden escucharle. Y nos dice el evangelista que se puso a enseñarles. Ahora no es tan importante para nosotros lo que Jesús en aquel momento les dijera, son importantes los gestos y detalles.

Cuando terminó de hablar les pide a los pescadores que remen de nuevo mar adentro para echar de nuevo las redes. La barca es la de Simón Pedro; quizás con desconcierto, porque quizás lo que en ese momento necesitaban más era descansar hace caso sin embargo a Jesús; pero hay una queja, por así decirlo, ellos han estado toda la noche bregando intentando coger algo y no han conseguido nada; son esos días malos en que las cosas no salen, pero Jesús les está pidiendo que de nuevo echen las redes. Y Pedro dice que sí, que porque Jesús lo dice, en su nombre echará de nuevo la red. ¿Quizás podríamos pensar para hacerle ver a Jesús que no hay nada y que de pesca son ellos los que entienden? Podríamos pensarlo, pero parece que en el fondo Pedro no termina de pensar así, porque en su nombre, en nombre de aquel a quien ha visto curar a los enfermos y expulsar a los demonios, va a echar la red. Confianza tiene que haber en el corazón.

La redada de peces es tan grande que llamarán a los compañeros de las otras barcas para que les ayuden a recoger la red, pero Pedro más que sorprendido se siente sobrecogido porque un misterio grande está descubriendo. ‘Apártate de mi, que soy un hombre pecador’, le dice a Jesús. Pero para El Jesús tiene una misión, ‘serás pescador de hombres’.Y serán capaces de dejarlo todo para seguir a Jesús.

Jesús nos está diciendo que vayamos allí donde está la vida, donde están los sufrimientos, donde están las ansias más profundas de los corazones, allí donde caminamos y hacemos la vida de cada día; Jesús no se quedó ni en la sinagoga ni en el templo, fue allí donde los pescadores, donde están los hombres y mujeres del pueblo con sus trabajos y sus negocios, a la plaza pública, al mercado, por así decirlo; entre ellos se mezcla, sus mismos instrumentos de trabajo utiliza, de las cosas que les suceden cada día les habla, porque hablará del sembrador o de la mujer que limpia la casa, de los que hacen los negocios buscando sus ganancias y de los que muchas veces se sienten fracasos porque sus terrenos de llenan de cizañas, y se pondrá junto al paralítico con sus muletas o su camilla, o se detendrá junto al ciego del camino.

Vayamos mar adentro, nos dice Jesús. Metámonos en esas fragosidades de la vida, en esos mares que a veces se hacen tenebrosos y en los que pueden aparecer tormentas; no pretendamos que siempre sea el camino fácil y vamos a obtener la cosecha al cien por cien, pero tenemos que sembrar la semilla, esparcirla por el mundo que aunque algunos la pisoteen siempre habrá alguien que le deje sembrar en su vida. Es la tarea de los cristianos, es el camino en el que nos pone Jesús, es la pesca que tenemos que realizar porque nos quiere pescadores de hombres aunque no sea fácil, finalmente nos dirá que El siempre está con nosotros.

¿Seguiremos cruzados de brazos? ¿Seguiremos entretenidos en lo que nos parecen mares en calma tras el muro de nuestros templos? ¿Seguiremos entretenidos en remendar nuestras redes cuando hay tantos mares que surcar, tantos lugares a donde ir a esparcir la semilla? ¿Seguiremos con nuestros miedos y cobardías, con nuestros temores y nuestras rutinas de lo que siempre hacemos porque nos parece que no se puede hacer otra cosa, con nuestros entretenimientos piadosos sin llegar a un compromiso de verdad con ese mundo que está ahí a nuestro lado?

No sigamos por el camino trillado que nos lleva de nuestra casa a la iglesia para cumplir y volvemos de nuevo a nuestras cosas sin atrevernos a mirar la realidad que nos circunda, porque quizás a veces nos da miedo o produce intranquilidad. Algo nos está fallando a los cristianos, algo nos está fallando en nuestras comunidades y en nuestra iglesia.