La cruz es el gran signo de la esperanza del Reino
Núm. 21, 4-9; Sal. 77; Filp. 2, 6-11; Jn, 3, 13-17
Hoy levantamos los ojos a lo alto. Como una enseña
gloriosa, como una bandera signo de nuestras victorias se levanta ante nuestros
ojos la cruz. Ya no es para nosotros un patíbulo ignominioso sino una enseña
gloriosa. Para el pueblo cristiano se levanta en alto la cruz que es el gran
signo de la esperanza del Reino.
Cada uno en su patria tiene su bandera que es para él
signo glorioso del país al que pertenece y se siente orgulloso de su bandera
siendo como un faro que le guía en su caminar o como sombra bajo la que se
cobija en esos duros caminos de la vida. La Cruz es nuestra bandera, el gran
signo de nuestra pertenencia al Reino.
‘Nosotros hemos de
gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; en El está nuestra salvación,
vida y resurrección; El nos ha salvado y liberado’, así comenzábamos nuestra
celebración proclamando. Así hemos de llevar siempre con nosotros la cruz como
la señal del Reino al que pertenecemos, que queremos vivir, en el que se nos ha
introducido cuando en la cruz hemos sido redimidos.
Contemplamos
nosotros la cruz que de patíbulo ignominioso para el cristiano se ha
convertido en signo glorioso de vida y de esperanza. Mirar a la cruz de Cristo,
es la Cruz que hoy miramos con toda veneración, es mirar su amor y su entrega,
el sufrimiento de su pasión y el camino de vida en el que para nosotros comenzó
la redención y la salvación.
Jesús anunciaba el Reino nuevo de Dios. En su muerte en
la cruz y en su resurrección llegó a su consumación. Cuando seguimos las
páginas del evangelio vemos como progresivamente va anunciando el Reino con su
Palabra, con su presencia, con las señales del Reino que nos iba dejando en los
milagros que iba realizando.
Unos le escuchan y le siguen llenos de esperanza en la
Buena Nueva que va anunciando; otros se resistirán y se opondrán a ese mundo
nuevo que Jesús quiere realizar para que vivamos el Reino de Dios. Los
corazones se han de ir transformando para aceptar y acoger el Reino que Jesús
viene a instaurar, pero el pecado sigue pesando en el corazón de los hombres,
el pecado que nos había apartado y alejado del camino de la voluntad de Dios.
Era necesaria una renovación total de la vida, por eso
Jesús invitaba a la conversión, pero es que además El venía a traernos el
perdón que llenara de paz nuestros corazones y nos impulsara a vivir esa vida
nueva en los valores del Reino. Había anunciado una amnistía total, el año de
gracia del Señor. Y ese año de gracia del Señor iba a tener su culminación en
la cruz, porque allí seríamos redimidos y alcanzaríamos el perdón.
Por eso, para los que creemos en El y le seguimos
queriendo vivir ya lo que nos anunciaba en la Buena Nueva del Evangelio, cuando
contemplamos la cruz de Jesús lo contemplamos como signo de victoria, de
gloria, de esperanza porque el Reino de Dios ya ha comenzado con la muerte de
Jesús en la cruz en la que nos ha redimido para siempre.
Hay quienes ante el dolor y el sufrimiento que nos
representa la cruz sienten una cierta repugnancia, porque siempre
rehuimos el dolor. Nos cuesta quizá entender el sentido redentor que puede
tener nuestro dolor y nuestro sufrimiento cuando sabemos hacer de él una ofrenda
de amor.
Recuerdo en una ocasión a una madre que visitaba una
Iglesia con su niño pequeño y rehuía detenerse con el niño cuando pasaba ante
un altar donde estuviera un Crucificado; tenia como miedo a que el niño
contemplara lo que fue el sufrimiento de Jesús en la cruz, porque le parecía
cruel y eso podía dañar la sensibilidad del niño. Qué lástima que aquella
persona no hubiera comprendido cuanto de amor y de vida hay en la cruz de
Jesús. No recordaba quizá aquellas palabras de Jesús que nos hablan de que no
hay amor más grande que el de que da la vida por aquellos a quienes ama.
Y eso hizo Jesús en la cruz, dar la vida porque nos
amaba; la cruz para nosotros es el gran signo del amor, la gran señal de la
esperanza que se despierta en nuestro corazón cuando contemplamos el amor de
Dios, porque tenemos esperanza de salvación, tenemos esperanza de poder
construir el Reino de Dios día a día ahora mientras caminamos peregrinos por
este mundo, pero tenemos esperanza de poder vivirlo en plenitud.
‘No olvidéis las
acciones del Señor’,
repetimos en el salmo. No podemos olvidar las acciones del Señor, no podemos
olvidar el amor de Dios que se nos manifiesta en la cruz de Cristo. Por eso
celebramos con gozo grande esta fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que
en nuestra tierra tan unida está a la celebración de la fiesta de Cristo en las
diversas imágenes de nuestra devoción en nuestros pueblos. Porque claro, nunca
podremos separar la cruz de Cristo. Por eso le llamamos el Crucificado, aunque
sabemos que está vivo, que El resucitó vencedor de la muerte y que a nosotros
nos llena de vida para siempre.
No olvidamos las acciones del Señor y vamos recordando
también la gracia del Señor que se manifiesta y se derrama en nosotros en
nuestros sufrimientos y dolores, en esa cruz nuestra de cada día de la que hemos
de saber hacer ofrenda de amor al Señor. Recordamos que El nos invita a seguirle y seremos en verdad sus
discípulos si cargamos con la cruz nuestra de cada día para irnos con El. No la
podemos rehuir, sino todo lo contrario hemos de saber descubrir el caudal de
gracia y de vida que llega a nosotros a través de esa cruz que asumimos y llevamos con Jesús.
Mírate a ti mismo con esa cruz de tu vida, de tu dolor,
de tu enfermedad, de tu sufrimiento, de las limitaciones y discapacidades que
puedan ir apareciendo en ti por la enfermedad o por los años de tu ancianidad,
y considérate un agraciado del Señor. Sí, eres un agraciado del Señor; nos
cuesta aceptarlo; pero ahí está la gracia del Señor que se derrama abundantemente
en tu vida a través de esa cruz que tienes que llevar. Dios está contigo y su
gracia abundante no te falta. Muchos han sabido llegar a encontrarse con Dios y
de una forma maravillosa precisamente en ese camino de la cruz. Hay una llamada
del Señor a tu corazón.
Por eso lleva la cruz con gallardía, con orgullo de
poder ir al lado de Jesús que va cargando su cruz, pero que al mismo tiempo va
siendo Cireneo que te ayuda a llevar la tuya. En la esperanza que anima nuestra
vida desde la confianza total que hemos puesto en El, sé capaz de llevarla incluso
con alegría y con mucha paz en tu corazón. Es lo que con fe podemos descubrir y
vivir; es a lo que hoy nos está invitando el Señor. Por eso, para el cristiano
la cruz es signo de la esperanza del Reino.