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sábado, 14 de septiembre de 2013

La cruz es el gran signo de la esperanza del Reino

Núm. 21, 4-9; Sal. 77; Filp. 2, 6-11; Jn, 3, 13-17
Hoy levantamos los ojos a lo alto. Como una enseña gloriosa, como una bandera signo de nuestras victorias se levanta ante nuestros ojos la cruz. Ya no es para nosotros un patíbulo ignominioso sino una enseña gloriosa. Para el pueblo cristiano se levanta en alto la cruz que es el gran signo de la esperanza del Reino.
Cada uno en su patria tiene su bandera que es para él signo glorioso del país al que pertenece y se siente orgulloso de su bandera siendo como un faro que le guía en su caminar o como sombra bajo la que se cobija en esos duros caminos de la vida. La Cruz es nuestra bandera, el gran signo de nuestra pertenencia al Reino.
‘Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; en El está nuestra salvación, vida y resurrección; El nos ha salvado y liberado’, así comenzábamos nuestra celebración proclamando. Así hemos de llevar siempre con nosotros la cruz como la señal del Reino al que pertenecemos, que queremos vivir, en el que se nos ha introducido cuando en la cruz hemos sido redimidos.
Contemplamos  nosotros la cruz que de patíbulo ignominioso para el cristiano se ha convertido en signo glorioso de vida y de esperanza. Mirar a la cruz de Cristo, es la Cruz que hoy miramos con toda veneración, es mirar su amor y su entrega, el sufrimiento de su pasión y el camino de vida en el que para nosotros comenzó la redención y la salvación.
Jesús anunciaba el Reino nuevo de Dios. En su muerte en la cruz y en su resurrección llegó a su consumación. Cuando seguimos las páginas del evangelio vemos como progresivamente va anunciando el Reino con su Palabra, con su presencia, con las señales del Reino que nos iba dejando en los milagros que iba realizando.
Unos le escuchan y le siguen llenos de esperanza en la Buena Nueva que va anunciando; otros se resistirán y se opondrán a ese mundo nuevo que Jesús quiere realizar para que vivamos el Reino de Dios. Los corazones se han de ir transformando para aceptar y acoger el Reino que Jesús viene a instaurar, pero el pecado sigue pesando en el corazón de los hombres, el pecado que nos había apartado y alejado del camino de la voluntad de Dios.
Era necesaria una renovación total de la vida, por eso Jesús invitaba a la conversión, pero es que además El venía a traernos el perdón que llenara de paz nuestros corazones y nos impulsara a vivir esa vida nueva en los valores del Reino. Había anunciado una amnistía total, el año de gracia del Señor. Y ese año de gracia del Señor iba a tener su culminación en la cruz, porque allí seríamos redimidos y alcanzaríamos el perdón.
Por eso, para los que creemos en El y le seguimos queriendo vivir ya lo que nos anunciaba en la Buena Nueva del Evangelio, cuando contemplamos la cruz de Jesús lo contemplamos como signo de victoria, de gloria, de esperanza porque el Reino de Dios ya ha comenzado con la muerte de Jesús en la cruz en la que nos ha redimido para siempre.
Hay quienes ante el dolor y el sufrimiento que nos representa la cruz sienten una cierta repugnancia, porque siempre rehuimos el dolor. Nos cuesta quizá entender el sentido redentor que puede tener nuestro dolor y nuestro sufrimiento cuando sabemos hacer de él una ofrenda de amor.
Recuerdo en una ocasión a una madre que visitaba una Iglesia con su niño pequeño y rehuía detenerse con el niño cuando pasaba ante un altar donde estuviera un Crucificado; tenia como miedo a que el niño contemplara lo que fue el sufrimiento de Jesús en la cruz, porque le parecía cruel y eso podía dañar la sensibilidad del niño. Qué lástima que aquella persona no hubiera comprendido cuanto de amor y de vida hay en la cruz de Jesús. No recordaba quizá aquellas palabras de Jesús que nos hablan de que no hay amor más grande que el de que da la vida por aquellos a quienes ama.
Y eso hizo Jesús en la cruz, dar la vida porque nos amaba; la cruz para nosotros es el gran signo del amor, la gran señal de la esperanza que se despierta en nuestro corazón cuando contemplamos el amor de Dios, porque tenemos esperanza de salvación, tenemos esperanza de poder construir el Reino de Dios día a día ahora mientras caminamos peregrinos por este mundo, pero tenemos esperanza de poder vivirlo en plenitud.
‘No olvidéis las acciones del Señor’, repetimos en el salmo. No podemos olvidar las acciones del Señor, no podemos olvidar el amor de Dios que se nos manifiesta en la cruz de Cristo. Por eso celebramos con gozo grande esta fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que en nuestra tierra tan unida está a la celebración de la fiesta de Cristo en las diversas imágenes de nuestra devoción en nuestros pueblos. Porque claro, nunca podremos separar la cruz de Cristo. Por eso le llamamos el Crucificado, aunque sabemos que está vivo, que El resucitó vencedor de la muerte y que a nosotros nos llena de vida para siempre.
No olvidamos las acciones del Señor y vamos recordando también la gracia del Señor que se manifiesta y se derrama en nosotros en nuestros sufrimientos y dolores, en esa cruz nuestra de cada día de la que hemos de saber hacer ofrenda de amor al Señor. Recordamos que El nos invita a seguirle y seremos en verdad sus discípulos si cargamos con la cruz nuestra de cada día para irnos con El. No la podemos rehuir, sino todo lo contrario hemos de saber descubrir el caudal de gracia y de vida que llega a nosotros a través de esa cruz que asumimos y llevamos con Jesús.
Mírate a ti mismo con esa cruz de tu vida, de tu dolor, de tu enfermedad, de tu sufrimiento, de las limitaciones y discapacidades que puedan ir apareciendo en ti por la enfermedad o por los años de tu ancianidad, y considérate un agraciado del Señor. Sí, eres un agraciado del Señor; nos cuesta aceptarlo; pero ahí está la gracia del Señor que se derrama abundantemente en tu vida a través de esa cruz que tienes que llevar. Dios está contigo y su gracia abundante no te falta. Muchos han sabido llegar a encontrarse con Dios y de una forma maravillosa precisamente en ese camino de la cruz. Hay una llamada del Señor a tu corazón.
Por eso lleva la cruz con gallardía, con orgullo de poder ir al lado de Jesús que va cargando su cruz, pero que al mismo tiempo va siendo Cireneo que te ayuda a llevar la tuya. En la esperanza que anima nuestra vida desde la confianza total que hemos puesto en El, sé capaz de llevarla incluso con alegría y con mucha paz en tu corazón. Es lo que con fe podemos descubrir y vivir; es a lo que hoy nos está invitando el Señor. Por eso, para el cristiano la cruz es signo de la esperanza del Reino.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Los caminos de humildad y comprensión manifiestan la grandeza de nuestro espíritu

1Tim. 1, 1-2.12-14; Sal. 15; Lc. 6, 39-42
Solo los ojos limpios descubren la luz y a la luz de Jesús, el único Maestro, toda sentencia condenatoria se hace imposible. Ojalá descubramos esa luz, nos llenemos de esa luz. Creemos tener la luz, pero muchas veces estamos a oscuras, cuando no nos hemos encontrado con Cristo de verdad.
Si en verdad estuviéramos iluminados con la luz de Jesús nuestra mirada sería distinta, sería limpia, estaría llena de amor, aprenderíamos en verdad a ser comprensivos con los demás, seríamos humildes, seríamos en verdad constructores de vida, nuestras relaciones mutuas estarían siempre llenas de comprensión y armonía y nunca tendríamos juicios condenatorios hacia los demás.
Somos fáciles para juzgar y para condenar; somos muy dados a ver con mucha facilidad las cosas negativas de los demás, pero cuánto nos cuesta reconocer las nuestras. Quizá somos más exigentes con los demás que con nosotros mismos; lo que sabemos que tendríamos que exigirnos a nosotros mismos se lo exigimos a los demás.
La falta de comprensión hacia los demás denota la pobreza de nuestro espíritu, la mezquindad que anida en nuestra alma, porque si tuviéramos la humildad de reconocer nuestras propias debilidades seríamos más comprensivos con los otros y nunca seríamos exigentes con dureza de corazón.
Los caminos de la sencillez y de la humildad son los que construyen autenticas y verdaderas relaciones humanas entre unos y otros y son los que a la larga mostrarán la grandeza de nuestro espíritu y los que de verdad van a crear un mundo mejor por más humano y más justo. Desde la prepotencia de considerarnos siempre justos y santos lo que creamos son apariencias e hipocresía en nuestras mutuas relaciones mostrándonos intransigentes e insensibles antes los problemas o debilidades de los demás.
Por eso nos ha dicho hoy Jesús ‘¿acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿no caerán los dos en el hoyo?’ Eso que podría valer desde la práctica de la vida en el caso de los invidentes, sin embargo en las palabras de Jesús quiere decirnos algo más hondo. Se trata de una ceguera más profunda que la falta física de visión a lo que se refería Jesús. Ciegos somos no solo por la falta de visión del sentido de los ojos, sino cuando el mal se ha metido dentro de nosotros llenando de malicia el corazón. Qué difícil le va a ser a una persona así, con esa malicia en el corazón, poder tener una visión positiva de las cosas o de los demás para ayudarte a que tú también tengas esa visión positiva.
Por eso nos pide Jesús que nos limpiemos primeros nuestros ojos, y ya sabemos a qué ojos se está refiriendo, porque la suciedad que hay en ellos que hay en nuestro corazón nos impedirá ver con claridad. ‘Sácate primero la viga de tu ojos y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano’. Pero cuando somos humildes, nos damos cuenta de cuantos errores hemos cometido en la vida, en cuantas cosas hemos tropezado y sin embargo hemos sido capaces de levantarnos para corregirnos, para enmendar nuestra vida, eso nos enseñará a ser humildes en el trato con los demás.
Pidamos esa luz de Jesús que nos ilumine, que nos arranque de tantas tinieblas en las que nos vemos envueltos tantas veces en la vida. No nos creamos tan justos que digamos que nosotros nunca cometemos errores, tenemos fallos. Eso sería una ceguera terrible que se nos estuviera metiendo en la vida.
Vayamos con humildad hasta Jesús dejándonos iluminar por El, y dejarnos iluminar es dejarnos enseñar, aceptar la corrección que su Palabra va haciendo de nuestra vida, dejarnos conducir por su Espíritu que nos habla allá en nuestro interior pero cuya voz puede llegarnos también de quienes están a nuestro lado para orientarnos, para caminar con nosotros, para decirnos una buena palabra, para alentarnos en ese camino de nuestra vida en el que con tantas dificultades nos encontramos en tantas ocasiones.

La Iglesia con su Magisterio esta a nuestro lado y a través del ministerio de nuestros pastores va señalándonos la senda buena que hemos de recorrer. Escuchemos la voz de la Iglesia que el Espíritu está siempre presente en ella y se nos manifiesta de muchas maneras.

jueves, 12 de septiembre de 2013

El nombre de María está lleno de divina dulzura

Eclesiástico, 24, 17-22; Sal.: Lc. 1, 46-55; Lc. 1, 26-38
‘Y el nombre de la joven era María…’ nos dice el evangelista. Hoy nos gozamos en esta fiesta de María. El pasado 8 de septiembre se celebraba la natividad de la Virgen María, y a los pocos días la liturgia nos ofrece esta posibilidad de celebrar el santo nombre de María. Nos llenamos de gozo al celebrar a María, la boca se nos llena de dulzura al pronunciar su santo nombre y desde los más hondo de nosotros mismos queremos cantar la alabanza del Señor que en María nos ha dado tal madre que nos ama y nos protege y solo pronunciar su nombre nos aleja de los peligros porque es segura siempre su protección maternal.
Cuando ella cantaba al Señor reconociendo y dando gracias por las obras maravillosas que Dios en ella realizaba proféticamente, podríamos decir, anunciaba esta alabanza que en su honor cantar todos los pueblos y a través de todas las generaciones. ‘Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho cosas grandes en mí el Poderoso: su  nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’.
María bendice al Señor, ‘su nombre es santo’, porque cuando en ella realiza tales maravillas se está manifestando la misericordia del Señor para todos los hombres. A través de María, porque Dios quiso fijarse en ella, nos llega aquel en cuyo nombre alcanzamos la salvación. ‘No hay otro nombre que pueda salvarnos, y ante el nombre de Jesús toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua proclama Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre’.
Pero como proclamaremos en el prefacio de esta fiesta ‘el Señor ha querido con amorosa providencia que también el nombre de María estuviera con frecuencia en los labios de los fieles’. Es el nombre de la madre y para un hijo no hay nombre más dulce que el de su madre. San Alfonso María de Ligorio en su libro ‘las glorias de María’ nos ofrece unas hermosas consideraciones en torno al nombre de María recogiendo lo que tantos santos a lo largo de los tiempos han dicho de manera hermosa del nombre de María.
‘El nombre de María está lleno de divina dulzura’, dice un autor, ‘es alegría para el corazón, miel en los labios y melodía para el oído de sus devotos’. Y al hablarnos de esa divina dulzura que destila del nombre de María nos dice que quiere hablarnos ‘de la dulzura saludable, consuelo, amor, alegría, confianza y fortaleza que da este nombre para quienes lo pronuncian con fervor’.
Al hablarnos de ello nos quiere explicar como pronunciar el nombre de María nos hace sentir una alegría honda y especial en nuestro corazón porque nos está recordando por una parte el amor del Señor que se manifiesta en María - ‘su misericordia se manifiesta a sus fieles de generación en generación’ - pero al mismo tiempo despierta en nosotros unos nuevos sentimientos de amor. Así recoge lo que decía san Bernardo: ‘Oh excelsa, oh piadosa, o digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan dulce y tan amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se inflame de amor a ti y a Dios; y solo con pensar en él, los que te aman se sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte’.
Nombre de María, lleno de gracias y de bendiciones para quienes lo invocan, consuelo para el afligido y que nos pone en camino de salvación al que de él se había apartado, que conforta a los pecadores y llena de esperanza de salvación sus corazones. Con el nombre de María en nuestros labios nos sentimos fortalecidos frente a la tentación y podríamos recordar aquí cómo la invocamos en las letanías: ‘Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la Alianza, Puerta del cielo, Estrella de la mañana, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos…’ en las que expresamos esa fortaleza y protección que con María a nuestro lado sentimos.
Así nos explica que como el respirar es señal de vida, así invocar con frecuencia el nombre de María es señal o de que se vive en gracia de Dios o de que pronto se conseguirá; porque este nombre poderoso tiene fuerza para conseguir la vida de la gracia a quien devotamente lo invoca. En suma, este admirable nombre es, como torre fortísima en que se verán libres de la muerte eterna, los pecadores que en él se refugien; por muy perdidos que hubieran sido, con ese nombre se verán defendidos y salvados’.
Así que, aprovechemos siempre el hermoso consejo de san Bernardo: ‘En los peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no se te caiga de los labios, que no se te quite del corazón’. En suma, llega a decir san Efrén, que ‘el nombre de María es la llave que abre la puerta del cielo a quien lo invoca con devoción’. Por eso tiene razón san Buenaventura al llamar ‘a María “salvación de todos los que la invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la salvación eterna’. ¿No la invocamos en las letanías como puerta del cielo?
Muchas más cosas podríamos seguir meditando del santo y dulce nombre de María. Gocémonos en su dulzura, llenémonos de su amor, sintámonos bendecidos de Dios cuando así ha querido dárnosla por madre. La contemplamos, como diremos en el prefacio, como estrella luminosa y la invocamos como madre en los peligros y en las necesidades acudimos seguros a ella.
Amemos a María. Que no falte nunca su santo nombre de nuestros labios. Ella siempre  es intercesora amorosa por nosotros y nunca nos sentiremos defraudados porque ella siempre  nos llevará a Jesús y nos alcanzará como Madre mediadora la gracia de Jesús.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Los pobres son evangelizados y de ellos es el Reino de los cielos

Col. 3, 1-11; Sal. 144; Lc. 6, 20-26
Ayer escuchábamos que cuando ‘Jesús bajó del monte con los doce, se paró en el llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón, que venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades’. Hoy se nos dice que ‘levantando los ojos hacia los discípulos’ les anuncia que serán dichosos y bienaventurados. Hace el anuncio de las Bienaventuranzas del Reino.
Cuando comenzó su predicación y se presentó allá en la sinagoga de Nazaret proclamó aquel texto de Isaías que hablaba del que venía ungido del espíritu para anunciar la Buena Nueva a los pobres y que los que sufrían y estaban esclavizados serían liberados porque llegaba el año de gracia del Señor. Es lo que se está cumpliendo por eso llamará dichosos y bienaventurados a los pobres y a los que sufren, a los que lloran y a los que son proscritos por los hombres por causa del Hijo del Hombre. De ellos es el Reino de los cielos y su pobreza y sufrimiento se transformará en gozo y plenitud profunda en la vida, y la recompensa será grande en el cielo.
¿Quiénes son los que siguen a Jesús y le escuchan y se llenan de su salvación? Aquellos que nada tienen y ahora ponen toda su confianza en el Señor. Han escuchado la Palabra de Jesús anunciando el Reino de los cielos y sus corazones se han llenado de esperanza. Reciben, sí, como una Buena Nueva, como una gran noticia de salvación la Palabra de Jesús. Se despierta la fe en sus corazones porque a nada lo tienen apegado. Desde la pobreza y el sufrimiento han escuchado el mensaje de alegría y esperanza del Evangelio de Jesús.
Será a los pobres y a los sencillos a quienes el Padre les revela allá en sus corazones los secretos del Reino de Dios; los que se creen sabios y satisfechos en sí mismos no podrán comprender ese misterio que se les revela. Recordamos otro momento del evangelio donde Jesús da gracias al Padre que se revela a los pequeños y a los sencillos, mientras se oculta a los sabios y entendidos.  
Ya hemos venido escuchando en el evangelio de cada día la oposición que Jesús va encontrando en aquellos que se creen seguros de sí mismos y no quieren aceptar la novedad del mensaje de Jesús. Se han creado un estilo de religión a su medida y todo serán pegas a lo nuevo que Jesús viene revelándonos. Le rechazan e incluso maquinarán contra Jesús queriendo quitarlo de en medio. ‘Ay de vosotros los ricos… los que ya estáis saciados… ya tenéis vuestro consuelo… haréis duelo y lloraréis…’ anuncia Jesús.
Y como el discípulo no es mayor que su maestro Jesús ahora nos anuncia que lo mismo que hicieron con El nos puede pasar a nosotros y si a El lo persiguieron hasta llevarlo hasta la cruz, los discípulos también serán perseguidos por la causa del Reino de los cielos porque también ponemos toda nuestra fe en Jesús como nuestro único salvador. ‘Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan e insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo’.  
Leía estos días las declaraciones de un actor de nuestro tiempo y español, que había adquirido cierta fama por su participación en series de televisión - ‘7 vidas’ -, que ahora se ve proscrito porque se ha manifestado públicamente como católico. ‘He perdido oportunidades por ser católico’, confiesa. No le ha importando que se le cierren muchas puertas, porque como dice él, otras se le abrirán, pero es fiel a su fe y a sus convicciones religiosas y cristianas.
Escuchemos nosotros con fe esta Palabra de Jesús que conforta nuestros corazones y nos llena de esperanza. Venimos hasta Jesús desde nuestra pobreza y nuestra pequeñez, con nuestros sufrimientos y con nuestras limitaciones, con nuestra vida marcada también por el pecado porque así sentimos la mayor pobreza de nuestra vida que es nuestro pecado y nuestra fe débil en tantas ocasiones.

Abramos bien los oídos de nuestro corazón y sintamos esa paz que llena nuestro corazón cuando estamos con Jesús y dejémonos transformar por su Espíritu; la gracia de Dios llena nuestros corazones y nos hace renacer a nueva vida. Que nos manifestemos también valientemente como testigos de esa fe que anima nuestra vida sin temor a lo que puedan pensar de nosotros o nos puedan decir. Somos testigos del amor de Dios y eso no lo podemos callar.

martes, 10 de septiembre de 2013

Queremos tocar a Jesús con nuestra oración para llenarnos de su vida

Col. 2, 6-15; Sal.144; Lc. 6, 12-19
‘Subió a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios’. Lo vemos repetidas veces en el evangelio y es bueno que nos detengamos a contemplar esa escena. Todo tiene que estar en referencia a Dios, porque El es el primero, hemos reflexionado estos días. Así contemplamos a Jesús y el evangelista nos lo resalta sobre todo en momentos de especial trascendencia. Este es uno de esos momentos. Cómo tendríamos que aprender.
‘Cuando se hizo de día llamó a sus discípulos, escogiendo a doce de ellos y los nombró apóstoles’. A continuación el evangelista nos da la relación de los doce Apóstoles. Allí están todos los que le siguen, pero de entre ellos escoge a doce. Son los que van a estar más cerca de El porque a ellos les va a confiar una misión especial. ‘Los nombró apóstoles’, es decir, enviados. A ellos de manera especial los enviará en su nombre por todo el mundo. Ahora, sin embargo, van a estar en una especial cercanía. Le veremos como a ellos los instruye de manera especial; se los lleva aparte en muchas ocasiones.
Pero seguimos con el texto del evangelio. ‘Bajó Jesús del monte con los doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo…’ Allí han venido de diversas partes, de toda Palestina, porque los hay también de Judea y Jerusalén, pero hay también de más allá, porque los hay ‘de la costa de Tiro y de Sidón’, al norte, al borde del Libado y del mar mediterráneo.
‘Venían a oírlo y a que lo curara de sus enfermedades…’ Allí está Jesús, Palabra viva de Dios, trasmitiendo el mensaje de la salvación, la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo que seguiremos escuchando en los próximos días es paralelo al texto del sermón del monte que nos narraba san Mateo. Pero también se están realizando las señales del Reino. ‘Los atormentados por espíritus inmundos eran curados’. Jesús que vence el mal; van apareciendo las señales del Reino de Dios que llevará a plenitud en su muerte y resurrección.
‘Y la gente trataba de tocarlo, porque salía de El una fuerza que los curaba a todos’. Jesús es la Vida y la Salvación; el encuentro con Jesús nos llena de esa vida y de esa salvación. El evangelista nos lo expresa de esa manera, diciéndonos que todos deseaban tocarlo para llenarse de esa fuerza de Dios, de esa vida de Dios. Recordemos el caso de la mujer de las hemorragias que pensaba que con solo tocar la orla de su manto se llenaría de vida y salud; y así fue.
Quizá nosotros ahora también, mientras estamos en este encuentro con Jesús de nuestra Eucaristía y escuchando su Palabra, sentimos esos mismos deseos; queremos tocar a Jesús, porque queremos llenarnos de su vida. ¿No tendremos nosotros la oportunidad de hacerlo como lo hacía la gente que estaba a su lado entonces?
Sí podemos hacerlo; claro que podemos acercarnos a Jesús y tocarlo para llenarnos de vida. Vayamos al principio de este texto y de nuestra reflexión de hoy. Contemplábamos a Jesús orando a Dios. Ahí tenemos el medio y la forma; con nuestra oración podemos sentirnos inundados de esa vida de Dios, porque en fin de cuentas nuestra oración es inundarnos de su presencia. Lo tenemos en la oración como lo tenemos en toda celebración de los sacramentos. Hagamos en verdad de nuestra oración ese sentirnos llenos e inundados de la presencia de Dios.
Cómo tenemos que aprender a saborear nuestra oración, sintiendo de verdad la presencia de Dios. Qué importante la oración para nuestra vida. Cuidemos nuestra oración. No nos reduzcamos a repetir fórmulas aprendidas de memoria. Siempre decimos cómo  no podemos iniciar nuestra oración sin detenernos a hacer un acto de fe en la presencia de Dios.
Esa señal de la cruz con que iniciamos nuestras oraciones hemos de hacerlo con toda devoción, con toda fe, dándonos cuenta de cómo estamos invocando a Dios, invocando su presencia, la presencia de la Santísima Trinidad ante quien nos postramos en adoración profunda desde lo más hondo de nosotros mismos. Y esto no lo podemos hacer si lo hacemos a la carrera, sin fijarnos bien en lo que hacemos y decimos. Nunca las prisas fueron buenas en las cosas que queremos hacer en la vida con toda intensidad y nunca las carreras en nuestros momentos de oración son buenos porque terminaremos de una forma rutinaria y no siendo conscientes de la presencia de Dios en nosotros que nos llena de vida y de salvación.

Sintamos, sí, cuando estamos en oración que estamos como queriendo tocar a Dios, y Dios toca nuestra vida y nuestro corazón llenándonos de su vida.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Sembremos buenas semillas siendo positivos en nuestro pensamiento y en nuestra intención

Col. 1, 24-2, 3; Sal. 61; Lc. 6, 6-11
Lo que se plantean los letrados y los fariseos de estar acechando a Jesús para ver si curaba un sábado y que esto fuera motivo para estar cavilando qué hacer con Jesús quizá no sean planteamientos que hoy nosotros consideráramos lógicos ni usuales. Realmente lo que Jesús realizó de curar a un hombre de su mal, la parálisis de su brazo, nos puede parecer que entra dentro de lo normal porque en fin de cuentas es hacer el bien.
¿Qué es lo que estaba haciendo Jesús? simplemente manifestándonos lo que es su amor compasivo y misericordioso, el corazón compasivo y misericordioso de Dios. Ante El estaba un hombre con su sufrimiento, con sus limitaciones, con su brazo paralítico e inmediatamente se manifiesta el amor del Señor, curándolo. No entienden aquellos letrados y fariseos lo que Jesús hace, porque es un sábado, pero Jesús les hace la pregunta ¿Qué es lo que esta permitido o  no permitido un sábado? ¿hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?’ En su legalismo su corazón se ha cerrado al amor y no entienden lo que Jesús hace, curar aquel hombre de su limitación.
Ya sabemos que todo arrancaba de su concepción religiosa de la vida y de su manera de interpretar el cumplimiento de la ley del Señor que prescribía el descanso sabático prohibiendo cualquier tipo de trabajo. Pero, más allá de ese cumplimiento o no de las estrictas leyes, en el fondo nos damos cuenta de su no aceptación de Jesús y de su mensaje evangélico. La trasformación que Jesús pedía para el corazón de quien aceptase su mensaje, era algo que parecía no entrar en sus planes. De ahí sus maquinaciones, sus sospechas y desconfianzas, actitudes bien negativas que ennegrecen el corazón porque lo que están haciendo es poner malicia dentro de nosotros.
Creo que por ahí podría ir nuestra reflexión. Cuántas desconfianzas, sospechas y recelos tenemos en ocasiones en nuestra relación con los demás. Es una tentación fácil que nos acecha y que hemos de estar bien prevenidos para no caer en sus redes.
Nos cuesta aceptar a los otros y muchas veces porque quizá nosotros no somos capaces de tener buen corazón somos desconfiados de los demás, vemos quizá o malas intenciones o doble sentido en lo que los otros hacen y eso crea dentro de nosotros un enfriamiento en nuestra relación que terminará distanciándonos y viendo mal en el otro donde realmente no lo hay. Como nosotros hemos dejado meter la malicia en nuestro corazón, entonces siempre estaremos viendo malicia en el corazón de los otros. Una sospecha llena de desconfianza estropeado una amistad; es más, podemos decir que es un síntoma claro de esa falta de amor.
Muchas veces nos cuesta la convivencia, la relación con los otros. Y mucho más nos cuesta cuando tenemos actitudes negativas en el corazón. Es necesario que seamos capaces de ser positivos; y ser positivo es pensar siempre lo bueno y alejar de nosotros el mal deseo; ser positivo es pensar bien del otro y de la buena intención con que actúa; pensar en positivo es ser capaz de descubrir el amor y las cosas buenas que hacen los demás; pensar positivo es quitar la malicia de nuestro corazón para tener unos ojos limpios que no vean nunca malicia en los demás y en lo que hacen; pensar en positivo es creer en las personas, creyendo que aunque hayan cometido errores en la vida - todos los cometemos - son capaces, sin embargo, de enmendarse y de cambiar.

Cuántas veces decimos que queremos que nuestro mundo sea mejor. Comencemos por tener actitudes positivas en nuestra relación con los demás y estaremos sembrando buenas semillas que transformen nuestro mundo.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Condiciones para ser discípulo de Jesús

Sab. 9, 13-18; Sal. 89; Filemón, 9-10.12-17; Lc. 14, 25-33
‘¿Quién conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? ¿quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio si tú no le das sabiduría, enviando tu santo espíritu desde el cielo?’ Eran las preguntas que se hacía el sabio del Antiguo Testamento. Es lo que en el fondo nos preguntamos y pedimos cuando nos acercamos al Señor y queremos conocer su voluntad. Es la súplica, la oración que hemos de tener en nuestro corazón cuando venimos a escuchar su Palabra.
No acudimos a la Palabra de Dios buscando conocimientos o ciencias humanas; no buscamos la erudición de querer saber cosas ni el que tiene que explicar la Palabra del Señor a los demás ha de buscar simplemente explicaciones humanas, sino tratar de descubrir lo que el Señor quiere decirnos, lo que nos pide manifestándonos su voluntad. Por ello, esa ha de ser nuestra oración, invocar el Espíritu divino que nos dé esa sabiduría. Es lo que humildemente pido al Señor cuando me pongo a reflexionar sobre la Palabra para descubrir lo que el Señor quiere que os trasmita en mi reflexión. Siempre intento acercarme a la reflexión sobre la Palabra es un espíritu de fe y de oración.
Hemos escuchado en el evangelio que, mientras Jesús va subiendo a Jerusalén, mucha gente iba haciendo el mismo camino con El. ‘Mucha gente acompañaba a Jesús’, nos dice el evangelista. Pero, ¿serán en verdad todos discípulos, gente que quiere seguir a Jesús? Es lo que quiere plantear, cómo ser su discípulo. Es lo que trata de explicar Jesús. Hasta tres veces repite en lo que hoy le hemos escuchado ‘no puede ser mi discípulo’, si no se atiene a las exigencias que Jesús plantea. En la experiencia del evangelio vemos que muchos le escuchan, le aclaman en determinados momentos, pero pocos serán los que de verdad siguen y aman a Jesús hasta el final. A los propios discípulos más cercanos incluso les costó mucho y cuando llegó el momento de la pasión por allá andaban desorientados y hasta escondidos con miedo.
Y es que ese camino de seguir a Jesús hay que tomarselo en serio. No es seguirle porque todos le siguen; no es que soy cristiano porque aquí siempre todos hemos sido cristianos, todos estamos bautizados desde chiquititos. Es una decisión muy personal que hemos de tomar tras la invitación de Jesús a seguirle; una decisión personal y muy reflexionada. Hemos de saber bien lo que significa ser discípulo de Jesús, lo que comprende el ser cristiano. No se trata de dejarnos llevar, sino haber descubierto bien lo que Jesús significa para nosotros y lo que nos plantea el evangelio que ha de ser nuestra vida.
Para que lo entendamos Jesús nos propone dos pequeñas parábolas. La del hombre que quiere construir la torre o la del que va a hacer la guerra. Ha de detenerse previamente a reflexionar si podrá acabar la torre porque tiene todos los elementos necesarios; si podrá enfrentarse al enemigo porque tiene las armas y los ejércitos necesarios y suficientes para poder hacerlo. No sea que eche los cimientos y no pueda acabar la torre, o tenga que enviar legados para pedir condiciones de paz.
Tres cosas nos dice Jesús que son importantes y que tenemos que tener bien en cuenta. No se trata de renunciar sin más, porque además seguir a Jesús, ser cristiano no es cuestión simplemente de renunciar como si todo fuera malo; podríamos decir, que se trata de poner las cosas en su sitio. Queremos seguir a Jesús porque queremos vivir en el Reino de Dios - recordemos que ese fue su anuncio primero - y vivir el Reino de Dios tiene sus exigencias.
Además, si decimos Reino de Dios, es porque estamos reconociendo que Dios es nuestro único Señor, nuestro único Rey; nada tendría que estar por encima o ser primero. Es la primera de las exigencias, que el reconocimiento de Dios, el amor de Dios sea lo primero y todo lo que luego tengamos que vivir en nuestra realidad humana lo vivamos en esa referencia de Dios. No nos dice que no tengamos que amar al padre o a la madre, al hermano o la hermana, a la mujer o al marido, ni que no tengamos que amarnos a nosotros mismos. Muchas veces cuando interpretamos estas palabras de Jesús parece como si dijeramos que no podemos amar a los demás porque de lo contrario no seríamos discípulos de Jesús. Lo que nos está diciendo es ‘posponer’, porque el primer lugar es para Dios, y desde ese amor que le tenemos a Dios poniéndolo verdaderamente como centro de nuestra vida surge necesariamente el amor que le tengamos a los demás.
Fijémenos en las palabras de Jesús: ‘Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre o a su madre, a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mio’. Repito no nos dice que no los amemos, ni nos amemos a nosotros, sino que el amor primero, que luego será fuente de todo amor, es el amor que le tenemos a Dios. En el mandamiento del amor nos dirá o que amemos a los demás como nos amamos a nosotros mismos, o como nos ama Dios.
Luego nos dirá que ‘quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mio’. ¿Qué significa eso? No es llevar la cruz de Jesús, que ya también nos invitará a llevarla cuando por amor nos demos por los demás, sino llevar su propia cruz. Y llevamos la cruz detrás de Jesús, siguiendo a Jesús. Llevemos la cruz que podemos pensar en la vida dura a la que tenemos que enfrentarnos cada día; podemos pensar en nuestras responsabilidades y trabajos, aunque muchas veces se nos puedan hacer duros; podemos pensar en la cruz del sufrimiento, la enfermedad, los problemas a los que tenemos que enfrentarnos; podemos pensar, sí, en esa cruz del hermano que tratamos desde nuestro amor como buen cireneo ayudarsela a llevar.
No podemos rehuir la cruz, porque no podemos dejar de asumir la vida con sus problemas o con sus responsabilidades, con el esfuerzo de superación que hemos de vivir cada día o con esa ofrenda de amor que seremos capaces de hacer por los demás. En ese camino, con esa cruz, siguiendo detrás de Jesús, caminaremos somos sus discípulos. En el tenemos el ejemplo y la motivación.
En la tercera cosa que nos señala sí tenemos que aprender a valorar lo que verdaderamente es importante en la vida y nunca ninguna cosa material podemos convertirla en dios, en ídolo de nuestra vida. Aquí sí que nos habla de renuncia, porque no podemos servir a dos señores, como nos dirá en otro lugar del evangelio. No podemos servir a Dios y a las riquezas. Por eso, ‘el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío’.
Es necesario, pues, hacer una valoración; es cierto que tenemos que valernos de medios materiales en ese necesario uso e intercambio de lo que tenemos para buscar siempre una subsistencia y una vida digna. Pero no podemos ser esclavos del dinero; es más tenemos que darle una buena función a eso que tenemos para que nuestro tesoro no sean esos bienes materiales sino que en verdad lo depositemos en el cielo.
Por eso lejos de nosotros toda avaricia y toda codicia que nos encierre en nosotros mismos y nos esclavice bajo el dominio de la ambición por las cosas materiales y por las riquezas. Ya nos lo enseña en muchos lugares del evangelio. Recordemos lo que le pedía al joven rico que le preguntaba lo que había de hacer para alcanzar la vida eterna. Por eso, renunciar para despojarnos de esos apegos, pero para ponerlo en función también del bien que podamos hacer a los demás desde nuestro compartir generoso.
Queremos caminar con Jesús, queremos ser sus discípulos. Es algo serio que no podemos hacer de cualquier manera. Qué importante que nos vayamos empapando cada día más del mensaje y del espíritu del Evangelio. Qué importante también el que pidamos ese espíritu de sabiduría para conocer el designio de Dios.