El nombre de María está lleno de divina dulzura
Eclesiástico, 24, 17-22; Sal.: Lc. 1, 46-55; Lc. 1, 26-38
‘Y el nombre de la
joven era María…’ nos
dice el evangelista. Hoy nos gozamos en esta fiesta de María. El pasado 8 de septiembre
se celebraba la natividad de la Virgen María, y a los pocos días la liturgia
nos ofrece esta posibilidad de celebrar el santo nombre de María. Nos llenamos
de gozo al celebrar a María, la boca se nos llena de dulzura al pronunciar su
santo nombre y desde los más hondo de nosotros mismos queremos cantar la
alabanza del Señor que en María nos ha dado tal madre que nos ama y nos protege
y solo pronunciar su nombre nos aleja de los peligros porque es segura siempre
su protección maternal.
Cuando ella cantaba al Señor reconociendo y dando
gracias por las obras maravillosas que Dios en ella realizaba proféticamente,
podríamos decir, anunciaba esta alabanza que en su honor cantar todos los
pueblos y a través de todas las generaciones. ‘Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha
hecho cosas grandes en mí el Poderoso: su
nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación’.
María bendice al Señor, ‘su nombre es santo’, porque cuando en ella realiza tales
maravillas se está manifestando la misericordia del Señor para todos los
hombres. A través de María, porque Dios quiso fijarse en ella, nos llega aquel
en cuyo nombre alcanzamos la salvación. ‘No
hay otro nombre que pueda salvarnos, y ante el nombre de Jesús toda rodilla se
dobla en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua proclama Jesús es
el Señor, para gloria de Dios Padre’.
Pero como proclamaremos en el prefacio de esta fiesta ‘el Señor ha querido con amorosa providencia
que también el nombre de María estuviera con frecuencia en los labios de los
fieles’. Es el nombre de la madre y para un hijo no hay nombre más dulce
que el de su madre. San Alfonso María de Ligorio en su libro ‘las
glorias de María’ nos ofrece unas hermosas consideraciones en torno al
nombre de María recogiendo lo que tantos santos a lo largo de los tiempos han
dicho de manera hermosa del nombre de María.
‘El nombre de María
está lleno de divina dulzura’,
dice un autor, ‘es alegría para el
corazón, miel en los labios y melodía para el oído de sus devotos’. Y al
hablarnos de esa divina dulzura que destila del nombre de María nos dice que
quiere hablarnos ‘de la dulzura
saludable, consuelo, amor, alegría, confianza y fortaleza que da este nombre
para quienes lo pronuncian con fervor’.
Al hablarnos de ello nos quiere explicar como
pronunciar el nombre de María nos hace sentir una alegría honda y especial en
nuestro corazón porque nos está recordando por una parte el amor del Señor que
se manifiesta en María - ‘su misericordia
se manifiesta a sus fieles de generación en generación’ - pero al mismo
tiempo despierta en nosotros unos nuevos sentimientos de amor. Así recoge lo
que decía san Bernardo: ‘Oh excelsa, oh
piadosa, o digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan
dulce y tan amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se
inflame de amor a ti y a Dios; y solo con pensar en él, los que te aman se
sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte’.
Nombre de María, lleno de gracias y de bendiciones para
quienes lo invocan, consuelo para el afligido y que nos pone en camino de
salvación al que de él se había apartado, que conforta a los pecadores y llena
de esperanza de salvación sus corazones. Con el nombre de María en nuestros
labios nos sentimos fortalecidos frente a la tentación y podríamos recordar
aquí cómo la invocamos en las letanías: ‘Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de
la Alianza, Puerta del cielo, Estrella de la mañana, Salud de
los enfermos, Refugio de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Auxilio
de los cristianos…’ en las
que expresamos esa fortaleza y protección que con María a nuestro lado
sentimos.
Así nos explica que ‘como el respirar es señal de vida, así invocar con frecuencia el nombre de
María es señal o de que se vive en gracia de Dios o de que pronto se
conseguirá; porque este nombre poderoso tiene fuerza para conseguir la vida de
la gracia a quien devotamente lo invoca. En suma, este admirable nombre es,
como torre fortísima en que se verán libres de la muerte eterna, los pecadores
que en él se refugien; por muy perdidos que hubieran sido, con ese nombre se
verán defendidos y salvados’.
Así que,
aprovechemos siempre el hermoso consejo de san Bernardo: ‘En los peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que
no se te caiga de los labios, que no se te quite del corazón’. En suma,
llega a decir san Efrén, que ‘el nombre
de María es la llave que abre la puerta del cielo a quien lo invoca con
devoción’. Por eso tiene razón san Buenaventura al llamar ‘a María “salvación de todos los que la
invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la
salvación eterna’. ¿No la invocamos en las letanías como puerta del cielo?
Muchas más
cosas podríamos seguir meditando del santo y dulce nombre de María. Gocémonos
en su dulzura, llenémonos de su amor, sintámonos bendecidos de Dios cuando así
ha querido dárnosla por madre. La contemplamos, como diremos en el prefacio,
como estrella luminosa y la invocamos como madre en los peligros y en las
necesidades acudimos seguros a ella.
Amemos a María.
Que no falte nunca su santo nombre de nuestros labios. Ella siempre es intercesora
amorosa por nosotros y nunca nos sentiremos defraudados porque ella
siempre nos llevará a Jesús y nos
alcanzará como Madre mediadora la gracia de Jesús.
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