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miércoles, 11 de septiembre de 2013

Los pobres son evangelizados y de ellos es el Reino de los cielos

Col. 3, 1-11; Sal. 144; Lc. 6, 20-26
Ayer escuchábamos que cuando ‘Jesús bajó del monte con los doce, se paró en el llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón, que venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades’. Hoy se nos dice que ‘levantando los ojos hacia los discípulos’ les anuncia que serán dichosos y bienaventurados. Hace el anuncio de las Bienaventuranzas del Reino.
Cuando comenzó su predicación y se presentó allá en la sinagoga de Nazaret proclamó aquel texto de Isaías que hablaba del que venía ungido del espíritu para anunciar la Buena Nueva a los pobres y que los que sufrían y estaban esclavizados serían liberados porque llegaba el año de gracia del Señor. Es lo que se está cumpliendo por eso llamará dichosos y bienaventurados a los pobres y a los que sufren, a los que lloran y a los que son proscritos por los hombres por causa del Hijo del Hombre. De ellos es el Reino de los cielos y su pobreza y sufrimiento se transformará en gozo y plenitud profunda en la vida, y la recompensa será grande en el cielo.
¿Quiénes son los que siguen a Jesús y le escuchan y se llenan de su salvación? Aquellos que nada tienen y ahora ponen toda su confianza en el Señor. Han escuchado la Palabra de Jesús anunciando el Reino de los cielos y sus corazones se han llenado de esperanza. Reciben, sí, como una Buena Nueva, como una gran noticia de salvación la Palabra de Jesús. Se despierta la fe en sus corazones porque a nada lo tienen apegado. Desde la pobreza y el sufrimiento han escuchado el mensaje de alegría y esperanza del Evangelio de Jesús.
Será a los pobres y a los sencillos a quienes el Padre les revela allá en sus corazones los secretos del Reino de Dios; los que se creen sabios y satisfechos en sí mismos no podrán comprender ese misterio que se les revela. Recordamos otro momento del evangelio donde Jesús da gracias al Padre que se revela a los pequeños y a los sencillos, mientras se oculta a los sabios y entendidos.  
Ya hemos venido escuchando en el evangelio de cada día la oposición que Jesús va encontrando en aquellos que se creen seguros de sí mismos y no quieren aceptar la novedad del mensaje de Jesús. Se han creado un estilo de religión a su medida y todo serán pegas a lo nuevo que Jesús viene revelándonos. Le rechazan e incluso maquinarán contra Jesús queriendo quitarlo de en medio. ‘Ay de vosotros los ricos… los que ya estáis saciados… ya tenéis vuestro consuelo… haréis duelo y lloraréis…’ anuncia Jesús.
Y como el discípulo no es mayor que su maestro Jesús ahora nos anuncia que lo mismo que hicieron con El nos puede pasar a nosotros y si a El lo persiguieron hasta llevarlo hasta la cruz, los discípulos también serán perseguidos por la causa del Reino de los cielos porque también ponemos toda nuestra fe en Jesús como nuestro único salvador. ‘Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan e insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo’.  
Leía estos días las declaraciones de un actor de nuestro tiempo y español, que había adquirido cierta fama por su participación en series de televisión - ‘7 vidas’ -, que ahora se ve proscrito porque se ha manifestado públicamente como católico. ‘He perdido oportunidades por ser católico’, confiesa. No le ha importando que se le cierren muchas puertas, porque como dice él, otras se le abrirán, pero es fiel a su fe y a sus convicciones religiosas y cristianas.
Escuchemos nosotros con fe esta Palabra de Jesús que conforta nuestros corazones y nos llena de esperanza. Venimos hasta Jesús desde nuestra pobreza y nuestra pequeñez, con nuestros sufrimientos y con nuestras limitaciones, con nuestra vida marcada también por el pecado porque así sentimos la mayor pobreza de nuestra vida que es nuestro pecado y nuestra fe débil en tantas ocasiones.

Abramos bien los oídos de nuestro corazón y sintamos esa paz que llena nuestro corazón cuando estamos con Jesús y dejémonos transformar por su Espíritu; la gracia de Dios llena nuestros corazones y nos hace renacer a nueva vida. Que nos manifestemos también valientemente como testigos de esa fe que anima nuestra vida sin temor a lo que puedan pensar de nosotros o nos puedan decir. Somos testigos del amor de Dios y eso no lo podemos callar.

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