Los pobres son evangelizados y de ellos es el Reino de los cielos
Col. 3, 1-11; Sal. 144; Lc. 6, 20-26
Ayer escuchábamos que cuando ‘Jesús bajó del monte con los doce, se paró en el llano con un grupo
grande de discípulos y de pueblo procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la
costa de Tiro y Sidón, que venían a oírlo y a que los curara de sus
enfermedades’. Hoy se nos dice que ‘levantando
los ojos hacia los discípulos’ les anuncia que serán dichosos y
bienaventurados. Hace el anuncio de las Bienaventuranzas del Reino.
Cuando comenzó su predicación y se presentó allá en la
sinagoga de Nazaret proclamó aquel texto de Isaías que hablaba del que venía
ungido del espíritu para anunciar la Buena Nueva a los pobres y que los que
sufrían y estaban esclavizados serían liberados porque llegaba el año de gracia
del Señor. Es lo que se está cumpliendo por eso llamará dichosos y
bienaventurados a los pobres y a los que sufren, a los que lloran y a los que son
proscritos por los hombres por causa del Hijo del Hombre. De ellos es el Reino
de los cielos y su pobreza y sufrimiento se transformará en gozo y plenitud
profunda en la vida, y la recompensa será grande en el cielo.
¿Quiénes son los que siguen a Jesús y le escuchan y se
llenan de su salvación? Aquellos que nada tienen y ahora ponen toda su
confianza en el Señor. Han escuchado la Palabra de Jesús anunciando el Reino de
los cielos y sus corazones se han llenado de esperanza. Reciben, sí, como una
Buena Nueva, como una gran noticia de salvación la Palabra de Jesús. Se
despierta la fe en sus corazones porque a nada lo tienen apegado. Desde la
pobreza y el sufrimiento han escuchado el mensaje de alegría y esperanza del
Evangelio de Jesús.
Será a los pobres y a los sencillos a quienes el Padre
les revela allá en sus corazones los secretos del Reino de Dios; los que se creen
sabios y satisfechos en sí mismos no podrán comprender ese misterio que se les
revela. Recordamos otro momento del evangelio donde Jesús da gracias al Padre
que se revela a los pequeños y a los sencillos, mientras se oculta a los sabios
y entendidos.
Ya hemos venido escuchando en el evangelio de cada día
la oposición que Jesús va encontrando en aquellos que se creen seguros de sí
mismos y no quieren aceptar la novedad del mensaje de Jesús. Se han creado un
estilo de religión a su medida y todo serán pegas a lo nuevo que Jesús viene
revelándonos. Le rechazan e incluso maquinarán contra Jesús queriendo quitarlo
de en medio. ‘Ay de vosotros los ricos…
los que ya estáis saciados… ya tenéis vuestro consuelo… haréis duelo y lloraréis…’
anuncia Jesús.
Y como el discípulo no es mayor que su maestro Jesús ahora
nos anuncia que lo mismo que hicieron con El nos puede pasar a nosotros y si a
El lo persiguieron hasta llevarlo hasta la cruz, los discípulos también serán
perseguidos por la causa del Reino de los cielos porque también ponemos toda
nuestra fe en Jesús como nuestro único salvador. ‘Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan e insulten
y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el
cielo’.
Leía estos días las declaraciones de un actor de
nuestro tiempo y español, que había adquirido cierta fama por su participación
en series de televisión - ‘7 vidas’ -,
que ahora se ve proscrito porque se ha manifestado públicamente como católico. ‘He perdido oportunidades por ser católico’,
confiesa. No le ha importando que se le cierren muchas puertas, porque como
dice él, otras se le abrirán, pero es fiel a su fe y a sus convicciones
religiosas y cristianas.
Escuchemos nosotros con fe esta Palabra de Jesús que
conforta nuestros corazones y nos llena de esperanza. Venimos hasta Jesús desde
nuestra pobreza y nuestra pequeñez, con nuestros sufrimientos y con nuestras
limitaciones, con nuestra vida marcada también por el pecado porque así
sentimos la mayor pobreza de nuestra vida que es nuestro pecado y nuestra fe débil
en tantas ocasiones.
Abramos bien los oídos de nuestro corazón y sintamos
esa paz que llena nuestro corazón cuando estamos con Jesús y dejémonos
transformar por su Espíritu; la gracia de Dios llena nuestros corazones y nos
hace renacer a nueva vida. Que nos manifestemos también valientemente como
testigos de esa fe que anima nuestra vida sin temor a lo que puedan pensar de
nosotros o nos puedan decir. Somos testigos del amor de Dios y eso no lo
podemos callar.
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