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sábado, 10 de abril de 2010

Una Buena Noticia que hemos de llevar a toda la creación

Hechos, 4, 13-21;
Salmo, 117;
Mc. 16, 9-15

El evangelio de san Marcos es el más breve en los relatos de la resurrección del Señor. Prácticamente es el resumen que hoy hemos escuchado precedido del momento en que ‘María Magdalena, María la de Santiago y Salomé fueron el primer día de la semana, muy de madrugada, a la salida del sol al sepulcro con los aromas que habían comprado…’
Nos resume ahora el que no habían creído a María Magdalena cuando ella fue a anunciarles que estaba vivo y lo había visto; lo mismo los dos discípulos que habían ido caminando a una finca, a Emaús, a quienes también se les había y no lo creyeron. Finalmente es Jesús el que se les manifiesta ‘y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado’.
Pero ahora Jesús que se les ha manifestado les confía una misión: ‘Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación’. Ahora que lo habían visto resucitado y habían terminado por creer, esa Buena Noticia han de llevarla por todo el mundo. Es el envío que prácticamente en todos los evangelio escuchamos de labios de Jesús para que el Evangelio sea anunciado a todos los hombres, que creyendo que Jesús es el Hijo de Dios y nuestro Mesías Salvador han de alcanzar la vida eterna.
Es lo que los creyentes, verdaderos testigos de Cristo resucitado han hecho, han querido hacer a través de todas las generaciones. Es la misión que a nosotros también se nos confía. Así lo hicieron los apóstoles desde el primer momento y es lo que la Iglesia sigue haciendo a través de los tiempos. Es lo que nosotros hemos de hacer también.
El cumplimiento del mandato de Cristo no siempre fue fácil para los creyentes. No todos querrán escuchar esa Buena Noticia. Aunque la tengan delante de los ojos, no todos querrán aceptarla. Lo vemos hoy en el texto de los Hechos de los Apóstoles, que viene como a concluir todo el episodio de la curación del paralítico de la puerta Hermosa del templo.
Terminarán los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas por reconocer que el milagro es patente. ‘Es evidente que han hecho un milagro; lo sabe todo Jerusalén y no podemos negarlo…’ pero han de evitar que se siga difundiendo; han de evitar que se siga hablando del nombre de Jesús. Admirados y ‘sorprendidos por el aplomo de Pedro y Juan, sabiendo que eran hombres sin letras ni instrucción’, pretenden amedrentarlos prohibiéndoles mencionar el nombre de Jesús como Salvador.
Pero ya conocemos la valiente respuesta de los Apóstoles. Respuesta que sólo podemos entender porque están llenos del Espíritu que Jesús les había prometido y que habían recibido en Pentecostés; ellos que estaban escondidos y con las puertas cerradas en el Cenáculo. Pero ahora responderán con coraje y valor: ‘¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en lugar de a El? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos que contar lo que hemos visto y oído’. Han de obedecer a Dios antes que a los hombres.
Que el Señor nos dé ese coraje y valentía. Que sintamos el ardor del Espíritu en nuestro corazón. Que seamos en verdad sus testigos con nuestras palabras y nuestras obras, con nuestra vida toda. Es una exigencia de nuestra fe. Es la consecuencia lógica de quienes se sienten amados del Señor.

viernes, 9 de abril de 2010

Cristo resucitado, nuestra piedra angular y el fundamento de la Iglesia

Hechos, 4, 1-12;
Sal. 117;
Jn. 21, 1-14

Una primera impresión del hecho de que Pedro y algunos de los Apóstoles se volvieran de nuevo en Galilea a pescar pudiera parecernos como que Pedro y los discípulos se vuelven a la tarea de siempre retornando a la barca y a las redes que un día habían dejado para seguir a Jesús cuando los había llamado para ser pescadores de hombres.
Con ser totalmente legítima esta explicación, sin embargo en esta escena que concluye con la manifestación de Cristo resucitado podemos encontrar un hermoso mensaje con sentido eclesial.
Me explico. La barca, las redes, la pesca son imágenes que muchas veces hemos interpretado en referencia a la Iglesia. En esa barca en su travesía por el lago, o, si queremos, atravesando profundos mares podemos ver a la Iglesia, de la comunidad de los discípulos de Jesús en medio del mar de este mundo no siempre tan calmo y muchas veces azaroso y lleno de peligros.
Pedro se va a pescar y con él algunos de los discípulos que están en Galilea. ‘Me voy a pescar… vamos también nosotros contigo’. Y nos detalle el evangelista a ‘Tomás, apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos’.
La faena fue infructuosa hasta que desde la orilla del lago alguien les señala por donde han de lanzar las redes. Allí estaba Cristo resucitado, aunque por la distancia o la tenue luz del amanecer no lo reconozcan. Sin Jesús la tarea era infructuosa. Con Jesús todo cambia hasta el punto ‘que no tenían fuerzas para sacar la red, por la multitud de peces’.
Ahí va la primera lección para nosotros, para la Iglesia, que no seríamos nada, ni nada podríamos hacer de provecho si nos falta Jesús. la Iglesia sin Jesús no sería Iglesia; podría ser cualquier cosa, una reunión de amigos o una sociedad con unos fines determinados. Con Jesús es otra cosa, otra es su tarea y su misión, como otros serían también los frutos que se obtuvieran.
Será el discípulo amado – otra vez el amor por medio – el que reconozca a Jesús. El mejor camino para reconocer a Jesús que nos sale al encuentro de tantas maneras, en tantas ocasiones y en tantas personas. Pongamos las lentes del amor en nuestros ojos, pongamos el filtro del amor en nuestro corazón. Veremos a Jesús, conoceremos y reconoceremos al Señor que viene a nuestro encuentro.
‘Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua’, porque le impacientaba el ir remando o tirando de las redes. Quería llegar pronto hasta Jesús. quería estar a su lado. Cómo tenemos que correr hasta Jesús para estar con El. Sin El nada somos; en su palabra, con su fuerza, con su gracia cuánto podemos hacer.
Es nuestra piedra angular, aunque sea desechada por los arquitectos, aunque sea desechada por tantos que se creen sabios y entendidos. Sólo los sencillos pueden conocer las cosas de Dios, porque es a ellos a quienes Dios se revela de manera especial. El es el verdadero fundamento de nuestra vida. El que lo es todo para nosotros.
Sigamos sintiendo el gozo de la Pascua, de la presencia de Cristo resucitado. Que siga saliéndonos a nuestro encuentro cuando nos vayamos a la pesca, cuando estemos en nuestras responsabilidades o cuando queramos hacer algo por los demás. El sigue saliendo al encuentro de su Iglesia, en medio de ella está y ahí tenemos que saber reconocerle.

jueves, 8 de abril de 2010

Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras

Hechos, 3, 11-26;
Sal. 8;
Lc. 24, 35-48

‘Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras’.
Volvemos a contemplar hoy una manifestación de Cristo resucitado a los discípulos. Allá están comentado ‘lo que les había pasado por el camino a los que se habían ido a Emaús, y cómo lo habían reconocido al partir el pan’. Jesús se manifiesta en medio de ellos pero vuelve a decirnos el evangelista que ‘llenos de miedo por la sorpresa creían ver un fantasma’. Seguían las dudas en su interior. Jesús tendrá que convencerles que no es un fantasma dejando que palpen sus manos y sus pies y comiendo en su presencia. Y el mismo les explicará todo lo sucedido.
A nosotros con nuestra perspectiva nos puede parecer incomprensible aquella cerrazón de los discípulos y apóstoles para comprender el hecho de la resurrección. Jesús lo había anunciado repetidamente, pero era algo nuevo lo que estaba sucediendo y el trauma por lo sucedido en el calvario era fuerte y marcaba su corazón. Vamos a escuchar repetidas veces que andaban con miedo y con las puertas cerradas. Y ¿si los judíos arremetían contra ellos pues eran sus discípulos? Comprendamos que aún no habían recibido el don del Espíritu prometido.
‘Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras’, dice el evangelista, como ya hemos citado. Que nos abra el entendimiento a nosotros también; y que nos abra el corazón. Que nos dé el don de su Espíritu, porque como había anunciado antes de su muerte nos lo enseñará todo. Porque a nosotros también nos cuesta a pesar del testimonio de los apóstoles que la Iglesia nos ha trasmitido, y a pesar del don del Espíritu que hemos recibido. Pero también nos llenamos de dudas. Que se nos acaben las dudas y los temores. Que en verdad nos sintamos seguros en nuestra fe a pesar de nuestra debilidad.
‘Vosotros sois testigos de esto’, terminaba diciéndoles Jesús. Nos lo dice a nosotros también. Ejemplo tenemos en la valentía de Pedro como hemos escuchado en los Hechos de los Apóstoles. Tras la curación del paralítico – lo escuchábamos ayer – la gente se arremolina curiosa alrededor de Pedro y Juan y es la ocasión para hacer el anuncio de Jesús.
Un anuncio fuerte en las palabras de Pedro pero que al mismo tiempo se convierte en una invitación a la conversión y a creer en Jesús. No es por su propio poder por lo que ellos han realizado aquel hecho maravilloso. Ha sido en nombre de Jesús. ‘El Dios de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato… Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos. Como éste que veis aquí y que conocéis, ha creído en su nombre, su nombre le ha dado vigor, su fe le ha restituido completamente la salud a vista de todos vosotros’.
Terminará el apóstol invitándolos a la conversión. ‘Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados’. En cierto modo los disculpa por la ignorancia, y por grande que fuera su pecado, en el Señor pueden encontrar el perdón. ‘Dios resucitó a su siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros, para que os traiga la bendición si os apartáis de vuestros pecados’.
Palabras consoladoras para nosotros. Creemos en Jesús y queremos seguirle. Ahora vivimos con entusiasmo este tiempo pascual y estamos proclamando con intensidad nuestra fe en Cristo resucitado. Pero ya conocemos nuestra debilidad. Tantas veces volvemos nuestros pasos hacia atrás, para caer de nuevo en el pecado. Es nuestra debilidad, pero está también la gracia del Señor que está dispuesto a regalarnos su bendición, su salvación, el perdón de nuestros pecados si nos volvemos a El con arrepentimiento y deseos de conversión.

miércoles, 7 de abril de 2010

Dejémonos enseñar por el Espíritu y llegaremos a reconocer a Jesús

Hechos, 3, 1-10;
Sal. 104;
Lc. 24, 13-35

‘Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús… y Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo…’
Ya sabemos cómo se entabló la conversación; la pregunta de Jesús por qué andaban preocupados, la respuesta de ellos si acaso era el único forastero que no se había enterado lo que había pasado y las sucintas explicaciones que denotaban sus esperanzas y desesperanzas, la confianza que habían puesto en Jesús y cómo todo se había venido abajo.
No creyeron el mensaje que habían traído las mujeres que habían ido temprano al sepulcro, pero no eran ellos solos los que estaban con los ojos incapaces para reconocerlo. Le había sucedido a María Magdalena que lo había confundido con el encargado del huerto. Creerían ver un fantasma más tarde los discípulos cuando estén todos juntos y Jesús se les manifieste. Tomás querrá palpar con sus manos, meter lo dedos en las heridas, su mano en la llaga del costado. Incluso más tarde en el lago no serán capaces de verlo y reconocerlo mientras están en su faena de pesca.
‘¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!’ Era necesario creer en lo anunciado por las Escrituras. Juan y Pedro comenzarían a creer cuando fueron al sepulcro y lo vieron vacío. Pero a nosotros también nos puede costar creer con tantas cosas que oímos a nuestro alrededor o con tantas cosas que puedan suceder en nuestro mundo o en nuestra misma Iglesia que nos pueda hacernos sentir defraudados de alguna manera por alguna cosa.
Dejemos que el Señor venga a nosotros en nuestros caminos tantas veces llenos de oscuridades y sombras; venga a nosotros también nos explique las Escrituras. ‘Comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a El en toda la Escritura’. ¡Qué mejor Maestro y guía! Su Espíritu sigue iluminándonos para que comprendamos las Escrituras, para que conozcamos cada vez más hondamente a Jesús, para que seamos capaces de reconocerlo tal como se nos manifiesta, para que nuestra fe sea siempre firme en su resurrección. Es algo importante. Y su Espíritu nos habla a través del magisterio de la Iglesia; y va llegando a lo hondo de nuestro corazón dándonos ese fuego de la sabiduría divina, aunque no siempre sepamos captarlo.
Más tarde dirán aquellos discípulos cómo sentían arder su corazón mientras El les hablaba por el camino. Ojalá sepamos nosotros discernir ese ardor del corazón que tantas veces también nosotros podamos sentir. No lo echemos en saco roto. El Espíritu iba moviendo el corazón de aquellos hombres, que finalmente se abrieron a la generosidad para no dejar marchar al caminante solo por aquellos caminos que podían ser peligrosos. ‘Quédate con nosotros que se hace tarde…’
Que así abramos nuestro corazón, que así sintamos nosotros también deseos de estar con Jesús, que Jesús se quede con nosotros. Que abramos nuestro corazón a la generosidad, a la disponibilidad, al amor para compartir y para hacer un hueco al hermano en el hogar de nuestro corazón. Algunas veces estamos tan llenos de cosas que no le damos cabida al hermano, o lo que es lo mismo, no le damos cabida al Señor en nuestra vida.
Al final le reconocieron al partir el pan, como no podía ser menos; como tenemos que saber reconocerlo nosotros siempre en la celebración de la Eucaristía. Pero aquel reconocimiento no fue para quedarse ellos sentados y tranquilitos en sus cosas o en sus casas. Corrieron de nuevo a Jerusalén porque todo aquello había que compartirlo con los hermanos. ‘Era verdad, ha resucitado el Señor…’ Llevaban la noticia y se encontraron también con esa Buena Nueva.
Cuando estamos convencidos de que Cristo resucitó y es el verdadero y único Señor de nuestra vida aprenderemos también una cosa. Que en su nombre podemos hacer muchas cosas, en su nombre podemos hacer maravillas. Es lo que vemos hacer a Pedro y a Juan con el paralítico de la puerta Hermosa del que nos habla el libro de los Hechos de los Apóstoles hoy.

martes, 6 de abril de 2010

He visto al Señor y ahora todo es distinta con la gracia incomparable del bautismo recibido

Hechos, 2, 36-41;
Sal. 32;
Jn. 20, 11-18

‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?
’ son las preguntas primero de ‘los ángeles, vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús’, y del mismo Jesús que aparece allí junto a ella, aunque no lo reconoce, ‘tomándolo por el encargado del huerto’.
‘Se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto… si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto, y yo lo recogeré’. Al escuchar que la llaman por su nombre, ‘¡María!’, lo reconocerá, ‘¡Rabóni!’, y se echará a sus pies. ‘He visto al Señor y me ha dicho esto’, correrá a contarle a los discípulos.
Entrañable escena la que nos ofrece el evangelio hoy. Seguimos contemplando las manifestaciones de Cristo resucitado. Hemos de cuidar que no se nos cieguen a nosotros también los ojos y no seamos capaces de reconocer al Señor. El viene a nosotros, se nos manifiesta y se nos manifiesta de muchas maneras. A María Magdalena le parecía que era el hortelano. A nosotros no es que nos parezca que es éste o el otro, sino que sabemos que en cualquiera que pase a nuestro lado hemos de saber reconocer al Señor. Y de manera especial en el pobre o en el que sufre.
¡Cuántas oportunidades tenemos de encontrarnos con el Señor y expresar nuestra fe y nuestro amor! Hemos de saber estar atentos. Porque confesaremos nuestra fe en El en la medida en que lo expresemos con nuestro amor. Ya sabemos lo que nos ha dicho El a lo largo del Evangelio, dónde y cómo tenemos que reconocerlo, a quien hemos de manifestar nuestro amor para expresar hondamente el amor que a El le tenemos.
Fijémonos también en lo que se nos dice en los Hechos de los Apóstoles. Pedro ha anunciado valientemente el nombre de Jesús. 'Todo Israel esté cierto de que el mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías’. A la gente se le ha movido el corazón y quieren comenzar a creer en Jesús. ¿Qué han de hacer? ‘Preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿qué tenemos que hacer hermanos?’ Conversión y bautismo. Dar la vuelta al corazón y la vida para comenzar a creer de verdad que Jesús es nuestro Salvador, creer que es el Hijo de Dios que nos está manifestando todo el amor que Dios nuestro Padre nos tiene, y recibir el Bautismo.
Nosotros escuchamos también el anuncio, lo seguimos escuchando y queriendo hacerlo vida de nuestra vida en esta Pascua que estamos viviendo. Hemos querido dar pasos de conversión en este camino cuaresmal que hemos hecho y nos ha conducido a la Pascua. La conversión es una actitud y una tarea que ya la tomamos como normal en nuestra vida. Es una actitud permanente en nosotros. Y no podemos ahora bajar la guardia sino querer seguir vivir con toda intensidad esa vuelta al Señor, buscando siempre mejorar la santidad de nuestra vida.
Nosotros estamos bautizados, y nos podría parecer que ya a nosotros poco nos dicen entonces esas indicaciones que hacen los apóstoles a la petición de la gente que han sentido como se les ha movido el corazón. Pero en nosotros también tienen que estar presentes esas cosas. Ahora mismo en la pascua, en la noche de la vigilia pascual recordamos nuestro Bautismo e hicimos una renovación de nuestras promesas bautismales. Hemos de seguir recordando, pues, nuestra condición de bautizados. Para vivirlo.
En la oración de después de la comunión vamos a pedir al Señor, quizá recordando a los que han recibido el bautismo en esta Pascua, pero que nos puede valer perfectamente a todos los bautizados. ‘Concede a estos hijos tuyos que han recibido la gracia incomparable del Bautismo, poder gozar un día de la felicidad eterna’.
Fijaos cómo nos habla de la gracia incomparable del Bautismo. Qué grande es su valor, que no lo podemos comparar con nada. Qué grandeza nos ha conferido, pues que un día podamos alcanzar esa felicidad eterna. Día a día vivimos nuestra condición de bautizados, y deseamos y esperamos alcanzar la plenitud del Reino de Dios.

lunes, 5 de abril de 2010

Continúa la pascua: Dios lo resucitó y nosotros somos testigos

Hechos, 2, 14.22-32;
Sal. 15;
Mt. 28, 8-15

Estamos entrando en la octava de Pascua. Eso significa que seguimos viviendo el mismo gozo y alegría por la resurrección del Señor que se van a prolongar por estos ocho días con una intensidad semejante.
Realmente ayer tanto en la palabra proclamada en la noche de la vigilia pascual como en la Misa de Pascua lo que escuchamos en el evangelio era el anuncio de los ángeles de que Cristo había resucitado y el testimonio de la tumba vacía. Tanto María Magdalena que llora porque se han llevado el cuerpo de Jesús y no saben donde lo han puesto, como el testimonio de Pedro y Juan que simplemente encuentran la tumba vacía y las vendas por el suelo y el sudario enrollado aparte. Sin embargo Juan vio y creyó y comenzaron a entender lo anunciado por la Escritura, que Jesús había de resucitar de entre los muertos.
Ahora durante la semana en la Eucaristía de cada día en el evangelio proclamado iremos ya contemplando las diversas manifestaciones de Cristo resucitado que irán haciéndonos ahondar en nuestra fe en Jesús, resucitado de entre los muertos. No es hora de hacer excesivos comentarios sino yo diría de ir rumiando lo que nuestra fe nos dice y lo que vamos contemplando en el evangelio, esas diferentes manifestaciones de Cristo resucitado. No es momento de entrar en demasiados razonamientos sino en este caso dejarnos impregnar por la presencia de Cristo resucitado en medio de nosotros, tal como lo vamos contemplando en el evangelio.
Iremos escuchando los relatos de los diferentes evangelistas que de alguna manera se complementan unos a otros. Según lo que nos dice hoy Mateo, después del anuncio del ángel que les manifiesta que si buscan a Jesús, el crucificado allí no lo van a encontrar porque ha resucitado y les señala que anuncien a los discípulos este mensaje para que vayan a Galilea donde le verán, ‘se marcharon a toda prisa del sepulcro, impresionados y llenas de alegría, y corrieron a anunciárselo a los discípulos’.
Pero ahora es Jesús el que les sale al encuentro. ‘Alegráos… No tengáis miedo…’ es el saludo de Jesús. Con Jesús se alejan todos los temores; con Jesús nos llenaremos siempre de alegría y de paz. Pero también el mismo encargo. ‘Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán’. Son mensajeras que han de llevar este anuncio a los apóstoles. Luego serán ellos los testigos de Cristo resucitado que lo anunciarán al mundo.
Es lo que hemos escuchado en la primera lectura y seguiremos escuchando durante esta semana y todo el tiempo pascual que iremos leyendo como primera lectura el libro de los Hechos de los Apóstoles. ‘Os hablo de Jesús nazareno… a quien Dios resucitó rompiendo las ataduras de la muerte… Dios resucitó a este Jesús y nosotros somos testigos’. Es el primer anuncio que Pedro hace en Pentecostés después de recibir al Espíritu Santo.
Ahí nos quedamos nosotros contemplando y convirtiéndonos también en testigos. Somos testigos de Cristo resucitado porque bien hondo lo hemos sentido dentro de nosotros en estos días. Y ese ha de ser también nuestro anuncio constante. Empapémonos de Cristo resucitado para que lo llevemos a los demás con el testimonio de nuestra vida.

domingo, 4 de abril de 2010

Cristo ha resucitado, que florezcan las flores de la nueva primavera


Hechos, 10, 34.37-43;
Sal. 117;
1Cor. 5, 6-8;
Jn. 20, 1-9

‘En verdad ha resucitado el Señor, aleluya. A El la gloria y el poder por toda la eternidad’. Es la noticia, la gran noticia que hoy corre, tiene que correr de boca en boca o a todo pulmón allí donde hay un cristiano. Es la Pascua. Es nuestro gozo y nuestra alegría honda. Es nuestra fiesta. Es nuestra vida y el sentido de todo. Ha resucitado el Señor.
Es la noticia del Evangelio. Es ‘el primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro’. Comienzan las carreras. ¿Las carreras para ver quien tenía la fe más grande, el amor más fuerte? Su amor – porque había amado mucho se le había perdonado mucho - la había llevado muy temprano al sepulcro, pero ‘se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos donde lo han puesto’. El evangelista nos da un detalle, ‘aún estaba oscuro’ que podría bien significar que aunque su amor por Jesús era grande algo podía fallar en su fe para hacerla dudar de lo que tanto Jesús había anunciado, su resurrección.
Lleva la noticia a los apóstoles y correrá Pedro, el que tenía un amor muy ardiente por el Señor y correrá Juan, el discípulo amado camino también del sepulcro. Se quedará éste a la entrada del sepulcro aunque fuera el más veloz, y entrará Pedro. Allí ‘vio la vendas por el suelo y el sudario enrollado aparte’. Entrará Juan ‘y vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido la Escritura que El había de resucitar de entre los muertos’. Se despertó en sus corazones la fe en la resurrección de Jesús. era verdad, había resucitado el Señor. Más tarde vendrían los encuentros con Jesús, las primeras apariciones de Cristo resucitado.
Nosotros venimos cantando nuestra alegría desde anoche, desde la vigilia pascual. Los ‘aleluyas’ se repiten y no nos cansamos de aclamar al Señor. ‘En verdad ha resucitado el Señor. A El la gloria y el poder por toda la eternidad’. Y es que con Cristo nosotros también nos sentimos resucitados. En Cristo resucitado sentimos la vida nueva que El nos da. Somos los hombres nuevos de la Pascua. A El nos unimos en nuestro bautismo ‘para ser sepultados con El, para que así como Cristo resucitó de entre los muertos, así nosotros andemos en una vida nueva’, como escuchábamos anoche.
Estamos hoy rebosantes de gozo pascual. Contemplamos a Cristo, vencedor de la muerte y que a nosotros nos hace también resucitar. Nos sentimos renovados por su Espíritu para resucitar en el reino de la luz y de la vida, como hemos pedido en la oración litúrgica. Ya para siempre en nosotros la vida nueva de la gracia y lejos de nosotros el pecado.
Anoche proclamábamos que ‘quienes confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos’. Así nos sentimos nosotros en esta mañana de Pascua después del camino de renovación que emprendimos a través de toda la cuaresma, tras la vivencia intensa de toda la pasión y de la muerte del Señor en estos días pasados, sintiendo ahora el gozo profundo de la resurrección del Señor, y de la vida nueva en nuestros corazones.
Están rotas ya las cadenas de la muerte. Cristo asciende victorioso del abismo y nos lleva con El a una vida nueva. Por eso dejamos atrás la vieja levadura – la de la corrupción y el pecado - porque tenemos que ser masa nueva, como nos ha dicho hoy san Pablo. ‘Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo’. La verdad, la sinceridad, la fe, el amor serán hermosos sabores de ese pan nuevo de la pascua.
Pero esta noticia como esta vida nueva de Cristo resucitado no nos la podemos quedar para nosotros. Somos testigos y los testigos tienen que dar testimonio. Somos resucitados con Cristo y hemos de llenar el mundo de resurrección. Hoy es Pascua, pero la Pascua no se puede quedar reducida a este día ni será ya sólo para nosotros. Litúrgicamente seguiremos celebrándola con gran intensidad durante cincuenta días hasta Pentecostés. Pero es que para un cristiano que ha vivido intensamente la pascua, ya la pascua no se tiene que terminar. Como hombre de pascua todo cristiano tiene que manifestarse al mundo para llevar el perfume de Cristo que inunde y empape cuando nos rodea.
Cuando nos veníamos preparando para la Pascua en nuestro camino cuaresmal en un momento reflexionamos y decíamos que en la primavera de la pascua nuevas flores tenían que florecer. Estamos ya en la primavera de la pascua, adornamos hoy nuestros altares con muchas flores para significar la alegría de la pascua que estamos viviendo. Pero ya sabemos; hemos de hacer surgir esas nuevas flores de la pascua en nuestro mundo. Que su perfume en verdad nos inunde y nos contagie.
Decíamos entonces que el Señor quiere hacer que los desiertos de nuestra vida ya no sean desiertos porque florezcan flores de vida en nosotros prometedores de hermosos frutos. Son esas nuevas actitudes de vida que tienen que ir floreciendo en nosotros. Para siempre ya la generosidad, el perdón, el amor, la concordia, la paz, la dicha para todos. Seamos, pues, sembradores de esperanza y defensores de la vida. Construyamos un mundo de más amor y fraternidad. Es decir, seamos testigos de Cristo resucitado, seamos a la vez sembradores y semillas de resurrección. Trasmitamos a todos nuestro hondo convencimiento, aunque al mundo le cueste creer.
‘Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua’, hemos proclamado en la hermosa secuencia de este día. Es lo que hacemos ahora en esta celebración solemne de la Eucaristía en esta mañana de Pascua. Celebrémosla y vivámosla con hondura, poniendo toda la intensidad de nuestra fe y de nuestro amor. Aclamemos y pidámosle al Señor ‘Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa’.