Hechos, 2, 36-41;
Sal. 32;
Jn. 20, 11-18
‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?’ son las preguntas primero de ‘los ángeles, vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús’, y del mismo Jesús que aparece allí junto a ella, aunque no lo reconoce, ‘tomándolo por el encargado del huerto’.
‘Se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto… si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto, y yo lo recogeré’. Al escuchar que la llaman por su nombre, ‘¡María!’, lo reconocerá, ‘¡Rabóni!’, y se echará a sus pies. ‘He visto al Señor y me ha dicho esto’, correrá a contarle a los discípulos.
Entrañable escena la que nos ofrece el evangelio hoy. Seguimos contemplando las manifestaciones de Cristo resucitado. Hemos de cuidar que no se nos cieguen a nosotros también los ojos y no seamos capaces de reconocer al Señor. El viene a nosotros, se nos manifiesta y se nos manifiesta de muchas maneras. A María Magdalena le parecía que era el hortelano. A nosotros no es que nos parezca que es éste o el otro, sino que sabemos que en cualquiera que pase a nuestro lado hemos de saber reconocer al Señor. Y de manera especial en el pobre o en el que sufre.
¡Cuántas oportunidades tenemos de encontrarnos con el Señor y expresar nuestra fe y nuestro amor! Hemos de saber estar atentos. Porque confesaremos nuestra fe en El en la medida en que lo expresemos con nuestro amor. Ya sabemos lo que nos ha dicho El a lo largo del Evangelio, dónde y cómo tenemos que reconocerlo, a quien hemos de manifestar nuestro amor para expresar hondamente el amor que a El le tenemos.
Fijémonos también en lo que se nos dice en los Hechos de los Apóstoles. Pedro ha anunciado valientemente el nombre de Jesús. 'Todo Israel esté cierto de que el mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías’. A la gente se le ha movido el corazón y quieren comenzar a creer en Jesús. ¿Qué han de hacer? ‘Preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿qué tenemos que hacer hermanos?’ Conversión y bautismo. Dar la vuelta al corazón y la vida para comenzar a creer de verdad que Jesús es nuestro Salvador, creer que es el Hijo de Dios que nos está manifestando todo el amor que Dios nuestro Padre nos tiene, y recibir el Bautismo.
Nosotros escuchamos también el anuncio, lo seguimos escuchando y queriendo hacerlo vida de nuestra vida en esta Pascua que estamos viviendo. Hemos querido dar pasos de conversión en este camino cuaresmal que hemos hecho y nos ha conducido a la Pascua. La conversión es una actitud y una tarea que ya la tomamos como normal en nuestra vida. Es una actitud permanente en nosotros. Y no podemos ahora bajar la guardia sino querer seguir vivir con toda intensidad esa vuelta al Señor, buscando siempre mejorar la santidad de nuestra vida.
Nosotros estamos bautizados, y nos podría parecer que ya a nosotros poco nos dicen entonces esas indicaciones que hacen los apóstoles a la petición de la gente que han sentido como se les ha movido el corazón. Pero en nosotros también tienen que estar presentes esas cosas. Ahora mismo en la pascua, en la noche de la vigilia pascual recordamos nuestro Bautismo e hicimos una renovación de nuestras promesas bautismales. Hemos de seguir recordando, pues, nuestra condición de bautizados. Para vivirlo.
En la oración de después de la comunión vamos a pedir al Señor, quizá recordando a los que han recibido el bautismo en esta Pascua, pero que nos puede valer perfectamente a todos los bautizados. ‘Concede a estos hijos tuyos que han recibido la gracia incomparable del Bautismo, poder gozar un día de la felicidad eterna’.
Fijaos cómo nos habla de la gracia incomparable del Bautismo. Qué grande es su valor, que no lo podemos comparar con nada. Qué grandeza nos ha conferido, pues que un día podamos alcanzar esa felicidad eterna. Día a día vivimos nuestra condición de bautizados, y deseamos y esperamos alcanzar la plenitud del Reino de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario