Hechos, 2, 14.22-32;
Sal. 15;
Mt. 28, 8-15
Estamos entrando en la octava de Pascua. Eso significa que seguimos viviendo el mismo gozo y alegría por la resurrección del Señor que se van a prolongar por estos ocho días con una intensidad semejante.
Realmente ayer tanto en la palabra proclamada en la noche de la vigilia pascual como en la Misa de Pascua lo que escuchamos en el evangelio era el anuncio de los ángeles de que Cristo había resucitado y el testimonio de la tumba vacía. Tanto María Magdalena que llora porque se han llevado el cuerpo de Jesús y no saben donde lo han puesto, como el testimonio de Pedro y Juan que simplemente encuentran la tumba vacía y las vendas por el suelo y el sudario enrollado aparte. Sin embargo Juan vio y creyó y comenzaron a entender lo anunciado por la Escritura, que Jesús había de resucitar de entre los muertos.
Ahora durante la semana en la Eucaristía de cada día en el evangelio proclamado iremos ya contemplando las diversas manifestaciones de Cristo resucitado que irán haciéndonos ahondar en nuestra fe en Jesús, resucitado de entre los muertos. No es hora de hacer excesivos comentarios sino yo diría de ir rumiando lo que nuestra fe nos dice y lo que vamos contemplando en el evangelio, esas diferentes manifestaciones de Cristo resucitado. No es momento de entrar en demasiados razonamientos sino en este caso dejarnos impregnar por la presencia de Cristo resucitado en medio de nosotros, tal como lo vamos contemplando en el evangelio.
Iremos escuchando los relatos de los diferentes evangelistas que de alguna manera se complementan unos a otros. Según lo que nos dice hoy Mateo, después del anuncio del ángel que les manifiesta que si buscan a Jesús, el crucificado allí no lo van a encontrar porque ha resucitado y les señala que anuncien a los discípulos este mensaje para que vayan a Galilea donde le verán, ‘se marcharon a toda prisa del sepulcro, impresionados y llenas de alegría, y corrieron a anunciárselo a los discípulos’.
Pero ahora es Jesús el que les sale al encuentro. ‘Alegráos… No tengáis miedo…’ es el saludo de Jesús. Con Jesús se alejan todos los temores; con Jesús nos llenaremos siempre de alegría y de paz. Pero también el mismo encargo. ‘Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán’. Son mensajeras que han de llevar este anuncio a los apóstoles. Luego serán ellos los testigos de Cristo resucitado que lo anunciarán al mundo.
Es lo que hemos escuchado en la primera lectura y seguiremos escuchando durante esta semana y todo el tiempo pascual que iremos leyendo como primera lectura el libro de los Hechos de los Apóstoles. ‘Os hablo de Jesús nazareno… a quien Dios resucitó rompiendo las ataduras de la muerte… Dios resucitó a este Jesús y nosotros somos testigos’. Es el primer anuncio que Pedro hace en Pentecostés después de recibir al Espíritu Santo.
Ahí nos quedamos nosotros contemplando y convirtiéndonos también en testigos. Somos testigos de Cristo resucitado porque bien hondo lo hemos sentido dentro de nosotros en estos días. Y ese ha de ser también nuestro anuncio constante. Empapémonos de Cristo resucitado para que lo llevemos a los demás con el testimonio de nuestra vida.
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