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sábado, 13 de agosto de 2016

Nos hacemos como niños aprendiendo de su ternura, copiando su sonrisa en nuestros semblantes y poniendo confianza en nuestro corazón y viviremos el Reino de Dios

Nos hacemos como niños aprendiendo de su ternura, copiando su sonrisa en nuestros semblantes y poniendo confianza en nuestro corazón y viviremos el Reino de Dios

Ezequiel 18,1-10.13b.30-32; Sal 50; Mateo 19,13-15

‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’. Habían acudido muchas madres llevando a sus niños a Jesús para que los bendijera. Era una costumbre entre los rabinos. Pero allí están muy celosos del descanso de Jesús sus discípulos más cercanos. No querían que molestaran a Jesús, después quizá de aquellas largas caminatas por los caminos de Galilea y las intensas horas de estar hablando y enseñando a las gentes. No quiere Jesús que les impidan a los niños llegar hasta Él.
Seguro que aquellas bendiciones de Jesús eran bien distintas de las que quizá ritualmente hicieran los letrados y rabinos. Jesús amaba a los niños, les tenía en cuenta, se sentía a gusto entre ellos, nos los ponía como ejemplo de cómo tenemos que ser. ¿Qué ejemplo puede darnos un niño? Podrían pensar algunos. Pero Jesús dice que hay que hacerse como ellos para ser del Reino de los Cielos, para entender lo que es vivir el Reino de Dios.
La sonrisa de un niño cautiva el corazón, la ternura que manifiestan de forma espontánea nos mueve también a nosotros a sentimientos semejantes;  ¿quién no es tierno con un niño? El que no sabe vivir esa ternura es porque quizá ha ennegrecido demasiado el corazón o  lo ha llenado de tantas cosas que ya no hay cabida para el amor. ¿Quién no se conmueve ante la imagen de un niño que camina confiado porque sabe que su padre lo lleva de la mano y con él a su lado nada le puede pasar? La alegría con que el niño se expresa cuando va caminando al lado de aquel en quien confía es contagiosa y nos hace mirar las cosas con otros ojos, con una mirada distinta; no tiene malicia en su corazón y no es capaz de actuar con malicia aunque realice las travesuras de un niño que siempre estaremos dispuestos a perdonar.
Antes nos preguntábamos qué ejemplos nos puede dar un niño y pienso que recordando estas cosas que hemos ido haciendo mención podríamos estar descubriendo, sí, cuantas cosas podemos aprender de un niño. Necesitamos ese corazón puro y limpio para poder contemplar a Dios. Ya nos lo decía Jesús en las bienaventuranzas, ‘dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios’. Y Jesús nos dirá en otro momento advirtiéndonos de qué no les hagamos daño, porque sus Ángeles están contemplando siempre el rostro de Dios; yo lo traduciría en los ojos puros de un niño podemos contemplar ese rostro de Dios.
¿Por qué no andar nosotros confiados, como si fuéramos de la mano, poniendo toda nuestra vida en las manos de Dios que es nuestro Padre? Recordemos cómo en otro momento Jesús nos hablará de la providencia de Dios que cuida de nosotros que somos sus hijos mucho más que de unas flores que hace florecer en nuestros campos, o unos pajarillos que cruzan nuestros aires y nos alegran con sus cantos.
Sintiendo el amor que Dios nos tiene, que es un amor de Padre, ¿no tendrá que brotar también la ternura en nuestro corazón? Hablábamos de la ternura y de la maravillosa sonrisa del rostro de un niño, y tendríamos que pensar que si lleváramos esa sonrisa en nuestros labios y en nuestro semblante con todo aquel que nos encontráramos en los caminos de la vida, haríamos un mundo mucho más hermoso y capaz de ser feliz.
‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’ eran las palabras de Jesús con las que comenzábamos este comentario. ¡Cuánto podemos aprender!

viernes, 12 de agosto de 2016

La sublimidad de darse y entregarse por el ser que amamos que llega a convertirse en sacramento del amor y la presencia de Dios en nosotros

La sublimidad de darse y entregarse por el ser que amamos que llega a convertirse en sacramento del amor y la presencia de Dios en nosotros

Ezequiel 16, 1-15.60.63; Sal. Is 12, 2-3.4bcd.5-6; Mateo 19, 3-12

Amar no siempre es fácil. Hemos de reconocerlo sin miramientos ni complejos. Podemos llamar amar a muchas cosas, pero tendríamos que ver si realmente es amor. Amar entraña un darse, una donación de si mismo, un ir al encuentro del otro, un hacer suyos sus sentimientos porque ya me importa él (o ella) más que yo, no es anularse pero sí aprender a olvidarse de sí mismo, un pensar mas en la felicidad del otro porque será lo que verdaderamente me hará feliz, ser capaz de ser paciente y tener siempre esperanza, es confiar porque sé valorar a quien amo… cuántas cosas podríamos decir y no terminamos de explicar todo lo que significa amar de verdad. 
Y eso cuesta. Y tenemos que aprender a ir al encuentro del otro. Y muchas veces tendremos que decirnos no, aunque nos cueste, para hacer feliz al otro y yo seré entonces de verdad feliz. Cuesta porque en el fondo muchas veces seguimos pensando en nosotros mismos, en lo que podemos obtener, en lo que vamos a recibir y no somos capaces de vaciarnos de verdad. Cuesta porque ir al encuentro del otro significa aceptarle; y eso es aceptarle como es, también con sus limitaciones, pero aún así quiero amarlo. Y eso nos hará felices porque veremos feliz al ser a quien amamos. Por eso decimos que el amor es sublime, es grandioso, es una experiencia espiritual, será algo que nos transformará profundamente nuestro ser.
Por eso cuando encontramos el amor lo dejamos todo. Queremos estar con el amado y queremos que sea para siempre; y no queremos que nada se interponga, y superamos todo lo que haya que superar para seguir disfrutando de esa entrega, de ese amor que nos llenara de verdad por dentro. Amamos y nos sentimos poseídos por ese amor; no es ya poseer sino ser poseído.
No es fácil, nos cuesta. Parece muchas veces que el amor se rompe; quizá no pusimos los buenos cimientos para el encuentro y nos faltó garra en nuestra donación; quizá amenazaban atisbos de egoísmo que todo lo enturbiaban; en medio de la buena semilla que queríamos plantar podía aparecer la cizaña del orgullo, de la vanidad, del amor propio que parecían estropear aquel maravilloso campo del amor; muchas cosas podían confundirnos y hacernos perder la intensidad de la entrega; parecía que todo se podía echar a perder y tenemos el peligro de romperlo todo porque no sabemos superar los cansancios de la intensidad de la entrega.
Y Jesús nos recuerda hoy que el amor es uno y es para siempre. Que tenemos que saber desprendernos de todo para poder darnos totalmente por quien amamos y queremos hacerlo de verdad. Y eso vale para todo nuestro amor cristiano; y eso es especialmente importante en la sublimidad del amor matrimonial.
Y es que Dios está ahí en medio de ese amor; Dios es el que consagra ese amor y nos da la fuerza de su Espíritu para poderlo vivir en su total integridad. Y Dios quiere que no lo olvidemos, que sepamos contar con El; y en ese amor Dios se hace presente y ese amor es sacramento (signo verdadero) de la presencia de Dios. Y con Dios a nuestro lado será más fácil vivir la sublimidad del amor.

jueves, 11 de agosto de 2016

Seamos capaces de ser misericordiosos con los demás después de tantos signos de misericordia que hemos recibido de Dios en nuestra vida

Seamos capaces de ser misericordiosos con los demás después de tantos signos de misericordia que hemos recibido de Dios en nuestra vida

Ezequiel 12,1-12; Sal 77; Mateo 18,21–19,1
¿Cómo es posible que no seamos capaces de ser misericordiosos con los demás con tantos signos de misericordia que hemos recibido en nuestra vida? Pareciera que olvidamos nuestras debilidades, nuestros fallos y cuantas muestras de comprensión, de paciencia, de misericordia han tenido con nosotros tantas veces.
Nos volvemos en ocasiones insensibles y duros, exigentes más con los otros que con nosotros mismos; olvidamos nuestras limitaciones y los errores que tantas veces hemos cometido en la vida; nos creemos merecedores de todo y nos creemos quizá con derecho a que tengan paciencia con nosotros que erramos una y otra vez y que no siempre mostramos suficientes señales de arrepentimiento y de que seriamente queremos corregirnos.
Desde esas posturas, desde esas actitudes surge el que tanto nos cueste perdonar, el que nos hagamos esa consabida pregunta de si tenemos que estar perdonándole a los demás una y otra vez las cosas con las que nos hayan podido ofender. Es la pregunta que le hace Pedro a Jesús.
Repetidamente Jesús en el evangelio nos habla del sentido del verdadero amor y cómo hemos de amar a todos incluso a nuestros enemigos. Recordamos que nos decía que en algo teníamos que diferenciarnos los que pretendíamos seguirle, ser sus discípulos y pertenecer al Reino que El nos anunciaba. Es más nos decía también cómo nuestro amor a los enemigos debería llevarnos también a rezar por ellos.
Entendían fácilmente que teníamos que amarnos como hermanos, que no podíamos dejar de amar a los que nos amaban y nos hacían bien porque era además una forma de ser agradecidos, eso de amar a todos era una forma genérica de hablar, pero cuando llegaban a lo concreto de tener que amar a los que nos habían ofendido eso era cuestión de otro cantar. Les costaba a ellos entenderlo como nos cuesta a nosotros también, hemos de reconocerlo.
‘Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?’ Es la pregunta de Pedro que refleja también la pregunta que rebrota dentro de nosotros tantas veces. Ya sabemos la respuesta de Jesús. ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’. Está diciéndonos Jesús cómo tenemos que perdonar siempre. Y para ello nos propone una parábola.
Parábola que nos refleja toda la misericordia que Dios tiene con nosotros, imagen de la misericordia con que nosotros hemos de actuar con los demás. ¿Pero no decimos ‘perdónanos nuestros ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’? Así nos enseño Jesús a orar. Y creo que si rezáramos el padrenuestro con una mínima atención y dijéramos esas palabras con total sinceridad otra forma tendríamos de mirar al hermano que nos haya ofendido. Da la impresión que decimos tan deprisa el padrenuestro que pasamos por alto esa parte del perdón y casi no la decimos para no vernos nosotros comprometidos a perdonar también.
Seamos compasivos y misericordiosos como sabemos bien que Dios es infinitamente compasivo y misericordioso con nosotros que somos tan pecadores. 

miércoles, 10 de agosto de 2016

San Lorenzo en su martirio nos ayuda a descubrir cuales son los auténticos tesoros de la Iglesia en los pobres a los que tenemos que servir

San Lorenzo en su martirio nos ayuda a descubrir cuales son los auténticos tesoros de la Iglesia en los pobres a los que tenemos que servir

2Corintios 9,6-10; Sal 111; Juan 12,24-26

‘El mundo entero y en todas partes celebra hoy con unánime devoción el triunfo del bienaventurado Lorenzo, y Roma misma llena de alegría admira su fe inquebrantable, pues el mártir, encendido en los rayos del Sol eterno, sostuvo y venció un fuego de este mundo’ así nos dice san Máximo de Turín en una homilía de la fiesta de san Lorenzo.
Hoy 10 de agosto celebramos a san Lorenzo; muchos son los lugares que lo recuerdan y lo celebran. La tradición nos habla de que era originario de Aragón y por eso la ciudad de Huesca lo tiene como patrono, pero su vida transcurrió en Roma donde llegó a ser el Archidiácono del Papa san Sixto al que le seguiría en el martirio días después.
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de la institución del diaconado. Viendo los apóstoles que por sí mismos no podían atender al anuncio del evangelio y al mismo tiempo a la atención de los huérfanos y las viudas deciden con la asistencia del Espíritu Santo elegir a siete varones que serían constituidos como diáconos, como servidores, para la administración de aquellos bienes que los creyentes compartían para la atención de los necesitados.
Era la función que realizaba el diácono Lorenzo en Roma junto al Papa. No solo estaba para servir en la celebración litúrgica al Obispo de Roma, sino que tenia a su cuidado la atención de los pobres y necesitados con los bienes que la comunidad compartía generosamente. Hicimos mención que el Papa Sixto le precedió unos días en su martirio – lo celebramos el día 6 de agosto – y se nos cuenta que cuando fue apresado el Papa y algunos de sus diáconos en la persecución de Diocleciano, Lorenzo quería ir también con el Papa pues en su misión diaconal quería servirle hasta el último momento también en el martirio.
 Pero el papa le señala que debe quedar al cuidado de la Iglesia hasta que Dios lo llame. Y lo invita a distribuir a los pobres los tesoros que habían sido puestos a su cuidado. Habiendo escuchado estas palabras del Papa mencionando los tesoros de la Iglesia, Lorenzo es apresado y le conminan a que entregue todos esos tesoros de la Iglesia. Lorenzo se presentará ante su perseguidor con todos los pobres de Roma a los que había alimentado y cuidado con lo que los fieles habían compartido diciendo que esos eran los tesoros de la Iglesia.
Todos conocemos cual fue la reacción pues fue condenado a muerte y la tradición nos habla de su martirio a fuego lento colocado sobre una parrilla que se ha convertido en signo y en emblema que acompaña siempre su imagen.
Recordar y celebrar el martirio de san Lorenzo como de cualquiera de los mártires que por la fe entregaron su vida nos invita siempre a cantar las alabanzas del Señor, pues son un hermoso testimonio que nos alienta también en el camino de nuestra fe y en nuestra lucha de cada día por mantenernos en fidelidad, por difíciles que sean los momentos que tengamos que vivir.
El martirio nos señala la fortaleza de la fe, porque es el Espíritu del Señor que estará con nosotros para darnos la fuerza de su gracia en esos momentos de tormento. Nuestro martirio no será seguramente ni con el fuego ni con la espada, pero sí necesitamos día a día esa fuerza y esa gracia del Señor en ese camino de superación que hemos de realizar en nosotros, pero para enfrentarnos a los embates del mal que nos tientan de mil maneras para apartarnos del camino recto.
El testimonio de san Lorenzo en el servicio a los pobres, los verdaderos tesoros de la Iglesia nos ha de hacer pensar donde están para nosotros esos tesoros. ¿Es esa la imagen que damos? ¿Es esa la imagen de la Iglesia? Mucho habría que reflexionar y analizar en nuestras conductas en ese sentido y del actuar de la Iglesia, pero hemos de comenzar a valorar también esa labor que hace la Iglesia y no siempre se le reconoce en la atención a los pobres y a los necesitados.
Ahí está toda la labor de Cáritas que no es una ONG más, sino que es el verdadero rostro de la Iglesia servidora de los pobres, porque la labor de Cáritas es la acción de la Iglesia. ¿Quién en estos momentos de crisis que estamos atravesando es la que está dando respuesta continuada y seria a tantas y tantas familias necesitadas que están sufriendo las consecuencias de esta crisis? Creo que tendríamos que conocer mucho más la labor que realiza Cáritas, que en el fondo es la labor que está realizando la Iglesia.

  

martes, 9 de agosto de 2016

Mantengamos encendidas las lámparas de nuestra vida porque es una responsabilidad nuestra iluminar nuestro mundo

Mantengamos encendidas las lámparas de nuestra vida porque es una responsabilidad nuestra iluminar nuestro mundo

Oseas 2, 16b. 17b. 21-22; Sal 44; Mateo 25,1-13

Hay personas en la vida que saben ser previsoras y están pendientes y vigilantes ante lo que pueda suceder o los imprevistos que en la vida nos puedan aparecer. Personas que saben planificar bien su vida, que sin ser avariciosos saber guardar para estar preparados ante lo que pueda suceder, que saben controlarse que porque hoy tengan mucho puedan pensar que ya todo está resuelto para siempre y saben hacer entonces sus ahorros, tener sus previsiones; bien sabemos de cuantos siempre viven al día y casi lo tienen como filosofía de su vida y tanto tienen tanto gastan viviendo alegremente.
Ya digo no es necesario ser avariciosos para acaparar para tener por tener sin saber disfrutar de lo que se tiene, pero creo que sí es importante que sepamos planificarnos nuestra vida, tengamos objetivos por los que vayamos a luchar y trabajar y seamos capaces de ver las posibilidades que tenemos y hacer los acopios necesarios para poder llegar a cabo la tarea; es señal de un buen administrador y en fin de cuentas eso somos de nuestra vida, unos administradores de esa vida que se ha puesto en nuestras manos; más lo podemos decir cuando vivimos con trascendencia nuestra vida, que tampoco tiene su meta y su fin en los días que en este mundo vivamos.
Podíamos decir que en este sentido quiere hacernos reflexionar hoy Jesús con su parábola. Habla de una boda, de la llegada del novio que todos esperan con la ilusión de la fiesta y los preparativos necesarios, de unas jóvenes encargadas de iluminar el camino y con sus lámparas iluminar también luego la fiesta. Pero no todas las jóvenes fueron lo suficientemente previsoras; la mitad de ellas se contentó con llevar el aceite para que en aquel momento las lámparas iluminaran, no previeron que el novio podía tardar, como luego la fiesta se podía alargar y era necesario tener suficiente aceite para que las lámparas se mantuvieran encendidas. Cuando llegó el novio después de la tardanza ya sus lámparas no iluminaban, no tenían aceite para recebar la lámpara. No pudieron entrar a la fiesta porque mientras fueron a comprar la reserva ya la puerta de la fiesta se cerró.
Tiene, por supuesto, la parábola un sentido escatológico que nos hace pensar en el final de los tiempos, en la vida futura que nos espera, y en el momento en que hemos de presentarnos delante del Señor con nuestra lámpara encendida. ¿Qué vamos a llevar en nuestras manos? ¿Se mantendrá encendida hasta ese momento final esa lámpara de nuestra vida? ¿Habremos mantenido y alimentado suficientemente nuestra fe? ¿Cuáles son las obras de nuestro amor, qué hemos hecho de nuestra vida? son preguntas que surgen al hilo de la parábola.
Claro que también tenemos que pensar en el día a día de nuestra vida, de la vigilancia y de la responsabilidad con que hemos de vivir cada momento, de la seriedad con que nos vamos tomando cada una de nuestras responsabilidades y obligaciones, y del desarrollo que hemos de hacer de nuestra talentos, de nuestros valores.
Estamos llamados a iluminar desde ese sentido profundo de la vida que tenemos por nuestra fe en Jesús y esa luz no se puede apagar; pero esa luz no se mantendrá encendida para iluminarnos no solo nosotros sino a los demás si no la alimentamos. Es ese espíritu nuestro que tenemos que entrenar y fortalecer, es la espiritualidad con que hemos de dotar nuestra vida, es esa unión con la gracia del Señor que significará tanto una escucha de su Palabra como un fortalecimiento con los sacramentos, es la oración con que diariamente alimentamos y fortalecemos nuestro espíritu.
Mantengamos encendidas nuestras lámparas porque tenemos que iluminar nuestro mundo.

lunes, 8 de agosto de 2016

La vida hemos de vivirla con responsabilidad que hemos de asumir con todas sus consecuencias para nosotros mismos y en nuestra relación con los demás

La vida hemos de vivirla con responsabilidad que hemos de asumir con todas sus consecuencias para nosotros mismos y en nuestra relación con los demás

Ez. 1, 2-5. 24-2, 1; Sal. 148; Mt. 17, 21-26
La vida hemos de vivirla con responsabilidad. Tenemos responsabilidades con nosotros mismos, con lo que somos y con lo que tenemos en nuestras manos, con nuestra propia vida que hemos de cuidar y tratar de vivirla con la mayor dignidad, con los talentos, los valores, las cualidades y capacidades que tenemos en nosotros y que hemos de saber desarrollar.
Pero no todo se centra en nosotros mismos, porque en nuestro entorno está la familia, a la que pertenecemos como hijos o la que hemos formado cuando hemos hecho una opción de vida en convivencia con nuestra pareja – como suele decirse hoy – cuando hemos creado un hogar o una familia. Ahí tampoco podemos desatender nuestras responsabilidades porque la familia se está creando y construyendo día a día; está el cuidado que tenemos por los nuestros, está el procurar la felicidad de cada uno de sus miembros, pero también el ayudar al desarrollo de los valores y capacidades de cada uno, a la realización como persona de cada uno de sus miembros, en lo que hemos de contribuir. Mucho más podríamos decir y reflexionar en este apartado de responsabilidades.
Pero ahí no se acaba el campo de nuestras responsabilidades. Vivimos inmersos en medio de una sociedad, donde desarrollamos nuestra vida, donde entramos en relación con otras personas, donde nos ganamos el pan de cada día en el desempeño de un trabajo, de la que recibimos muchos pero a la que nosotros también aportamos con lo que somos, nuestro trabajo, el desarrollo de nuestros valores, la contribución que hacemos para que nuestro mundo sea mejor, la felicidad que queremos sembrar en el corazón de los demás, la paz que queremos construir en nuestras familias, en nuestros ambientes, con aquellos con los que nos relacionamos.
No nos podemos desentender de ese mundo en el que vivimos. Es la contribución de nuestra vida al desarrollo de los demás, a la mejora de ese mundo en el que vivimos y todos queremos ser felices. Amplio es el campo que se abre ante nosotros y del que no podemos huir  acobardados porque sea mucha la tarea. Somos responsables de ese mundo, de esa sociedad en la que vivimos, de lo que hemos recibido de nuestros mayores y de los demás, pero donde tenemos que sembrar nuestra semilla, poner la contribución de nuestra vida.
Me he hecho esta reflexión partiendo del evangelio que escuchamos que nos habla de la pregunta que le hicieron a Pedro que si Jesús no pagaba el impuesto de las dos dracmas para la contribución del culto del templo. Nos hace pensar, como hemos venido reflexionando, sobre esa responsabilidad que tenemos de contribuir todos al bien de nuestra sociedad. Será esa contribución económica para poder tener los medios necesarios para todo eso que hay que realizar en muchos aspectos, pero no se termina ahí nuestra responsabilidad. Es, es cierto, una responsabilidad grave que no podemos rehuir y todos hemos de contribuir según nuestros medios con total responsabilidad, pero es mucho más lo que podemos hacer, como hemos venido reflexionando.
Hay un aspecto más en este campo de responsabilidades y es nuestro lugar en medio de la comunidad cristiana, la responsabilidad que tenemos como miembros de la Iglesia. Algo que nos llevaría a más amplias consideraciones y en lo que muchas veces hemos  reflexionado y seguiremos tratando en otras ocasiones.

domingo, 7 de agosto de 2016

La responsabilidad con que, desde nuestra fe en Jesús y en nuestro deseo de seguirle, nos tomamos en serio la vida

La responsabilidad con que, desde nuestra fe en Jesús y en nuestro deseo de seguirle, nos tomamos en serio la vida

Sabiduría 18, 6-9; Sal 32; Hebreos 11, 1-2. 8-19; Lucas 12, 32-48
En la vida tenemos responsabilidades que tenemos que asumir y en las que no nos podemos dormir; nos hacemos planes, nos trazamos objetivos; el hombre maduro y responsable siempre estará buscando cómo mejorar las cosas, como pueda hacer que las cosas para los suyos, con aquellos que están a su cargo o con los que tiene una especial responsabilidad, ya sea la familia o ya sea aquellos cuyo trabajo pueda depender también de su actuación y su responsabilidad, puedan marchar bien y hacer que puedan tener una vida mejor. Actuando con responsabilidad no hace dejación de sus obligaciones, no se duerme, no espera que otros hagan sino que también será capaz de tener iniciativas o buscar formas de que todo funcione bien.
Las responsabilidades de la vida nos hacen estar vigilantes, atentos. Eso, como decíamos, es parte y es expresión de la madurez de la persona y de la madurez con que afrontamos los problemas de la vida. Es cierto que en esas materias de orden material o donde toque el aspecto económico parece que nos hacen ser más astutos, y quizá en otros aspectos de la vida personal y de la vida espiritual no prestemos tanta atención.
Jesús en el evangelio nos va trazando unas líneas de vida, ayudándonos a descubrir unos valores, queriendo hacer que busquemos lo que es verdaderamente principal e importante en la vida, abriéndonos caminos de vida, descubriéndonos lo que es el sentido del Reino de Dios que nos anuncia y que ha de ser el sentido de nuestra vida.
Cuando lo vamos escuchando, al tiempo que contemplamos su actuar, nos sentimos entusiasmados y nos entran deseos de vivir ese estilo de vida nueva que Jesús nos ofrece, nos hacemos nuestros propósitos y nuestros planes e incluso comenzamos a dar pasos en ese seguimiento de Cristo queriendo vivir tal como Jesús nos ofrece. 
Pero ya sabemos bien lo que nos sucede y que nos aparece enseguida la inconstancia, pronto nos cansamos, tenemos el peligro de olvidar aquello que nos habíamos propuesto y baja la intensidad de lo que ha de ser nuestra vida cristiana. Tenemos, ya sabemos, muchos altibajos en la vida y en este caso en la vida espiritual.
Todos recocemos esa experiencia de nuestra vida; después de una semana santa vivida con fervor nos propusimos muchas cosas, o fueron unos ejercicios espirituales que hicimos de los que salimos con muchos propósitos, o aquel cursillo al que asistimos o aquellas jornadas en las que participamos compartiendo con otras muchas personas que también veíamos cómo querían con entusiasmo vivir su compromiso en la iglesia y en medio del mundo. Salimos con mucho entusiasmo en aquellos momentos, pero luego pronto ‘como era en el principio, ahora y siempre…
Hoy Jesús nos habla de tener ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas. Nos recuerda aquella parábola de las doncellas prudentes y de las doncellas necias, las que llevaron aceite suficiente aparte, y las que llevaron raquíticamente el poquito que podía contener el pequeño depósito de la lámpara. O nos habla del dueño de la casa que no sabe por donde puede atacar el ladrón, pero que estará vigilante y tendrá bien cerradas las puertas para que no se pueda introducir en la casa. O nos habla del administrador fiel y solicito que se le ha confiado la administración de una casa o de una hacienda y que ha de estar atento para que todo funcione bien, porque esa es su responsabilidad.
Podemos reflexionar e interpretar estas palabras en un sentido escatológico pensando en ese momento final de nuestra vida y en el momento en que tengamos que presentarnos ante Dios para dar cuenta de lo que ha sido nuestra vida. Pero creo que de una forma concreta el mensaje que se nos trasmite quiere que pensemos en el día a día de nuestra vida y cómo ahora en este momento estamos dando respuesta a lo que Jesús nos va pidiendo en el evangelio.
Estas palabras de Jesús han surgido tras aquellas consideraciones que se nos hacía para que no nos dejáramos seducir por la codicia de la vida, la codicia y el deseo de la posesión de bienes materiales. En las primeras palabras que hoy hemos escuchado se nos invita a guardar nuestro tesoro donde los ladrones no nos lo puedan robar, diciéndonos que allí donde está nuestro tesoro está nuestro corazón. Y ante esa situación que podría parecerle difícil a los discípulos Jesús se expresa con toda su ternura - ‘no temas, pequeño rebaño’, les dice - para que pongamos toda nuestra confianza en el Padre bueno del cielo.
No nos podemos cruzar de brazos ni nos podemos quedar aletargados sin saber qué hacer por mucho que sea la necesidad o el trabajo que se abre ante nosotros; la vigilancia y la espera no son pasivas en el cristiano.
Son los oídos atentos para escuchar la Palabra, pero son los ojos abiertos para mirar la vida y mirar nuestro mundo; son nuestras manos ágiles y siempre dispuestas para trabajar y es nuestro corazón siempre abierto para compartir con generosidad; es esa apertura de nuestra para ver la necesidad y es la disposición para abrir caminos de compromiso; es la sintonía de nuestro espíritu para captar esa voz y esa presencia de Dios, son nuestros pies siempre dispuestos a caminar para sembrar la paz, para hacer el bien, para ir a construir ese mundo nuevo.
Es la responsabilidad con que, desde nuestra fe en Jesús y en nuestro deseo de su seguimiento, nos tomamos en serio la vida que vivimos en todos sus aspectos.