La vida hemos de vivirla con responsabilidad que hemos de asumir con todas sus consecuencias para nosotros mismos y en nuestra relación con los demás
Ez. 1, 2-5. 24-2, 1; Sal. 148; Mt. 17, 21-26
La vida hemos de vivirla con responsabilidad. Tenemos responsabilidades
con nosotros mismos, con lo que somos y con lo que tenemos en nuestras manos,
con nuestra propia vida que hemos de cuidar y tratar de vivirla con la mayor
dignidad, con los talentos, los valores, las cualidades y capacidades que
tenemos en nosotros y que hemos de saber desarrollar.
Pero no todo se centra en nosotros mismos, porque en nuestro entorno
está la familia, a la que pertenecemos como hijos o la que hemos formado cuando
hemos hecho una opción de vida en convivencia con nuestra pareja – como suele
decirse hoy – cuando hemos creado un hogar o una familia. Ahí tampoco podemos
desatender nuestras responsabilidades porque la familia se está creando y
construyendo día a día; está el cuidado que tenemos por los nuestros, está el
procurar la felicidad de cada uno de sus miembros, pero también el ayudar al
desarrollo de los valores y capacidades de cada uno, a la realización como
persona de cada uno de sus miembros, en lo que hemos de contribuir. Mucho más podríamos
decir y reflexionar en este apartado de responsabilidades.
Pero ahí no se acaba el campo de nuestras responsabilidades. Vivimos
inmersos en medio de una sociedad, donde desarrollamos nuestra vida, donde
entramos en relación con otras personas, donde nos ganamos el pan de cada día
en el desempeño de un trabajo, de la que recibimos muchos pero a la que
nosotros también aportamos con lo que somos, nuestro trabajo, el desarrollo de
nuestros valores, la contribución que hacemos para que nuestro mundo sea mejor,
la felicidad que queremos sembrar en el corazón de los demás, la paz que
queremos construir en nuestras familias, en nuestros ambientes, con aquellos
con los que nos relacionamos.
No nos podemos desentender de ese mundo en el que vivimos. Es la
contribución de nuestra vida al desarrollo de los demás, a la mejora de ese
mundo en el que vivimos y todos queremos ser felices. Amplio es el campo que se
abre ante nosotros y del que no podemos huir
acobardados porque sea mucha la tarea. Somos responsables de ese mundo,
de esa sociedad en la que vivimos, de lo que hemos recibido de nuestros mayores
y de los demás, pero donde tenemos que sembrar nuestra semilla, poner la
contribución de nuestra vida.
Me he hecho esta reflexión partiendo del evangelio que escuchamos que
nos habla de la pregunta que le hicieron a Pedro que si Jesús no pagaba el
impuesto de las dos dracmas para la contribución del culto del templo. Nos hace
pensar, como hemos venido reflexionando, sobre esa responsabilidad que tenemos
de contribuir todos al bien de nuestra sociedad. Será esa contribución económica
para poder tener los medios necesarios para todo eso que hay que realizar en
muchos aspectos, pero no se termina ahí nuestra responsabilidad. Es, es cierto,
una responsabilidad grave que no podemos rehuir y todos hemos de contribuir
según nuestros medios con total responsabilidad, pero es mucho más lo que
podemos hacer, como hemos venido reflexionando.
Hay un aspecto más en este campo de responsabilidades y es nuestro
lugar en medio de la comunidad cristiana, la responsabilidad que tenemos como
miembros de la Iglesia. Algo que nos llevaría a más amplias consideraciones y
en lo que muchas veces hemos
reflexionado y seguiremos tratando en otras ocasiones.
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