Si el árbol se conoce por sus frutos tendríamos que
preguntarnos viendo los frutos de nuestra vida el grado de congruencia con que
vivimos incluso nuestra fe
1Corintios 10, 14-22; Sal 115; Lucas 6,
43-49
‘Cada árbol se
conoce por su fruto’,
nos dice hoy Jesús en el evangelio. Es lo que es la misma naturaleza en sí. En
la higuera buscamos higos, en el peral peras, en la vid es lógico que esperemos
encontrar uvas. Lo contrario sería algo fuera de la naturaleza, aunque hoy nos
hagamos plantas híbridas con el desarrollo de la genética, o desde siempre
hayamos injertado unos árboles en otros, pero siempre como nos decían nuestros
mayores siguiendo las reglas de la naturaleza.
Pero Jesús no nos está
poniendo este ejemplo para darnos una lección de botánica o de otras ciencias,
sino como una imagen para decirnos cuán incongruentes somos las personas por la
forma como nos expresamos en la vida o como vivimos. Es la congruencia con que
hemos de vivir, o la incongruencia que manifestamos en tantas ocasiones donde
quizá nuestras palabras que tendrían que expresar nuestros pensamientos, sin
embargo van por un lado y nuestra vida, lo que luego hacemos, parece que está
en contradicción total con nuestro pensamiento.
Quizás nos está
manifestando el vacío y la hipocresía con que vivimos nuestra vida. Y es que de
lo que hay en nuestro corazón, nos dice,
rebosa la boca y dado el vacío interior con que vivimos es superficial nuestra
vida y cuanto hacemos parecerá como un sin sentido. Queremos aparentar muchas
veces quizá lo que realmente no somos y nos ponemos como un disfraz, como una
careta para aparentar unas cosas que realmente no tenemos en el corazón y que
luego se manifestarán como una farsa, mera apariencia superficial nada más
porque no le hemos dado profundidad a la vida.
Por supuesto todo esto
lo podemos contemplar en la vanidad con que viven tantos su vida. Solo son una
fachada, una apariencia; una fachada y una apariencia para buscarse quizá el
aplauso de la gente, para alcanzar unas cotas de poder con su populismo vacío
de contenido, con unas promesas que nunca van a ser cumplidas, porque lo único
que se desea muchas veces es ser aupado a esas alturas de poder.
Bonitas palabras, pero
que si hay un poco de sensatez en nuestra vida pronto nos damos cuenta que
están llenas de falsedades con las que pretenden engañarnos y engatusarnos.
Contemplamos demasiado en la sociedad en que vivimos todas esas vanidades y
ansias de poder que se llenarán luego de corruptelas y de injusticias. Todo
termina generando un desencanto y un hastío en aquellos que con buena voluntad
luchan por algo mejor con lo que se sienten tentados a pasar de todo eso y
aislarse de ese mundo de falsedad e hipocresía.
Pero cuidado esa
vanidad, esa falta de coherencia, esa vaciedad y superficialidad la estemos
viviendo en este mundo concreto de nuestras comunidades cristianas. Cuidado no
estemos cayendo nosotros también en esas incoherencias en nuestra manera de
actuar y de vivir nuestra fe, desde quienes vivimos una religiosidad demasiado
superficial porque quizá no
profundizamos lo suficiente en el sentido y valor de nuestra fe, o desde
quienes todo nuestro ser cristiano se nos haya quedado en unos ritos que en
determinados momentos realizamos con lo que parece que ya contentamos nuestra
conciencia pero que luego en el resto de la vida nos olvidamos de los valores
cristianos, de los valores del Reino de Dios, viviendo nuestra vida a nuestro
aire, muchas veces muy alejada del sentido de la fe.
Muchas veces tenemos
la tentación de quedarnos en la expresión religiosa de nuestra vida de fe en
unos ritos llenos de pompa y de esplendor, de gran solemnidad decimos muchas
veces, pero que se nos pueden quedar en una ostentación excesivamente artística
como un espectáculo donde sacamos a relucir todos nuestros oropeles llenos de
boato y de fastuosos brillos que nos hacen sentirnos como en la gloria en esos
momentos, pero que cuando pasa todo lo olvidamos y no damos los frutos de amor
y de justicia que serían nuestra verdadera riqueza. Vanidades en las que
podemos caer los cristianos, en los que puede caer incluso la iglesia en la
realización del culto cristiano.