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sábado, 12 de septiembre de 2020

Si el árbol se conoce por sus frutos tendríamos que preguntarnos viendo los frutos de nuestra vida el grado de congruencia con que vivimos incluso nuestra fe

 


Si el árbol se conoce por sus frutos tendríamos que preguntarnos viendo los frutos de nuestra vida el grado de congruencia con que vivimos incluso nuestra fe

1Corintios 10, 14-22; Sal 115; Lucas 6, 43-49

‘Cada árbol se conoce por su fruto’, nos dice hoy Jesús en el evangelio. Es lo que es la misma naturaleza en sí. En la higuera buscamos higos, en el peral peras, en la vid es lógico que esperemos encontrar uvas. Lo contrario sería algo fuera de la naturaleza, aunque hoy nos hagamos plantas híbridas con el desarrollo de la genética, o desde siempre hayamos injertado unos árboles en otros, pero siempre como nos decían nuestros mayores siguiendo las reglas de la naturaleza.

Pero Jesús no nos está poniendo este ejemplo para darnos una lección de botánica o de otras ciencias, sino como una imagen para decirnos cuán incongruentes somos las personas por la forma como nos expresamos en la vida o como vivimos. Es la congruencia con que hemos de vivir, o la incongruencia que manifestamos en tantas ocasiones donde quizá nuestras palabras que tendrían que expresar nuestros pensamientos, sin embargo van por un lado y nuestra vida, lo que luego hacemos, parece que está en contradicción total con nuestro pensamiento.

Quizás nos está manifestando el vacío y la hipocresía con que vivimos nuestra vida. Y es que de lo que hay en nuestro  corazón, nos dice, rebosa la boca y dado el vacío interior con que vivimos es superficial nuestra vida y cuanto hacemos parecerá como un sin sentido. Queremos aparentar muchas veces quizá lo que realmente no somos y nos ponemos como un disfraz, como una careta para aparentar unas cosas que realmente no tenemos en el corazón y que luego se manifestarán como una farsa, mera apariencia superficial nada más porque no le hemos dado profundidad a la vida.

Por supuesto todo esto lo podemos contemplar en la vanidad con que viven tantos su vida. Solo son una fachada, una apariencia; una fachada y una apariencia para buscarse quizá el aplauso de la gente, para alcanzar unas cotas de poder con su populismo vacío de contenido, con unas promesas que nunca van a ser cumplidas, porque lo único que se desea muchas veces es ser aupado a esas alturas de poder.

Bonitas palabras, pero que si hay un poco de sensatez en nuestra vida pronto nos damos cuenta que están llenas de falsedades con las que pretenden engañarnos y engatusarnos. Contemplamos demasiado en la sociedad en que vivimos todas esas vanidades y ansias de poder que se llenarán luego de corruptelas y de injusticias. Todo termina generando un desencanto y un hastío en aquellos que con buena voluntad luchan por algo mejor con lo que se sienten tentados a pasar de todo eso y aislarse de ese mundo de falsedad e hipocresía.

Pero cuidado esa vanidad, esa falta de coherencia, esa vaciedad y superficialidad la estemos viviendo en este mundo concreto de nuestras comunidades cristianas. Cuidado no estemos cayendo nosotros también en esas incoherencias en nuestra manera de actuar y de vivir nuestra fe, desde quienes vivimos una religiosidad demasiado superficial porque quizá  no profundizamos lo suficiente en el sentido y valor de nuestra fe, o desde quienes todo nuestro ser cristiano se nos haya quedado en unos ritos que en determinados momentos realizamos con lo que parece que ya contentamos nuestra conciencia pero que luego en el resto de la vida nos olvidamos de los valores cristianos, de los valores del Reino de Dios, viviendo nuestra vida a nuestro aire, muchas veces muy alejada del sentido de la fe.

Muchas veces tenemos la tentación de quedarnos en la expresión religiosa de nuestra vida de fe en unos ritos llenos de pompa y de esplendor, de gran solemnidad decimos muchas veces, pero que se nos pueden quedar en una ostentación excesivamente artística como un espectáculo donde sacamos a relucir todos nuestros oropeles llenos de boato y de fastuosos brillos que nos hacen sentirnos como en la gloria en esos momentos, pero que cuando pasa todo lo olvidamos y no damos los frutos de amor y de justicia que serían nuestra verdadera riqueza. Vanidades en las que podemos caer los cristianos, en los que puede caer incluso la iglesia en la realización del culto cristiano.

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