Aprendamos a valorar el bien y eliminemos prejuicios que
llenan de malicia el corazón y vayamos siempre ojos luminosos para descubrir
todo lo que sea un rayo de luz
1Corintios 5, 1-8; Sal 5; Lucas 6, 6-11
La malicia que en
muchas ocasiones se nos mete en el corazón transforma de tal manera nuestros
sentimientos, nuestros valores y nuestra manera de ver las cosas que nos puede
llegar a hacer decir que es malo aquello que sabemos muy bien que es totalmente
bueno. Son tales los filtros que ponemos
en nuestros ojos que hasta lo más luminoso lo enturbiamos.
Quizá la desconfianza
que mutuamente nos tenemos hacen que surjan los recelos para ver intenciones
ocultas en aquello que hacen los demás; la rivalidad que nos creamos entre unos
y otros quizá por nuestra diferente manera de pensar, nuestros diferentes
planteamientos nos impide la cordura suficiente para reconocer lo bueno que
hacen también aquellos que piensan distinto a nosotros; los resentimientos que
mantenemos en nuestro corazón por viejas cosas que un día sucedieron y que
crearon barreras entre nosotros nos hará que nunca podamos ver un puente que
nos lleve a un nuevo encuentro y siempre estaremos con esos viejos rencores en
nuestro corazón que a la larga nos destruyen por dentro.
No es que todos seamos
malos y mantengamos esas malicias que así nos destruyen, pero todos nos podemos
sentir tentados a actuar de esa manera en algún momento, y por supuesto tenemos
que reconocer que hay muchas personas de limpio corazón que actúan siempre sin ningún
tipo de maldad. Pero es bueno constatar esas realidades que nos sirvan para
precavernos y si en algún momento nos llegan tentaciones semejantes seamos
capaces de superarlas.
Hoy nos habla el
evangelio de hechos semejantes. Jesús va a la sinagoga, era sábado y allá estaban
escribas y fariseos al acecho para ver qué hacía Jesús. Había un hombre
enfermo, con una mano paralizada. ¿Lo curaría Jesús siendo sábado en que estaba
prohibido todo tipo de trabajo? Y es Jesús el que le pide que se ponga en
medio. Y es cuando interpela a aquellos que le estaban acechando. ‘Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en
sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?’
¿Es que
podemos dejar de hacer cosas buenas simplemente porque haya unas normas,
puestas quizá con buena intención, pero que con nuestras interpretaciones
manipulamos? Es lo que estaba sucediendo con el descanso sabático. El sábado
era para el Señor y todo el día tenía que estar dedicado a Dios y a su culto y
alabanza. Pero hemos de reconocer que encerraba también otra cosa buena con la
obligación del descanso; no se podía convertir el trabajo en una esclavitud, y
si no hubiera normas que impusiesen el descanso también podría haber gente que
se aprovechara de los pobres para obligarles a trabajar y suprimirles el
descanso. Pero llegar a convertir esa norma en algo que nos impidiera incluso
hacer el bien no tendría sentido ninguno.
Muchas
lecciones podemos, pues, deducir de este texto evangélico donde seamos capaces
de ver la valoración de la persona que en todo momento hemos de saber hacer. Nada
ni nadie puede esclavizar a la persona, pero en nuestras manipulaciones humanas
los que se creen poderosos también con el trabajo pueden manipular y esclavizar
a los que nada tienen. Y esto es algo que hoy podemos seguirnos encontrando en
nuestras sociedades que decimos tan avanzadas y en que tanto se ha progresado,
por ejemplo, en el derecho y respeto de los trabajadores.
Pero está
la otra lección desde los aspectos con que comenzamos nuestra reflexión y que vemos
reflejados en la actitud de aquellos escribas y fariseos que estaban con la
malicia en el corazón al acecho de lo que pudiera hacer Jesús. Purifiquemos
nuestro corazón de todo tipo de malicia; tengamos siempre ojos luminosos para
descubrir todo lo que sea luz, todo lo que sea bueno de cualquier parte que
venga; aprendamos a valorar el bien y eliminemos toda clase de prejuicios que
llenan de malicia el corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario