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sábado, 21 de julio de 2018

En silencio quizá pero con un silencio que grita a través de los signos de nuestras obras de amor seguimos anunciando el nombre de Jesús



En silencio quizá pero con un silencio que grita a través de los signos de nuestras obras de amor seguimos anunciando el nombre de Jesús

Miqueas 2,1-5; Salmo 9; Mateo 12, 14-21
Los fariseos querían acabar con Jesús. Como dirá Jesús en otro momento, su hora no ha llegado. Se marcha Jesús a lugares descampados, pero allí lo sigue la gente y Jesús no deja de seguir realizando los signos del reino curando a los enfermos de todo tipo de mal. No es una huida, es el momento del silencio, por eso les dice a los que ha curado que no lo divulguen. Pero su silencio grita. Las señales del amor no se pueden ocultar. ¿Qué haríamos nosotros?
Queremos caminar en la vida con buena voluntad y con buenos deseos. En nuestra sangre, por así decirlo, llevamos la semilla de querer hacer siempre el bien. Nos cuesta. Es en nosotros que aparece la tentación del cansancio o del desánimo; rebrotan en nosotros en ocasiones ambiciones, orgullos, amor propio y un cierto egoísmo mal disimulado. Será por otra parte que nos encontramos con gente que no nos entiende, o gente que se opone a nuestros planteamientos. En ocasiones no solo se nos hace difícil seguir con nuestros planes y deseos de hacer el bien, sino que casi se nos hace imposible. Parece que nadamos contracorriente de cómo andan los caminos del mundo que nos rodea que no nos entiende o que va a lo suyo. ¿Será también el momento del silencio?
En nuestro nivel personal de nuestras luchas y nuestros deseos de superación o en la realización de unos compromisos concretos nacidos de la fe que tenemos en >Jesús y que sentimos que no nos podemos cruzar de brazos. Pero es también la tarea de la Iglesia que no siempre es entendida y comprendida. Muchas veces parece que es una voz que grita en el desierto de nuestro mundo y pocos quieren escuchar.
Uno mira a su alrededor y por un lado ve lo que la Iglesia quiere realizar, su compromiso con el evangelio que no solo es anunciarlo con palabras, sino también con los signos de sus obras, pero por otra parte ve a tanta gente indiferente que ni se entera de lo que hace la Iglesia y a quienes no termina de llegar su mensaje. Se puede sentir el desaliento, podemos tener la tentación de quedarnos en el silencio, pero no un silencio que grite.
Estos días hemos escuchado los momentos difíciles que esta pasando la Iglesia de Nicaragua por ponerse evangélicamente al lado del pueblo que sufre. Han sido agresiones a la gente sencilla pero que ha llegado también a agresiones a sacerdotes y obispos; pero han sido también insultos desde las mas altas instancias que quieren confundir al pueblo. Pero la Iglesia ahí está, ahí sigue, al lado de los que sufren, sufriendo también en silencio, pero no dejando de luchar y trabajar para que las cosas mejoren. No es entendido por muchos, se crea confusión en mucha gente. Pero ahí está la presencia de la Iglesia signo del amor de Dios a su pueblo.
‘Mirad a mi siervo, mi elegido, mi alnado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones’. Nos ha recordado hoy el evangelista estas palabras de Isaías, ante el momento que vivía Jesús. Nos lo recuerda hoy la Palabra de Dios en el momento en que vivimos, en situaciones personales, o en las diversas situaciones que vive la Iglesia en su tarea a lo largo del mundo.
En silencio quizá, pero con un silencio que grita a través de los signos de nuestras obras de amor seguimos anunciando el nombre de Jesús.

viernes, 20 de julio de 2018

Un mundo de entendimiento y no de exigencias, un mundo que construyamos juntos y que nunca destruyamos lo que los demás hacen, en el que desaparezcan las intransigencias



Un mundo de entendimiento y no de exigencias, un mundo que construyamos juntos y que nunca destruyamos lo que los demás hacen, en el que desaparezcan las intransigencias

Isaías 38,1-6.21-22.7-8; Sal.: Is. 38; Mateo 12,1-8

Las intransigencias no ayudan nada al crecimiento de la persona; ya sea en las posturas intransigentes que tomemos con los demás, ya sean incluso aquellos que están a nuestro cuidado, ya sea en nosotros mismos porque de alguna manera es como si nos encorsetaran o nos encorsetáramos a nosotros mismos.
No es difícil encontrarnos con posturas así en la vida en nuestras relaciones con los demás. Dicen que tienen sus principios o su visión de la vida y todo lo quieren reglamentar conforme a sus ideas queriendo imponérselo a los demás. Podríamos pensar en personas de un cierto tinte conservador que quieren mantener a toda costa su visión de las cosas que entienden que no pueden cambiar, pero es que en este mundo de libertades que ahora vivimos y donde tantos nos vienen diciendo que hay que cambiar todo pero conforme a sus ideas o maneras de plantear la vida también se vuelven intransigentes porque si las cosas no son de la manera nueva que ellos plantean, nada sirve, o quieren hacer desaparecer de la forma que sea a quienes tienen otras ideas o planteamientos.
La intransigencia nos puede venir por todos lados cuando queremos, no ofrecer, sino imponer nuestra manera de ver las cosas. Pensemos en cuanto de todo esto esta sucediendo en nuestra sociedad. Hoy se habla mucho de diálogo y de entendimientos pero para algunos no hay más dialogo que imponer sus pensamientos, sus ideas, la manera de hacer las cosas; si quieres ofrecerle otra visión ya no hay dialogo y ya todo se rompe. ¿Estaremos en verdad construyendo con la aportación de todos, o lo que vale es destruir sea como sea lo que no va con mis ideas? A veces parece que hay más un afán destructivo.
Cuando leo el evangelio y trato de reflexionar sobre él, intento trasponer de alguna manera aquellas situaciones que se nos reflejan en él en situaciones similares que de alguna manera estemos viviendo hoy. No es fácil muchas veces, pero es un intento de leer con nuevos ojos, a la luz del evangelio también, las situaciones que vivimos hoy.
Como decíamos en el evangelio vemos la intransigencia de los fariseos a la hora de cumplir con el descanso sabático. El hecho de que los discípulos al paso por un trigal arranquen unas espigas que estrujan en sus manos para comer sus granos, ya lo interpretan como el trabajo de la siega. Es sábado y no se puede realizar ningún trabajo; así se muestran intransigentes.
Jesús quiere darnos un sentido más liberador a lo que hacemos, también al culto que le demos al Señor. Dios siempre quiere el bien del hombre, y la gloria del Señor está en que hagamos que en verdad los hombres seamos más felices y en consecuencia seamos mejores. Serán los caminos del amor y de la misericordia los que hemos de transitar; es lo que tiene que prevalecer en el corazón. Y eso ha de llevarnos a entendernos y a comprendernos, a no volvernos ni recelosos ni intransigentes con los que caminan a nuestro lado sino siempre abrirnos a la comprensión y a la misericordia.
Nos exigiremos a nosotros mismos en nuestro crecimiento personal pero siempre hemos de tener el corazón lleno de ternura y de amor para quienes están a nuestro lado. Por eso siempre arrancaremos de nosotros sentimientos de desconfianzas, de recelos, de resentimientos, de orgullo y de amor propio, dispuestos siempre a la misericordia y al perdón porque es lo que cada día estamos recibiendo del Señor. Qué distinto seria nuestro mundo si llegáramos a esa capacidad de entendimiento y de armonía, de ser capaces de construir juntos para hacer que nuestro mundo sea mejor.

jueves, 19 de julio de 2018

El corazón de Cristo un corazón siempre abierto que nos reconforta y nos llena de vida y nos pone en camino de lo mejor


El corazón de Cristo un corazón siempre abierto que nos reconforta y nos llena de vida y nos pone en camino de lo mejor

Isaías 26,7-9.12.16-19; Sal. 101; Mateo 11,28-30

Que sensación más agradable se tiene cuando en medio de los agobios y cansancios de la vida encuentra uno la puerta de un amigo abierta para acogerte y poder entrar y sentarte simplemente a su lado. En ocasiones no necesitaremos incluso palabras sino que nos basta la seguridad de esa puerta abierta donde podemos entrar sin llamar, porque sabemos que allí habrá siempre un lugar donde nos podamos sentir a gusto, sentarnos placidamente y saber que allí está la presencia del amigo.
Lo habremos deseado y habremos quizá también tenido esa experiencia. Allí está el amigo que nos acoge y nos escucha; que nos ofrece una copa de amistad y un asiento donde poder sentarnos a su lado. Quizá solo se haya sentido el silencio, pero en el corazón hemos sentido mucho más, porque hemos sentido del calor de la amistad y de la comprensión, en su mirada hemos escuchado esa palabra de animo que necesitamos, y ante él no sentimos la vergüenza de nuestros errores o tropiezos porque sabemos que siempre está esa mano que nos levanta, esos pasos que nos acompañan, ese silencio quizás que nos comprende. Se siente uno renacer.
Esta experiencia humana a la que nos estamos refiriendo que ya en si mismo es una gran experiencia espiritual. No es solo la regeneración de un cuerpo cansado que busca un lugar de descanso. No siempre es el cansancio físico el que mas nos daña, sino esa otra sensación de nuestro espíritu que no encuentra paz, que se siente insatisfecho, que necesita una serenidad para ver las cosas con mejor luminosidad, que está turbado en medio de tantas luchas, esfuerzos, desasosiegos, incomprensiones que nos llevan al desánimo y hasta los deseos de abandono.
Nos parece sentirnos vacíos por dentro y sin una ruta clara en la vida que nos haga tener unas pautas que seguir. Por eso necesitamos ese descanso que no es solo un paran en la actividad física, sino un ser capaces de mirarnos a nosotros mismos cara a cara para encontrarnos a nosotros mismos. Y necesitamos ese alguien que nos acompañe, que nos quite temores, que nos dé seguridad y aplomo en lo que queremos conseguir.
En toda esa turbulencia espiritual en la que nos vemos inmersos desde nuestra fe sabemos que hay alguien que viene a nuestro encuentro, que nos abre las puertas de su corazón, que nos va a dar esa paz que tanto necesitamos y que no sabemos encontrar por otros caminos.
Hoy escuchamos esas palabras tan sencillas pero que tanto ánimo nos dan que nos dice Jesús. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso’.
¿Queremos más? Ahí está el corazón de Cristo con su mansedumbre, su humildad, su amor. Es un corazón siempre abierto. No hay puertas que lo cierren porque el amor no tiene puertas, es un hogar siempre abierto, es la dulzura y la paz que tanto necesitamos. Con seguridad, con certeza podemos ir siempre hasta Jesús. Nos acoge, nos escucha, nos reconforta, nos perdona y nos llena de gracia, nos da nueva vida, nos pone siempre en camino de lo mejor.
Jesús nos dice que aprendamos de El. ¿Aprenderemos a ser también corazón siempre abierto para los demás? En el mundo de agobios y carreras en el que vivimos, en un mundo tan llene de acritud y violencia que nos rodea, ¿por qué no probamos a ser nosotros corazones llenos de mansedumbre y de paz donde los que están cerca de nosotros puedan encontrar también alivio y descanso? Será un camino para llevarlos hasta Jesús.

miércoles, 18 de julio de 2018

Vaciemos nuestro corazón de vanidades y ambiciones de grandezas para sintonizar mejor con el misterio de Dios que se nos manifiesta en Jesús


Vaciemos nuestro corazón de vanidades y ambiciones de grandezas para sintonizar mejor con el misterio de Dios que se nos manifiesta en Jesús

Isaías 10,5-7.13-16; Sal. 93; Mateo 11,25-27

Cuánta sabiduría nos encontramos muchas veces en la gente sencilla, que quizá por su apariencia nos puedan parecer personas incultas que no tienen grandes estudios ni títulos universitarios, pero en lo que han ido aprendiendo de la vida, rumiando en su interior nos enseñan maravillosas lecciones con sentencias que en pocas palabras nos dan la clave de vivencias hermosas. No nos ofrecerán sesudas reflexiones alimentadas en corrientes de pensamiento filosófico o ideológico, pero nos enseñan cosas vividas, cosas de la vida que han experimentado en si mismos y que han rumiado en su interior plasmando así no solo su pensamiento sino su corazón.
Y es que el verdadero sabio de la vida lo aprende de la vida misma, pero de ese mascar en silencio una y otra vez los hechos o acontecimientos vividos y son capaces de expresarlo en pocas palabras, pero si muy llenas de sabiduría. No digo que no tengamos que iluminar nuestra vida e ir adquiriendo una formación a través de estudios y enseñanzas de quienes han desarrollado su vida por los derroteros de la filosofía o de estudios superiores. Pero ellos también tendrían que saber trasmitirnos en la sencillez ese su saber para que en verdad puedan ayudarnos.
Pero serán los sencillos y los limpios de corazón los que podrán saborear mejor el valor y la importancia de las cosas sencillas; serán los que tendrán un corazón más disponible, más abierto para recibir y captar todo aquello que les trasciende y les eleva. Por eso serán también los de corazón humilde y sencillo los que más abiertos estén a Dios y a su misterio de amor, porque son los que mejor saben sintonizar con el amor verdadero.
Un corazón orgulloso se encierra en su yo y se cree bastarse a si mismo; la vanidad y el orgullo nos encandilan y ciegan para no dejarnos ver las cosas que son verdaderamente bellas. Por eso el orgulloso no podrá saborear de verdad la vida a partir de las cosas sencillas; su aspiración a las grandezas y vanidades le hace olvidar lo que verdaderamente le puede hacer feliz; aunque dé apariencias de felicidad, al final sentirá que su corazón está frío y vacío.
Hoy escuchamos a Jesús decir que da gracias al Padre porque ha revelado los misterios de Dios a la gente sencilla y humilde. Eran los que de verdad estaban abiertos a Dios, y porque su corazón lo habían vaciado de ambiciones y deseos de grandezas humanas podían tener mejor esperanza y sintonizar mejor con el misterio de Dios. Que tengamos nosotros un corazón así, que nos vaciemos de esas vanidades, que busquemos lo que de verdad nos llena, que en nuestra pobreza tengamos puesto nuestro corazón siempre en las manos de Dios.
‘Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’, termina diciéndonos hoy Jesús en el evangelio. El se nos quiere revelar, El quiere meternos en el misterio de Dios, pero solo sintonizaremos con Jesús y con su amor cuando tengamos ese corazón humilde y sencillo, ese corazón puro del que hayamos desterrado vanidades y orgullos.

martes, 17 de julio de 2018

No seamos insensibles a lo extraordinario de las cosas ordinarias que suceden cada día a nuestro lado


No seamos insensibles a lo extraordinario de las cosas ordinarias que suceden cada día a nuestro lado

Isaías 7, 1-9; Sal. 47; Mateo 11,20-24

Estamos atentos y pendientes de los sucesos extraordinarios que puedan acaecer y corremos enseguida tras ellos, pero no somos sensibles al extraordinario de las cosas ordinarias que suceden cada día a nuestro lado.
Creo que tendríamos que ser más sensibles a lo extraordinario de lo sencillo y de lo humilde. Pero esas cosas nos pasan desapercibidas. Quizá por parecernos naturales no les prestamos atención pero la fidelidad de cada día en las cosas pequeñas, en los pequeños detalles son cosas que tendríamos que saber apreciar y valorar, es más, destacar porque son los hermosos testimonios que de verdad nos impulsan a ser mejores.
Es el pequeño gesto, el detalle que nos parece insignificante, pero que va construyendo cada día ese nuestro mundo para hacerlo mejor. Esa sonrisa de un niño que nos llega al alma, esa mirada atenta que quizá no vemos de aquel que nos quiere pero que es presencia que está pendiente de que no nos pase nada, ese trabajo callado y sacrificado de la madre que nos tiene preparadas las cosas a nuestro gusto para vernos felices, ese pequeño gesto de la persona que con la que nos cruzamos que nos cede el paso y lo hace con una sonrisa en su semblante… cosas que nos parecen tremendamente naturales pero que van con una carga inmensa de amor.
¿Por qué no nos paramos un poco a pensar en esos detalles que tienen con nosotros esas personas que nos rodean o con las que nos cruzamos cada día aunque ni las vemos porque vamos demasiado ensimismados en nuestros pensamientos? Mencioné antes algunas cosas a manera de ejemplo, pero seguramente podremos descubrir muchos más si prestamos atención a la vida. Son los milagros que tenemos que saber apreciar y que como decíamos antes son los que van construyendo calladamente un mundo mejor. Si abriéramos un poquito más los ojos seriamos capaces de admirarlos y de intentar copiarlos también en nuestra vida.
No seamos ciegos a esas maravillas de las cosas sencillas, de los pequeños gestos, de ese amor callado pero grande que podemos encontrar cada día en tantos que nos rodean. Todo eso nos está hablando también de Dios, todo eso son llamadas de Dios a las que tenemos que corresponder.
El evangelio de hoy nos muestra a Jesús que se queja de las gentes de Corozaín, Betsaida y Cafarnaún porque no han sabido descubrir las maravillas de Dios en las obras que Jesús realizaba. Acudían a Jesús con sus enfermos como venían de todas partes para que Jesús los curase, pero les pasaba como que se habían acostumbrado a aquella acción de Jesús y ya no eran capaces de descubrir la acción de Dios y la respuesta de fe era insuficiente. ‘Se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido’.
Que no nos recrimine Jesús a nosotros por nuestra ceguera y nuestra insensibilidad. Que abramos en verdad los ojos para descubrir tantos gestos de humanidad, de amor, de solidaridad que se suceden a nuestro lado. No busquemos cosas grandes sino fijemos en esos pequeños signos de amor que encontramos en los sencillos y en los pobres que sencillamente saben compartir, tienen generosidad en su corazón a pesar de que haya pobreza en su vida, que viven en la cercanía del hermano que sufre y saben acompañarlos en silencio y estar siempre en actitud de servicio.
Lo podemos ver en el vecino que cuida a su vecina desinteresadamente, en el que es capaz de pasar una noche junto a un enfermo que esta solo aunque no sea su familiar, en el que acompaña el dolor de quien ha perdido un ser querido mostrándole su cercanía y su afecto; lo podemos ver en el joven que en la noche va a acompañar a los andan tirados en la calle y les ofrece un café pero más el calor de su presencia; lo podemos ver en el niño que deja su juguete al compañero que está solo y con quien no juega nadie; lo podemos ver en la persona que abre las puertas de su casa al extraño que llega pidiendo ayuda y al que antes se le han cerrado muchas puertas.
Son las cosas maravillosas de lo sencillo, de lo humilde y de lo realizado en silencio sin que nadie lo vea, pero con el que hacemos el mundo un poquito mejor cada día.

lunes, 16 de julio de 2018

Vestirnos de María es mucho más que un escapulario o un hábito que nos vistamos sino que es un desprender de nosotros el perfume de las virtudes de María


Vestirnos de María es mucho más que un escapulario o un hábito que nos vistamos sino que es un desprender de nosotros el perfume de las virtudes de María


Al norte de las llanuras de Galilea surge una cadena montañosa que se extiende en sus estribaciones hasta las orillas mismas del Mediterráneo. Son los montes del Carmelo de singular importancia en diferentes momentos de la antigua historia de Israel. Entre muchas cosas destaca la referencia que estos montes tuvieron para el profeta Elías pues allí se refugió en momentos difíciles de idolatría a los baales del reino del Norte, o reino de Israel. Como su mismo nombre indica en el significado de la palabra son montes de especial belleza, como un jardín florido que se levanta desde las llanuras del Esdrelón, y que nos pueden servir muy bien como una hermosa referencia a la belleza de la santidad de Maria.
Hacemos esta referencia histórica porque de ahí surgió el que en los tiempos de las Cruzadas, a finales del siglo XII muchos cruzados que habían ido hasta Palestina para liberar la tierra donde nació y vivió Jesús del dominio de los otomanos, al tiempo que también muchos peregrinos que iban a la tierra de Jesús optaron por quedarse para vivir como anacoretas escogiendo precisamente por su referencia Elías estos montes del Carmelo.
Poco a poco fueron surgiendo grupos y comunidades de vida eremitita en las laderas del Carmelo hasta que posteriormente se les diera una regla de vida que dio origen a lo que llamamos los monjes del Carmelo, los Carmelitas. Pronto en la devoción mariana de aquellos monjes colocaron una imagen de la Virgen en alguna de aquellas grutas que les servían de oratorios, y fue el origen por así decirlo de la Virgen del Monte Carmelo. El Carmelo, pues, se convirtió en el huerto florido de María, en el jardín donde íbamos a aprender de sus virtudes y de su santidad.
En su nombre más femenino pronto se le comenzaría a decir Carmen, mientras el nombre masculino de Carmelo era que el que se daba a los varones que querían llevar esta advocación mariana en su nombre. Devoción a María con esta advocación que pronto con la multiplicación de los monjes y su extensión por otros lugares hizo que también se propagara, siendo una de las advocaciones de María más queridas y más, por así decirlo, celebradas.
Esta devoción a la Virgen del Carmen tiene como una característica muy principal la imitación a María. Imitar a María es vestirse de María, significativamente en el hábito o en el escapulario, pero que bien entendemos que ha de tener una mayor profundidad al copiar las virtudes de María en nuestra vida. Es el hábito o el escapulario, porque aunque hoy se nos haya quedado reducido a un pequeño trozo de tela con la imagen de María que ponemos sobre nuestro pecho su origen era algo mucho más amplio.
El escapulario en su origen era como un sobrevestido que se ponía sobre la ropa habitual y que si en principio era como una prevención para no manchar los ropajes que se llevaban a causa de los trabajos que se realizasen, como ese era el escapulario, el delantal diríamos hoy, que se ponían los monjes del Carmelo en sus trabajos conventuales quienes querían vivir una vida semejante a la de aquellos monjes imitando a María lo imponían sobre sus vestimentas, convirtiéndose así en el hábito del Carmen.
Por eso como decíamos la devoción a la Virgen del Carmen es sobre todo de imitación de María. ¿A quien mejor podemos imitar en su fe y en su amor, en la escucha de la Palabra y en el amor a Dios como verdadero centro de su vida, en la generosidad y en el servicio, en el desprendimiento y vaciamiento interior y en la santidad? Vestidos de María, pues, queremos prevenirnos de las manchas que más dañan nuestra vida, los vicios y pecados.
Sí, nos queremos vestir de la belleza de María, de sus virtudes y de su santidad. Y es que quienes nos decimos sus hijos, llevamos al cuelo su medalla o su escapulario, o una imagen suya en nuestra cartera, tenemos que pensar que hemos de hacerlo con dignidad. No podemos mezclar esa imagen de María con nuestro vicio y nuestro pecado, sino que esa imagen tiene que ser para nosotros siempre un recuerdo y una exigencia de una vida más santa. Vestirnos de María es desprender el olor de María en sus virtudes en nosotros.
En la devoción a María se nos habla muchas veces de cómo María no va a permitir que quien lleve su escapulario pueda morir en pecado y ella le dará la gracia de arrepentirse antes de su muerte. Clásico es el cuadro de la Virgen del Carmen que está en nuestra Iglesias donde vemos a María queriendo sacar a las almas del purgatorio para llevarlas a la presencia de Dios en el cielo. Y es que quien con sinceridad de corazón lleva esa imagen de la virgen consigo de una forma o de otra, seguro que en su corazón sentirá el movimiento de la gracia que le impulsa a la conversión, a volver su vida a la gracia del Señor.
Escuchemos en nuestro corazón la palabra de María que siempre nos estará diciendo como a los sirvientes de las bodas de Caná, ‘haced lo que El os diga’; María siempre nos conducirá hasta Jesús para que le escuchemos, para que nos dejemos inundar por su gracia y su perdón. No nos hagamos sordos a la palabra de María, ‘haced lo que El os diga’. Desprendamos de nosotros ese perfume del jardín de María adornándonos con todas sus virtudes.


domingo, 15 de julio de 2018

Nuestro vivir no es ser un árbol sin hojas y sin frutos sino que llenos de vida compartimos la riqueza de nuestro yo y nuestra fe con los demás



Nuestro vivir no es ser un árbol sin hojas y sin frutos sino que llenos de vida compartimos la riqueza de nuestro yo y nuestra fe con los demás

Amós 7, 12-15; Sal. 84; Efesios 1, 3-14; Marcos 6, 7-13

Vivir no es simplemente dejar pasar las horas, dejar pasar los días. Una vida así en esa pasividad no tiene aliciente, es como una vida sin sentido. Qué somos, qué vivimos, para qué vivimos son preguntas que están en lo hondo del corazón de cada persona. Un por qué y un para qué. Una vida dejada pasar así es como un árbol sin hojas y sin frutos.
No es simplemente un adorno. Es la riqueza que cada uno desde su yo más profundo da al mundo en el que vive, con lo que enriquece el mundo. Por eso no es estar mano sobre mano. Yo diría que aunque nos parezca que ya hemos dado lo nuestro a lo largo de los muchos o pocos años de nuestra vida. Vivir tiene que ser un florecer continuo, y cuando la planta da flores es porque anuncia frutos.
Me atrevo a pensar que eso tiene que ser siempre nuestra vida. Como un aparte que me surge al hilo de esta reflexión hay personas que cuando se jubilan en cierto modo se mueren. Ya he trabajado, ya he producido, se dicen, qué más puedo hacer yo, y se quedan en una inacción; todos conocemos personas que tras la jubilación porque aun no han encontrado un por qué más para su vida en esos momentos comienzan a desmejorarse, comienzan a aparecer las enfermedades, comienzan los aburrimientos y se van consumiendo lentamente. Pensaron quizá que ya no valían para nada más.
Y mientras hay vida seguimos valiendo en todo cuanto podemos seguir contribuyendo a la misma vida, a la familia y al mundo en que vivimos. Quizá me he alejado un tanto de propósito primero de esta reflexión a la luz del evangelio.
Tenemos una misión en la vida, vivir y hacer vivir; vivir desde nuestro yo con todas las circunstancias de nuestros valores personales que enriquecen nuestro yo y vivir para los demás. La propia vocación, el sentido de misión da sentido a la vida de cada persona. No solo, yo diría, vivimos con los demás –lo cual ya es verdaderamente importante – sino vivimos también para los demás. Esa riqueza de nuestra vida – y no hablo ahora de lo material – ha de enriquecer también a los demás.
Los discípulos seguían a Jesús. Según le escuchaban, contemplaban sus signos, descubrían su vida se iban con El; además Jesús los iba llamando también, los iba invitando a seguirle. Pero no era solamente estar con todo lo importante que es; todo aquello que ellos iban recibiendo había de llevarlo a los demás. Es lo que hoy escuchamos en el evangelio. Eran sus discípulos pero tenían una misión. Jesús los llama y los envía, de dos en dos, como nos dice el evangelista.
‘Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto...’
Van con la misión de la paz y de la vida. Será su saludo y será el regalo que lleven a cuantos encuentren. El anuncio es que llega el Reino de Dios, está cerca, ahí lo tenemos en nuestros corazones si creemos en esa Buena Noticia. Ellos lo estaban viviendo junto a Jesús; señales de ello era esa pequeña comunidad, ese pequeño grupo que se iba congregando en torno a Jesús, pero signos eran también como se iba venciendo el mal. Jesús curaba a los enfermos y era lo que ellos ahora también debían hacer.
Pero ese sanar, ese curar era mucho más que desapareciese una enfermedad o una limitación física que se pudiera tener en el cuerpo, parálisis, ceguera, lepra o cualquier otro tipo de enfermedad. Es que se despertaba la fe y con la fe tenían que nacer unas actitudes nuevas; con la fe tenia que nacer una nueva cercanía entre todos, porque tendríamos que destruir todas aquellas barreras que desde nuestro corazón tantas veces podemos poner a los demás.
Hay barreras en la vida peores que la ceguera de unos ojos, la lepra que nos aísla, o la parálisis que no nos deja caminar. Cuantas cosas nos hacen ciegos para no ver lo bueno de los demás, con cuantos odios y resentimientos, envidias y orgullos mal curados nos recomemos por dentro y apartándonos de los demás, cuanto mal puede salir por nuestros labios con nuestras palabras violentas, con nuestras criticas o nuestros juicios condenatorios de los otros; cuantas veces nos vemos paralizados en nuestro egoísmo y nuestra insolidaridad cuando dejamos de pensar en los demás para pensar solo en nosotros mismos y los que a nosotros nos satisfaga; cuantas veces en nuestra pasividad e inactividad dejamos de hacer fructificar nuestra vida y sus valores impidiendo que los demás se beneficien de esa riqueza que hay en nuestra vida.
Tenemos que curar y tenemos que curarnos para que podamos llevar vida para hacer que nuestro mundo sea mejor. Y esa es la misión que Jesús nos confía, porque a nosotros también nos está enviando. No podemos cruzarnos de brazos, pensar que no somos capaces o no tenemos nada que hacer.
Siempre hay una semilla que sembrar, una buena palabra que decir, una mano que tender para ayudar a levantarse al caído, una sonrisa que compartir para llevar el amor y la paz de Dios que hay en nuestro corazón también a los demás. Si no lo hiciéramos nuestra vida y nuestra fe estarían muertas; dejemos que Jesús, el Señor, nos resucite y nos llene de nuevo de ilusión y de esperanza para tener vida y poder dar vida.