En
silencio quizá pero con un silencio que grita a través de los signos de
nuestras obras de amor seguimos anunciando el nombre de Jesús
Miqueas 2,1-5; Salmo 9; Mateo 12, 14-21
Los fariseos querían acabar con Jesús. Como dirá Jesús en otro
momento, su hora no ha llegado. Se marcha Jesús a lugares descampados, pero allí
lo sigue la gente y Jesús no deja de seguir realizando los signos del reino
curando a los enfermos de todo tipo de mal. No es una huida, es el momento del
silencio, por eso les dice a los que ha curado que no lo divulguen. Pero su
silencio grita. Las señales del amor no se pueden ocultar. ¿Qué haríamos
nosotros?
Queremos caminar en la vida con buena voluntad y con buenos deseos. En
nuestra sangre, por así decirlo, llevamos la semilla de querer hacer siempre el
bien. Nos cuesta. Es en nosotros que aparece la tentación del cansancio o del
desánimo; rebrotan en nosotros en ocasiones ambiciones, orgullos, amor propio y
un cierto egoísmo mal disimulado. Será por otra parte que nos encontramos con gente
que no nos entiende, o gente que se opone a nuestros planteamientos. En
ocasiones no solo se nos hace difícil seguir con nuestros planes y deseos de
hacer el bien, sino que casi se nos hace imposible. Parece que nadamos
contracorriente de cómo andan los caminos del mundo que nos rodea que no nos
entiende o que va a lo suyo. ¿Será también el momento del silencio?
En nuestro nivel personal de nuestras luchas y nuestros deseos de superación
o en la realización de unos compromisos concretos nacidos de la fe que tenemos
en >Jesús y que sentimos que no nos podemos cruzar de brazos. Pero es también
la tarea de la Iglesia que no siempre es entendida y comprendida. Muchas veces
parece que es una voz que grita en el desierto de nuestro mundo y pocos quieren
escuchar.
Uno mira a su alrededor y por un lado ve lo que la Iglesia quiere
realizar, su compromiso con el evangelio que no solo es anunciarlo con
palabras, sino también con los signos de sus obras, pero por otra parte ve a
tanta gente indiferente que ni se entera de lo que hace la Iglesia y a quienes
no termina de llegar su mensaje. Se puede sentir el desaliento, podemos tener
la tentación de quedarnos en el silencio, pero no un silencio que grite.
Estos días hemos escuchado los momentos difíciles que esta pasando la
Iglesia de Nicaragua por ponerse evangélicamente al lado del pueblo que sufre.
Han sido agresiones a la gente sencilla pero que ha llegado también a
agresiones a sacerdotes y obispos; pero han sido también insultos desde las mas
altas instancias que quieren confundir al pueblo. Pero la Iglesia ahí está, ahí
sigue, al lado de los que sufren, sufriendo también en silencio, pero no
dejando de luchar y trabajar para que las cosas mejoren. No es entendido por
muchos, se crea confusión en mucha gente. Pero ahí está la presencia de la
Iglesia signo del amor de Dios a su pueblo.
‘Mirad a mi siervo, mi
elegido, mi alnado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que
anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las
calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará,
hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones’. Nos ha recordado hoy el evangelista estas
palabras de Isaías, ante el momento que vivía Jesús. Nos lo recuerda hoy la Palabra
de Dios en el momento en que vivimos, en situaciones personales, o en las
diversas situaciones que vive la Iglesia en su tarea a lo largo del mundo.
En silencio quizá, pero con
un silencio que grita a través de los signos de nuestras obras de amor seguimos
anunciando el nombre de Jesús.