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martes, 17 de julio de 2018

No seamos insensibles a lo extraordinario de las cosas ordinarias que suceden cada día a nuestro lado


No seamos insensibles a lo extraordinario de las cosas ordinarias que suceden cada día a nuestro lado

Isaías 7, 1-9; Sal. 47; Mateo 11,20-24

Estamos atentos y pendientes de los sucesos extraordinarios que puedan acaecer y corremos enseguida tras ellos, pero no somos sensibles al extraordinario de las cosas ordinarias que suceden cada día a nuestro lado.
Creo que tendríamos que ser más sensibles a lo extraordinario de lo sencillo y de lo humilde. Pero esas cosas nos pasan desapercibidas. Quizá por parecernos naturales no les prestamos atención pero la fidelidad de cada día en las cosas pequeñas, en los pequeños detalles son cosas que tendríamos que saber apreciar y valorar, es más, destacar porque son los hermosos testimonios que de verdad nos impulsan a ser mejores.
Es el pequeño gesto, el detalle que nos parece insignificante, pero que va construyendo cada día ese nuestro mundo para hacerlo mejor. Esa sonrisa de un niño que nos llega al alma, esa mirada atenta que quizá no vemos de aquel que nos quiere pero que es presencia que está pendiente de que no nos pase nada, ese trabajo callado y sacrificado de la madre que nos tiene preparadas las cosas a nuestro gusto para vernos felices, ese pequeño gesto de la persona que con la que nos cruzamos que nos cede el paso y lo hace con una sonrisa en su semblante… cosas que nos parecen tremendamente naturales pero que van con una carga inmensa de amor.
¿Por qué no nos paramos un poco a pensar en esos detalles que tienen con nosotros esas personas que nos rodean o con las que nos cruzamos cada día aunque ni las vemos porque vamos demasiado ensimismados en nuestros pensamientos? Mencioné antes algunas cosas a manera de ejemplo, pero seguramente podremos descubrir muchos más si prestamos atención a la vida. Son los milagros que tenemos que saber apreciar y que como decíamos antes son los que van construyendo calladamente un mundo mejor. Si abriéramos un poquito más los ojos seriamos capaces de admirarlos y de intentar copiarlos también en nuestra vida.
No seamos ciegos a esas maravillas de las cosas sencillas, de los pequeños gestos, de ese amor callado pero grande que podemos encontrar cada día en tantos que nos rodean. Todo eso nos está hablando también de Dios, todo eso son llamadas de Dios a las que tenemos que corresponder.
El evangelio de hoy nos muestra a Jesús que se queja de las gentes de Corozaín, Betsaida y Cafarnaún porque no han sabido descubrir las maravillas de Dios en las obras que Jesús realizaba. Acudían a Jesús con sus enfermos como venían de todas partes para que Jesús los curase, pero les pasaba como que se habían acostumbrado a aquella acción de Jesús y ya no eran capaces de descubrir la acción de Dios y la respuesta de fe era insuficiente. ‘Se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido’.
Que no nos recrimine Jesús a nosotros por nuestra ceguera y nuestra insensibilidad. Que abramos en verdad los ojos para descubrir tantos gestos de humanidad, de amor, de solidaridad que se suceden a nuestro lado. No busquemos cosas grandes sino fijemos en esos pequeños signos de amor que encontramos en los sencillos y en los pobres que sencillamente saben compartir, tienen generosidad en su corazón a pesar de que haya pobreza en su vida, que viven en la cercanía del hermano que sufre y saben acompañarlos en silencio y estar siempre en actitud de servicio.
Lo podemos ver en el vecino que cuida a su vecina desinteresadamente, en el que es capaz de pasar una noche junto a un enfermo que esta solo aunque no sea su familiar, en el que acompaña el dolor de quien ha perdido un ser querido mostrándole su cercanía y su afecto; lo podemos ver en el joven que en la noche va a acompañar a los andan tirados en la calle y les ofrece un café pero más el calor de su presencia; lo podemos ver en el niño que deja su juguete al compañero que está solo y con quien no juega nadie; lo podemos ver en la persona que abre las puertas de su casa al extraño que llega pidiendo ayuda y al que antes se le han cerrado muchas puertas.
Son las cosas maravillosas de lo sencillo, de lo humilde y de lo realizado en silencio sin que nadie lo vea, pero con el que hacemos el mundo un poquito mejor cada día.

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