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sábado, 25 de enero de 2020

Con un pequeño gesto de nuestra vida podemos convertirnos en signos e instrumentos de gracia para muchos que caminan a nuestro lado


Con un pequeño gesto de nuestra vida podemos convertirnos en signos e instrumentos de gracia para muchos que caminan a nuestro lado

Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Sal 116; Marcos 16, 15-18
Alguna vez nos ha sucedido que realizamos algo de forma espontánea y casi sin darle importancia, tuvimos un gesto con alguien porque le tendimos la mano en el momento que aquella persona lo necesitaba pero que nosotros lo hicimos casi sin percatarnos del significado que pudiera alcanzar y aquel detalle esa persona nos lo agradecerá por vida porque si para nosotros fue casi sin trascendencia sin embargo fue muy importante para ella. Casi tendríamos que ponernos a pensar en el valor de esos pequeños detalles y como tendríamos que estar más atentos para esa huella positiva que quizá podemos dejar en una persona que puede ser todo un mundo de salvación y de vida para ella.
Los que acompañaban a Pablo realmente no eran conscientes de lo que a Pablo le había sucedido, porque ya el mismo Pablo nos dice que ellos no oyeron la voz, solo sintieron el resplandor. Pero aquella caída de Pablo por tierra lo había dejado mal porque había perdido incluso la visión. Había que continuar hasta Damasco porque era el destino, pero también porque podían hacer por Pablo allí en las afueras de la ciudad. Lo tomaron de la mano y lo condujeron hasta Damasco, aunque sin saberlo ellos, con aquel gesto y lo que había sucedido el camino ahora tenía otro sentido. Pero era importante aquella ayuda que le estaban prestando porque estaban contribuyendo sin saberlo a lo que eran los planes de Dios.
Había sido un momento importante, un momento de gracia para Pablo. Había sido su encuentro con la luz, aunque ahora sus ojos estaban cegados por aquel resplandor, pero era antes cuando realmente estaban cegados en su fanatismo para perseguir todo lo que le sonara al camino de Jesús. Por eso había marchado a Damasco con cartas de los sumos sacerdotes para llevarse presos a Jerusalén a todos los que confesasen su fe en Jesús. Era su ceguera y ahora había sido el encuentro con la luz. Necesitaba, es cierto de la ayuda de sus acompañantes, como necesitaba de Ananías que ya le estaba esperando dentro de la ciudad.
He estado resaltando la ayuda prestada por aquellos compañeros caminantes con Pablo pero también tendríamos que destacar la necesidad de bajarnos de nuestros caballos de orgullo para dejarnos conducir, para dejarnos ayudar a encontrar la luz. Muchas veces también caminamos cegados por la vida desde nuestros orgullos o autosuficiencias de creernos en posesión de la verdad, de mi verdad, y sin embargo estamos caminando por el camino del error. 
Habrá siempre alguien que nos tienda una mano, que nos eche un cabo, que intente poner la luz delante de nuestros ojos, pero hemos de dejarnos iluminar, dejarnos ayudar. Ayudas que pueden llegar a nosotros desde cosas muy simples y sencillas, pero que hemos de aprender a captar, a sintonizar con ellas para poder escuchar esa voz, para sentir esa luz, para ponernos a avanzar por esa camino nuevo que se abre ante nosotros, que aunque quizá nos parezca tan simple es el camino que nos está llevando a la verdad y a la luz. Dios nos tiene quizá reservadas grandes cosas para nosotros pero que podemos perder si no nos abajamos de nuestros orgullos y autosuficiencias.
Pensemos también como nosotros podemos convertirnos también en instrumentos elegidos cuando con nuestros pequeños gestos podemos ser signos de gracia para los que están a nuestro lado. Esa buena palabra, esa sencilla sonrisa mirando a los otros a nuestro interlocutor, esa mano tendida para levantarse alguien de una caída o para dar el paso adelante con mayor seguridad pueden convertirse en signos de gracia y Dios estar actuando también a través de nosotros. Dejémonos conducir por ese impulso que sentimos en momentos determinados dentro de nosotros o estemos siempre con ojos atentos para ver donde podemos poner nuestra mano servicial.

viernes, 24 de enero de 2020

El grupo de los doce apóstoles imagen y ejemplo de lo que Jesús quiere que sean sus discípulos, los que creemos en El


El grupo de los doce apóstoles imagen y ejemplo de lo que Jesús quiere que sean sus discípulos, los que creemos en El

1Samuel 24, 3-21; Sal 56; Marcos 3, 13-19
Es bueno en la vida saber caminar juntos; es algo además que va con nuestra propia naturaleza porque estamos llamados a la relacion, a estar en relación con los demás, aunque algunas veces sintamos tendencia o tentación a aislarnos. Pero ya sabemos que el camina solo, solo se cae y solo se queda, como se suele decir.
Son las relaciones que tenemos empezando por la propia familia, donde hemos nacido y hemos crecido como personas; pero en nuestro entorno siempre estamos en comunicación con alguien, porque son las personas que viven cercanas a nosotros o son los amigos que vamos haciendo entrando ya en una nueva y distinta relación. Con el amigo caminamos juntos y soñamos juntos, con el amigo siempre tenemos algo en común ya sea por nuestra forma de ser o ya sea en los ideales o metas que nos ponemos en la vida y entonces en el amigo encontramos ese apoyo y ese estímulo. Pero no se queda ahí la relación porque vivimos en sociedad y el trabajo que realizamos es de alguna manera una herramienta social que nos hace entrar en relación con esas personas que realizan algo semejante a lo que nosotros hacemos, pero porque también lo que hacemos repercute en esa sociedad en la que vivimos.
Estamos, pues, llamados a esa relación, a ese caminar juntos, pero también a ese trabajar juntos poniendo cada uno nuestra parte en la construcción de esa sociedad en la que vivimos. Cada uno tendremos nuestra función, pero cada uno aportamos desde lo que somos y desde lo que hacemos, y será en ese unión con lo que los demás realizan como vamos poniendo las bases de ese mundo que queremos que sea mejor. Nunca debe aislarnos nuestro trabajo o nuestra ocupación sino que tenemos que darnos cuenta de ese engranaje entre unos y otros para la riqueza de la vida. Esa unión, esa relación, esa colaboración es la gran riqueza de nuestra existencia. Y esto en todos los aspectos de lo que abarca nuestra existencia y de las tareas que realizamos en nuestro mundo.
Sin embargo hay quien puede pensar en un aspecto de la vida que es más individual y donde no necesitarían esa relación, me refiero a la vida de fe. Cierto que la fe es una respuesta personal que damos al misterio de Dios que se nos revela, pero nunca esa respuesta personal nos aísla de los que vivimos una misma fe; todo lo contrario, precisamente desde nuestra fe cristiana estamos llamados a vivir con intensidad esa vida de fe en comunión con los demás, necesariamente tenemos que sentirnos comunidad. Es lo que nos conduciría a una mayor plenitud y hondura en esa fe y es el deseo de Jesús.
Vemos en el evangelio multitudes que siguen a Jesús y cada uno se va acercando a Jesús desde sus inquietudes o los problemas concretos de su vida personal. Pero no quiere Jesús que los que le siguen vivan aislados cada uno por su parte sino que El va llamando para formar parte de ese grupo de los discípulos; hoy de manera concreta llamará a doce para formar ese grupo especial que vivan con El, vivan más cercanos a El porque a ellos les va a confiar la misión del anuncio del Evangelio acompañado de los signos de liberación que Jesús mismo hace. Ese grupo de los doce que va a ser imagen y ejemplo de lo que Jesús quiere que sean sus discípulos, los que creen en El.
Nos cuesta sentirnos comunidad, y comunidad cristiana, comunidad de seguidores de Jesús. Es algo en lo que tenemos que profundizar cada día más, haciendo crecer esa comunión, nacida en la fe y en el amor, que tendría que haber entre todos los que creemos en Jesús. Hablamos de Iglesia y algunas veces nos suena como a un ente abstracto, superior, ajeno quizás a lo que es nuestra propia vida cristiana. Tenemos que aprender a sentirnos Iglesia, ese pueblo de Dios que camina junto y que es la expresión más hermosa de lo que es el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y que constituye en nosotros.

jueves, 23 de enero de 2020

La luz del evangelio va siempre delante de nosotros iluminando nuestra vida y las diversas situaciones para que no nos dejemos seducir por la tentación de la vanidad y del orgullo


La luz del evangelio va siempre delante de nosotros iluminando nuestra vida y las diversas situaciones para que no nos dejemos seducir por la tentación de la vanidad y del orgullo

1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Sal 55;  Marcos 3, 7-12
¿A quién le amarga un dulce? Esto solemos decir porque el sentirse honrado y valorado por la gente, sentir que alrededor uno tiene muchos amigos que confían en ti, que la gente te tiene en cuenta y te escucha es algo agradable con lo que se siente un gozo interior y te hace crecer en tu autoestima.
Pero también tiene sus peligros; aquellos que buscan ser halagados por la gente, que la gente te reconozca y de alguna manera te suba a unos pedestales, el sentirte así fuerte porque incluso puedes arrastrar a la gente a que haga las cosas a tu gusto e incluso para halagarte son alguna tentaciones que podemos sufrir. Así surgen esos populismos en que queremos presentarnos como héroes y salvadores y al final ansiamos el poder que enriquece nuestro ego y de camino también nuestros bolsillos, y pueden comenzar a aparecer muchas cosas que ya no son tan positivas porque terminamos incluso manipulando a la gente con tal que nos mantengan en nuestro pedestal.
Cosas así vemos muchas veces en la vida social - ¿y por que no decirlo, también en la vida política? – donde se comienza quizá con buenos deseos de hacer que las cosas mejoren pero al final lo que queremos es imponer nuestras ideas o nuestra manera de ver las cosas y terminamos restando la libertad de los individuos y de la misma sociedad. De esas manipulaciones, de esos populismos, de ese endiosamiento de muchos que ya se creen indispensables en la sociedad podríamos poner muchos ejemplos y muchos nombres. Ese caramelo que endulzaba nuestro ego puede convertirse en algo amargo para muchos del entorno de esos nuevos ídolos de la vida que van apareciendo.
Si en verdad tenemos una palabra que decir que pueda mejorar nuestra sociedad y nuestro mundo, si tenemos ideas y energías para hacer que las cosas marchen mejor, si hay en nosotros unos valores o unas cualidades con los que podemos hacer bien, desarrollémoslo, pero cuidado con esas tentaciones que nos van a aparecer enseguida en nuestro entorno y que pueden echar a perder lo bueno que intentamos hacer.
Hoy estamos ante una página del evangelio donde vemos cómo Jesús es valorado y admirado por las gentes que vienen de todos lados a escucharle y a seguirle. Sus palabras, sus gestos, los signos que va realizando van despertando la esperanza de aquellas gentes sin esperanza y pronto están viendo como una luz nueva aparece sobre sus vidas. Quieren escuchar a Jesús, tantos se agolpan a su alrededor que por todos lados lo estrujan y tendrá que valerse incluso de las lanchas de aquellos pescadores pero desde allí poder hablar mejor a todos y todos puedan escucharle.
Pero Jesús no se deja seducir por ese dulce de la fama que le puede engolosinar. Ya recordamos que en el monte de la cuarentena – lo veremos en la próxima cuaresma el primer domingo – el diablo tentador le quiere seducir por esa pronta fama que pudiera obtener si tirándose del pináculo del templo no le pasara nada porque los Ángeles de Dios no le dejaran tropezar en las piedras. Jesús rechaza la tentación. Algo que estará presente en la vida de Jesús, porque como hoy mismo le escuchamos El no quiere que de divulguen las cosas y los signos que realiza, porque es algo más hondo lo que busca Jesús en el corazón de los hombres.
La luz del evangelio va siempre delante de nuestros ojos iluminando nuestra vida y las diversas situaciones en las que nos podamos encontrar, para que nosotros tampoco nos dejemos seducir por esa tentación de la vanidad y del orgullo, a lo que somos tan dados. Que lo bueno que realicemos, el bien que hagamos no sea nunca para endiosarnos y desde el orgullo subirnos a los pedestales de la fama y del populismo. Sepamos bien por qué tenemos que hacer las cosas y como hemos de hacerlas. Que no nos falte la humildad para siempre la gloria sea para el Señor.

miércoles, 22 de enero de 2020

Dejémonos conducir por la sinceridad del amor y arranquémonos de falsedades e hipocresías, de nuestros silencios culpables y de nuestra inhumanidad


Dejémonos conducir por la sinceridad del amor y arranquémonos de falsedades e hipocresías, de nuestros silencios culpables y de nuestra inhumanidad

1Samuel 17, 32-51; Sal 143; Marcos 3, 1-6
Hay silencios en los que no se escuchan palabras pero pueden decir mucho. Alguna vez quizás nos ha pasado, no sabíamos qué decir, qué respuesta dar. Y no solo en la ignorancia de no saber una cosa, como el alumno que a la hora del examen se queda callado no da respuestas, porque no lo había estudiado, porque lo había olvidado quizás. Es otra cosa, no decimos nada porque no queremos comprometernos; no decimos nada porque quizá tememos la reacción de quien nos interroga o nos escucha; no decimos nada porque nos sentimos acobardados ante quienes nos apabullan con su palabrería y no sabemos como hacerles frente; no decimos nada porque los planteamientos que se están haciendo no nos convencen, pero no somos valientes para hablar, para expresar nuestra opinión aunque sea contraria, o para plantear nuestras dudas.
No se trata de ese silencio que buscamos para la reflexión, para encontrarnos a nosotros mismos en la soledad; no es el silencio donde nos planteamos grandes interrogantes en nuestro interior en nuestra búsqueda de la verdad; no es el silencio del respeto ante el maestro, ante el que sabe más que nosotros y no queremos ir con insolencia queriendo llevar la contraria sin razones. Hay muchas formas de hacer silencio, de callar, de mantener la boca cerrada desde nuestros intereses o nuestras cobardías. ¿Dónde está nuestra sinceridad? ¿Dónde está la madurez para saber responder sin insolencias pero también sin miedos? ¿Dónde ponemos los principios y los valores de nuestra vida?
Son los planteamientos que Jesús nos hace para nuestra vida. No siempre somos sinceros de verdad porque quizá queremos acomodarnos a las circunstancias, a los que nos rodean, a lo que puedan pensar los demás, como se dice ahora, lo que es lo políticamente correcto. Pero tiene que haber sinceridad en nuestra vida,  no podemos andar ocultando lo que de verdad pensamos, lo que son nuestros valores y nuestros principios.
El evangelio nos habla hoy de que al llegar Jesús a la sinagoga por allá andaban los de siempre al acecho para ver lo que hacía Jesús. Era sábado y allí había un hombre con un brazo paralítico. ¿Qué hará Jesús? ¿Lo curará a pesar de ser sábado? ¿Infringiría el descanso sabático para curar a aquel hombre?
‘¿Qué es lo que está permitido en sábado?’ les plantea Jesús. ‘¿Hacer lo bueno o lo malo? ¿Salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?’. Ellos estaban entendiendo bien por qué Jesús hacía esas preguntas. Podían haber hablado y enfrentarse a Jesús diciéndole que lo que hacía no estaba bien, pero entonces se enfrentarían a la gente que estaba contenta con lo que Jesús hacía y cómo curaba a los enfermos y a todos los que sufrían. Por eso optaron por el silencio. Un silencio que hablaba mucho de sus posturas internas, de la falsedad con que vivían sus vidas siendo tan leguleyos que no les importaba ser inhumanos con los hermanos.
‘Ellos callaban… y Jesús estaba dolido por la dureza de su corazón’, dice el evangelista. ¿Será duro también nuestro corazón? ¿Nos volveremos también inhumanos? ¿Nos dejaremos alguna vez conducir por la sinceridad del amor en nuestro actuar? ¿O seguiremos con nuestras falsedades e hipocresías, con nuestros silencios culpables o con nuestro escurrir el bulto para no complicarnos?      

martes, 21 de enero de 2020

La humanidad que hemos de poner en nuestro corazón buscando siempre el bien de la persona es lo que en verdad nos hará agradables ante Dios


La humanidad que hemos de poner en nuestro corazón buscando siempre el bien de la persona es lo que en verdad nos hará agradables ante Dios

1Samuel 16, 1-13; Sal 88; Marcos 2, 23-28
Ahora los llaman protocolos; esas normas que nos detallan lo que tenemos que hacer en determinadas circunstancias y a los que tenemos que ceñirnos en la resolución de los problemas que se nos planteen en cualquier colectivo, para cualquier profesional en el desarrollo de su profesión,  para cualquier actuación en grupos, colectivos, etc.…; parece que todo está previsto, como previstas están las formas de actuar y de responder y conforme a ello tenemos que actuar.
De la misma manera todo está regulado en leyes, reglamentos o normativas y parece que la vida misma está encorsetada con todas esas prescripciones que algunas veces nos hacen reaccionar hasta con cierto rechazo porque nos sentimos agobiados y parece que nos falta aire, que nos falta autentica libertad. Es cierto que todas esas normas, preceptos, leyes, protocolos o como quiera que los queramos llamar tendrían siempre que buscar el bien de la persona y si se nos ofrecen esos cauces es para que no nos salgamos de ellos para no perjudicar, sino todo lo contrario ayudar de la mejor manera.
Claro que todas esas cosas tienen su interpretación a la hora de actuar y nos encontraremos aquellos que pareciera que son esclavos de la norma o del protocolo de manera que parece que se le acaban las iniciativas para buscar algo incluso mejor. Están por su parte los que se saltan toda norma o todo reglamente y anárquicamente quieren ir siempre a su aire, que hay el peligro de que muchas veces sea solo buscando su interés personal y nunca el bien común o el bien de los demás.
¿A qué atenernos en todo esto? Creo que si todo eso que está reglamentado busca en verdad el bien de la persona hemos de saberlo y tenerlo en cuenta y no nos lo podemos saltar así como así, pero también según la inquietud que haya en nuestro corazón creo que tenemos que desarrollar la iniciativa del amor, las iniciativas que surgen desde un corazón lleno de amor que siempre buscarán lo mejor, pero no para su propio interés sino siempre buscando el bien de los demás. Claro que por otra parte sabemos que podemos ser muy fieles a los protocolos pero no tengamos verdadera humanidad en el trato con esas personas a las que queremos atender y entonces ¿de qué nos sirven tantas reglamentaciones si no tenemos humanidad en el corazón?
Creo que todo esto tendría que hacernos reflexionar hondamente dentro de nosotros para descubrir todo lo bueno que tendríamos que ser capaces de hacer en beneficio siempre del otro, en especial, del que más sufre.
Me estoy haciendo toda esta reflexión queriendo llegar a cosas muy concretas de la vida desde lo que hoy vemos en el evangelio. Por allá andan los leguleyos, como sucede en todos los tiempos, esclavos de la ley o de la norma pero que no buscan el bien de la persona. Muy preocupados andaban si los discípulos de Jesús al pasar por el campo en un sábado estrujaban en sus manos unas espigas para llevarse unos granos a la boca que quizá calmase la fatiga de su caminar. Claro, el sábado estaba bien reglamentado en lo que se podía o no se podía hacer para guardar el descanso sabático y aquello acaso lo mirasen poco menos que el segar la cosecha del campo.
‘El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado’, les dice Jesús. Les costará aceptar aquella visión nueva que Jesús quiere ofrecerles sobre el sentido y el valor profundo que hemos de darle a lo que hacemos en la vida. Pero con Jesús llegan esos aires renovadores que buscan siempre el bien del hombre, el bien de la persona. Es la humanidad que hemos de poner en nuestro corazón lo que en verdad nos hará agradables ante Dios.


lunes, 20 de enero de 2020

Nada de remiendos sino nueva vestidura de paño nuevo para ese hombre nuevo que tiene que ser siempre quien ha puesto su fe en Jesús


Nada de remiendos sino nueva vestidura de paño nuevo para ese hombre nuevo que tiene que ser siempre quien ha puesto su fe en Jesús

1Samuel 15, 16-23; Salmo 49; Marcos 2, 18-22
Claro que uno no sabe lo que se esconde detrás de un semblante, porque como se suele decir la cara es el espejo del alma, y quizás detrás de ese semblante que contemplamos hoy muchos problemas y preocupaciones que pudieran quitarnos la paz y que se expresa y manifiesta a través de ese rostro serio y adusto.
Pero también podríamos decir que lo que expresamos con nuestro rostro es una manera de entender la vida, una filosofía de la vida y hay personas que pareciera que disfrutaran con sombras y amarguras porque por donde quiera que vayan eso es lo que anuncian y barruntan no teniendo una mirada positiva y de luz a ese mundo que contemplamos. También es verdad que lo que contemplamos muchas veces no nos agrada y todo son tonos grises o sombríos, pero desde nuestra manera de entender las cosas podemos llenarlos de luz y color para darle una variación más de vida.
Como decimos lo que expresamos muchas veces es esa manera de entender la vida, ese sentido que le hemos querido dar, y demasiadas veces encorsetamos la vida llenándola de tantas reglas o de tantas aristas que parece que no nos queda más remedio que ir con ese semblante sombrío porque lo único que vamos son sombras.
Jesús con su evangelio quiere darle otra tonalidad a la vida, quiere llenarla de luz y que la miremos con optimismo, aunque seamos realistas y veamos cuánto tenemos que transformar en nosotros o en la vida misma. Cargaban demasiado los judíos de su época, sobre todo ciertos sectores que se presentaban como más cumplidores o puritanos, de cargas a cumplir o a llevar y como no siempre somos perfectos para llevar al limite esas normas que nos imponemos, al final terminamos con culpas y con lutos, con lagrimas porque nos sentimos incapaces de hacerlo todo perfecto y se llenaba la vida de cierta tristeza y desesperanza.
Habla Jesús de un sentido de fiesta y de boda que tendría que acompañar nuestra existencia, sobre todo en el gozo de sentir que Jesús está con nosotros en nuestro caminar y que El es nuestro sentido y nuestra fuerza. Habla del novio que está con los amigos y mientras el novio esté en medio de ellos no puede faltar ese sentido de alegría, de fiesta y de esperanza. ¿Cómo si estamos en la fiesta de una boda van a caber aires sombríos en nuestra vida y en nuestro actuar?
Es el rostro animoso y lleno de esperanza que hemos de llevar siempre en nosotros, porque aunque tengamos problemas o nos cueste muchas cosas en la vida tenemos con nosotros quien es nuestro sentido y nuestra esperanza, quien es nuestra fuerza y nuestra vida, y sabemos que con Cristo a nuestro lado nada nos faltará. Siento lástima cuando contemplo en personas además que se tienen por muy religiosas y muy piadosas esos rostros compungidos que parece que son más madres de angustias que madres de vida y esperanza.
Odres nuevos para vino nuevo, nos dice hoy Jesús en el evangelio. Nada de remiendos sino nueva vestidura de paño nuevo para ese hombre nuevo que tiene que ser siempre quien ha puesto su fe en Jesús. Es el sentido nuevo del evangelio, es el sentido nuevo de quien tiene al novio a su lado, de quien tiene a Jesús con él.

domingo, 19 de enero de 2020

Como Juan Bautista hagamos oír valientemente nuestra voz en el anuncio de Jesús como Cordero de Dios que transforma nuestro mundo en el Reino de Dios


Como Juan Bautista hagamos oír valientemente nuestra voz en el anuncio de Jesús como Cordero de Dios que transforma nuestro mundo en el Reino de Dios

Isaías 49, 3. 5-6; Sal 39; 1Corintios 1, 1-3; Juan 1, 29-34
Hasta ahora a Juan el Bautista lo habíamos visto como la voz que gritaba en el desierto preparando los caminos del Señor. De si mismo decía que no era un profeta sino solo una voz; no era la luz pero venía a dar testimonio de la luz; no era el Mesías pero era quien como precursor preparaba la llegada del Mesías; invitaba a la conversión porque había que tener un corazón bien dispuesto; con el espíritu de Elías clamaba porque llegaba la hora y el hacha estaba dispuesta para cortar el tronco; solo era el profeta del Altísimo porque iría delante del Señor para preparar sus caminos; bautizaba con agua pero anunciaba que ya cercano en medio de ellos estaba y bautizaría con Espíritu Santo y fuego.
Pero ahora ya su testimonio podía ser total. El que lo había enviado a bautizar con agua le había dicho que a quien viese que venia el Espíritu Santo sobre El, ese sería el bautizaría en el Espíritu. El lo vio y da testimonio. Por eso cuando Jesús se acerca hasta él lo señala. ‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. Por eso terminaba afirmando ‘yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios’.
Este domingo en el que ya estamos en el tiempo Ordinario de alguna manera casi se hace una prolongación de lo que celebrábamos el pasado domingo, el Bautismo de Jesús. Aquello de lo que Juan fue testigo en aquel momento en que se abrió el cielo sobre Jesús para bajar el Espíritu sobre El en forma de paloma y escucharse la voz del Padre, de eso ahora Juan da testimonio y comenzarán, como continúa el relato del evangelio, a irse tras Jesús algunos de los discípulos que Juan tenía allá junto al Jordán.
Nosotros escuchamos también el testimonio de Juan y queremos emprender también el camino del seguimiento de Jesús. Algunos de aquellos discípulos de Juan entendieron que era un camino nuevo el que habían de emprender y se pusieron en camino. Ha de ser lo que nosotros también hemos de emprender con osadía y con confianza, con la valentía de quien se sabe conducido por el Espíritu y con la apertura del corazón del que se abre a esa buena nueva que se nos comunica, esa buena nueva del evangelio que sembrará en nosotros nuevas inquietudes, nos hará ir arrancándonos de las rutinas de lo viejo y de lo de siempre para descubrir toda esa novedad que es el anuncio del Reino de Dios que vamos a ir escuchando.
Aquellos discípulos de Juan que emprendieron el camino de búsqueda de Jesús, de querer conocer a Jesús – ‘¿Dónde vives?’ preguntaban – no se quedaron allá al resguardo de Juan en la vera del Jordán, ni aquellos a quienes iba sorprendiendo la buena nueva del Reino se quedaban en las rutinas de los sacrificios del templo o de las reuniones sabáticas en las sinagogas. Se pusieron en camino tras Jesús. Y ponerse en camino es dejar atrás cosas para abrirnos a otras novedades, no quedarnos en lo que ya sabíamos o hacíamos de siempre sino abrirnos a esa verdad nueva que se nos revela y a ese nuevo sentido del amor que nos hará ver a los otros de manera distinta.
Alguno podrá pensar, bueno, ya se acabó el tiempo de navidad, ahora volvemos a coger el ritmo de los tiempos ordinarios y simplemente hemos de irnos dejando llevar sin mayores complicaciones y sin tener que implicarnos demasiado en cosas nuevas. Grave error del cristiano que piense así, porque se está dejando arrastrar por una monotonía que le da poco color y poco calor a su vida cristiana.
El evangelio siempre es una buena noticia que revuelve nuestros corazones, una buena noticia que implica totalmente nuestra vida y nos hace estar despiertos de modorras y rutinas que nos llevan solamente a una repetición de cosas. Ese no es el espíritu del Evangelio. Y al emprender este nuevo tiempo que llamamos Ordinario, no por ser ordinario nos adormilamos, sino que con mayor ardor hemos de estar atentos a eso nuevo que ahora y para el aquí de nuestro tiempo nos ofrece el evangelio.
Porque como creyentes en Jesús tenemos que responder a los retos que en cada momento se nos presentan. Y si abrimos bien los ojos para contemplar ese mundo en el que vivimos nos daremos cuenta que como testigos de Jesús mucho tenemos que decir y en mucho tenemos que implicarnos y comprometernos para que se mantenga vivo el anuncio del Evangelio, y cosa que no es nada fácil en las circunstancias en que vivimos.
A muchas cosas tenemos que responder desde nuestra fe; en muchos y continuados momentos tenemos que ser dando ese testimonio del evangelio, porque desde nuestra fe nosotros también tenemos una palabra que decir en la construcción de ese mundo y esa sociedad en la que vivimos. No podemos dejar cobardemente que sean otros los que hagan de nuestra sociedad lo que les parezca. Valiente tiene que ser nuestro testimonio cristiano. Ya está bien de cobardías y de encerronas. Hagamos oír valientemente nuestra voz y para ello necesitamos empaparnos más y más del evangelio. Es un reto grande el que se nos presenta.