Con
un pequeño gesto de nuestra vida podemos convertirnos en signos e instrumentos
de gracia para muchos que caminan a nuestro lado
Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Sal 116;
Marcos 16, 15-18
Alguna vez nos ha sucedido que
realizamos algo de forma espontánea y casi sin darle importancia, tuvimos un
gesto con alguien porque le tendimos la mano en el momento que aquella persona
lo necesitaba pero que nosotros lo hicimos casi sin percatarnos del significado
que pudiera alcanzar y aquel detalle esa persona nos lo agradecerá por vida
porque si para nosotros fue casi sin trascendencia sin embargo fue muy
importante para ella. Casi tendríamos que ponernos a pensar en el valor de esos
pequeños detalles y como tendríamos que estar más atentos para esa huella
positiva que quizá podemos dejar en una persona que puede ser todo un mundo de salvación
y de vida para ella.
Los que acompañaban a Pablo realmente
no eran conscientes de lo que a Pablo le había sucedido, porque ya el mismo
Pablo nos dice que ellos no oyeron la voz, solo sintieron el resplandor. Pero
aquella caída de Pablo por tierra lo había dejado mal porque había perdido
incluso la visión. Había que continuar hasta Damasco porque era el destino,
pero también porque podían hacer por Pablo allí en las afueras de la ciudad. Lo
tomaron de la mano y lo condujeron hasta Damasco, aunque sin saberlo ellos, con
aquel gesto y lo que había sucedido el camino ahora tenía otro sentido. Pero
era importante aquella ayuda que le estaban prestando porque estaban contribuyendo
sin saberlo a lo que eran los planes de Dios.
Había sido un momento importante, un
momento de gracia para Pablo. Había sido su encuentro con la luz, aunque ahora
sus ojos estaban cegados por aquel resplandor, pero era antes cuando realmente
estaban cegados en su fanatismo para perseguir todo lo que le sonara al camino
de Jesús. Por eso había marchado a Damasco con cartas de los sumos sacerdotes
para llevarse presos a Jerusalén a todos los que confesasen su fe en Jesús. Era
su ceguera y ahora había sido el encuentro con la luz. Necesitaba, es cierto de
la ayuda de sus acompañantes, como necesitaba de Ananías que ya le estaba
esperando dentro de la ciudad.
He estado resaltando la ayuda prestada
por aquellos compañeros caminantes con Pablo pero también tendríamos que
destacar la necesidad de bajarnos de nuestros caballos de orgullo para dejarnos
conducir, para dejarnos ayudar a encontrar la luz. Muchas veces también
caminamos cegados por la vida desde nuestros orgullos o autosuficiencias de
creernos en posesión de la verdad, de mi verdad, y sin embargo estamos
caminando por el camino del error.
Habrá siempre alguien que nos tienda
una mano, que nos eche un cabo, que intente poner la luz delante de nuestros
ojos, pero hemos de dejarnos iluminar, dejarnos ayudar. Ayudas que pueden
llegar a nosotros desde cosas muy simples y sencillas, pero que hemos de
aprender a captar, a sintonizar con ellas para poder escuchar esa voz, para
sentir esa luz, para ponernos a avanzar por esa camino nuevo que se abre ante
nosotros, que aunque quizá nos parezca tan simple es el camino que nos está
llevando a la verdad y a la luz. Dios nos tiene quizá reservadas grandes cosas
para nosotros pero que podemos perder si no nos abajamos de nuestros orgullos y
autosuficiencias.
Pensemos también como nosotros podemos
convertirnos también en instrumentos elegidos cuando con nuestros pequeños
gestos podemos ser signos de gracia para los que están a nuestro lado. Esa
buena palabra, esa sencilla sonrisa mirando a los otros a nuestro interlocutor,
esa mano tendida para levantarse alguien de una caída o para dar el paso
adelante con mayor seguridad pueden convertirse en signos de gracia y Dios
estar actuando también a través de nosotros. Dejémonos conducir por ese impulso
que sentimos en momentos determinados dentro de nosotros o estemos siempre con
ojos atentos para ver donde podemos poner nuestra mano servicial.