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jueves, 23 de enero de 2020

La luz del evangelio va siempre delante de nosotros iluminando nuestra vida y las diversas situaciones para que no nos dejemos seducir por la tentación de la vanidad y del orgullo


La luz del evangelio va siempre delante de nosotros iluminando nuestra vida y las diversas situaciones para que no nos dejemos seducir por la tentación de la vanidad y del orgullo

1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Sal 55;  Marcos 3, 7-12
¿A quién le amarga un dulce? Esto solemos decir porque el sentirse honrado y valorado por la gente, sentir que alrededor uno tiene muchos amigos que confían en ti, que la gente te tiene en cuenta y te escucha es algo agradable con lo que se siente un gozo interior y te hace crecer en tu autoestima.
Pero también tiene sus peligros; aquellos que buscan ser halagados por la gente, que la gente te reconozca y de alguna manera te suba a unos pedestales, el sentirte así fuerte porque incluso puedes arrastrar a la gente a que haga las cosas a tu gusto e incluso para halagarte son alguna tentaciones que podemos sufrir. Así surgen esos populismos en que queremos presentarnos como héroes y salvadores y al final ansiamos el poder que enriquece nuestro ego y de camino también nuestros bolsillos, y pueden comenzar a aparecer muchas cosas que ya no son tan positivas porque terminamos incluso manipulando a la gente con tal que nos mantengan en nuestro pedestal.
Cosas así vemos muchas veces en la vida social - ¿y por que no decirlo, también en la vida política? – donde se comienza quizá con buenos deseos de hacer que las cosas mejoren pero al final lo que queremos es imponer nuestras ideas o nuestra manera de ver las cosas y terminamos restando la libertad de los individuos y de la misma sociedad. De esas manipulaciones, de esos populismos, de ese endiosamiento de muchos que ya se creen indispensables en la sociedad podríamos poner muchos ejemplos y muchos nombres. Ese caramelo que endulzaba nuestro ego puede convertirse en algo amargo para muchos del entorno de esos nuevos ídolos de la vida que van apareciendo.
Si en verdad tenemos una palabra que decir que pueda mejorar nuestra sociedad y nuestro mundo, si tenemos ideas y energías para hacer que las cosas marchen mejor, si hay en nosotros unos valores o unas cualidades con los que podemos hacer bien, desarrollémoslo, pero cuidado con esas tentaciones que nos van a aparecer enseguida en nuestro entorno y que pueden echar a perder lo bueno que intentamos hacer.
Hoy estamos ante una página del evangelio donde vemos cómo Jesús es valorado y admirado por las gentes que vienen de todos lados a escucharle y a seguirle. Sus palabras, sus gestos, los signos que va realizando van despertando la esperanza de aquellas gentes sin esperanza y pronto están viendo como una luz nueva aparece sobre sus vidas. Quieren escuchar a Jesús, tantos se agolpan a su alrededor que por todos lados lo estrujan y tendrá que valerse incluso de las lanchas de aquellos pescadores pero desde allí poder hablar mejor a todos y todos puedan escucharle.
Pero Jesús no se deja seducir por ese dulce de la fama que le puede engolosinar. Ya recordamos que en el monte de la cuarentena – lo veremos en la próxima cuaresma el primer domingo – el diablo tentador le quiere seducir por esa pronta fama que pudiera obtener si tirándose del pináculo del templo no le pasara nada porque los Ángeles de Dios no le dejaran tropezar en las piedras. Jesús rechaza la tentación. Algo que estará presente en la vida de Jesús, porque como hoy mismo le escuchamos El no quiere que de divulguen las cosas y los signos que realiza, porque es algo más hondo lo que busca Jesús en el corazón de los hombres.
La luz del evangelio va siempre delante de nuestros ojos iluminando nuestra vida y las diversas situaciones en las que nos podamos encontrar, para que nosotros tampoco nos dejemos seducir por esa tentación de la vanidad y del orgullo, a lo que somos tan dados. Que lo bueno que realicemos, el bien que hagamos no sea nunca para endiosarnos y desde el orgullo subirnos a los pedestales de la fama y del populismo. Sepamos bien por qué tenemos que hacer las cosas y como hemos de hacerlas. Que no nos falte la humildad para siempre la gloria sea para el Señor.

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