El grupo de los doce apóstoles imagen y ejemplo de lo que Jesús quiere que sean sus discípulos, los que creemos en El
1Samuel 24, 3-21; Sal 56; Marcos 3, 13-19
Es bueno en la vida saber caminar juntos; es algo además que va con
nuestra propia naturaleza porque estamos llamados a la relacion, a estar en
relación con los demás, aunque algunas veces sintamos tendencia o tentación a
aislarnos. Pero ya sabemos que el camina solo, solo se cae y solo se queda,
como se suele decir.
Son las relaciones que tenemos empezando por la propia familia, donde
hemos nacido y hemos crecido como personas; pero en nuestro entorno siempre
estamos en comunicación con alguien, porque son las personas que viven cercanas
a nosotros o son los amigos que vamos haciendo entrando ya en una nueva y
distinta relación. Con el amigo caminamos juntos y soñamos juntos, con el amigo
siempre tenemos algo en común ya sea por nuestra forma de ser o ya sea en los
ideales o metas que nos ponemos en la vida y entonces en el amigo encontramos
ese apoyo y ese estímulo. Pero no se queda ahí la relación porque vivimos en
sociedad y el trabajo que realizamos es de alguna manera una herramienta social
que nos hace entrar en relación con esas personas que realizan algo semejante a
lo que nosotros hacemos, pero porque también lo que hacemos repercute en esa
sociedad en la que vivimos.
Estamos, pues, llamados a esa relación, a ese caminar juntos, pero
también a ese trabajar juntos poniendo cada uno nuestra parte en la construcción
de esa sociedad en la que vivimos. Cada uno tendremos nuestra función, pero
cada uno aportamos desde lo que somos y desde lo que hacemos, y será en ese unión
con lo que los demás realizan como vamos poniendo las bases de ese mundo que
queremos que sea mejor. Nunca debe aislarnos nuestro trabajo o nuestra
ocupación sino que tenemos que darnos cuenta de ese engranaje entre unos y
otros para la riqueza de la vida. Esa unión, esa relación, esa colaboración es
la gran riqueza de nuestra existencia. Y esto en todos los aspectos de lo que
abarca nuestra existencia y de las tareas que realizamos en nuestro mundo.
Sin embargo hay quien puede pensar en un aspecto de la vida que es más
individual y donde no necesitarían esa relación, me refiero a la vida de fe.
Cierto que la fe es una respuesta personal que damos al misterio de Dios que se
nos revela, pero nunca esa respuesta personal nos aísla de los que vivimos una
misma fe; todo lo contrario, precisamente desde nuestra fe cristiana estamos
llamados a vivir con intensidad esa vida de fe en comunión con los demás,
necesariamente tenemos que sentirnos comunidad. Es lo que nos conduciría a una
mayor plenitud y hondura en esa fe y es el deseo de Jesús.
Vemos en el evangelio multitudes que siguen a Jesús y cada uno se va
acercando a Jesús desde sus inquietudes o los problemas concretos de su vida
personal. Pero no quiere Jesús que los que le siguen vivan aislados cada uno
por su parte sino que El va llamando para formar parte de ese grupo de los discípulos;
hoy de manera concreta llamará a doce para formar ese grupo especial que vivan
con El, vivan más cercanos a El porque a ellos les va a confiar la misión del
anuncio del Evangelio acompañado de los signos de liberación que Jesús mismo
hace. Ese grupo de los doce que va a ser imagen y ejemplo de lo que Jesús
quiere que sean sus discípulos, los que creen en El.
Nos cuesta sentirnos comunidad, y comunidad cristiana, comunidad de
seguidores de Jesús. Es algo en lo que tenemos que profundizar cada día más,
haciendo crecer esa comunión, nacida en la fe y en el amor, que tendría que
haber entre todos los que creemos en Jesús. Hablamos de Iglesia y algunas veces
nos suena como a un ente abstracto, superior, ajeno quizás a lo que es nuestra
propia vida cristiana. Tenemos que aprender a sentirnos Iglesia, ese pueblo de
Dios que camina junto y que es la expresión más hermosa de lo que es el Reino
de Dios que Jesús nos anuncia y que constituye en nosotros.
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