La humanidad que hemos de poner en nuestro corazón buscando
siempre el bien de la persona es lo que en verdad nos hará agradables ante Dios
1Samuel 16, 1-13; Sal 88; Marcos 2, 23-28
Ahora los llaman protocolos; esas
normas que nos detallan lo que tenemos que hacer en determinadas circunstancias
y a los que tenemos que ceñirnos en la resolución de los problemas que se nos
planteen en cualquier colectivo, para cualquier profesional en el desarrollo de
su profesión, para cualquier actuación
en grupos, colectivos, etc.…; parece que todo está previsto, como previstas
están las formas de actuar y de responder y conforme a ello tenemos que actuar.
De la misma manera todo está regulado
en leyes, reglamentos o normativas y parece que la vida misma está encorsetada
con todas esas prescripciones que algunas veces nos hacen reaccionar hasta con
cierto rechazo porque nos sentimos agobiados y parece que nos falta aire, que
nos falta autentica libertad. Es cierto que todas esas normas, preceptos,
leyes, protocolos o como quiera que los queramos llamar tendrían siempre que
buscar el bien de la persona y si se nos ofrecen esos cauces es para que no nos
salgamos de ellos para no perjudicar, sino todo lo contrario ayudar de la mejor
manera.
Claro que todas esas cosas tienen su
interpretación a la hora de actuar y nos encontraremos aquellos que pareciera
que son esclavos de la norma o del protocolo de manera que parece que se le
acaban las iniciativas para buscar algo incluso mejor. Están por su parte los
que se saltan toda norma o todo reglamente y anárquicamente quieren ir siempre
a su aire, que hay el peligro de que muchas veces sea solo buscando su interés
personal y nunca el bien común o el bien de los demás.
¿A qué atenernos en todo esto? Creo que
si todo eso que está reglamentado busca en verdad el bien de la persona hemos
de saberlo y tenerlo en cuenta y no nos lo podemos saltar así como así, pero
también según la inquietud que haya en nuestro corazón creo que tenemos que
desarrollar la iniciativa del amor, las iniciativas que surgen desde un corazón
lleno de amor que siempre buscarán lo mejor, pero no para su propio interés
sino siempre buscando el bien de los demás. Claro que por otra parte sabemos
que podemos ser muy fieles a los protocolos pero no tengamos verdadera humanidad
en el trato con esas personas a las que queremos atender y entonces ¿de qué nos
sirven tantas reglamentaciones si no tenemos humanidad en el corazón?
Creo que todo esto tendría que hacernos
reflexionar hondamente dentro de nosotros para descubrir todo lo bueno que tendríamos
que ser capaces de hacer en beneficio siempre del otro, en especial, del que
más sufre.
Me estoy haciendo toda esta reflexión
queriendo llegar a cosas muy concretas de la vida desde lo que hoy vemos en el
evangelio. Por allá andan los leguleyos, como sucede en todos los tiempos,
esclavos de la ley o de la norma pero que no buscan el bien de la persona. Muy
preocupados andaban si los discípulos de Jesús al pasar por el campo en un
sábado estrujaban en sus manos unas espigas para llevarse unos granos a la boca
que quizá calmase la fatiga de su caminar. Claro, el sábado estaba bien
reglamentado en lo que se podía o no se podía hacer para guardar el descanso sabático
y aquello acaso lo mirasen poco menos que el segar la cosecha del campo.
‘El
sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo
del hombre es señor también del sábado’, les dice Jesús. Les costará aceptar aquella visión
nueva que Jesús quiere ofrecerles sobre el sentido y el valor profundo que hemos
de darle a lo que hacemos en la vida. Pero con Jesús llegan esos aires
renovadores que buscan siempre el bien del hombre, el bien de la persona. Es la
humanidad que hemos de poner en nuestro corazón lo que en verdad nos hará
agradables ante Dios.
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