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sábado, 23 de enero de 2016

Que se despierte de verdad inquietud en nuestro corazón y con alegría seamos capaces de gastarnos por los demás en la causa del Evangelio

Que se despierte de verdad inquietud en nuestro corazón y con alegría seamos capaces de gastarnos por los demás en la causa del Evangelio

1Samuel 1, 1-27; Sal 79; Marcos 3, 20-21

‘Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales’. Así es el breve texto del evangelio que nos ofrece la liturgia en este día; apenas dos versículos.
Unas reacciones que me atrevo a decir entran dentro de lo normal. Era tanta la gente que estaba en torno a Jesús, que le buscaba, que quería escucharle, que le traían enfermos para que los curase… que no les dejaban tiempo ni para comer. Los familiares de Jesús reaccionan. Eso no podía ser, tanta actividad no era bueno, al final terminaría enfermándose… cosas así  habremos escuchado muchas veces o habremos vivido esa experiencia. Vemos a una persona que se entrega, que trabaja por los demás, que anda de un lado para otro intentando solucionar problemas de los demás, que no descansa, que siempre está en plena faena y decimos este hombre va a acabar mal. Y le aconsejamos, tómate las cosas con calma,  piensa también en ti mismo, tú no tienes que resolverlo todo, que haya otros que se impliquen, así no puedes seguir. Son reacciones que nosotros también tenemos.
A Jesús no le dejaban tiempo ni para comer dice el evangelista. Ya por otras partes hemos visto como en Cafarnaún hasta por la mañana temprano vienen a buscarlo; no hace muchos días escuchábamos como habían hasta roto el tejado para hacer llegar a un paralítico a los pies de Jesús. Y nos cuentan también los evangelistas que cuando quiso llevarse a los apóstoles a un sitio apartado y tranquilo porque quería estar con ellos para instruirles de manera especial y para hacerlos descansar después de la actividad apostólica que ellos también habían realizado se encontraron con la multitud que había venido por la orilla y se habían congregado allí donde Jesús iba a desembarcar.
Es la acción de Jesús; es la acción del amor; es la acción del apóstol convencido de su misión y que a todos quiere hacer llevar la buena nueva del Evangelio; es la urgencia que sentimos dentro de nuestro interior, el celo de Dios, por ir implantando el Reino de Dios; es el sufrimiento que se nos mete por dentro cuando  vemos a tanta gente sufriendo y que queremos ayudar y algunas veces no podemos; es la inquietud de nuestro corazón lleno de esperanza, impulsado por el amor para hacer el bien, para anunciar a Jesús.
Ojalá todos sintiéramos en nuestro interior esa urgencia y esa inquietud. Sería porque en verdad hemos tomado en conciencia nuestra responsabilidad y que la grandeza del evangelio no la podemos encerrar, que la luz es para que ilumine y no le podemos poner encima nada que la oculte. Si los cristianos fuéramos más conscientes de la riqueza que poseemos en la gracia del evangelio seguro que otra inquietud habría en nuestra vida. Y es que andamos muchas veces cansados antes de comenzar, con falta de ilusión y de esperanza, dejándonos arrastrar por nuestras rutinas y no buscamos la manera de hacer llegar esa luz a los demás.
Que se despierte de verdad esa inquietud en nuestro corazón. Que no  nos guardemos nada para nosotros; que no nos estemos haciendo tantas reservas para nosotros; que no temamos el compromiso; que con alegría seamos capaces de gastarnos por los demás en la causa del Evangelio.

viernes, 22 de enero de 2016

El Señor también nos llama para que estemos con El, nos gocemos de su presencia, nos inundemos de su amor y seamos los discípulos que siguen siempre sus pasos

El Señor también nos llama para que estemos con El, nos gocemos de su presencia, nos inundemos de su amor y seamos los discípulos que siguen siempre sus pasos

1Samuel 24,3-21; Sal 56; Marcos 3,13-19

Mucha gente se aglomeraba en torno a Jesús. Como escuchábamos y comentábamos ayer multitudes venidas de todos los rincones de Palestina acudían a Jesús. Luego, algunos se quedaban más tiempo con él, eran más fieles seguidores; son los que llamamos los discípulos, los que quieren seguir el camino de su Maestro, seguir los pasos del Maestro.
‘Llamó a los que quiso’, nos dice hoy el evangelista. A lo largo del evangelio vemos como es constante su llamada, su invitación a seguirle, aunque no todos quizá responden siempre, como recordamos a aquel joven rico que venia con buenas intenciones pero cuando vio que había que despojarse de todo para ser buen discípulo de Jesús no fue capaz y se marchó. Unos a la invitación de Jesús, otros entusiasmados por lo que ven y por lo que le oyen al maestro están dispuestos a seguirle.
En medio de todos ellos hay algunos a los que había hecho una llamada especial, y ya desde el principio siempre estaban con El. Ahora llama a doce de manera especial para que sean sus compañeros, porque los va a constituir apóstoles, es decir, sus enviados. Estos van a estar más cercanos al Maestro, a ellos de manera especial explica las cosas que a la multitud de los discípulos se las enseña en parábolas, en ocasiones veremos que los toma aparte, se los lleva a lugares tranquilos para poder hablar, para poder enseñarles, para poder instruirles porque van a ser sus enviados.
El evangelista nos da la relación del hombre de los doce. Allí están aquellos pescadores llamados desde la primera hora, allí estará el recaudador de impuestos que un día llamara a su paso por delante de su garita, allí están unos discípulos, hombres sencillos de aquellas aldeas y pueblos pero en los que hay una gran inquietud en sus corazones. Van a estar con Jesús. Van luego a ser enviados de manera especial por Jesús.
El Señor nos llama, quiere que estemos con El. Ojalá nosotros seamos capaces de entrar en esa intimidad divina con Jesús para escucharle con intensidad en nuestro corazón, para gozarnos continuamente de su presencia, para ser testigos de su amor, para sentirnos envueltos en su luz que nos transforma, para aprender de las maravillas de Dios.
El nos llama y de nosotros depende la respuesta. Que queramos en verdad estar con El. Que seamos capaces de desprendernos de nosotros mismos, como un día Leví se levantó de su garita de cobrador de impuestos y alegre y feliz ser fue con El, como aquellos pescadores que dejaron sus redes y sus barcas. Ellos también en ocasiones tenían sus dudas, como nosotros también las tenemos, se preguntaban si merecía la pena, qué es lo que iban a ganar con aquel seguimiento que estaban haciendo de Jesús. ‘Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo por seguirte…’ le decía un día Pedro. Pero se confiaban en Jesús porque ‘Tú tienes palabras de vida eterna y ¿adonde vamos a ir sin ti?’
Nos queremos nosotros también confiar plenamente en Jesús, para ser sus discípulos, para seguir sus pasos, para ser también apóstoles en medio de nuestro mundo. El prometió que siempre estaría con nosotros. Confiemos y amemos.


jueves, 21 de enero de 2016

Hacemos llegar la buena noticia de Jesús a nuestro mundo aquejado de tantos males con el testimonio de la misericordia que rebosa de nuestro corazón

Hacemos llegar la buena noticia de Jesús a nuestro mundo aquejado de tantos males con el testimonio de la misericordia que rebosa de nuestro corazón

1Samuel 18, 6-9; Sal 55; Marcos 3, 7-12

Venían de todas partes. ‘Lo siguió una muchedumbre de Galilea… acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón’. Oían hablar de Jesús y hasta El venían. No era ya solo su palabra. . Era también ‘al enterarse de las cosas que hacía’. Le traían toda clase de enfermos y aquejados de todos los males. A todos curaba. Se le echaban encima porque querían al menos tocarlo. Los discípulos más cercanos andaban preocupados, no fueran a estrujarlo, y le preparan una barca para que desde la orilla les hable.
Convencían sus palabras que despertaban esperanza en un nuevo y distinto. Las cosas habían de cambiar en la vida de los hombres. Pero veían sus obras, veían su amor, se sentían beneficiarios de su compasión y misericordia. Era el Reino de Dios que se acercaba, que se plantaba entre ellos. Crecía la fe de sus discípulos en El, como decía Juan después de ver los signos en las bodas de Caná.
Una invitación a ir nosotros también hasta Jesús para escucharle, para sentir su salvación en nuestra vida, para sabernos beneficiarios de la bondad y de la misericordia del Señor. También tenemos nuestras esperanzas, como reconocemos cuánto tiene que curar Jesús en nuestra vida; que no son solo las necesidades o carencias materiales, las enfermedades que podamos padecer; son las angustias de nuestro espíritu, son tantas tinieblas que muchas veces nos envuelven con nuestras dudas, con el mal que sentimos que aparece y reaparece una y otra vez en nuestro interior, en nuestras soledades o en esa debilidad de nuestro espíritu. Jesús nos sana, Jesús nos salva, Jesús nos manifiesta una y otra vez lo que es la misericordia del Señor que nos perdona.
Pero es también una invitación para que llevemos a los demás la noticia de Jesús. Como corría entonces de boca en boca, y de una población se iba trasmitiendo a otra la noticia de Jesús, así tendríamos nosotros también que hacer ese anuncio hoy.  El mundo que nos rodea también necesita el anuncio de esa Buena Noticia de Jesús. Y hemos de saber hacerla. Y tenemos que hacernos creíbles. Nuestras palabras tienen que ir acompañadas de nuestras obras. Igual que la gente venía a Jesús porque veían las cosas que hacia, así nosotros hemos de mostrar al mundo lo que en Jesús podemos encontrar y eso hemos de reflejarlo en nuestra vida, en nuestro amor, en la luz de alegría que brille en nosotros los creyentes, en ese concreto compromiso de amor que nosotros vivamos, porque así estaremos reflejando las obras de Jesús.
Así tiene que manifestarse la Iglesia. Así tenemos que manifestarnos nosotros, cada uno de nosotros como miembros de esa Iglesia que somos, con las obras de nuestro amor, con ese compromiso serio por la justicia y la paz, por esa salud del corazón que iremos llevando a todos los atormentados por sus problemas y por sus males, por esa esperanza que iremos despertando cuando vamos haciendo el bien, por esa misericordia que rebosa de nuestro corazón. Es una invitación y es un compromiso.

miércoles, 20 de enero de 2016

Jesús viene a nuestra vida para liberarnos de tantas discapacidades del alma que nos anulan y ayudarnos a encontrar la verdadera grandeza de la persona

Jesús viene a nuestra vida para liberarnos de tantas discapacidades del alma que nos anulan y ayudarnos a encontrar la verdadera grandeza de la persona

1Samuel 17,32-51; Sal 143; Marcos 3, 1-6

¿Quién o quienes eran realmente los inválidos, los discapacitados? Me hago la pregunta, y lo hago también por mí mismo, ante el episodio que nos narra el evangelio.
‘Entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo’. Había, es cierto, un hombre con una parálisis en un brazo, como nos dice el evangelista. Su invalidez y su limitación era física con todas las consecuencias que por supuesto se podían derivar.
Pero hay otras muchas cosas que nos paralizan en la vida. Allí estaban algunos al acecho, con sus desconfianzas, con su hipocresía, con el corazón insensible ante el sufrimiento de un hombre, atados por las normas y preceptos que realmente les esclavizaban, con su obstinación farisaica, con sus juicios y prejuicios, con las ganas de poner trampas para hacer tropezar a los demás. Dice el evangelista que Jesús se sintió dolido por su obstinación, por la cerrazón de aquellas mentes y la dureza del corazón. Eso si era una invalidez que paraliza desde lo más hondo.
La pregunta tenemos que hacerla sobre nosotros mismos porque podemos caer fácilmente en esas actitudes negativas en la vida con nuestras malicias y con nuestras desconfianzas; porque somos muy fáciles para juzgar las acciones de los demás y para condenar; porque llenamos nuestras relaciones de recelos y desconfianzas y nos cuesta aceptar a los otros como son; porque también tantas veces estamos al acecho a ver en lo que el otro tropieza para gloriarnos de nosotros mismos y despreciar a los demás; porque fácilmente aunque digamos que no, surgen actitudes o posturas racistas en nuestros pensamientos y hasta en nuestros comportamientos; porque queremos imponer nuestros criterios y no somos capaces de dialogar; porque nos creemos poseedores de la verdad suprema y solo es válido lo que nosotros pensemos u opinemos y no somos capaces de respetar a los demás y ver todo lo positivo que hay también en los otros, que incluso muchas veces nos superan.
Vamos a acercarnos a Jesús con nuestras discapacidades en el alma para que nos cure, para que nos llene y nos inunde con su salvación, para que nuestro corazón se transforme en su amor, para que sintamos lo que es la verdadera libertad en el alma que nace de un corazón lleno de amor. Aprendamos a valorar a las personas como Jesús lo hizo, vayamos siempre con el corazón abierto al encuentro con los demás dispuestos a servir, dispuestos a amar de verdad a todos y sin distinción.
Que la gracia del Señor en nuestra vida nos ayude a transformar nuestro corazón para que en verdad entre todos podamos hacer un mundo mejor donde vayamos haciendo desaparecer tantas discapacidades del alma que nos anulan. Con Cristo encontraremos siempre la verdadera grandeza y la verdadera libertad.

martes, 19 de enero de 2016

Nuestra relación con Dios siempre ha de ser una relación de amor haciendo la mejor ofrenda de amor con toda nuestra vida

Nuestra relación con Dios siempre ha de ser una relación de amor haciendo la mejor ofrenda de amor con toda nuestra vida

1Samuel 16,1-13; Sal 88; Marcos 2,23-28
¿Quien le puede poner reglas al amor? El amor no lo podemos encorsetar con normas y reglamentos. Dejaría de ser amor. Sería poner límites y fronteras. Cuando el amor es verdadero, genuino, auténtico, todo es darse y entregarse sin limites, todo es buscar lo bueno, todo es buscar el bien de la persona amada, de ninguna manera querrá hacer daño, nunca se encierra en si mismo; porque el amor nunca es egoísta ni se encierra en si mismo, no se queda en la satisfacción propia ni se dejará llevar por la comodidad, ni estará poniendo limites a su entrega; eso no sería amor, sería una falacia del amor.
Nuestra relación con el Creador, nuestra relación con Dios siempre ha de ser una relación de amor. Reconociendo la grandeza y lo infinito del ser de Dios nos sentimos sobrecogidos por su amor. Y es que en nuestra relación con Dios siempre partimos del amor que El nos tiene; nos ha creado por amor y por amor nos ha entregado a su Hijo para ser nuestra salvación.
Aunque no somos dignos ni merecedores de ese amor, no ha querido Dios dejarnos en nuestro pecado, sino que continuamente nos está ofreciendo su amor hecho perdón y misericordia para llenar nuestra vida de su paz. Y a ese amor nosotros respondemos, nosotros correspondemos intentando amor con un amor semejante en la medida en que con nuestras limitaciones seamos capaces.
La religión, la relación con Dios no es un ofrecer cosas para aplacarle, sino siempre una respuesta de amor. Por algo ya desde siempre el primer mandamiento ha sido el reconocer la grandeza de Dios que es único en su amor para nosotros amarle con todo nuestro corazón, con toda nuestra vida, como hemos resumido en los diez mandamientos, amar a Dios sobre todas las cosas.
Sin embargo los judíos, que sabían muy bien este primer mandamiento pues cada día lo repetían de memoria muchas veces reglamentaron con mil preceptos, por decirlo de alguna manera, la manera de esa relación con Dios. Y las reglamentaciones que tendrían que haber servido para ayudar al hombre a hacer la mejor ofrenda de amor a Dios, sin embargo terminaron esclavizando de alguna manera al hombre, poniéndole muchas limitaciones a su vida.
Hoy hemos escuchado en el evangelio una forma de esas reglamentaciones por las que los fariseos le echan en cara a Jesús que sus discípulos no cumplen con la ley del descanso sabático por coger unas espigas al paso en medio de los trigales del campo. En la relación con Dios el hombre no se siente ni se puede sentir ni limitado ni esclavizado, porque Dios siempre querrá el bien del hombre, la grandeza del hombre al que doto de gran dignidad. Por eso terminará sentenciando Jesús: ‘El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado’
Mantengamos viva esa relación de amor con Dios en nuestro culto, pero también en lo que es la ofrenda de amor que es nuestra vida. Todo es cuestión de amor, y de amor verdadero.

lunes, 18 de enero de 2016

La Buena Nueva del Reino de Dios que nos anuncia Jesús nos exige desprendernos de viejas formas de vivir para vivir radicalmente el sentido del Evangelio

La Buena Nueva del Reino de Dios que nos anuncia Jesús nos exige desprendernos de viejas formas de vivir para vivir radicalmente el sentido del Evangelio

1Samuel 15, 16-23; Sal. 49; Marcos 2, 18-22

Cuántas veces nos sucede que tenemos un objeto que apreciamos mucho porque nos ha servido para muchas cosas, o una ropa sea cual sea a la que tenemos mucho cariño, porque es un recuerdo o porque nos gustaba mucho, pero que, sea una cosa u otra, con el paso del tiempo se va deteriorando y aunque tratamos de arreglarla, ponerle remiendos ya se nos hace inservible, pero aún así no queremos desprendernos de ello. Es una imagen que nos puede traducir muchas actitudes que podamos tener ante la vida y ante lo que pueda significar un cambio que nos cuesta aceptar. Como nos cuesta desprendernos de aquella pieza de ropa y buscarnos otra mejor, nos cuestan esos cambios radicales que con el evangelio hemos de hacer en nuestra vida.
Eso viene a decirnos hoy Jesús en el evangelio. La Buena Nueva del Reino que nos anuncia Jesús nos está presentando algo nuevo para nuestra vida. Una Buena Nueva que nos exigirá desprendernos de viejas actitudes o viejas formas de ver el sentido de la vida. ¿Era inservible todo lo que había vivido el pueblo de Israel a lo largo de su historia? En cada momento con sus circunstancias Dios se les había ido manifestando y señalando los caminos que habían de seguir. Pero quizá había que reconocer que con el paso de los años se habían ido acumulando muchas cosas, muchas actitudes, muchas rutinas de las que ahora había que desprenderse. Con cuantas normas y preceptos habían llenado su vida olvidando lo esencial del mandamiento de Dios.
Por eso el primer anuncio que Jesús hacia del Reino iba acompañado de la invitación a la conversión. Había que transformar la vida con lo nuevo que Jesús les anunciaba. De muchas cosas ya inservibles había que desprenderse. Era una renovación total de los corazones, de la vida lo que Jesús estaba pidiendo. No valían apaños, arreglos, remiendos porque la vivencia del Reino de Dios que Jesús anunciaba exigía actitudes nuevas, corazones nuevos.
Venían hoy planteándole a Jesús el problema de los ayunos. No está mal el sacrificio del renunciar en un momento determinado a unos alimentos, mientras no pongamos, por supuesto, en peligro nuestras vidas. Pero eso no era lo esencial para la vivencia de la fe en el Dios que nos salva. Quizá se había puesto tanto empeño en el ayuno, como si el ayuno fuera el que nos iba a salvar, o nos íbamos a salvar por nuestros méritos propios, que se había desvirtuado su sentido. La salvación nos viene de Jesús. Es una gracia, un regalo de Dios que hemos de acoger en nuestra vida, viviendo unas nuevas actitudes. Ese cambio exigiría sacrificios y el sacrificio del ayuno quizá nos enseñase el valor de esos sacrificios nuevos que habíamos de hacer con ese cambio del corazón para buscar lo que en verdad es esencial.
Esa actitud de conversión, de transformación radical de nuestro corazón para vivir en su integridad el espíritu del Evangelio es algo que tiene que seguir estando presente en nuestra vida. Quizá también se nos van acumulando rémoras en nuestra vida que se llena de rutinas que nos impiden caminar con libertad total en los caminos del evangelio. Por eso hemos de dejarnos transformar radicalmente desde lo más hondo de nosotros mismos. Es de lo que nos está hablando Jesús hoy en el evangelio. Es la nueva vida que hemos de vivir cuando de verdad queremos vivir el Reino de Dios.

domingo, 17 de enero de 2016

Que los signos de nuestra vida de cada día manifiesten la gloria del Señor y crezca así la fe de todos los hombres en Jesús

Que los signos de nuestra vida de cada día manifiesten la gloria del Señor y crezca así la fe de todos los hombres en Jesús

 Isaías 62, 1-5; Sal 95; 1Corintios 12,4-11; Juan 2, 1-12
Me atrevería a decir que estos domingos del tiempo ordinario que median hasta que ya pronto este año comencemos la Cuaresma son en cierto modo como una prolongación de las fiestas de la Epifanía que hemos celebrado para concluir la Navidad. La fiesta de la Epifanía fue la manifestación de Jesús por medio de la estrella a los Magos de Oriente como la salvación para todos los hombres; en el pasado domingo escuchábamos la voz del Padre que desde el cielo señalaba a aquel Jesús que salía de las aguas del Jordán como el que está lleno del Espíritu de Dios y en verdad es el Hijo de Dios.
Jesús ahora se nos irá manifestando, dando a conocer para que en verdad crezca más y más nuestra fe en él, como hoy mismo nos dirá el evangelio. Es el Emmanuel, en verdad Dios entre nosotros, que se hace presente, no solo porque se ha encarnado haciéndose hombre, allí donde los hombres están y hacen su vida para descubrirnos así el misterio de Dios escondido desde los siglos y que al manifestarsenos en Jesús vendrá a ser el verdadero sentido y plenitud de la vida del hombre.
Hoy le encontramos, decíamos, allí donde los hombres hacen y viven su vida en las distintas circunstancias de su existencia, y es en este caso en medio de la fiesta de una boda; le contemplaremos en próximos domingos allí donde los judíos se reúnen para escuchar la Palabra y alabar al Creador, o en los distintos momentos de la vida de los hombres con sus sufrimientos o con las inquietudes que anidan en su corazón. Siempre Jesús se nos va a manifestar como esa luz de nuestra vida, aquel en quien vamos a encontrar, como decíamos, sentido y plenitud para nuestra existencia.
Es significativo el evangelio de este domingo, las bodas en Caná de Galilea, no solo para señalarnos con su presencia cómo el amor entre un hombre y una mujer es algo sagrado, que Jesús elevará a la gran categoría de sacramento, de signo del amor que El mismo tiene a su Iglesia, sino que este texto querrá decirnos muchas más cosas.
Vivimos los hombres todo lo que es la belleza de nuestro vivir y más aún cuando se vive en el amor. Es la alegría de la fiesta que se manifiesta en lo que es una boda, signo de lo que ha de ser el sentido que le damos a nuestro caminar, a nuestra vida, valorando toda esa belleza de nuestra existencia. Pero surgen signos y gestos en nuestro relato que pueden ser bien significativos.
Se acabó el vino en medio de la fiesta. Serán los ojos de María los que capten el problema y le necesidad que surge, lo que podría darnos ocasión de muchas más reflexiones. Quedémonos en el hecho. En esa belleza de nuestro caminar por la vida muchas veces nos surgen sombras en los problemas que nos van apareciendo cada día.  Contratiempos en nuestra convivencia que merman la paz de los corazones, carencias que nos afectan en la vivencia de nuestra dignidad de personas - y aquí podemos poner todas las manifestaciones de la pobreza en todos sus aspectos -,  sufrimientos porque aparecen las enfermedades o surgen otras muchas limitaciones que nos pueden hacer perder la estabilidad de nuestra vida, y así podríamos seguir pensando en tantas y tantas sombras que aparecen en la vida de las personas y en la sociedad.
‘No tienen vino’ es la frase de María a Jesús y es la constatación de que la belleza de nuestra vida se nos viene abajo. Pero allí está Jesús, aquí está Jesús que sigue caminando con nosotros en todas las circunstancias de nuestra vida. Siempre decimos Jesús realizó algo extraordinario y asombroso para que no faltara el vino en la fiesta convirtiendo aquellas vasijas llenas de agua en el mejor vino. Pero yo me quedaría en la sencillez del gesto; utiliza Jesús algo tan elemental como es el agua que bebemos cada día y básicamente necesitamos para nuestra subsistencia.
Pero aquella agua se transformó, o mejor aún, transformó la vida de los presentes porque hubo manera de mantener aquella alegría de fiesta del vivir. Es todo un signo sencillo y maravilloso a la vez. Aquel agua se convirtió en un vino mejor. ¿Cómo pudo ser? Allí estaba Jesús. Jesús que viene a darnos ese sentido nuevo de nuestra existencia no pidiéndonos cosas extraordinarias, sino eso que vivimos cada día, pero que seamos capaces de vivirlo en plenitud, pongamos en lo que es nuestra vida la plenitud del amor que es la que dará sentido pleno a todas las cosas. La presencia de Jesús lo transformó todo. Y comenzaron a creer en él a partir de aquel primer signo que Jesús realizó en Galilea, allá en las bodas de aquel pequeño pueblo de Caná.
Es lo que nos está pidiendo Jesús. Vivamos, sigamos viviendo esas cosas normales y sencillas de cada día, donde como decíamos tantas veces van apareciendo tantas sombras, como será nuestra vida familiar, como serán nuestros trabajos, como será todo lo que nuestra convivencia social con nuestros vecinos ahí en la sociedad en la que vivimos. Pero en eso sencillo de cada día tenemos que ser signos, no porque hagamos cosas extraordinarias, vayamos haciendo milagros, sino por el sentido con que vivamos todas esas cosas. Y todas esas sombras se pueden transformar en luz, se transformarán en luz con la presencia de Jesús que nosotros llevamos a nuestro mundo.
Es el sentido que en Jesús encontramos para nuestro vivir que le dará como un lustre nuevo a nuestra vida familiar y a nuestra convivencia con los demás; es el sentido de Jesús que nos hará descubrir ese lugar que nosotros ocupamos en nuestra sociedad a la que hemos de contribuir con nuestro buen hacer, con nuestro compromiso social, con nuestra apertura a los demás. No son cosas extraordinarias, sino las cosas de cada día, como el agua o el vino que bebemos, pero que ahora van a encontrar un nuevo sabor, un nuevo sentido, la sabiduría de Dios que se nos manifiesta en el evangelio.
Sí, sigue siendo en cierto modo Epifanía del Señor, porque el Señor se nos manifiesta como luz, como sentido de nuestra vida, con ese sabor nuevo de la sabiduría del Evangelio. ‘Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él’, terminaba diciéndonos el evangelio hoy. Que los signos de nuestra vida manifiesten la gloria del Señor y crezca así la fe de todos los hombres en Jesús.