Vistas de página en total

sábado, 23 de enero de 2016

Que se despierte de verdad inquietud en nuestro corazón y con alegría seamos capaces de gastarnos por los demás en la causa del Evangelio

Que se despierte de verdad inquietud en nuestro corazón y con alegría seamos capaces de gastarnos por los demás en la causa del Evangelio

1Samuel 1, 1-27; Sal 79; Marcos 3, 20-21

‘Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales’. Así es el breve texto del evangelio que nos ofrece la liturgia en este día; apenas dos versículos.
Unas reacciones que me atrevo a decir entran dentro de lo normal. Era tanta la gente que estaba en torno a Jesús, que le buscaba, que quería escucharle, que le traían enfermos para que los curase… que no les dejaban tiempo ni para comer. Los familiares de Jesús reaccionan. Eso no podía ser, tanta actividad no era bueno, al final terminaría enfermándose… cosas así  habremos escuchado muchas veces o habremos vivido esa experiencia. Vemos a una persona que se entrega, que trabaja por los demás, que anda de un lado para otro intentando solucionar problemas de los demás, que no descansa, que siempre está en plena faena y decimos este hombre va a acabar mal. Y le aconsejamos, tómate las cosas con calma,  piensa también en ti mismo, tú no tienes que resolverlo todo, que haya otros que se impliquen, así no puedes seguir. Son reacciones que nosotros también tenemos.
A Jesús no le dejaban tiempo ni para comer dice el evangelista. Ya por otras partes hemos visto como en Cafarnaún hasta por la mañana temprano vienen a buscarlo; no hace muchos días escuchábamos como habían hasta roto el tejado para hacer llegar a un paralítico a los pies de Jesús. Y nos cuentan también los evangelistas que cuando quiso llevarse a los apóstoles a un sitio apartado y tranquilo porque quería estar con ellos para instruirles de manera especial y para hacerlos descansar después de la actividad apostólica que ellos también habían realizado se encontraron con la multitud que había venido por la orilla y se habían congregado allí donde Jesús iba a desembarcar.
Es la acción de Jesús; es la acción del amor; es la acción del apóstol convencido de su misión y que a todos quiere hacer llevar la buena nueva del Evangelio; es la urgencia que sentimos dentro de nuestro interior, el celo de Dios, por ir implantando el Reino de Dios; es el sufrimiento que se nos mete por dentro cuando  vemos a tanta gente sufriendo y que queremos ayudar y algunas veces no podemos; es la inquietud de nuestro corazón lleno de esperanza, impulsado por el amor para hacer el bien, para anunciar a Jesús.
Ojalá todos sintiéramos en nuestro interior esa urgencia y esa inquietud. Sería porque en verdad hemos tomado en conciencia nuestra responsabilidad y que la grandeza del evangelio no la podemos encerrar, que la luz es para que ilumine y no le podemos poner encima nada que la oculte. Si los cristianos fuéramos más conscientes de la riqueza que poseemos en la gracia del evangelio seguro que otra inquietud habría en nuestra vida. Y es que andamos muchas veces cansados antes de comenzar, con falta de ilusión y de esperanza, dejándonos arrastrar por nuestras rutinas y no buscamos la manera de hacer llegar esa luz a los demás.
Que se despierte de verdad esa inquietud en nuestro corazón. Que no  nos guardemos nada para nosotros; que no nos estemos haciendo tantas reservas para nosotros; que no temamos el compromiso; que con alegría seamos capaces de gastarnos por los demás en la causa del Evangelio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario