La palabra de vida y de luz que Jesús anunciaba y que era El mismo tiene su cumplimiento hoy en nuestro mundo si nosotros la acogemos y nos convertimos en testimonio de ella por nuestra vida
Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10; Sal 18; 1Corintios 12, 12-30;
Lucas 1,1-4; 4,14- 21
‘Jesús volvió a
Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca.
Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan’, nos comentaba el evangelista. ‘Enseñaba en las sinagogas y todos los
alababan’. Y ahora le vemos en Nazaret, su pueblo, y allí también va a la
sinagoga el sábado y se ofrece para hacer la lectura de la Palabra.
Es la Palabra de vida y de luz, como nos decía Juan en
el comienzo de su relato evangélico, que existía desde el principio, que estaba
desde siempre en Dios, y por quien se hizo todo. Palabra de vida, Palabra
creadora, Palabra de Luz que venia a disipar las tinieblas de los que andaban
en tierras y sombras de muerte; por eso su aparición por toda la comarca de
Galilea, enseñando en todas las sinagogas, fue como un rayo de luz y de
esperanza para aquellas gentes. ‘Todos
los alababan’.
Es la Palabra de la verdad que viene a revelarnos a
Dios, que viene a descubrirnos el verdadero misterio del hombre; es la luz y la
vida de los hombres porque a su encuentro todos podían conocer la verdad de
Dios, la verdad del hombre, el misterio de amor de Dios y el verdadero sentido
de la vida del hombre. A los que la reciben y creen en su nombre les da el
poder ser hijos de Dios.
‘Enseñaba por las
sinagogas’ porque
era la Palabra que estaba junto a Dios pero que ahora planta su tienda entre
nosotros. Es Dios desde toda la eternidad, pero que lo podemos ver y palpar en carne
humana porque se ha hecho hombre para caminar entre nosotros los hombres. Ahora
le vemos entrar en la sinagoga de Nazaret y proclamar el texto del profeta. Y
proclamará el misterio de si mismo.
Es una revelación lo que Jesús nos está haciendo, dándosenos a conocer. Es
también Epifanía de Dios, manifestación de la gloria del Señor. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis
de oír’, les dice. Aquella escritura era la Palabra de Dios y allí ante
ellos estaba la Palabra de Dios. El era el que estaba lleno del Espíritu de
Dios que le había ungido y le había enviado.
El era el enviado de Dios. ‘Bendito el que viene en nombre del Señor’, proclamarían proféticamente
los niños en la entrada a Jerusalén. Había sido enviado para anunciar la Buena
Noticia de la libertad y de la paz, de la salvación y de la vida, la Buena
Noticia del Reino de Dios que comenzaba, el Reino de Dios que El instauraba. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para
anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar
libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor’. Era el
texto de Isaías que había proclamado y que en él tenía su cumplimiento.
La gente estaba admirada de lo que decía y aunque como veríamos
en su continuación o en lugares paralelos la gente se preguntaba de donde había
sacado toda aquella sabiduría pues todos lo conocían como el hijo del
carpintero, el hijo de María, la de José, y se había criado entre ellos, no
salían de su asombro. En la primera lectura escuchábamos como la gente lloraba
de alegría cuando se les había proclamado la Palabra del Señor y el sacerdote y
el gobernador les mandaban hacer fiesta y no llorar. Es la emoción que
contemplamos en las gentes de Nazaret y luego de todas aquellas poblaciones de
Galilea por donde Jesús iba enseñando.
Y me pregunto, ¿no tendría que ser también la emoción
con que nosotros nos acercamos a la Palabra porque bien sabemos que nos estamos
acercando a la vida y a la salvación, estamos llenándonos de la luz de la
Sabiduría divina, estamos acercándonos a Dios cuando nos acercamos a Jesús?
Cuidado nos acostumbremos a la Palabra y ya no seamos capaces de saborearlo en
todo su sentido y sabor. Es un peligro y nuestra tentación.
También cuando escuchamos la Palabra, bien sea en la
proclamación solemne que se nos hace en la liturgia, o bien cuando con amor y
humildad nos acercamos a ella en la soledad de nuestra oración, se nos está
diciendo de la misma manera ‘Hoy se
cumple esta Escritura que acabáis de oír’, porque esa Palabra se está
haciendo vida en nosotros, porque con esa Palabra nos está llegando la luz de
Dios a nosotros, porque en esa Palabra nos estamos acercando a la salvación.
No es una palabra cualquiera la que escuchamos. Es Dios
mismo que nos habla, que nos inunda con su gracia y con su vida. Es Dios mismo que
está ahí en nosotros y con nosotros.
Palabra viva de Dios plantada en nosotros, que pone su tienda en nuestros
corazones. Palabra de Dios que nos transforma si en verdad nosotros la
aceptamos y acogemos en nuestra vida y creemos en ella para hacernos participes
de la dicha de poder ser llamados hijos de Dios. Con esa fe tendríamos que
acercarnos siempre a la Palabra de Dios, sintiendo el gozo de que Dios nos
hable y se nos revele.
Es la Palabra que nosotros también tenemos que
anunciar, trasmitir a los demás. Esa riqueza de la revelación de Dios que se
nos hace en su Palabra nos sentimos obligados a llevarla a los demás. Ese Espíritu
que nos ungió a nosotros en el Bautismo y en la Confirmación también nos envía
a anunciar esa Buena Nueva a los pobres, esa libertad a los oprimidos, ese año
de gracia del Señor.
Ahí tenemos delante de nosotros una inmensa tarea. Ese
anuncio y esa liberación de la que tenemos que convertirnos en testigos y en
testimonio con el compromiso concreto de nuestra vida. Cuánto es lo bueno que
nosotros tenemos que anunciar pero también que realizar en los demás. El Señor
nos compromete a la transformación de nuestro mundo impregnándolo de los
valores del Evangelio. Y no podemos cerrar los ojos ante la pobreza, la
opresión y las esclavitudes en que vemos envueltos a tantos hermanos nuestros.
Es la tarea y el compromiso de nuestra fe, de nuestra condición de cristianos.
A Jesús le vemos enseñando y curando de todo mal.
Cuántas curaciones tenemos nosotros que realizar con nuestro amor y nuestra
acogida a todos, con nuestro acercamiento a aquellos que sufren y nuestra
palabra de consuelo, con nuestra lucha para vencer ese mal que daña a los demás
y con la alegría del Espíritu que llena de esperanza los corazones
atormentados.
Si así nosotros acogemos la Palabra y dejamos que
plante en verdad su tienda en nuestro corazón y así vamos al encuentro con los
demás, podremos decir también con toda razón ‘esta Escritura - esta Palabra- se cumple hoy también entre nosotros’.
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