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martes, 26 de enero de 2016

María, antes que hacerse carne de su carne el Hijo de Dios que se hacia hombre, había hecho carne de su carne la Palabra de Dios

María, antes que hacerse carne de su carne el Hijo de Dios que se hacia hombre, había hecho carne de su carne la Palabra de Dios

2Timoteo 1, 1-8; Sal 95; Marcos 3, 31-35

En la Sinagoga de Nazaret sus conciudadanos se habían puesto orgullosos cuando Jesús se había adelantado a hacer la lectura del profeta y hacer los comentarios. Era uno de allí que conocían de siempre, era el hijo de José el carpintero, el hijo de María y allí estaban sus parientes. Su relación de vecindad y los lazos familiares hacían que se llenaran de orgullo al tiempo que se preguntaban que de donde sacaba todas aquellas cosas porque nadie había hablado hasta entonces como El.
Hoy contemplamos como se acercan a Jesús sus familiares mientras está reunido con una multitud grande de gente que ansiaba escuchar su Palabra. ¿Pretenden sus familiares aprovecharse de su relación para poder acercarse a Jesús y tomar los mejores puestos en medio de la gente? Si no fuera porque se menciona expresamente que allí está la madre de Jesús podríamos pensar eso. De todas maneras los cercanos a El se lo anuncian. ‘Ahí están tu madre y tus hermanos’. Como para que El sabiendo que está allí su madre y su familia busque los mejores puestos para ellos.
Pero a su lado están todos aquellos que quieren escuchar la Palabra de Dios. De ahí la respuesta de Jesús que no es un desprecio a su madre ni una minuvaloración de los lazos familiares. Los importantes en su reino son los que humildemente se acercan a El queriendo en verdad escuchar la Palabra de Dios para llevarla a su corazón, para plantarla en sus vidas, para hacerla vida de sus vidas. De ahí la respuesta. ¿Veis todos estos que están aquí en mi entorno ansiosos de mi Palabra? Esos son los ahora importantes. ¿Quiénes son en verdad mi familia? Mirad a todos estos.  Los que en verdad quieren plantar la Palabra de Dios en sus vidas, esos son mi madre y mis hermanos, esa es la verdadera familia de los hijos de Dios, porque los que acogen la Palabra y creen en ella se convierten en hijos de Dios.
No son los lazos de la carne o de la sangre, no es simplemente la pertenencia a un mismo pueblo, son esos lazos humanos tan hermosos que podamos tener los unos con los otros, es la acogida a la Palabra, es el creer en la Palabra plantadla en su corazón, haciéndola vida de su vida. Y recordaríamos aquí también el principio del evangelio de san Juan. ‘A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio el poder ser hijos de Dios. Estos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios’.
¿Qué decir de María? ¿Era o no era en verdad la madre de Jesús? No lo podemos poner en duda, pero partiendo también de estas mismas palabras de Jesús en ellas podemos ver la mejor alabanza de María. Ella había engendrado en su corazón la Palabra de Dios, porque ella fue siempre la mujer abierta a la Palabra del Señor. Toda su vida fue un ‘fiat’, un ‘hágase en mí la voluntad del Señor’. Si en la carta a los Hebreos vemos a Jesús que al entrar en el mundo había dicho, ‘aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’, a María la contemplaremos siempre diciendo ‘sí’ a Dios. Ella antes que hacerse carne de su carne el Hijo de Dios, había hecho carne de su carne la Palabra de Dios.
Podríamos recordar aquí también la respuesta de Jesús cuando aquella mujer anónima levanta su voz en medio de la multitud para alabar a la madre de Jesús ‘dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron’, a lo que Jesús replicará también como una alabanza a María, ‘Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’.


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