María, antes que hacerse carne de su carne el Hijo de Dios que se hacia hombre, había hecho carne de su carne la Palabra de Dios
2Timoteo
1, 1-8; Sal 95; Marcos 3, 31-35
En la Sinagoga de Nazaret sus conciudadanos se habían
puesto orgullosos cuando Jesús se había adelantado a hacer la lectura del
profeta y hacer los comentarios. Era uno de allí que conocían de siempre, era
el hijo de José el carpintero, el hijo de María y allí estaban sus parientes.
Su relación de vecindad y los lazos familiares hacían que se llenaran de
orgullo al tiempo que se preguntaban que de donde sacaba todas aquellas cosas
porque nadie había hablado hasta entonces como El.
Hoy contemplamos como se acercan a Jesús sus familiares
mientras está reunido con una multitud grande de gente que ansiaba escuchar su
Palabra. ¿Pretenden sus familiares aprovecharse de su relación para poder
acercarse a Jesús y tomar los mejores puestos en medio de la gente? Si no fuera
porque se menciona expresamente que allí está la madre de Jesús podríamos pensar
eso. De todas maneras los cercanos a El se lo anuncian. ‘Ahí están tu madre y tus hermanos’. Como para que El sabiendo que
está allí su madre y su familia busque los mejores puestos para ellos.
Pero a su lado están todos aquellos que quieren
escuchar la Palabra de Dios. De ahí la respuesta de Jesús que no es un
desprecio a su madre ni una minuvaloración de los lazos familiares. Los
importantes en su reino son los que humildemente se acercan a El queriendo en
verdad escuchar la Palabra de Dios para llevarla a su corazón, para plantarla
en sus vidas, para hacerla vida de sus vidas. De ahí la respuesta. ¿Veis todos
estos que están aquí en mi entorno ansiosos de mi Palabra? Esos son los ahora
importantes. ¿Quiénes son en verdad mi familia? Mirad a todos estos. Los que en verdad quieren plantar la Palabra
de Dios en sus vidas, esos son mi madre y mis hermanos, esa es la verdadera
familia de los hijos de Dios, porque los que acogen la Palabra y creen en ella
se convierten en hijos de Dios.
No son los lazos de la carne o de la sangre, no es
simplemente la pertenencia a un mismo pueblo, son esos lazos humanos tan
hermosos que podamos tener los unos con los otros, es la acogida a la Palabra,
es el creer en la Palabra plantadla en su corazón, haciéndola vida de su vida. Y
recordaríamos aquí también el principio del evangelio de san Juan. ‘A cuantos la recibieron, a todos aquellos
que creen en su nombre, les dio el poder ser hijos de Dios. Estos son los que
no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que
nacen de Dios’.
¿Qué decir de María? ¿Era o no era en verdad la madre
de Jesús? No lo podemos poner en duda, pero partiendo también de estas mismas
palabras de Jesús en ellas podemos ver la mejor alabanza de María. Ella había
engendrado en su corazón la Palabra de Dios, porque ella fue siempre la mujer
abierta a la Palabra del Señor. Toda su vida fue un ‘fiat’, un ‘hágase en mí la
voluntad del Señor’. Si en la carta a los Hebreos vemos a Jesús que al
entrar en el mundo había dicho, ‘aquí estoy,
oh Padre, para hacer tu voluntad’, a María la contemplaremos siempre
diciendo ‘sí’ a Dios. Ella antes que
hacerse carne de su carne el Hijo de Dios, había hecho carne de su carne la
Palabra de Dios.
Podríamos recordar aquí también la respuesta de Jesús
cuando aquella mujer anónima levanta su voz en medio de la multitud para alabar
a la madre de Jesús ‘dichoso el vientre
que te llevó y los pechos que te amamantaron’, a lo que Jesús replicará
también como una alabanza a María, ‘Dichosos
más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’.
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