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miércoles, 27 de enero de 2016

Todos soñamos con cosas buenas y todos hemos de sembrar en nosotros y en nuestro mundo buenas semillas que fructifique en frutos hermosos de un mundo mejor

Todos soñamos con cosas buenas y todos hemos de sembrar en nosotros y en nuestro mundo buenas semillas que fructifique en frutos hermosos de un mundo mejor

2Samuel 7,4-17; Sal 88; Marcos 4,1-20

Todos soñamos con cosas buenas. Tenemos metas en la vida más o menos grandes, anhelamos conseguir cosas, los ideales nos mueven desde dentro, nos hacemos promesas de hacer siempre lo mejor. Pero bien sabemos que muchas veces no lo conseguimos; se nos quedan en el sueño de un momento mas o menos de fervor o entusiasmo, vienen los cansancios, somos inconstantes en el mantener la luchas por ir consiguiendo esos objetivos, nos rendimos ante las dificultades que vamos encontrando, o nos dejamos arrastrar por la rutina, por lo que hacen los demás para no llevar la contraria al ambiente. Solo los esforzados, los que no solo tienen claras las ideas o las cosas que quieren conseguir sino que han cultivado una fuerza interior serán capaces de alcanzar esas metas o ver realizados sus sueños al menos en gran parte, porque siempre desean más y lo mejor.
Esto podría ser una forma de hacer una lectura o de traducir a esa lucha nuestra de cada día la parábola que Jesús nos propone hoy en el evangelio. Nos habla del sembrador, de una semilla, de un terreno más o menos favorable y de unos frutos que al final solo consiguen los que han sabido preparar una tierra buena y hacer un buen cultivo de aquella semilla en ellos plantada.
Es una clara referencia a la Palabra de Dios y al Reino de Dios que Jesús quiere plantar en nosotros y que hemos de saber cultivar. Con sus dificultades, con sus fracasos, con sus abandonos, o con el buen cultivo en nuestra vida de esos valores del Reino de Dios. La imagen la tenemos en Jesús, el buen sembrador que sale por los caminos y los pueblos, que anda en medio de las gentes siempre sembrando la semilla de la Palabra de Dios, de la Buena Noticia del Reino de Dios. No en todos fructificó, no todos lo acogieron de la misma manera, muchos incluso lo rechazaron, solo aquellos que fueron capaces de ser fieles, fieles en su fe y fieles en la gracia que el Señor en ellos iba derramando permanecieron hasta el final.
Nos miramos a nosotros y miramos a la Iglesia. No solo somos esa tierra en la que el Señor siempre esa buena semilla, sino que además nosotros también hemos de ser sembradores,  la Iglesia es sembradora en medio del mundo de esa semilla del Reino. Lo malo sería que no fuéramos buenos sembradores, que no pusiéramos todo el entusiasmo y todo el esfuerzo por hacer esa siembra; lo malo seria que en el sembrador ya hubiera también esa dureza del corazón porque no lo habría empapado de la misericordia y del amor divino; nos puede pasar a nosotros y le puede pasar también a la misma Iglesia. Que hubiera otras cosas que nos distraen o que nos atraen, que brillara demasiado en nosotros la vanidad de las apariencias o de las cosas ostentosas y no fuéramos lo suficiente humildes para presentarnos con sencillez y con amor en el corazón. Muchas piedras podremos encontrar en el camino, muchos zarzales que nos enreden o muchos perfumes que nos engañen. Como sembradores hemos de ser los primeros en ser tierra buena y cultivada, nosotros y la Iglesia.
Hace referencia a lo que es nuestra vida de cada día con sus sueños y con sus metas, como decíamos al principio. Serán nuestros trabajos y responsabilidades, será nuestra familia, será ese circulo donde convivimos, será ese mundo con el que tenemos que sentirnos comprometidos para hacerlo mejor poniendo nuestro grano de arena, sembrando nuestra buena semilla. Que nada nos aparte de nuestras metas, que nada nos engañe ni nos distraiga, que no  nos pueda el cansancio ni la rutina, que haya en nosotros perseverancia y esfuerzo, que haya en nosotros apertura a la gracia del Señor para dejarnos motivar y conducir. Podremos llegar a dar fruto hasta del ciento por uno, como nos dice la parábola.

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