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sábado, 30 de enero de 2016

Atravesamos los mares de la vida haciendo camino y a pesar de las tormentas seguros de la presencia de Jesús con nosotros

Atravesamos los mares de la vida haciendo camino y a pesar de las tormentas seguros de la presencia de Jesús con nosotros

2Samuel 12,1-7a.10-17; Sal 50; Marcos 4,35-41

Se suele decir que la vida es un camino, un camino que vamos recorriendo con nuestra existencia día a día en búsqueda de nuestro desarrollo personal, trazándonos metas que queremos alcanzar, buscando también el desarrollo armónico de ese mundo en el que vivimos; camino en el que nos salimos de nosotros mismos para ir al encuentro con el otro con lo que es mi vida, pero aceptando y acogiendo su vida con lo que mutuamente nos enriquecemos; en camino que los creyentes vivimos llenos de trascendencia porque sabemos que no nos quedamos en lo que cada día ahora vivimos sino que esa plenitud que deseamos solo la podemos encontrar en Dios.
Un camino que desearíamos que siempre estuviera lleno de luz, pero que sabemos que nos vamos a encontrar muchas sombras y oscuridades en su desarrollo; nos aparecerán tormentas de todo tipo en nosotros mismos porque aunque siempre aspiramos a lo mejor sin embargo en muchas ocasiones confundidos no escogemos lo mejor y eso nos traerá siempre consecuencias; tormentas en los problemas que la misma vida nos da porque algunas veces se hace dificultoso ese encuentro con los otros o con esa sociedad en la que vivimos; y no digamos cuando nos atenaza el dolor o el sufrimiento ya sea físico en nuestras enfermedades, o ya sea algo más profundo al constatar quizá nuestras propias limitaciones.
Es un camino que como creyentes que somos sabemos que no lo hacemos solos. Al crearnos Dios nos ha puesto en ese camino de la vida, pero con fe podemos sentir su presencia. Jesús, con su mensaje de salvación quiere también ponernos en camino, ‘id…’ nos dice y nos confía una misión en ese mundo global en el que vivimos. ‘Vamos a la otra orilla… y tal como estaban subieron a la barca para atravesar el lago’, nos dice hoy el evangelio.
Allí estaba con ellos, y es bien significativo que se durmió allá en un rincón de aquella barca. Y surgió la tormenta. ‘Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua’.  Y los discípulos estaban asustados, tenían miedo a pesar de tantas veces que habían atravesado el lago y también quizá en medio de tormentas. Ahora les parecía sentirse solos porque Jesús dormía y no se despertaba a pesar de lo fuerte de la tormenta.
Les parecía sentirse solos. Como nos sucede muchas veces a nosotros cuando tenemos que enfrentarnos a esas tormentas o a esas oscuridades de la vida que antes mencionábamos. Nos parece ir a la deriva y que no hay norte que nos guíe o nos libere de esa fortaleza que nos tienta y pone a prueba nuestra fe.
Por fin despertaron a Jesús. ‘¿No te importa que nos hundamos?’ poco menos que le reclaman. Es el grito de la angustia. ‘¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?’ ¿Por qué somos tan cobardes? ¿Dónde hemos puesto nuestra fe? Tendríamos que ser nosotros los que reflexionáramos y nos preguntáramos por nuestra fe. Allí está Jesús, aquí está Jesús que con El sabemos seguros que tendremos la victoria.
Despertemos nuestra fe porque somos nosotros los que nos dormimos y muchas veces nos olvidamos de nuestra fe.  Aunque nos parezca que Dios no nos oye, El está ahí siempre a nuestro lado. Es nuestra fortaleza. Es la Roca segura de nuestra salvación. Con El siempre tendremos la luz que venza la oscuridad aunque las tinieblas quisieran vencer la luz.
Sigamos haciendo el camino seguros de la presencia del Señor, conscientes de cual es nuestra tarea y cual nuestra meta, sin temor a la oscuridad porque nunca nos faltará su luz. Busquemos esa plenitud de nuestra vida que ahora nos vaya enriqueciendo y vaya enriqueciendo ese mundo que nos rodea haciéndolo mejor.

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