La semilla que germina hasta dar fruto nos llena de esperanza en nuestra lucha por el bien y en el compromiso de construir el Reino de Dios
2Samuel 11,1-4a. 5-10a.13-17; Sal 50; Marcos 4,26-34
Es hermosa la imagen de la semilla que
es plantada y que a su tiempo germina, crece una planta y llega a dar
frutos. Es el misterio de la vida. Es la imagen que yo diría nos da
esperanza en la vida. Es la imagen que Jesús nos propone hoy en el
Evangelio para hablarnos de Jesús. No es la única parábola que
Jesús nos propone con la imagen de la semilla. Nos hablará en otras
ocasiones con distintas referencias ya sea porque nos habla de la
tierra en que es sembrada esa semilla, o porque con la buena semilla
se entremezclan también las malas semillas que nos llenarán de la
cizaña del mal.
Hoy simplemente nos hace fijarnos en
la semilla en si misma capaz de germinar en la vida y llenarnos de
frutos buenos. Nos dice así es el Reino de Dios que nos llena de
vida, que tiene en si mismo la fuerza de la gracia de Dios. Es la
semilla que El vino a plantar entre nosotros que tiene que llegar a
transformar nuestro mundo. Es la semilla, sí, que ha puesto en
nuestras manos para que nosotros continuemos la siembra, conscientes
y seguros de la fuerza del Reino, de la vida que nos trae la Palabra
de Dios con la seguridad de que un día ha de dar fruto.
Como ya expresaba desde el principio
es una imagen que nos llena de esperanza. Un día esa semilla
germinará y tiene fuerza en si misma para transformar nuestro mundo.
Muchas veces cuando queremos hacer el bien, cuando educamos o
queremos trasmitir cosas buenas a los que nos rodean, cuando luchamos
por ser mejores nosotros mismos pero también por hacer que nuestro
mundo sea mejor, podemos sentirnos defraudados porque no vemos el
resultado de nuestro trabajo tan pronto como nosotros querríamos.
Pero tengamos esperanza, confiemos en
la fuerza de esa semilla del Reino de Dios que nosotros queremos
plantar. Seamos capaces de tener una mirada positiva para ir viendo
también cómo van surgiendo muchas señales de ese Reino de Dios en
tantas personas buenas, en tanta gente que lucha por la verdad y la
justicia, en tantos que trabajan comprometidos por hacer que nuestro
mundo sea más humano y mejor, en quienes se esfuerzan por vayan
apareciendo destellos de paz.
Muchas veces, por ejemplo, los padres
se preguntan qué habré hecho mal, quise educar bien a mi hijo,
trasmitirle unos buenos valores, pero mira por donde andan. Yo
pienso, no nos sintamos derrotados; pensemos que esa buena semilla
que un día quisimos plantar en ellos algún día germinará. Sigamos
cuidando que haya buena tierra y abonémosla al menos con nuestros
buenos deseos, pero además desde nuestro sentido de creyentes con
nuestra oración. La esperanza no nos puede faltar nunca en nuestra
vida.
Es el Reino de Dios que se hace
presente entre nosotros, que quiere surgir con fuerza en nuestro
corazón y que también podemos y tenemos que ver en las cosas buenas
de los demás. Vivamos con esperanza.
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