Hech. 4, 33. 5, 12.27-33. 12, 2;
Sal. 66;
2Cor. 4, 7-15;
Mt. 20, 20-28
Pocos versículos antes del relato que nos trae hoy el evangelio con la petición de la madre de los Zebedeos a Jesús en favor de sus hijos, nos dice el evangelista que ‘iban subiendo a Jerusalén’. En camino a Jerusalén cuando Jesús había anunciado su pasión y su muerte aquellos dos discípulos se valen de la influencia de la madre – o sería que como toda buena madre quería cosas grandes para sus hijos… - para pedir ‘un puesto a la derecha y otro a la izquierda’ cuando llegue la hora del Reino.
Un día pasando Jesús junto a ellos en la orilla del lago les invitó a ponerse en camino. ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Se habían puesto en camino. Estaban con Jesús a donde quiera que Jesús marchara. Así habían recorrido todos los caminos de Galilea y Palestina. Por Jesús estaban dispuestos a todo. Había ido creciendo la fe en Jesús porque sus palabras y su vida despertaban en ellos esperanza.
Con Santiago igual que con Juan, su hermano, y con Pedro Jesús había tenido detalles especiales. Habían entrado con Jesús a la casa de Jairo para ser testigo de la resurrección de la niña. Con Jesús habían subido hasta el Tabor para ser testigos de la transfiguración que tanto les alentara para la próxima pasión.
Todo eso no impedía que pudieran tener dudas o apareciera la tentación de la ambición. Esa era, entonces, la petición de la madre. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’ ¿No pretendían puestos de honor? Pero Jesús les habla de cáliz y hablar de cáliz era hablar de amargura y sufrimiento, de entrega y hasta de muerte.
Pero responden firmemente. ‘Podemos’ Y Jesús les dice: ‘No sabéis lo que pedís!’ ¿Sabían o no querían entender? Algunas veces nos hacemos sordos. Versículos antes, como dijimos, Jesús había hablado de pasión y de muerte. Y si antes les costaba entender ahora Jesús les habla bien claro. ‘Mi cáliz lo beberéis…’ los primeros puestos y lo demás eso es cosa del Padre.
Pero entre vosotros no puede ser como sucede con los poderosos de este mundo. Prometen cosas, dicen que están al servicio del pueblo, pero al final terminan imponiéndose y oprimiendo. ‘Los jefes del pueblo los tiranizan y los grandes los oprimen. No será así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor. El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo’.
Y Jesús se nos pone como modelo, nos da el sentido de su vida que no es otra que la del servicio y la del amor. ‘Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos’. Y siguieron caminando.
Gozosamente estamos celebrando hoy la fiesta del Apóstol Santiago. Todo hoy en la vida del Apóstol nos habla de camino. Su camino de seguimiento de Jesús, por su fe en Jesús y por amor a El cuando Cristo los envió por todo el mundo a anunciar la Buena Noticia de la Salvación, hizo llegar a Santiago a lo que era entonces los confines de la tierra. Hermosa tradición lo sitúa en tierra hispana predicando el evangelio, aunque muriera a manos de Herodes en Jerusalén, pero su sepulcro lo tenemos en el Campo de las Estrellas, en Compostela, que eso significa.
Agradecidos cantamos la alabanza del Señor porque él nos trajera la fe apostólica y con su patrocinio se conserve la fe en los pueblos de España y a su ejemplo y con su ayuda tantos miles y miles de misioneros a través de todos los tiempos han llevado y propagado por todos los pueblos del mundo esa misma fe en Jesús que el apóstol nos trasmitió. Como Santiago también nosotros nos hemos puesto en el camino de la fe.
Por ese camino de fe que es el Camino de Santiago también desde todos los rincones de Europa primero y ahora podemos decir desde todo el mundo, son muchos los peregrinos que se acercan a su tumba para sentirse fortalecidos en su fe. He sido testigo en alguna ocasión de ese peregrinar de muchos en ese camino para terminar no sólo en el abrazo del Apóstol sino en el abrazo con el Padre en Cristo en los sacramentos que nos llenan de la vida de Jesús.
Entendía Santiago, y también tenemos que entenderlo nosotros, y esa puede ser la hermosa lección que recibamos en este día, que el camino de la fe tiene que pasar necesariamente por el camino de la solidaridad y el servicio. Hacerse el último y el servidor de todos, fue la consigna que les dio Jesús como escuchamos hoy en el evangelio.
Fue la entrega del Apóstol que le llevara al supremo sacrificio del martirio. Y la entrega y el sacrificio primero que el Señor nos pide en todo momento, porque ése es el distintivo del cristiano, pero que quizá en este momento tendría que destacar de manera especial, ha de ser la de la solidaridad y el servicio.
Momentos difíciles son los que vive nuestra sociedad. Pero cuando decimos momentos difíciles no se nos puede quedar en rostros anónimos, sino que ahí hemos de saber poner rostros concretos, los rostros de cuantos a nuestro alrededor pasan necesidad, carencia de trabajo, no tienen lo suficiente para una vida digna; el rostro de tantos que sufren de mil maneras como podemos ver en nuestras calles, o escuchar y ver con los ojos del corazón sin necesidad de ir muy lejos para descubrirlos y encontrarlos.
Que el Señor ponga amor en nuestro corazón; que se despierten nuestros mejores sentimientos humanitarios y compasivos; que la solidaridad aflore en nuestra vida para compartir con generosidad. No olvidemos que ese Jesús en quien creemos, cuya fe trajo el apóstol Santiago a nuestros pueblos de España, nos dirá que le descubriremos a El y le encontraremos en el que tiene hambre a nuestro lado, está sediento o desnudo, enfermo o necesitado de una mano que se tienda hasta él con el consuelo y con el amor.
El camino de la fe pasa necesariamente por el camino de la solidaridad y del servicio.