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sábado, 25 de julio de 2009

Un camino de fe que se transforma en camino de solidaridad y servicio


Hech. 4, 33. 5, 12.27-33. 12, 2;

Sal. 66;

2Cor. 4, 7-15;

Mt. 20, 20-28



Pocos versículos antes del relato que nos trae hoy el evangelio con la petición de la madre de los Zebedeos a Jesús en favor de sus hijos, nos dice el evangelista que ‘iban subiendo a Jerusalén’. En camino a Jerusalén cuando Jesús había anunciado su pasión y su muerte aquellos dos discípulos se valen de la influencia de la madre – o sería que como toda buena madre quería cosas grandes para sus hijos… - para pedir ‘un puesto a la derecha y otro a la izquierda’ cuando llegue la hora del Reino.
Un día pasando Jesús junto a ellos en la orilla del lago les invitó a ponerse en camino. ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Se habían puesto en camino. Estaban con Jesús a donde quiera que Jesús marchara. Así habían recorrido todos los caminos de Galilea y Palestina. Por Jesús estaban dispuestos a todo. Había ido creciendo la fe en Jesús porque sus palabras y su vida despertaban en ellos esperanza.
Con Santiago igual que con Juan, su hermano, y con Pedro Jesús había tenido detalles especiales. Habían entrado con Jesús a la casa de Jairo para ser testigo de la resurrección de la niña. Con Jesús habían subido hasta el Tabor para ser testigos de la transfiguración que tanto les alentara para la próxima pasión.
Todo eso no impedía que pudieran tener dudas o apareciera la tentación de la ambición. Esa era, entonces, la petición de la madre. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’ ¿No pretendían puestos de honor? Pero Jesús les habla de cáliz y hablar de cáliz era hablar de amargura y sufrimiento, de entrega y hasta de muerte.
Pero responden firmemente. ‘Podemos’ Y Jesús les dice: ‘No sabéis lo que pedís!’ ¿Sabían o no querían entender? Algunas veces nos hacemos sordos. Versículos antes, como dijimos, Jesús había hablado de pasión y de muerte. Y si antes les costaba entender ahora Jesús les habla bien claro. ‘Mi cáliz lo beberéis…’ los primeros puestos y lo demás eso es cosa del Padre.
Pero entre vosotros no puede ser como sucede con los poderosos de este mundo. Prometen cosas, dicen que están al servicio del pueblo, pero al final terminan imponiéndose y oprimiendo. ‘Los jefes del pueblo los tiranizan y los grandes los oprimen. No será así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor. El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo’.
Y Jesús se nos pone como modelo, nos da el sentido de su vida que no es otra que la del servicio y la del amor. ‘Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos’. Y siguieron caminando.
Gozosamente estamos celebrando hoy la fiesta del Apóstol Santiago. Todo hoy en la vida del Apóstol nos habla de camino. Su camino de seguimiento de Jesús, por su fe en Jesús y por amor a El cuando Cristo los envió por todo el mundo a anunciar la Buena Noticia de la Salvación, hizo llegar a Santiago a lo que era entonces los confines de la tierra. Hermosa tradición lo sitúa en tierra hispana predicando el evangelio, aunque muriera a manos de Herodes en Jerusalén, pero su sepulcro lo tenemos en el Campo de las Estrellas, en Compostela, que eso significa.
Agradecidos cantamos la alabanza del Señor porque él nos trajera la fe apostólica y con su patrocinio se conserve la fe en los pueblos de España y a su ejemplo y con su ayuda tantos miles y miles de misioneros a través de todos los tiempos han llevado y propagado por todos los pueblos del mundo esa misma fe en Jesús que el apóstol nos trasmitió. Como Santiago también nosotros nos hemos puesto en el camino de la fe.
Por ese camino de fe que es el Camino de Santiago también desde todos los rincones de Europa primero y ahora podemos decir desde todo el mundo, son muchos los peregrinos que se acercan a su tumba para sentirse fortalecidos en su fe. He sido testigo en alguna ocasión de ese peregrinar de muchos en ese camino para terminar no sólo en el abrazo del Apóstol sino en el abrazo con el Padre en Cristo en los sacramentos que nos llenan de la vida de Jesús.
Entendía Santiago, y también tenemos que entenderlo nosotros, y esa puede ser la hermosa lección que recibamos en este día, que el camino de la fe tiene que pasar necesariamente por el camino de la solidaridad y el servicio. Hacerse el último y el servidor de todos, fue la consigna que les dio Jesús como escuchamos hoy en el evangelio.
Fue la entrega del Apóstol que le llevara al supremo sacrificio del martirio. Y la entrega y el sacrificio primero que el Señor nos pide en todo momento, porque ése es el distintivo del cristiano, pero que quizá en este momento tendría que destacar de manera especial, ha de ser la de la solidaridad y el servicio.
Momentos difíciles son los que vive nuestra sociedad. Pero cuando decimos momentos difíciles no se nos puede quedar en rostros anónimos, sino que ahí hemos de saber poner rostros concretos, los rostros de cuantos a nuestro alrededor pasan necesidad, carencia de trabajo, no tienen lo suficiente para una vida digna; el rostro de tantos que sufren de mil maneras como podemos ver en nuestras calles, o escuchar y ver con los ojos del corazón sin necesidad de ir muy lejos para descubrirlos y encontrarlos.
Que el Señor ponga amor en nuestro corazón; que se despierten nuestros mejores sentimientos humanitarios y compasivos; que la solidaridad aflore en nuestra vida para compartir con generosidad. No olvidemos que ese Jesús en quien creemos, cuya fe trajo el apóstol Santiago a nuestros pueblos de España, nos dirá que le descubriremos a El y le encontraremos en el que tiene hambre a nuestro lado, está sediento o desnudo, enfermo o necesitado de una mano que se tienda hasta él con el consuelo y con el amor.
El camino de la fe pasa necesariamente por el camino de la solidaridad y del servicio.

viernes, 24 de julio de 2009

Preparemos la tierra para dar fruto al ciento por uno

Ex. 20, 1-17
Sal.18
Mt. 13, 18-23


Hay quienes no entienden y hay quienes no atienden. Nos sucede en la conversación ordinaria con las personas. Hablamos con alguien y pareciera que hablamos idiomas distintos, no terminan de entendernos. No entienden por eso, porque quizá no llegan más allá de las palabras que les decimos para captar el pensamiento o la idea que le queremos trasmitir o no nos entienden porque están en otro lado, no atienden. Porque viven así, a la ligera, a lo que salga y no se paran a reflexionar con un poquito de profundidad, porque hay cosas que les distraen, preocupaciones, cosas que están recordando siempre de lo que han hecho o cosas que tienen que hacer. Están ensimismados. No atienden ni entienden cuando las ambiciones son lo único que los guía, las pasiones que se desatan y te dejan inquieto continuamente.
Esto que nos sucede en la vida ordinario, en nuestro trato o conversación con los que tratamos todos los días también nos sucede ante lo que el Señor nos dice, ante la Palabra de Dios que se nos proclama, ante la llamada del Señor. De esto nos está hablando el evangelio que venimos reflexionando en estos días. Hoy Jesús nos explica la parábola del sembrador. ‘Vosotros oíd, lo que significa la parábola del sembrador…’
También nos sucede que no entendemos o no atendemos. La Palabra se nos hace lejana y difícil. Nos hemos quedado quizá en una fe muy elemental y no hemos sido capaces de darle una profundidad a la fe en nuestra vida. Pareciera que nos bastara la fe del carbonero, como se solía decir. Nos hemos quedado quizá con conceptos infantiles, y somos como niños en el orden de nuestra fe porque no hemos crecido, porque no la hemos madurado. ‘Si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en el corazón’.
A mí que me van a enseñar, escuchamos decir a muchos cuando los invitas a una profundización en la fe, a una charla o a una catequesis de adultos; si yo soy cristiano de toda la vida. Pero no sabemos dar razón de nuestra fe. Cuando alguien nos pregunta no sabemos que responder; cuando vienen a decirnos otras ideas o pensamientos sobre la fe y la religión lo que hacemos es recular, huir, porque no nos sentimos capaces de hacer frente. Vivimos una fe demasiado superficial.
Será la tierra dura del camino donde es imposible que se pueda enterrar la semilla para que germine; se quedará encima del camino para ser pisoteada o comida por las aves. O será la semilla planta en terreno pedregoso donde no puede echar raíces y aunque brote quizá pronto y fácil, pronto y fácil se secará también por falta de raíz y de la necesaria humedad. ‘La escucha y la acepta enseguida con alegría, pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe’.
Pero están también los que en su vida están en otra cosa, porque otras son sus preocupaciones y quizá relegan la fe a una devoción para cuando tenga tiempo; o están los que viven tan enfrascados en sus ambiciones o en las pasiones que se desbordan que su vida estará hecha un tremendo desorden dónde con dificultad pueda prender la semilla de la Palabra del Señor. Las preocupaciones, las ambiciones, las pasiones lo ahogan todo. ‘La ahogan y se queda estéril’.
Es necesario ser tierra buena para poder dar fruto. Y seguro que estamos deseando en nuestro interior que seamos en verdad esa tierra buena. Pero la tierra buena los agricultores la preparan, no es una tierra que salga así como así; hay que labrarla, decantarla, limpiarla de malas yerbas, desinsectarla. Es lo que vemos hacer a nuestros agricultores, no echan la simiente a la tierra sin haberla preparado antes concienzudamente.
Para que seamos esa tierra buena hacen falta muchas cosas. Primero que con fe pidamos al Señor que nos conceda su Espíritu; Espíritu de Sabiduría, y de ciencia, y de conocimiento de Dios, Espíritu de fortaleza. Para que podamos conocer a Dios; para que podamos ahondar en su misterio; para que tengamos la fortaleza que nos de constancia; para que no sucumbamos ante la primera tentación.
Pero algo más tenemos que hacer. Por nuestra parte también tenemos que poner mucho. Tenemos que comenzar por quitar superficialidades y tener deseo de formarnos para poder crecer en nuestra fe. Es necesario que queramos conocer más nuestra fe, formarnos, aprovechar tantos y tantos medios que tenemos a nuestro alcance para adquirir esa formación que no viene sola; y tenemos que leer la Biblia, estudiar ordenadamente el catecismo, asistir a unas catequesis de adultos que nos ayuden a hacer ese camino, escachar todo lo que pueda ser enseñanza espiritual que nos ayude, dejarnos conducir por la Iglesia escuchando y estudiando su magisterio. Sólo así podremos entender; sólo así podremos dar razón de nuestra fe y llegar a dar el testimonio de nuestro compromiso y de nuestro amor.
¿Queremos dar el ciento por uno? Preparemos la tierra de nuestra vida y de nuestro corazón.

jueves, 23 de julio de 2009

Abuelos y abuelas, maestros de sabiduría y valentía


Celebración del día de los Abuelos
reflexión-homilía pronunciada
en un Hogar de Ancianos
de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Se adelantó a este día la celebración
por razones organizativas del Centro


Celebramos el día 26 de Julio a san Joaquín y santa Ana, los padres de María, la Virgen, la Madre de Jesús. Nada nos dice la Biblia sobre ellos; simplemente nos dejamos llevar por una tradición que arranca del siglo II que los señala como los padres de la Virgen. Cercana a donde estaba situado el templo de Jerusalén hoy hay una antigua Iglesia que nos habla de santa Ana y se nos señala allí como el lugar del nacimiento de María, luego sería el lugar de la casa de Joaquín y Ana.
No nos vamos a entretener en tradiciones o leyendas sobre los padres de María, sino simplemente considerar qué dicha ser los padres de la que iba a ser la Madre de Dios. Pero sí se me ocurre una cosa y es pensar que si en María vemos una fe tan grande, una humildad tan profunda o un amor tan exquisito y generoso, por fijarnos sólo en algunas virtudes. ¿por qué no podemos pensar en los padres que le dieron tal educación, supieron trasmitirle tal fe y corona tan preciosa de virtudes?
Claro que eso tendría que hacernos reflexionar en cómo hoy se está trasmitiendo de generación en generación esa fe y esos valores cristianos. Desgraciadamente sabemos que en nuestro tiempo esa cadena de transmisión de la fe y de los valores y virtudes cristianas se está rompiendo. Por distintas influencias y razones ya en nuestros hogares se han ido perdiendo esas vivencias religiosas y el materialismo de nuestra vida moderna ha ido sustituyendo esos valores espirituales y cristianos.
No nos podemos quedar en lamentaciones y lloros sino que tenemos que saber buscar remedio a esas situaciones y quien tiene viva y encendida esa lámpara de la fe no la podría dejar apagar sino que más aún tiene que buscar la forma de contagiar de esa luz a los demás.
Ahí está esa labor insustituible de los abuelos cristianos en el ámbito de la familia para, con todo respeto, sí, pero con firmeza y valentía dar el testimonio contagioso de esa fe y de esos valores cristianos a las generaciones que nos siguen.
El Papa os llama a vosotros abuelos y abuelas, queridos ancianos y ancianas, ‘fuente de enriquecimiento para las familias, para la Iglesia y para toda la sociedad’.
¡Cuánta sabiduría de la buena encerráis en vuestras vidas! ‘Maestros de sabiduría y valentía, os dice el Papa Benedicto XVI, que trasmiten a las generaciones futuras los frutos de su madura experiencia humana y espiritual’.
‘Pilares fuertes de la fe evangélica, custodios de los nobles ideales hogareños, tesoros vivos de sólidas tradiciones religiosas’. ¡Cuánto podríamos comentar de estos aspectos!
Abuelos y abuelas, ancianos y ancianas, considerad bien todo esto que os llama el Papa porque además eso os está diciendo cuánto vale vuestra vida. No os sintáis arrinconados por la vida. Ocupáis un lugar importante en la sociedad, aunque algunos lo quieran ocultar, y mucho podéis ofreceros de la rica experiencia de la vida. Muchas cosas nos podéis transmitir.
No perdáis la ilusión, la esperanza y las ganas de vivir. Lo peor que podéis hacer es encogeros y arrinconaros en un rincón pensando que solamente ahora os toca esperar que os llegue la hora de la muerte. Eso de ninguna manera. Tenéis vida y, aunque ahora no tengáis la fuerza física de vuestro cuerpo como en otro tiempo, sí podéis tener una fuerza espiritual muy grande y que es más importante que la fuerza física. Poned ilusión, vida, esperanza, vigor interior, amor en todo lo que hacéis.
Sabed ser agradecidos, primero que todo a Dios, que podéis vivir acogidos en centros como este recibiendo el cariño de cuantos os rodean. Nosotros, los que estamos a vuestro alrededor, queremos agradecer también ese cariño que os dais y queremos aprender de vosotros muchas cosas.
Pensad también que estar aquí es una gracia especial del Señor para que reavivéis vuestra fe y vuestra práctica religiosa, algunas veces quizá olvidada o dejada a un lado. Porque no olvidéis también que con vuestra fe y vuestras oraciones estáis haciendo un bien muy grande a la Iglesia. La Iglesia os ofrece esa acogida y cariño que las Hermanitas os dispensan así como de todo el personal de este centro. Pero vosotros estáis dando también un tesoro grande a la Iglesia y mucho más aún quizá podéis ofrecer.
Abuelos y abuelas os queremos, estad seguro de ellos, y os digo también, os necesitamos, necesitamos de vuestro cariño, de vuestra experiencia y de vuestra sabiduría de la vida.

¿Por qué les hablas en parábolas?

Ex. 19, 1-2.9-11.16-20
Sal. Dn. 3
Mt. 13, 1-17


‘Salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Acudió tanta gente, que tuvo que subirse a una barca, se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas…’
Comienzo esta reflexión haciendo referencia al texto que la liturgia nos ofrecía el día de ayer, pero que al celebrar a Santa María Magdalena no pudimos proclamar. Para no perder la continuidad de la Palabra proclamada cada día y siendo además que el texto de hoy hace referencia al citado, es por lo que unimos los textos de los dos días en nuestro comentario.
Hoy precisamente comienza diciéndonos que ‘al llegar a casa se acercaron a Jesús sus discípulos y le preguntaron: ¿Por qué les hablas en parábolas?’ ¿Por qué habla Jesús en parábolas? La gente del entorno del pueblo de Israel y cuanto más al oriente con más intensidad son muy dados a hablar con un lenguaje muy lleno de imágenes, ejemplos y comparaciones. Es el estilo, incluso pedagógico, que emplea Jesús: las parábolas.
Pero igualmente podemos pensar que en el mundo en el que vivimos es el mundo de las imágenes. Todo está lleno de imágenes y todo se expresa con imágenes. Pensemos en todos los medio audiovisuales que hoy se utilizan; pensemos igualmente en la publicidad, por ejemplo. Imágenes que tienen su propia lectura para descubrir o descifrar su significado, que va más allá de lo que es la imagen en sí misma, porque lo que hace es sugerirnos mensajes, ideas, etc.
Eso son en cierto modo las parábolas: una historia rica en imágenes, una comparación o un ejemplo que se nos pone y que tenemos que saber leer para descubrir su mensaje. La misma parábola que hoy Jesús nos ha propuesto es algo más que hablarnos de un sembrar que echa la semilla a boleo para que caiga donde caiga. No toda la semilla dará igual fruto, porque alguna caerá en terrenos nos apropiados para que pueda germinar. Pero eso quiere decirnos algo más que simplemente hablarnos de un sembrador. Es por eso por lo que es una parábola que nos quiere trasmitir un mensaje. Mañana entraremos en comentario más hondo a esta parábola porque se la escucharemos explicar a Cristo mismo.
Pero la pregunta de los discípulos era ‘¿por qué les hablas en parábolas?’ ¿por qué a la gente le habla en parábolas mientras a ellos les explica las cosas de otra manera. Y ahí viene la respuesta de Jesús que nos puede parecer un tanto enigmática. ‘Porque ellos miran sin ver y escuchan sin oír ni entender…’ Y el evangelista recuerda una profecía de Isaías que dice semejantes palabras.
Hay muchos que no quieren oír ni entender; muchos que no quieren ver; muchos a los que se les cierra el corazón para no dejar que la gracia de Dios llegue hasta ellos. Están contentos como están que no sienten ninguna ilusión porque la cosas sean de forma distinta; mejor entonces no oír, ni ver. Nos pasa muchas veces.
Es cuestión de gracia de Dios el poder escuchar su Palabra y su mensaje. Y de una cosa podemos estar seguros: la gracia de Dios no nos faltará nunca. Somos nosotros los que no nos dejamos conducir ni guiar por esa gracia.
‘Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron’. Dichosos los discípulos que pudieron oír de viva voz la palabra de Jesús. Cuánta envidia sentimos a veces de los discípulos que estuvieron en contacto directo con Jesús. Pero Jesús nos está llamando dichosos a nosotros también, los que cada día tenemos la oportunidad de escuchar su palabra, de dejar que su semilla cada día se siempre en nosotros. Es una gracia del Señor que tenemos que saber agradecer. Una gracia del Señor que tenemos que saber aprovechar.

miércoles, 22 de julio de 2009

María Magdalena, la primer testigo de Jesús resucitado

Cantar de los Cantares, 3, 1-4
Sal. 62
Jn. 20, 1-2. 11-18


‘¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, sudarios y mortaja… resucitó de verás mi amor y mi esperaza’. Hermoso diálogo con María Magdalena a quien hoy celebramos en la antífona de hoy tomada de la secuencia o himno pascual del día de la resurrección del Señor.
María Magdalena pecadora pero enamorada hondamente del Señor. De ella nos dice el evangelista Jesús había arrojado siete demonios; una referencia quizá a su condición de mujer pecadora que se acercó a Jesús y porque amó mucho se le perdonaron sus muchos pecados. ‘Porque amó mucho se le perdonan sus muchos pecados’, le dirá Jesús a Simón el fariseo que había invitado a Jesús.
‘Me levanté y busqué por las calles y las plazas el amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré… apenas los pasé, encontré al amor de mi alma’, canta la esposa en el Cantar de los Cantares. Y en el salmo hemos clamado ‘mi alma es tá sedienta de ti, Señor, Dios mío… mi alma tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostado, sin agua’, repetimos y meditamos en el salmo expresando el deseo de amor de María Magdalena que quiere ser también nuestro deseo de Dios. No es necesario meternos en fantasías y especulaciones como los apócrifos hicieron o quieren hoy resaltar autores modernos de modo, para comprender lo que es el corazón lleno de amor de Magdalena a quien tanto le había dado con su llamada y su perdón.
Un amor grande que le hizo seguir a Jesús con otras mujeres que le servían, amor grande por el que la encontramos al pie de la cruz en el calvario junto con la Madre de Jesús; amor grande que nos la hace encontrarla a la entrada del sepulcro, ahora llorosa porque ‘se han llevado el cuerpo de Señor’; amor que la convertirá en la primer testigo de la resurrección del Señor y la primera misionera que llevará la noticia de la resurrección a los demás apóstoles. Los santos padres dirán de María Magdalena que fue ‘apóstol de los apóstoles’, por esa misión que le encomendó el Señor.
Bello el diálogo del evangelio. ‘Mujer ¿por qué lloras?’ ,le preguntan primero los ángeles cuando está postrada y llorosa a la entrada del sepulcro. ‘Porque se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto’, fue su respuesta.
‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?’ será ahora la pregunta que Jesús mismo le haga, aunque sus lágrimas le impiden conocerlo. Ella busca un cuerpo muerto pero allí está Cristo vivo y lo confunde con el hortelano. ‘Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo lo recogeré’. Será cuando Jesús la llame por su nombre ‘¡María!’ - ¡Cómo sería esa llamada de Jesús a María por su propio nombre! - cuando llegue el reconocimiento y la proclamación de fe. ‘¡Rabboni!...Maestro’, será la aclamación.
‘Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro… María Magdalena fue y anunció a los discípulos: he visto al Señor y me ha dicho esto…’ La primera mensajera, el primer testigo, el primer apóstol que anuncia la resurrección del Señor.
Celebramos a María Magdalena y aprendemos de su arrepentimiento, reconociendo que somos pecadores, y de su amor. Ofrenda de amor hemos de saber hacer nosotros a Dios, como lo hizo ella, que aceptará con tanta misericordia nuestro Señor Jesús, como expresamos en una de las oraciones de la liturgia.
Celebramos a Magdalena y como ella nos llenamos de la alegría pascual, para correr también a los demás gozosos y convencidos de que Jesús es el Señor y resucitó. Que escuchemos también la llamada que el Señor nos hace por nuestro propio nombre allá en lo más hondo de nosotros mismos.
Celebramos a María Magdalena y queriendo dar testimonio de Jesús ahora mientras caminamos por esta vida, también ansiamos que un día podamos verle cara a cara en el reino eterno de Dios, como también pedimos en las oraciones de esta liturgia. María Magdalena ya contempló cara a cara a Cristo resucitado; nuestra esperanza es que un día también nosotros podemos contemplarlo en el cielo para darle toda la gloria que como Dios se merece.

martes, 21 de julio de 2009

El mar rojo, paso de la esclavitud a la libertad, nos recuerda el bautismo

Ex. 14, 21-15, 1
Cántico Ex.15, 8-12.17
Mt. 12, 46-50


Hay tres momentos importantes en la historia de Israel en torno a la liberación de los Israelitas de Egipto: La celebración de la Pascua y la salida de Egipto, el paso del mar Rojo y la celebración de la Alianza en el Sinaí.
Hoy nos encontramos en el segundo momento, el paso del Mar Rojo; días atrás hemos escuchado todo lo referencia a la celebración de la Pascua y la preparación de la salida de Egipto. El paso del Mar Rojo tiene un significado muy especial para los Israelitas, pero tiene también para nosotros, los cristianos, un hondo significado.
Para los judíos fue el momento de la ruptura con el mundo anterior en que vivían en la esclavitud para abrirse camino hacia la libertad y hacia la tierra que les había prometido el Señor. Geográficamente incluso tiene ese sentido porque atravesar el Mar Rojo era dejar atrás Egipto y entrar ya en las fronteras de una tierra nueva.
Fueron momentos difíciles de duda, como volverán a repetirse muchas veces en su largo peregrinar. Atrás que Egipto y la esclavitud. Delante se abre un camino, aún duro, que lleva a la tierra de nueva vida y de libertad. Pero, repito, quedan las dudas en el interior sobre si merece la pena emprender ese camino. Más aún, cuando se ven acosados teniendo enfrente el mar como una barrera que han de atravesar con su dificultad, pero detrás tienen al Faraón que, arrepentido de dejarlos marchar, viene en su persecución.
‘¿No había sepulcros en Egipto? Nos has traído a morir en el desierto. ¿Qué es lo que has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te lo decíamos en Egipto? Déjanos en paz y serviremos a los egipcios; más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto’. Era la queja contra Moisés. Era la duda en su corazón. ¿No será también nuestra duda y tentación? Emprendemos un camino de superación queriéndonos arrancar de nuestros pecados y esclavitudes; pero es necesario el sacrificio y el esfuerzo; queremos muchas veces volvernos atrás, porque nos parecía que aquella vida era mejor.
‘No tengáis miedo; estad firmes y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy… el Señor peleará por vosotros, esperad en silencio’. También nosotros necesitamos escuchar esa Palabra de aliento en la presencia del Señor.
Y se manifestó la gloria del Señor. ‘Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este que secó el mar y se dividieron las aguas. Los israelitas pasaron el mar a pie enjuto, mientras las aguas formaban una muralla a derecha e izquierda…' El pueblo agradecido reconoció la acción del Dios que les liberaba y entonaron el canto de victoria en la alabanza al Señor. ‘Cantemos al Señor, sublime es su victoria’. Ya podían caminar como pueblo libre hacia la tierra prometida aunque el camino aún sería largo.
Pero decíamos también que este hecho tiene un hondo significado para nosotros los cristianos. El paso del Mar Rojo es imagen para nosotros del Bautismo. Pasamos también en medio de las aguas que nos liberan y dan nueva vida. Es para nosotros también un nuevo nacimiento, como lo fue para aquel pueblo.
Como decimos en la liturgia bautismal a la hora de bendecir el agua del Bautismo, ‘hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abrahán para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón fuera imagen de la familia de los bautizados’.
Hemos cruzado nuestro mar Rojo en las aguas del Bautismo. Caminemos alegres, victoriosos hacia la vida nueva. No nos faltarán tentaciones que nos quieran volver a arrastrar a la esclavitud del pecado, pero somos los que ya hemos sido liberados. Así tenemos que vivir.

lunes, 20 de julio de 2009

No endurezcamos nuestro corazón sino contemplemos la gran señal que es Cristo resucitado

Ex. 14, 5-18
Cántico Ex. 15, 1-6
Mt. 12, 38-42

‘No endurezcáis hoy el corazón, sino escuchad la voz del Señor’. Ha sido la antífona del aleluya antes del Evangelio tomada de un salmo. Una invitación muy importante que nos hace el Señor ante la Palabra que se nos proclama. No endurecer el corazón. Un corazón duro se hace impenetrable a la gracia del Señor. Ya tendríamos que recordar lo que no dicen los profetas de cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne.
Lo endurecemos y se crea como una costra a su alrededor que impide que penetre esa gracia del Señor. Esa corteza de nuestro pecado que nos endurece e insensibiliza. Tantas cosas que nos insensibilizan y nos impiden escuchar la voz del Señor, cosas que nos distraen tanto que aunque oigamos no escuchamos.
Tantas veces nos sucede a nuestro oído llegan los sonidos pero a nuestro corazón no llega ninguna voz, porque no escuchamos. La imaginación – la loca de la casa, que decía santa Teresa - llena de imágenes nuestra mente que nos distraen y nos impiden escuchar. Perdemos esa sensibilidad de la escucha cuando nos dejamos llevar por la desgana, por la rutina, cuando no le damos profundidad a aquello en lo que estamos. Cuantas veces nos sucede que hemos venido a la celebración, se proclama la Palabra, pero al final ni recordamos lo que se ha dicho, ni hemos escuchado nada en nuestro interior.
Esta antífona tiene una relación muy fuerte con el evangelio que se nos ha proclamado. ‘Un grupo de letrados y fariseos dijeron a Jesús: Maestro, queremos ver un signo tuyo, para que creamos en ti’. Le piden un signo a Jesús. ¿No han visto los milagros que ha hecho? Los leprosos curados, los paralíticos que andan, lo ciegos a los que se les han abierto los ojos, los sordomudos que oyen y hablan… Quieren ver un signo de Jesús. ¿No han escuchado su Palabra, esa Palabra salvadora y llena de vida que Jesús pronuncia?
‘Jesús les contestó: esta generación perversa y adúltera quiere ver una señal…’ Y les habla de Jonás, por cuya predicación la ciudad entera de Nínive se convirtió. Y les habla de la reina del sur, que conociendo la sabiduría de Salomón vino desde lejos solamente para escucharle. ‘Aquí hay uno que es más que Jonás… aquí hay uno que es más que Salomón’.
Pero la gran señal, el gran signo que Jesús quiere proponerles es Jonás, pero no sólo por la predicación en Nínive, sino por lo que fue y sucedió en su vida. Cuando Jonás recibió la Palabra del Señor que le enviaba a Nínive, en lugar de ponerse en camino tierra adentro para llegar hasta la gran ciudad, quiso poner mar por medio y se embarco en dirección contraria; a España por lo menos quería llegar. Suceden muchas cosas: la tempestad que casi hace zozobrar el barco, el ser arrojado al mar en medio de la tormenta porque comprende su culpa y piensa que así se vería liberado de ella, el ser tragado por aquel gran cetáceo que a los tres días lo vomitó sano y vivo en la playa.
Ese es el gran signo que Jesús les quiere proponer. ‘No se les dará más signo que Jonás’. El signo de Jonás nos está hablando de la resurrección. Porque Jesús está hablándoles de su propia resurrección. Murió, fue sepultado y al tercer día resucitó. Es la gran señal que Jesús nos da; es el signo de nuestra fe: Cristo muerto y resucitado. Es el gran signo porque es el triunfo de Cristo y es lo que centra toda nuestra fe, porque sin creer en Cristo muerto y resucitado nuestra fe no tendría pleno sentido.
Escuchemos la voz del Señor, contemplemos a Cristo muerto y resucitado, no endurezcamos nuestro corazón, plantemos la palabra de gracia que nos salva en lo más hondo de nuestra vida. No huyamos de esa gracia salvadora de Jesús ni de la invitación que nos hace a seguirle y a convertirnos a El.

domingo, 19 de julio de 2009

Muros que nos dividen y separan… Cristo vino a traernos la paz


Jer. 23, 1-6;

Sal. 22;

Ef. 2, 13-18;

Mc. 6, 30-34


A la Palabra de Dios tenemos que acercarnos siempre con sinceridad y corazón abierto para poder escuchar mejor lo que el Señor quiere decir a cada uno en particular para iluminar su vida; pero también somos una comunidad peregrina y orante, una comunidad creyente reunida en asamblea a la que como tal comunidad el Señor quiere dirigir una Palabra viva que aliente y dé ánimos al pueblo creyente y peregrino.
Cada uno escucha en su interior esa Palabra que el Señor nos dirige. Y el sacerdote con su comentario y reflexión quiere ayudar a que todos nos podamos acercar, entender y llevar a la vida esa Palabra proclamada en la celebración litúrgica. El sacerdote quiere ser ese pastor bueno, del que nos habla el profeta, al que el Señor ha confiado esta parte de su rebaño y al que tiene que llevar por buenas sendas y alimentar con el mejor alimento de la Palabra. Quiero ahora fijarme en algunos aspectos que a mi me sugiere la Palabra hoy proclamada.
Nos habla el profeta Jeremías de ovejas dispersas por todas partes. Nos habla el evangelio de una multitud que corre en búsqueda de Jesús desde todas partes y que andaban como ovejas sin pastor. Y nos describe tras el mensaje que quiere trasmitirnos una situación que Cristo viene a remediar con su sangre y con su muerte en la cruz; nos habla de gentes y de pueblos divididos por el odio y por la falta de paz.
Contraponiéndolo a esa descripción el profeta, por ejemplo, anuncia que el Señor reunirá a las ovejas dispersas y, como nos dice Pablo, Cristo viene a derribar ese muro que nos separa para que tengamos paz. Y en el evangelio descubrimos que, aunque se habían ido a un lugar tranquilo y apartado a descansar, Jesús al ver la multitud sintió lástima de aquellas gentes hambrientas de Dios y de su Palabra y se puso a enseñarles pacientemente.
Jesús nos sale al encuentro y viene a nosotros con su Palabra, con su gracia, con su vida. ¿Estaremos nosotros desorientados también como ovejas sin pastor? ¿Seremos como aquellas ovejas dispersas por todas partes de las que nos habla el profeta? Miremos la realidad de nuestra vida y nuestro mundo y sabremos dar respuesta. ¿Hay hambre de Dios? ¿Hay dispersión, desorientación o falta de paz en los corazones y en nuestro mundo? ¿Hay muros que nos dividen y separan? Quiero recoger simplemente las imágenes que nos ofrecen los textos de la Palabra de Dios hoy proclamada.
¡Cuánta gente acude en ocasiones fervorosa ante una imagen de la Virgen, un santuario de devoción especial o en la fiesta que celebremos al patrono de nuestro pueblo y sólo quizá se quedan en eso! Pero ¡cuántos pasan indiferentes ante ese hecho religioso y viven con una vida al margen de la fe y de toda experiencia religiosa! Pero ¡cuántos también, tenemos que reconocer, que luego no llegan hasta un compromiso de la vida con la fe, viven situaciones en su vida, en su trabajo, en sus relaciones familiares o con los demás difíciles de compaginar con una fe cristiana comprometida, o cuántos viven con el corazón roto por el rencor, el odio, la envidia, los resentimientos y actitudes negativas semejantes! ¿No es eso una manifestación de esa desorientación y dispersión?
Sí, conocemos la realidad de ese mundo dividido y roto, de la falta de unidad para saber caminar juntos en la vida – ¡cuánto cuesta a veces un sentido de comunidad! -; no sabemos a veces colaborar juntos para luchar unidos por una sociedad mejor, o nos cuesta ser solidarios en momentos de crisis o de las malas situaciones por las que pasemos.
A la gente le cuesta entenderse y arrimar el hombro para cada uno poner su granito de arena en la solución de los problemas comunes. Y suceden estas cosas a nivel político o social y a veces nos sucede también en el ámbito de nuestras comunidades cristianas y de nuestra Iglesia, aunque sea duro hay que reconocerlo. Somos desconfiados de los demás, nos encerramos en nuestras ideas o ideologías, nos enfrentamos por cualquier cosa, nos volvemos insolidarios y egoístas.
No quiero cargar las tintas en negruras, porque sabemos que no todos son así, pero si echo esta mirada cruda a la realidad en esta reflexión es porque pienso que Cristo viene con su Palabra a iluminar todas las situaciones de nuestra vida. No podemos espiritualizar tanto la salvación que Jesús nos ofrece que nos olvidemos del hombre en su situación y problemática humana concreta al que Cristo quiere salvar, para el que Cristo quiere ser su Salvador. Es el Salvador de todos los hombres y de todo hombre en todos y cada uno de los diferentes aspectos de su vida.
Como escuchamos en el Evangelio a Cristo le dio lástima aquellas personas concretas que estaban ante El con la problemática concreta que tuvieran en su vida. Y san Pablo nos habla de que Cristo vino a derribar los muros que nos separaban, vino a derribar el odio y vino a traer la paz. Y esas actitudes de las que hemos hablado anteriormente, ¿no serán muros que nos dividen y separan? Cristo quiere derribarlos, para eso ha derramado su Sangre.
Cristo vino para que ‘hiciéramos las paces, nos dice san Pablo, para hacer en El un solo hombre nuevo’. Ese hombre nuevo del entendimiento, de la unión y la colaboración; ese hombre nuevo comprometido por hacer un mundo mejor; ese hombre nuevo del amor y de la paz. ‘Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros los de lejos; paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu’.
Todo eso tenemos que vivirlo ahí en ese mundo, en ese lugar concreto donde estamos: en la familia, con nuestros vecinos, con la gente con la que convivimos a diario, con aquellos con los que compartimos un mismo trabajo. Ahí, el que cree en Cristo, tiene que dar su testimonio. Ahí el creyente en Jesús tiene que llevar esa Buena Noticia de la paz.