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viernes, 24 de julio de 2009

Preparemos la tierra para dar fruto al ciento por uno

Ex. 20, 1-17
Sal.18
Mt. 13, 18-23


Hay quienes no entienden y hay quienes no atienden. Nos sucede en la conversación ordinaria con las personas. Hablamos con alguien y pareciera que hablamos idiomas distintos, no terminan de entendernos. No entienden por eso, porque quizá no llegan más allá de las palabras que les decimos para captar el pensamiento o la idea que le queremos trasmitir o no nos entienden porque están en otro lado, no atienden. Porque viven así, a la ligera, a lo que salga y no se paran a reflexionar con un poquito de profundidad, porque hay cosas que les distraen, preocupaciones, cosas que están recordando siempre de lo que han hecho o cosas que tienen que hacer. Están ensimismados. No atienden ni entienden cuando las ambiciones son lo único que los guía, las pasiones que se desatan y te dejan inquieto continuamente.
Esto que nos sucede en la vida ordinario, en nuestro trato o conversación con los que tratamos todos los días también nos sucede ante lo que el Señor nos dice, ante la Palabra de Dios que se nos proclama, ante la llamada del Señor. De esto nos está hablando el evangelio que venimos reflexionando en estos días. Hoy Jesús nos explica la parábola del sembrador. ‘Vosotros oíd, lo que significa la parábola del sembrador…’
También nos sucede que no entendemos o no atendemos. La Palabra se nos hace lejana y difícil. Nos hemos quedado quizá en una fe muy elemental y no hemos sido capaces de darle una profundidad a la fe en nuestra vida. Pareciera que nos bastara la fe del carbonero, como se solía decir. Nos hemos quedado quizá con conceptos infantiles, y somos como niños en el orden de nuestra fe porque no hemos crecido, porque no la hemos madurado. ‘Si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en el corazón’.
A mí que me van a enseñar, escuchamos decir a muchos cuando los invitas a una profundización en la fe, a una charla o a una catequesis de adultos; si yo soy cristiano de toda la vida. Pero no sabemos dar razón de nuestra fe. Cuando alguien nos pregunta no sabemos que responder; cuando vienen a decirnos otras ideas o pensamientos sobre la fe y la religión lo que hacemos es recular, huir, porque no nos sentimos capaces de hacer frente. Vivimos una fe demasiado superficial.
Será la tierra dura del camino donde es imposible que se pueda enterrar la semilla para que germine; se quedará encima del camino para ser pisoteada o comida por las aves. O será la semilla planta en terreno pedregoso donde no puede echar raíces y aunque brote quizá pronto y fácil, pronto y fácil se secará también por falta de raíz y de la necesaria humedad. ‘La escucha y la acepta enseguida con alegría, pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe’.
Pero están también los que en su vida están en otra cosa, porque otras son sus preocupaciones y quizá relegan la fe a una devoción para cuando tenga tiempo; o están los que viven tan enfrascados en sus ambiciones o en las pasiones que se desbordan que su vida estará hecha un tremendo desorden dónde con dificultad pueda prender la semilla de la Palabra del Señor. Las preocupaciones, las ambiciones, las pasiones lo ahogan todo. ‘La ahogan y se queda estéril’.
Es necesario ser tierra buena para poder dar fruto. Y seguro que estamos deseando en nuestro interior que seamos en verdad esa tierra buena. Pero la tierra buena los agricultores la preparan, no es una tierra que salga así como así; hay que labrarla, decantarla, limpiarla de malas yerbas, desinsectarla. Es lo que vemos hacer a nuestros agricultores, no echan la simiente a la tierra sin haberla preparado antes concienzudamente.
Para que seamos esa tierra buena hacen falta muchas cosas. Primero que con fe pidamos al Señor que nos conceda su Espíritu; Espíritu de Sabiduría, y de ciencia, y de conocimiento de Dios, Espíritu de fortaleza. Para que podamos conocer a Dios; para que podamos ahondar en su misterio; para que tengamos la fortaleza que nos de constancia; para que no sucumbamos ante la primera tentación.
Pero algo más tenemos que hacer. Por nuestra parte también tenemos que poner mucho. Tenemos que comenzar por quitar superficialidades y tener deseo de formarnos para poder crecer en nuestra fe. Es necesario que queramos conocer más nuestra fe, formarnos, aprovechar tantos y tantos medios que tenemos a nuestro alcance para adquirir esa formación que no viene sola; y tenemos que leer la Biblia, estudiar ordenadamente el catecismo, asistir a unas catequesis de adultos que nos ayuden a hacer ese camino, escachar todo lo que pueda ser enseñanza espiritual que nos ayude, dejarnos conducir por la Iglesia escuchando y estudiando su magisterio. Sólo así podremos entender; sólo así podremos dar razón de nuestra fe y llegar a dar el testimonio de nuestro compromiso y de nuestro amor.
¿Queremos dar el ciento por uno? Preparemos la tierra de nuestra vida y de nuestro corazón.

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