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sábado, 12 de noviembre de 2016

Sabemos que de Dios siempre nos podemos fiar porque nos escucha como un Padre amoroso pero aprendamos a tener esas mismas actitudes hacia los demás

Sabemos que de Dios siempre nos podemos fiar porque nos escucha como un Padre amoroso pero aprendamos a tener esas mismas actitudes hacia los demás

3Juan 5-8; Sal 111; Lucas 18,1-8

¿De quien nos podemos fiar porque sabemos que siempre nos atiende? En el camino de la vida muchas veces nos sentimos frustrados en nuestras relaciones con los demás; quizá en quien más confiábamos cuando más lo necesitamos nos volvió la espalda, se olvidó de nosotros o como se suele decir se hizo el olvidado, siempre tenía cosas que hacer o atender y no tenía tiempo para nosotros. Es cierto que no podemos ponernos pesimistas y pensar que todas las personas actúan así, pero basta que en una ocasión hayamos sentido esa frustración para que ya comencemos a ver las cosas oscuras.
Son experiencias humanas y desagradables por las que a veces tenemos que pasar, pero creo que tenemos que seguir creyendo en la humanidad y que hay personas que sí estarán pendientes de nosotros o al menos estarán dispuestas a escucharnos.
Al menos intentemos que nosotros no seamos de esa manera, que seamos capaces de poner humanidad en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás y llenemos nuestro corazón de misericordia y de compasión. Que no hagamos las cosas por mero cumplimiento ni por quitarnos a los latosos, como solemos decir, de encima, sino que haya verdadero amor en nuestro corazón y aprendamos a ser solidarios con los demás.
Me estoy haciendo esta reflexión de la que quiero aprender para mi mismo a partir de la parábola que Jesús nos propone en el evangelio. Es cierto que la intención primera de la parábola, como el mismo evangelista nos indica, es hablarnos de nuestra perseverancia en la oración, en nuestra relación con Dios porque El es el único que nunca nos falla, porque es el Padre bueno y misericordioso que siempre atiende a sus hijos. Pero he querido incidir en este aspecto humano de nuestras relaciones porque creo que tenemos mucho que aprender para nuestro trato con los demás y para la confianza mutua que nos hemos de tener unos y otros.
Nos habla la parábola de la viuda que acudía al juez una y otra vez para que le hiciera justicia.  No nos da razones el evangelio de por qué aquel juez que actuaba tan injustamente no la atendía. Pero no es difícil encontrar esas sus llamadas justificaciones. Cuántas veces en nuestra justicia humana se da largas y largas a un asunto que podría resolverse fácilmente.
Cuántas veces nosotros también damos largas a la respuesta que quizá nos están pidiendo desde nuestros seres queridos más cercanos o desde las personas con las que tenemos alguna relación. Cuántas veces también nos hacemos oídos sordos a lo que nos piden; cuántas veces nos buscamos mil disculpas para no ser solidarios de corazón con aquellas personas en necesidad que acuden tendiéndonos la mano para pedirnos una ayuda o vemos tiradas por los caminos de la vida; cuántas veces nos encerramos en nuestros orgullos y no otorgamos un generoso perdón a quien nos haya podido ofender. Juzgamos fácilmente a aquel juez injusto pero no somos capaces de mirarnos a nosotros mismos que tantas veces quizá en nuestra insolidaridad y también con un corazón injusto hacemos peor.
¿De quien nos podemos fiar porque sabemos que siempre nos atiende?, era la pregunta con la que iniciábamos esta reflexión. Ya sabemos como en Dios tenemos la respuesta porque es un Dios de amor y de misericordia. Acudamos con confianza y con perseverancia en nuestra oración y aprendamos a tener ese corazón compasivo y misericordioso siempre para con los demás. 

viernes, 11 de noviembre de 2016

La espera con el encuentro definitivo con el Señor al final de nuestros días ha de estar llena de esperanza pero al mismo tiempo nos hace estar vigilantes en el amor

La espera con el encuentro definitivo con el Señor al final de nuestros días ha de estar llena de esperanza pero al mismo tiempo nos hace estar vigilantes en el amor

2Juan 4-9; Sal 118; Lucas 17,26-37

Un lenguaje misterioso con un sentido apocalíptico que nos habla del final de los tiempos y de la manifestación final del Hijo del Hombre es el que escuchamos hoy en el evangelio. Decimos apocalíptico y entendemos que se nos habla de ese misterio del día final, pero que la misma palabra indica que es también una invitación a la esperanza.
Por nuestra condición pecadora, tan repetitiva en nuestra vida, es fácil que nos llenemos de temor ante esos momentos finales, de la misma manera que en cierto modo nos llenamos de cierto temor cuando pensamos en el final de nuestros días, en la hora de nuestra muerte. Sin embargo es una hora que siempre tendríamos que pensar con esperanza; sí, con esperanza, porque ¿con quien nos vamos a encontrar? ¿No nos vamos a encontrar con un padre misericordioso como tantas veces Jesús nos ha hablado en el evangelio?
Es cierto que aquel hijo pródigo que volvía a la casa del padre venía con su espíritu lleno de temores porque reconocía que no se había comportado como buen hijo, pero en el fondo de su corazón estaba la esperanza en la bondad de su padre que de una forma o de otra le recibiría; luego se encontraría que el padre le acogía con un abrazo de amor y de perdón que llena de paz su corazón y hacia fiesta por la vuelta del hijo perdido pero encontrado, que había muerto pero que había vuelto al encuentro de la vida. Es lo que tendría que predominar en nuestro corazón, y también llenarnos de esperanza en ese encuentro con la vida definitiva porque es el encuentro con el Padre que nos recibe con amor y que más que juzgarnos y condenarnos nos ofrece el abrazo del perdón para llenar nuestro corazón de paz.
Ciertamente que la descripción que nos hace Jesús está llena de misterio en sus imágenes, porque nos dice que no sabemos ni el día ni la hora, pero es de alguna manera estar invitándonos a la vigilancia, a no dejarnos caer en la modorra de la rutina en la que nos vamos acostumbrando a las cosas y bajamos fácilmente la guardia. ‘Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre’ y nos recuerda los tiempos de Noé o la destrucción de Sodoma y Gomorra.
Hemos de estar atentos y eso significa estar vigilantes en el amor, no bajando la guardia en el cumplimiento de nuestras obligaciones, seguir en la tensión de nuestro compromiso por querer hacer que nuestro mundo sea mejor, trabajar seriamente para hacer que los demás puedan ser más felices cada día, seguir sembrando las semillas del amor que harán que nuestro mundo sea más humano y haya más paz entre unos y otros.
Esperamos la venida del Señor. Nos lo enseña el evangelio, nos lo recuerda la liturgia cada día, lo expresamos en el credo de nuestra fe, y tenemos que vivirlo cada día de nuestra vida. Esperamos ese encuentro con el Señor donde esperamos oír de sus labios ‘venid, vosotros, benditos de mi Padre, a heredar el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Cultivemos nuestra vida interior fortaleciendo nuestra espiritualidad, abiertos a Dios y a su Palabra, dispuestos siempre a dar profundo testimonio

Cultivemos nuestra vida interior fortaleciendo nuestra espiritualidad, abiertos a Dios y a su Palabra, dispuestos siempre a dar profundo testimonio

Filemón 7-20; Sal 145; Lucas 17,20-25

Las cosas espectaculares y extraordinarias nos llaman la atención. Cada día en nuestro entorno se van sucediendo multitud de cosas y hasta acontecimientos, pero como entran en lo que podríamos llamar la rutina de cada día por su sencillez, por lo ordinario de la vida, pero casi no les prestamos atención. Pero nos dicen que acaeció algo extraordinario y enseguida queremos saber, queremos ver y poco menos que queremos palpar aquello que ha sucedido. En las cosas pequeñas, sencillas, ordinarias de la vida casi no nos fijamos ni le prestamos atención, pero por las cosas extraordinarias corremos como locos de un lado para otro.
Eso en todos los ámbitos, en nuestra vida social y en las relaciones con los demás, en los acontecimientos de la vida llamémosla política, en las cosas de la familia, en el trabajo de cada día, en nuestra vida personal, en el ámbito de lo religioso o de las cosas que atañen a la fe.
En este aspecto cuando oímos hablar de milagros ya los rumores y comentarios corren como un relámpago de un sitio para otro; un día nos hablan de algo extraordinario, de unas luces que aparecen, de unas supuestas apariciones o revelaciones misteriosas y ya hasta los medios de comunicación lo convierten en seguida en noticia y correrán los reporteros a encontrar el más llamativo enfoque y a ver como nuestra noticia es la primera y la mas espectacular y nosotros trataremos de saber mas, enterarnos de lo que pasa y cosas así. Y así andamos de aquí para allá, un día pendiente de una cosa y al otro día buscando a ver donde haya algo espectacular que nos pueda llamar la atención.
Lo tremendo es cuando toda nuestra religiosidad y nuestra espiritualidad se fundamentan en cosas de este tipo. Porque lo espectacular y extraordinario será transitorio y pronto ya no llamará la atención, y nos quedaremos como vacíos y sin saber en qué fundamentar de verdad nuestra fe más genuina. Es la superficialidad con que vivimos nuestra espiritualidad y lo que habría de ser nuestra vida cristiana. Nos quedamos con el relámpago, podríamos decir, de lo llamativo externamente, pero en lo hondo de nosotros mismos estamos vacíos y sin algo en lo que de verdad fundamentarnos.   
Tenemos que darle hondura a nuestra fe, a nuestra vida cristiana, tener una verdadera espiritualidad. No nos podemos quedar en lo externo y lo superficial, sino que tenemos que vivirlo allá desde lo más hondo de nosotros mismos. De esto nos previene hoy Jesús en el evangelio. ‘l reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros’. El Reino de Dios, lo que es nuestra vida cristiana tendremos que expresarlo con la totalidad de nuestra vida y externamente también hemos de dar señales de lo que es nuestra fe, de lo que queremos vivir. Pero será algo que vivamos en la profundidad de nuestro corazón, en lo más hondo de nosotros mismos.
Es la vida interior que hemos de cultivar. Porque de ahí de lo más hondo de nosotros mismos es desde donde tenemos que proclamar que el Señor es el único Dios de nuestra vida.  Es lo que va a motivar de verdad, darle hondura a lo que hacemos, a lo que queremos vivir; será desde ahí, desde lo más hondo de nosotros mismos, desde donde viviremos nuestros valores, arrancarán nuestros principios, encontraremos lo que será en verdad el motor de nuestra vida.
Eso nos hará personas reflexivas, personas de oración, abiertos a Dios, dispuestos a escuchar su Palabra, dejándonos conducir de verdad por el Espíritu del Señor. Es donde vamos a encontrar la necesaria profundidad de nuestra vida que nos hará sentirnos seguros y fuertes en nuestra fe, dispuestos siempre a dar testimonio.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

La Dedicación de la Catedral-Basílica de san Juan de Letrán en Roma nos ayuda a vivir una profunda comunión con el Papa y con toda la Iglesia

La Dedicación de la Catedral-Basílica de san Juan de Letrán en Roma nos ayuda a vivir una profunda comunión con el Papa y con toda la Iglesia

Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1Corintios 3,9-11.16-17; Juan 2,13-22

Si escuchamos la palabra ‘catedral’ todos más o menos tenemos una idea a lo que nos estamos refiriendo aunque muchas veces nos quedemos en la idea de esa iglesia grandiosa, quizá monumental por el arte en que ha sido construida y que existe sobre todo en grandes ciudades; más o menos sabemos que tiene como referencia al Obispo porque viene a ser el centro de ese territorio que es la diócesis en la que está; pero algunas veces existe una confusión entre lo que es una catedral y lo que es un monumento como sucede en algún sitio que llaman catedral a una iglesia simplemente por su carácter monumental sin realmente serlo; nos sucede en alguna ciudad de nuestras islas.
Pero si nos fijamos en el sentido de la palabra y su concomitancia con palabras semejantes, como pueda ser catedrático ya vamos entendiendo su sentido porque la referencia o raíz de la palabra está en la cátedra. La cátedra es el lugar desde donde enseña el profesor, el catedrático; es el lugar del maestro, del que enseña y al que acuden los discípulos, los que le siguen, para aprender de su enseñanza.
La catedral es, pues, la sede de la cátedra de nuestro maestro en la fe que es el Obispo. La catedral hace entonces referencia a la Diócesis, esa porción del pueblo de Dios en un territorio determinado que es presidido y guiado por su Obispo, como verdadero sucesor de los apóstoles, y que con su enseñanza es nuestro maestro en la fe. Ya sea monumento o ya sea un sencillo templo por ser la sede del Obispo la catedral es la cátedra que nos congrega para alimentar nuestra fe bajo la guía del Obispo, como pastor en nombre de Cristo de la Diócesis y para celebrar el culto y la gloria del Señor.
¿Por qué me hago todas estas explicaciones? Es que en este día celebramos la fiesta de una catedral importante para toda la Iglesia. Hoy estamos celebrando la Dedicación de la Catedral y Basílica de san Juan de Letrán en Roma. ¿Por qué tiene importancia? Porque es catedral de Roma, es la sede del Obispo de Roma, en consecuencia del Papa, la catedral del Papa.
Estamos acostumbrados a ver al Papa en el Vaticano, en la Basílica de san Pedro y nos puede parecer que esa es la Catedral de Roma, pero no es así. No siempre el Papa vivió en el Vaticano, pues durante siglos vivió en los palacios de Letrán que están junto a la Catedral Basílica de san Juan de Letrán. Por circunstancias de la historia que no nos vamos ahora a detener a explicar se vino al Vaticano, pero la sede del Obispo de Roma sigue siendo siempre san Juan de Letrán. Es algo que muchas veces los cristianos desconocemos y que necesitamos aclarar porque muchas veces incluso los medios de comunicación nos confunden por ignorancia de los que nos trasmiten las noticias.
Es, pues, esta fiesta que hoy celebra la liturgia de la Iglesia algo importante para todos los cristianos y que hemos de vivir con hondo sentido eclesial sintiéndonos en verdadera comunión de iglesia con el Papa como vicario de Cristo en la tierra y pastor también de toda la Iglesia. Creo que puede ser una buena ocasión para que viviendo esa comunión eclesial también nuestra oración se eleve al Señor por toda la Iglesia, por sus pastores, y en este día de manera especial por el Papa.
Es una ocasión, y esto daría para otras más amplias reflexiones, y pensar cómo nosotros somos ese verdadero templo del Espíritu Santo, morada de Dios, porque en el bautismo así fuimos consagrados, y desde lo más hondo de nuestro corazón saber ofrecer un verdadero culto al Señor desde la santidad de nuestra vida y desde nuestras buenas obras cantar la gloria del Señor.

martes, 8 de noviembre de 2016

Gratuidad y generosidad para poner siempre nuestros valores y cualidades al servicio de los demás para hacer un mundo mejor aprendiendo también a valorar lo bueno de los otros

Gratuidad y generosidad para poner siempre nuestros valores y cualidades al servicio de los demás para hacer un mundo mejor aprendiendo también a valorar lo bueno de los otros

Tito 2,1-8.11-14; Sal 36; Lucas 17, 7-10

En las normas habituales de cortesía cuando alguien nos muestra su gratitud por algo que nosotros hayamos hecho en su favor respondemos quitándole importancia a lo que hemos hecho diciéndole que no tiene por qué darnos las gracias, que era nuestro deber u obligación y expresiones semejantes en que queremos expresarnos con humildad. Lo decimos con corrección, aunque quizá alguna vez en nuestro interior sentimos el gozo de ser reconocidos, de que se nos valore aquello que hemos hecho y por el contra si no nos dan esas muestras de gratitud de alguna manera nos sentimos mal o pensamos quizá interiormente que las personas son desagradecidas.
Claro que tenemos que ser agradecidos por aquello que nos hagan al tiempo que hemos de saber valorar siempre lo bueno que hacen los demás, de la misma manera que nuestra autoestima se crece cuando nos valoran; pero también hemos de tener en cuenta que lo bueno que hacemos no ha de ser desde el orgullo de ir ganando méritos o hacer las cosas simplemente por lo que dirán. Cuando hacemos el bien, simplemente el gozo que hemos de sentir es la satisfacción del bien que hacemos y nunca buscando alabanzas o recompensas.
De alguna manera es lo que Jesús quiere decirnos hoy en el evangelio. ‘Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer’. Se manifiesta así la actitud de servicio que ha de predominar en nuestra vida y el saber comprender también que esos valores que hay en nosotros, esas cualidades de las que estamos adornados han de servirnos siempre para ese servicio o ese bien que podamos hacer a los demás. No es una simple obligación o un deber aunque en aquellos puestos de responsabilidad que tengamos en nuestra vida hayamos de asumir nuestras obligaciones dándoles siempre un toque de humanidad. Es también un compromiso nacido desde el amor.
Eso entraña que no podemos enterrar nuestros valores ni actuar solo desde el interés del bien que yo pueda obtener. Esos valores son la riqueza de nuestra personalidad pero es una riqueza que hemos de saber compartir con los otros. El talento no se entierra, como nos enseña Jesús en otras parábolas del evangelio, sino que hemos de saber desarrollar lo que somos, lo que es nuestra vida, lo que son nuestras posibilidades, nuestras cualidades para sacarle, si, el mejor partido. Y siempre en esa actitud de servicio y de generosidad diciendo, como nos enseña el evangelio, hemos hecho lo que teníamos que hacer.
No es una simple cortesía lo que tenemos que hacer. Es el espíritu que ha de guiar nuestra vida, el sentido de servicio que nace del amor que ha de adornar nuestra existencia. Es un compromiso para nosotros con lo que queremos hacer nuestro mundo mejor. Ponemos nuestro granito de arena cuando actuamos desde la gratuidad, desde la generosidad, desde el deseo de hacer el bien. Es algo que hemos de saber ir contagiando a quienes están a nuestro lado de manera que crezca y crezca la espiral del amor que es el que hará que nuestro mundo sea mejor.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Es necesario despertar la fe en nuestro corazón para mirar siempre a lo alto pero que siempre nos compromete a ser mejores y hacer mejor nuestro mundo de cada día

Es necesario despertar la fe en nuestro corazón para mirar siempre a lo alto pero que siempre nos compromete a ser mejores y hacer mejor nuestro mundo de cada día

Tito 1,1-9; Sal 23; Lucas 17,1-6

Hay ocasiones en que nos parece que nos sentimos aturdidos ante la tarea que tenemos por delante, y no me refiero solamente a las ocupaciones o responsabilidades que tenemos que afrontar en la vida, los trabajos de cada día, las obligaciones familiares, todo lo que se refiera a nuestra profesión o los compromisos que vamos adquiriendo hacia o con los demás – cosas importantes, es cierto, y que tenemos que afrontar con responsabilidad -, sino algo más hondo que atañe a lo más profundo de nuestro ser, nuestra personalidad, nuestra espiritualidad, el compromiso de nuestra fe.
Nos sentimos aturdidos, decía, porque nos parece ingente nuestra tarea, el camino de superación y crecimiento que tenemos por delante, que hemos de desarrollar. Y ya decía no son solo nuestras tareas o responsabilidades. Nos sentimos débiles y nos parece que no tenemos fuerza para afrontarlo. ¿Qué podemos hacer? ¿dónde encontraremos las fuerzas para ello?
Jesús en su contacto con sus discípulos iba señalándoles aquellas cosas en las que habían de irse superando, aquello que tenía que evitar, o lo que habrían de vivir con toda intensidad si en verdad querían entrar en el Reino de Dios. Los vemos en ocasiones impresionados e impactados por las palabras de Jesús, les parece imposible. Es lo que hoy escuchamos. Les ha hablado de Jesús del daño del escándalo que tendrían que evitar porque nunca su conducta, sus palabras, lo que hicieran tendría que conducir a los demás y menos a los más débiles a verse en la ocasión, en la tentación del pecado. ‘Tened cuidado’, les dice Jesús.
Y les habla también del perdón que generosamente han de conceder siempre al hermano que te haya ofendido, aunque fuera reiterativo en sus ofensas; ¿cuántas veces hemos de perdonar al que nos haya ofendido?, es la pregunta que también nosotros tantas veces nos hacemos. ‘Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: "Lo siento", lo perdonarás’.
Ya sabemos cuanto nos cuesta. Es entonces cuando surge la petición de los discípulos a Jesús. Les parece que no tienen fe, no tienen fuerza suficiente para seguir ese camino. ‘Auméntanos la fe’, le piden.
¿La fe nos lo va a resolver todo? ¿la fe es la que nos da fuerza? La fe nos hace confiar en Dios; la fe nos da seguridad de que no nos faltará esa fuerza de Dios, esa gracia de Dios; la fe es la que nos ayudará, nos motivará para que nos mantengamos firmes; la fe nos iluminará para ver el camino, para ver lo que tenemos que hacer; la fe nos dará sentido a lo que hacemos; la fe nos hará centrar toda nuestra vida en Dios.
Es la fe que nos ayuda a caminar, la fe que nos hace que nunca nos sintamos solos, la fe que nos hace creer que podemos no por nosotros mismos solamente sino por la fuerza que nos viene de Dios, la fe que nos hace superar problemas, la fe que nos levanta el animo cuando estamos decaídos, la fe que nos hace mirar a lo alto y buscar metas grandes para nuestra vida, la fe que nos compromete en un mundo nuevo y mejor.
No plantaremos moreras en el mar, pero si nos hace posible que transformemos nuestro mundo, como se transformará también nuestro corazón; es la fe que nos hace mejores porque al abrir nuestro corazón a Dios lo estaremos abriendo también a los demás. Es la fe que nos lleva al encuentro, a la aceptación, al respeto, a la comprensión, que es capaz de dar el perdón siempre con toda generosidad; es la fe que nos hace humildes pero que nos descubre la mayor grandeza del amor. Es la fe que nos pone en el camino del amor.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Desde la fe y la esperanza en la vida eterna encontramos apoyo, fuerza y sentido en un camino muchas veces lleno de oscuridades y tinieblas

Desde la fe y la esperanza en la vida eterna encontramos apoyo, fuerza y sentido en un camino muchas veces lleno de oscuridades y tinieblas

2Mac. 7, 1-2. 9-14; Sal 16; 2Tes. 2, 15 - 3, 5; Lc. 20, 27-38
Hay momentos en que ya sea por los problemas que tengamos, los agobios que nos ofrezca la vida o porque sencillamente surgen esas preguntas en nuestro interior si somos reflexivos, nos planteamos el por qué de nuestra existencia, el sentido que pueda tener lo que hacemos o lo que sufrimos; es, en cierto modo, preguntarnos a donde vamos y cual es el término o la meta del camino que vamos haciendo.
Cuando surgen los problemas parece que todo se nos vuelve oscuro y nos parece tenebroso el camino que vamos haciendo porque nos parece un sin sentido lo que estamos viviendo; queremos ser felices, es un ansia que todos llevamos dentro, y esos problemas que nos agobian no nos dejan ser felices, y nos parece que si no conseguimos ahora esa dicha y esa felicidad todo lo que hacemos carece de sentido.
Si nos falta una esperanza, una esperanza que nacerá del sentido que le hayamos dado o encontrado a la vida que vivimos, es por lo que quizá en la desesperanza ya no queremos vivir; todo parece un abismo en el que no vemos un final, o más que un final, una finalidad. Es duro vivir sin esperanza, vivir sin trascendencia, vivir pensando que solo es lo que ahora vivimos y que muchas veces se nos hace muy duro y difícil.
Cuesta muchas veces encontrar respuestas porque no siempre nuestras ciencias y saberes nos dan respuesta; desde muchos lados se nos quieren dar respuestas y así están las respuestas que nos han intentado dar los pensadores de todos los tiempos; es la eterna pregunta que siempre tendremos en nuestro interior y cuya respuesta se nos puede volver oscura si no encontramos una luz que nos dé un verdadero y profundo sentido.
Para mí, y lo quiero decir humildemente porque aun así muchas veces nos cuesta comprender y no quiero ser más sabio que nadie, la respuesta la encuentro, la intuyo en la fe que tengo en Jesús. Es lo que humildemente puedo ofrecer. Para mí Jesús es la verdad de Dios, la manifestación hecha carne de la Sabiduría divina, y ¿quién mejor que el que nos ha creado nos puede desvelar en la medida en que seamos capaces de entenderlo todo el misterio de nuestra vida, todo el sentido de nuestra existencia? En Cristo se revela la verdad del hombre al tiempo que se nos revela el misterio de Dios.
‘Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia’, nos dirá en algún lugar del evangelio. Y nos proclamará que El es la vida y quien cree en El tendrá vida para siempre. Es Jesús es el que viene a darnos sentido y plenitud a la vida del hombre porque nos ofrece su vida, nos hace participes de la vida eterna. Jesús nos revela al Dios de la vida y del amor. ¿No querrá entonces vida para siempre para nosotros?

¿Qué es lo que va haciendo a lo largo del evangelio? ¿Qué es lo que nos va ofreciendo? Proclama el año de gracia del Señor porque con El llega la amnistía, el perdón total para darnos vida para siempre. No quiere la muerte para nosotros y nos arranca de toda esclavitud. Nos quiere libres de ataduras para que podamos vivir en su plenitud, que todo eso mejor que ansiamos en lo más hondo del corazón podamos alcanzarlo en plenitud, porque ninguna sombra lo oscurezca ni ningún pecado lo manche.
Desde ese anuncio de vida en plenitud que Jesús nos hace y nos ofrece miraremos nuestra propia vida con otros ojos, con otro sentido. Es cierto que toda esa plenitud que deseamos no la podemos alcanzar ahora y aquí porque nuestra vida se llena de muchas sombras, pero no nos falta la esperanza de que un día podremos vivirlo en plenitud. Nuestra vida terrena, el hoy de nuestra vida se puede ver ensombrecido por los problemas y los agobios de la vida, pero siempre veremos al final ese faro de luz de la vida en plenitud que desde nuestra fe en Jesús se nos revela.
Como decían los jóvenes Macabeos que escuchábamos en la primera lectura de este domingo cuando eran martirizados por su fe, ‘tú, malvado, nos quitarás la vida presente… pero el rey del universo nos resucitará para una vida eterna… Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará’.
Desde esa esperanza de vida eterna ya no nos importan tanto los sufrimientos de la vida presente porque ansiamos y esperamos esa vida en plenitud que Dios nos dará. No andamos ahora haciendo especulaciones o dejándonos llevar por la imaginación para saber o describir cómo será esa vida futura, sino que sabiendo que será vivir en Dios para siempre y siendo Dios amor es alcanzar la plenitud más grande que podamos imaginar. No caben aquellas especulaciones que se hacían los saduceos cuando vinieron con sus preguntas a Jesús porque ellos negaban la resurrección. Solo es cuestión de fiarnos de Dios.
Forma parte de nuestra fe y así lo confesamos en el credo. Es lo que nos da esperanza y nos hace trascender nuestra vida. Desde esa esperanza encontramos ese apoyo, esa fuerza y ese sentido para nuestro caminar aunque muchas veces ese camino se nos pueda llenar de oscuridades y tinieblas. Miramos hacia Jesús y en El encontramos la luz.