Sabemos que de Dios siempre nos podemos fiar porque nos escucha como un Padre amoroso pero aprendamos a tener esas mismas actitudes hacia los demás
3Juan 5-8; Sal 111; Lucas 18,1-8
¿De quien nos podemos fiar porque sabemos que siempre nos atiende? En
el camino de la vida muchas veces nos sentimos frustrados en nuestras
relaciones con los demás; quizá en quien más confiábamos cuando más lo
necesitamos nos volvió la espalda, se olvidó de nosotros o como se suele decir
se hizo el olvidado, siempre tenía cosas que hacer o atender y no tenía tiempo
para nosotros. Es cierto que no podemos ponernos pesimistas y pensar que todas
las personas actúan así, pero basta que en una ocasión hayamos sentido esa
frustración para que ya comencemos a ver las cosas oscuras.
Son experiencias humanas y desagradables por las que a veces tenemos
que pasar, pero creo que tenemos que seguir creyendo en la humanidad y que hay
personas que sí estarán pendientes de nosotros o al menos estarán dispuestas a
escucharnos.
Al menos intentemos que nosotros no seamos de esa manera, que seamos
capaces de poner humanidad en nuestra vida y en nuestras relaciones con los
demás y llenemos nuestro corazón de misericordia y de compasión. Que no hagamos
las cosas por mero cumplimiento ni por quitarnos a los latosos, como solemos
decir, de encima, sino que haya verdadero amor en nuestro corazón y aprendamos
a ser solidarios con los demás.
Me estoy haciendo esta reflexión de la que quiero aprender para mi
mismo a partir de la parábola que Jesús nos propone en el evangelio. Es cierto
que la intención primera de la parábola, como el mismo evangelista nos indica,
es hablarnos de nuestra perseverancia en la oración, en nuestra relación con
Dios porque El es el único que nunca nos falla, porque es el Padre bueno y
misericordioso que siempre atiende a sus hijos. Pero he querido incidir en este
aspecto humano de nuestras relaciones porque creo que tenemos mucho que
aprender para nuestro trato con los demás y para la confianza mutua que nos
hemos de tener unos y otros.
Nos habla la parábola de la viuda que acudía al juez una y otra vez
para que le hiciera justicia. No nos da
razones el evangelio de por qué aquel juez que actuaba tan injustamente no la
atendía. Pero no es difícil encontrar esas sus llamadas justificaciones. Cuántas
veces en nuestra justicia humana se da largas y largas a un asunto que podría
resolverse fácilmente.
Cuántas veces nosotros también damos largas a la respuesta que quizá
nos están pidiendo desde nuestros seres queridos más cercanos o desde las
personas con las que tenemos alguna relación. Cuántas veces también nos hacemos
oídos sordos a lo que nos piden; cuántas veces nos buscamos mil disculpas para
no ser solidarios de corazón con aquellas personas en necesidad que acuden tendiéndonos
la mano para pedirnos una ayuda o vemos tiradas por los caminos de la vida; cuántas
veces nos encerramos en nuestros orgullos y no otorgamos un generoso perdón a
quien nos haya podido ofender. Juzgamos fácilmente a aquel juez injusto pero no
somos capaces de mirarnos a nosotros mismos que tantas veces quizá en nuestra
insolidaridad y también con un corazón injusto hacemos peor.
¿De quien nos podemos fiar porque sabemos que siempre nos atiende?,
era la pregunta con la que iniciábamos esta reflexión. Ya sabemos como en Dios
tenemos la respuesta porque es un Dios de amor y de misericordia. Acudamos con
confianza y con perseverancia en nuestra oración y aprendamos a tener ese
corazón compasivo y misericordioso siempre para con los demás.