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lunes, 7 de noviembre de 2016

Es necesario despertar la fe en nuestro corazón para mirar siempre a lo alto pero que siempre nos compromete a ser mejores y hacer mejor nuestro mundo de cada día

Es necesario despertar la fe en nuestro corazón para mirar siempre a lo alto pero que siempre nos compromete a ser mejores y hacer mejor nuestro mundo de cada día

Tito 1,1-9; Sal 23; Lucas 17,1-6

Hay ocasiones en que nos parece que nos sentimos aturdidos ante la tarea que tenemos por delante, y no me refiero solamente a las ocupaciones o responsabilidades que tenemos que afrontar en la vida, los trabajos de cada día, las obligaciones familiares, todo lo que se refiera a nuestra profesión o los compromisos que vamos adquiriendo hacia o con los demás – cosas importantes, es cierto, y que tenemos que afrontar con responsabilidad -, sino algo más hondo que atañe a lo más profundo de nuestro ser, nuestra personalidad, nuestra espiritualidad, el compromiso de nuestra fe.
Nos sentimos aturdidos, decía, porque nos parece ingente nuestra tarea, el camino de superación y crecimiento que tenemos por delante, que hemos de desarrollar. Y ya decía no son solo nuestras tareas o responsabilidades. Nos sentimos débiles y nos parece que no tenemos fuerza para afrontarlo. ¿Qué podemos hacer? ¿dónde encontraremos las fuerzas para ello?
Jesús en su contacto con sus discípulos iba señalándoles aquellas cosas en las que habían de irse superando, aquello que tenía que evitar, o lo que habrían de vivir con toda intensidad si en verdad querían entrar en el Reino de Dios. Los vemos en ocasiones impresionados e impactados por las palabras de Jesús, les parece imposible. Es lo que hoy escuchamos. Les ha hablado de Jesús del daño del escándalo que tendrían que evitar porque nunca su conducta, sus palabras, lo que hicieran tendría que conducir a los demás y menos a los más débiles a verse en la ocasión, en la tentación del pecado. ‘Tened cuidado’, les dice Jesús.
Y les habla también del perdón que generosamente han de conceder siempre al hermano que te haya ofendido, aunque fuera reiterativo en sus ofensas; ¿cuántas veces hemos de perdonar al que nos haya ofendido?, es la pregunta que también nosotros tantas veces nos hacemos. ‘Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: "Lo siento", lo perdonarás’.
Ya sabemos cuanto nos cuesta. Es entonces cuando surge la petición de los discípulos a Jesús. Les parece que no tienen fe, no tienen fuerza suficiente para seguir ese camino. ‘Auméntanos la fe’, le piden.
¿La fe nos lo va a resolver todo? ¿la fe es la que nos da fuerza? La fe nos hace confiar en Dios; la fe nos da seguridad de que no nos faltará esa fuerza de Dios, esa gracia de Dios; la fe es la que nos ayudará, nos motivará para que nos mantengamos firmes; la fe nos iluminará para ver el camino, para ver lo que tenemos que hacer; la fe nos dará sentido a lo que hacemos; la fe nos hará centrar toda nuestra vida en Dios.
Es la fe que nos ayuda a caminar, la fe que nos hace que nunca nos sintamos solos, la fe que nos hace creer que podemos no por nosotros mismos solamente sino por la fuerza que nos viene de Dios, la fe que nos hace superar problemas, la fe que nos levanta el animo cuando estamos decaídos, la fe que nos hace mirar a lo alto y buscar metas grandes para nuestra vida, la fe que nos compromete en un mundo nuevo y mejor.
No plantaremos moreras en el mar, pero si nos hace posible que transformemos nuestro mundo, como se transformará también nuestro corazón; es la fe que nos hace mejores porque al abrir nuestro corazón a Dios lo estaremos abriendo también a los demás. Es la fe que nos lleva al encuentro, a la aceptación, al respeto, a la comprensión, que es capaz de dar el perdón siempre con toda generosidad; es la fe que nos hace humildes pero que nos descubre la mayor grandeza del amor. Es la fe que nos pone en el camino del amor.

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