Cultivemos nuestra vida interior fortaleciendo nuestra espiritualidad, abiertos a Dios y a su Palabra, dispuestos siempre a dar profundo testimonio
Filemón 7-20; Sal 145; Lucas
17,20-25
Las cosas espectaculares y extraordinarias nos llaman la atención. Cada
día en nuestro entorno se van sucediendo multitud de cosas y hasta
acontecimientos, pero como entran en lo que podríamos llamar la rutina de cada
día por su sencillez, por lo ordinario de la vida, pero casi no les prestamos
atención. Pero nos dicen que acaeció algo extraordinario y enseguida queremos
saber, queremos ver y poco menos que queremos palpar aquello que ha sucedido.
En las cosas pequeñas, sencillas, ordinarias de la vida casi no nos fijamos ni
le prestamos atención, pero por las cosas extraordinarias corremos como locos
de un lado para otro.
Eso en todos los ámbitos, en nuestra vida social y en las relaciones
con los demás, en los acontecimientos de la vida llamémosla política, en las
cosas de la familia, en el trabajo de cada día, en nuestra vida personal, en el
ámbito de lo religioso o de las cosas que atañen a la fe.
En este aspecto cuando oímos hablar de milagros ya los rumores y
comentarios corren como un relámpago de un sitio para otro; un día nos hablan
de algo extraordinario, de unas luces que aparecen, de unas supuestas
apariciones o revelaciones misteriosas y ya hasta los medios de comunicación lo
convierten en seguida en noticia y correrán los reporteros a encontrar el más
llamativo enfoque y a ver como nuestra noticia es la primera y la mas
espectacular y nosotros trataremos de saber mas, enterarnos de lo que pasa y
cosas así. Y así andamos de aquí para allá, un día pendiente de una cosa y al
otro día buscando a ver donde haya algo espectacular que nos pueda llamar la
atención.
Lo tremendo es cuando toda nuestra religiosidad y nuestra
espiritualidad se fundamentan en cosas de este tipo. Porque lo espectacular y
extraordinario será transitorio y pronto ya no llamará la atención, y nos
quedaremos como vacíos y sin saber en qué fundamentar de verdad nuestra fe más
genuina. Es la superficialidad con que vivimos nuestra espiritualidad y lo que habría
de ser nuestra vida cristiana. Nos quedamos con el relámpago, podríamos decir,
de lo llamativo externamente, pero en lo hondo de nosotros mismos estamos vacíos
y sin algo en lo que de verdad fundamentarnos.
Tenemos que darle hondura a nuestra fe, a nuestra vida cristiana,
tener una verdadera espiritualidad. No nos podemos quedar en lo externo y lo
superficial, sino que tenemos que vivirlo allá desde lo más hondo de nosotros
mismos. De esto nos previene hoy Jesús en el evangelio. ‘l reino de Dios no
vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque
mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros’. El Reino de Dios, lo que es nuestra vida cristiana
tendremos que expresarlo con la totalidad de nuestra vida y externamente
también hemos de dar señales de lo que es nuestra fe, de lo que queremos vivir.
Pero será algo que vivamos en la profundidad de nuestro corazón, en lo más hondo
de nosotros mismos.
Es la vida interior que hemos de
cultivar. Porque de ahí de lo más hondo de nosotros mismos es desde donde
tenemos que proclamar que el Señor es el único Dios de nuestra vida. Es lo que va a motivar de verdad, darle
hondura a lo que hacemos, a lo que queremos vivir; será desde ahí, desde lo más
hondo de nosotros mismos, desde donde viviremos nuestros valores, arrancarán
nuestros principios, encontraremos lo que será en verdad el motor de nuestra
vida.
Eso nos hará personas reflexivas,
personas de oración, abiertos a Dios, dispuestos a escuchar su Palabra,
dejándonos conducir de verdad por el Espíritu del Señor. Es donde vamos a
encontrar la necesaria profundidad de nuestra vida que nos hará sentirnos
seguros y fuertes en nuestra fe, dispuestos siempre a dar testimonio.
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