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viernes, 11 de noviembre de 2016

La espera con el encuentro definitivo con el Señor al final de nuestros días ha de estar llena de esperanza pero al mismo tiempo nos hace estar vigilantes en el amor

La espera con el encuentro definitivo con el Señor al final de nuestros días ha de estar llena de esperanza pero al mismo tiempo nos hace estar vigilantes en el amor

2Juan 4-9; Sal 118; Lucas 17,26-37

Un lenguaje misterioso con un sentido apocalíptico que nos habla del final de los tiempos y de la manifestación final del Hijo del Hombre es el que escuchamos hoy en el evangelio. Decimos apocalíptico y entendemos que se nos habla de ese misterio del día final, pero que la misma palabra indica que es también una invitación a la esperanza.
Por nuestra condición pecadora, tan repetitiva en nuestra vida, es fácil que nos llenemos de temor ante esos momentos finales, de la misma manera que en cierto modo nos llenamos de cierto temor cuando pensamos en el final de nuestros días, en la hora de nuestra muerte. Sin embargo es una hora que siempre tendríamos que pensar con esperanza; sí, con esperanza, porque ¿con quien nos vamos a encontrar? ¿No nos vamos a encontrar con un padre misericordioso como tantas veces Jesús nos ha hablado en el evangelio?
Es cierto que aquel hijo pródigo que volvía a la casa del padre venía con su espíritu lleno de temores porque reconocía que no se había comportado como buen hijo, pero en el fondo de su corazón estaba la esperanza en la bondad de su padre que de una forma o de otra le recibiría; luego se encontraría que el padre le acogía con un abrazo de amor y de perdón que llena de paz su corazón y hacia fiesta por la vuelta del hijo perdido pero encontrado, que había muerto pero que había vuelto al encuentro de la vida. Es lo que tendría que predominar en nuestro corazón, y también llenarnos de esperanza en ese encuentro con la vida definitiva porque es el encuentro con el Padre que nos recibe con amor y que más que juzgarnos y condenarnos nos ofrece el abrazo del perdón para llenar nuestro corazón de paz.
Ciertamente que la descripción que nos hace Jesús está llena de misterio en sus imágenes, porque nos dice que no sabemos ni el día ni la hora, pero es de alguna manera estar invitándonos a la vigilancia, a no dejarnos caer en la modorra de la rutina en la que nos vamos acostumbrando a las cosas y bajamos fácilmente la guardia. ‘Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre’ y nos recuerda los tiempos de Noé o la destrucción de Sodoma y Gomorra.
Hemos de estar atentos y eso significa estar vigilantes en el amor, no bajando la guardia en el cumplimiento de nuestras obligaciones, seguir en la tensión de nuestro compromiso por querer hacer que nuestro mundo sea mejor, trabajar seriamente para hacer que los demás puedan ser más felices cada día, seguir sembrando las semillas del amor que harán que nuestro mundo sea más humano y haya más paz entre unos y otros.
Esperamos la venida del Señor. Nos lo enseña el evangelio, nos lo recuerda la liturgia cada día, lo expresamos en el credo de nuestra fe, y tenemos que vivirlo cada día de nuestra vida. Esperamos ese encuentro con el Señor donde esperamos oír de sus labios ‘venid, vosotros, benditos de mi Padre, a heredar el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’.

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