Santa Marta, modelo de acogida a
Dios en nuestra vida para aprender a acoger a los demás en nuestro corazón
Hebreos, 13, 1-3; 14-16; Sal. 33; Lc. 10, 38-42
Estamos celebrando hoy a santa Marta, que como bien
sabemos la comunidad de las Hermanitas la tiene como especial protectora, pero también
como hermoso y valioso ejemplo de servicialidad y acogida en su trabajo con los
ancianos. Un hermoso ejemplo también para todos porque nos hace descubrir
valores muy importantes en nuestras relaciones humanas de cada día en las que
dejándonos iluminar por la gracia de Dios nos ayudan a vivir esa caridad
intensa que como cristianos tiene que brillar siempre en nuestra vida
La Palabra de Dios hoy, pues, nos está hablando de la
hospitalidad, tanto en el texto de la primera lectura como en el Evangelio. Una
virtud muy humana, un valor muy importante que tenemos que cultivar pero
diríamos también una virtud muy gloriosa que nos acerca a Dios y nos acerca a
los hermanos que caminan a nuestro lado, donde hemos de aprender a descubrir
siempre el rostro y la presencia de Dios.
Una virtud muy característica del pueblo judío, y en
general de todos los pueblos semitas, que manifiesta unos valores muy profundos
y muy enriquecedores de las personas y de los pueblos. Un pueblo hospitalario,
hemos de reconocer, es un pueblo rico en valores que por otra parte facilitan
la convivencia entre todos y donde todos los que se acercan a él se sentirán a
gusto en esa acogida y hospitalidad. Hay pueblos en los que brilla de manera
especial esta virtud de acogida y de apertura del corazón ante el que llega,
ante el forastero y para quienes nadie se considera extraño, pero también nos
encontramos con pueblos muy encerrados en sí mismos en los que habitualmente se
ven cerradas no solo las puertas de los hogares ante el extraño sino lo que es
peor las puertas de los corazones en una cerrazón llena de desconfianza y de
temor.
La persona o el pueblo hospitalario es de corazón a
abierto y con esa persona o en ese pueblo siempre nos sentiremos a gusto y motivados
para abrir también nuestro corazón. Yo diría más, la virtud de la hospitalidad
que abre nuestro corazón al que está a nuestro lado en cierto modo nos está
ayudando a abrir nuestro corazón a Dios.
Hay un texto de la Palabra de Dios, del Antiguo Testamento,
que hemos escuchado en domingos anteriores, que nos habla de la acogida y
hospitalidad de Abrahán ante aquellos tres caminantes que llegan a su tienda,
que serán para Abrahán un signo de la presencia de Dios en su vida y de la
acogida de su corazón a los designios de Dios. Le vemos allí cumplir con todas
las leyes de la hospitalidad en su acogida y en el ofrecimiento de lo que tiene
para que descansen del calor del camino y repongan fuerzas con el alimento. Abrahán
se está encontrando con Dios.
De ello nos está hablando el hermoso cuadro del hogar
de Betania, que nos ha descrito hoy el Evangelio, en aquella familia que acoge
a Jesús y a sus discípulos no solo a su paso por el camino, sino también en
muchas ocasiones en que Jesús llegará hasta aquellos que serán para siempre sus
amigos. Recordemos cómo Marta enviará recado a Jesús cuando Lázaro está
enfermo, diciéndole, ‘tu amigo, el que
amas, está enfermo’; recordemos, como siempre hemos comentado, que Betania
está al borde del camino que sube de Jericó a Jerusalén y era paso obligado de
los peregrinos que se dirigían a la ciudad santa desde el valle del Jordán o
provenientes de la lejana Galilea. Un lugar muy propicio para hacer un último
descanso después de la larga subida desde el Jordán y el cansado camino desde
Galilea para reponer fuerzas para tras cruzar el monte de los olivos entrar en
la ciudad santa de Jerusalén.
Pero, bien, ¿qué nos puede estar diciendo hoy la
Palabra del Señor? ¿Qué nos enseñará para nuestra vida este texto del Evangelio
completado con el texto y reflexiones que en el mismo sentido nos ofrecía la
primera lectura?
En el texto al que hacíamos mención y escuchado hace
varios días, Abrahán acoge a Dios en aquellos tres caminantes y ahora vemos
cómo Marta y María acogen a Jesús en el hogar de Betania. ¿Cómo se sentía
Abrahán cuando sabía que estaba acogiendo a Dios en su tienda? ¿Cómo se sentían
Marta y María cuando tenían el gozo de tener a Jesús con ellas en su hogar?
Hermoso ejemplo nos ofrecen para nuestra vida. Mucho
tendríamos que aprender para ofrecerle nuestro amor al Señor con lo mejor de
nosotros mismos. Muchas veces hemos reflexionado sobre este texto y esta manera
de acoger tanto de Marta como María. En las dos encontramos la lección para
acoger a Jesús que llega a nuestra vida, como para acoger a cuantos nos
encontramos a nuestro paso en el camino de la vida. A los pies de Jesús hemos
de saber ponernos abriendo nuestro corazón, dando lo mejor de nosotros mismos,
para llenarnos de Dios, para aprender también desde la acogida de Dios a acoger
a los demás y al tiempo llevar a Dios a los demás. Estamos recibiendo a Dios en
aquel que llega hasta nosotros y por nuestra manera de acoger y recibir, de
escuchar y atender estamos también llevándoles a Dios a sus vidas.
Quizá podríamos preguntarnos ¿somos nosotros los que
ofrecemos hospitalidad a Dios o es Dios el que nos ofrece hospitalidad? Es
cierto que Dios quiere venir a nosotros, quiere habitar en nuestros corazones;
como nos dirá Jesús si guardamos su palabra, si cumplimientos sus mandamientos
el Padre nos amará y también nos amará Jesús y el Padre y El vendrán a nosotros
para habitar en nosotros. Es la acogida que hemos de hacer al Señor que viene a
nuestra vida guardando su palabra, viviendo en el amor y así nos llenaremos de
Dios.
Es el ejemplo que nos ofrece María sentada a los pies
de Jesús bebiéndose sus palabras, queriendo escucharle y gozarse de su
presencia; pero es el ejemplo también de Marta que da lo mejor de si misma para
servir, para hacer todo lo posible para que Jesús se sintiera a gusto en la
casa. Por eso andaba tan ajetreada preparando todo y de ahí sus quejas porque
quizá María no le ayudaba como ella quería, pero que en el fondo estaba
cumpliendo también en su acogida con la ley de la hospitalidad.
Pero nos preguntábamos si no es Dios el que nos acoge a
nosotros. ¿Qué es lo que quiere Dios sino que vivamos en El? Nos hace
partícipes de su vida que es meternos en su corazón. ¿No nos dice Jesús en la
última cena que se va junto al Padre, pero va para prepararnos sitio y que
vendrá y nos llevará con El? ¿Qué otra cosa es el amor que Dios nos tiene sino
meternos en su corazón?
Es por donde tenemos que aprender hoy el mensaje que
nos trae la Palabra del Señor. Cuando aprendemos a acoger a Dios en nuestra
vida, estamos aprendiendo a acoger a los demás en nuestro corazón, aprendiendo
a meter a los demás en nuestro corazón. Esa es la verdadera acogida, la
verdadera hospitalidad. No se reduce a ofrecer cosas - lo que también será
necesario y en el nombre del amor no
hemos de dejar de hacer- sino que es ofrecer mi corazón, abrir mi corazón para
que el otro tenga cabida en él.
Y cuando somos nosotros capaces de ofrecer la
hospitalidad de nuestro corazón a los demás estamos abriendo de verdad nuestro
corazón a Dios. No olvidemos lo que nos enseña Jesús que todo lo que le hagamos
al hermano a El se lo estamos haciendo. Pero quizá tendríamos que decir que
esta virtud de la hospitalidad interactúa en nosotros en nuestra manera de
acoger a Dios y en nuestra manera de acoger a los demás, de manera que no hay
una sin la otra.
La hospitalidad en su sentido más elemental y natural
es abrir las puertas para acoger al que llega dejando que ocupe un lugar en
nuestra casa, en nuestro hogar. Ya no se trata sola y llanamente del hogar o
cosa material sino que se trata de nuestro corazón que ha de ser un hogar para
los demás y para Dios. Abrimos las puertas para que los otros ocupen un lugar
en nuestro corazón.
Amarlos no es solo decir que los queremos mucho si
luego los tenemos apartados de nuestro corazón por nuestras desconfianzas o
todos esos 'peros' que solemos poner en nuestra relación con los otros. Amarlos,
como decíamos, es dejar que ocupen un lugar en nuestro corazón, es permitir que
se adueñen de nuestro corazón. Es la generosidad del amor que ya nos hará que
no seamos dueños de nosotros mismos, sino que al otro lo pongamos siempre en el
centro de nuestro corazón.
Hoy estamos celebrando a santa Marta junto a una
comunidad, en un hogar, con esa característica tan fundamental, la acogida, la
hospitalidad, el amor. Es lo que las hermanitas nos ofrecen; no es solo un
edificio donde podamos encontrar un techo, un plato de comida, o un sitio para
descansar; es un hogar, un hogar abierto y lleno de amor; un hogar donde
podemos aposentarnos con seguridad y con confianza, porque siempre vamos a
encontrar amor; un hogar que entre todos hemos de saber construir cada día
porque cada uno de los que aquí habitemos tengamos también ese corazón abierto
para los demás, sabiendo aceptarnos, comprender, ofrecernos verdadera amistad.
Celebramos a santa Marta que así lo vivió en aquel
hogar de Betania, pero al celebrarla a ella en esta fiesta estamos celebrando
lo que queremos ser. Que el ejemplo de santa Marta nos estimule, que su
intercesión nos alcance esta gracia del Señor; que el ejemplo de quienes a
nuestro lado nos sirven y nos acogen sea también para nosotros ese estímulo
para vivir con un corazón así. Y si lo vamos haciendo cada día, no olvidemos,
estaremos abriendo más y más nuestro corazón a Dios.
Santa Marta es modelo de acogida a Dios en nuestra vida
para aprender a acoger a los demás en nuestro corazón.