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jueves, 1 de agosto de 2013

No nos dejemos ahogar por la mediocridad sino busquemos siempre caminos de plenitud

Ex. 40, 16-21; 34-38; Sal. 83; Mt. 13, 47-53
En la vida  no podemos andar con mediocridades, nadando entre dos aguas, quedándonos a medias tintas. La vida en si misma entraña crecimiento, vitalidad que decimos en una palabra, y si no crecemos, nos renovamos continuamente nos morimos. Algo que se realiza fisiológicamente por si mismo en toda persona y en toda edad. Sin querer entrar en terminologías médicas o técnicas ¿qué es el cáncer sino que unas células muertas nos invaden y nos van llenando de muerte? Por eso no nos podemos quedar nunca a medias - quedarnos a medias sería dejar entrar algo de muerte en nuestra vida - sino que siempre, en todas las etapas de la vida, hemos de tener espíritu de superación y crecimiento.
Podríais decirme es que ya somos mayores, ya hemos vivido la vida, ahora ya no tenemos la energía ni la vitalidad de cuando éramos jóvenes y nos comíamos el mundo. No vale decir esto. No se nos pide que tengamos la vitalidad de un joven, pero sí que tengamos una verdadera madurez en la vida, y la madurez no la da solamente la acumulación de los años. Por supuesto que los años vividos nos enseñan, y precisamente porque nos enseñan es por lo que nos hemos de dar cuenta de que no podemos perder esa vitalidad de la vida en si misma, aunque sea con los años y las posibilidades que ahora tengamos. Somos maduros cuando sabemos darle un sentido hondo a lo que hacemos y a lo que vivimos. No vivimos de ensoñaciones, sino poniendo bien los pies en la tierra de lo que es nuestra realidad, pero sabiendo elevar nuestra mente y nuestro corazón en ese deseo de vivir con plenitud de sentido cada momento.
Esto en el aspecto humano de nuestra existencia en esa lucha diaria de nuestro vivir, pero esto también en ese camino espiritual que queremos vivir desde nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús. Es esa madurez espiritual que le hemos de dar a nuestra vida, esa espiritualidad que nos anima; una espiritualidad que parte de ese ser espiritual que hay en nosotros, que nos constituye en persona, pero que fundamentamos por así decirlo en el Espíritu divino que Dios nos concede, del que nos hemos hecho partícipes desde nuestro bautismo.
Estos días pasado hemos ido escuchando en el evangelio las diferentes parábolas de Jesús que Mateo nos ha concentrado en el capítulo trece de su evangelio. Parábolas que nos han ido hablando del Reino de Dios como semilla que se planta en nosotros y que hemos de saber hacer fructificar. Ayer se nos hablaba del Reino como de un tesoro escondido o de una perla preciosa, por el que hemos de ser capaces de darlo todo. Y hoy nos ha hablado por una parte del pescador que al sacar la red a la orilla de la playa escoge entre los peces buenos, mientras desecha los que no sirven, o del hombre sabio que sabe sacar del arca lo nuevo o lo antiguo según convenga.
Es esa sabiduría que nosotros queremos aprender de la Palabra del Señor para nuestra vida, para buscar lo que en verdad vale, lo que en verdad es importante y por lo que merece la pena darlo todo. Como un tesoro, como una perla preciosa. Ese tesoro y esa perla que en la sabiduría infinita de Dios y en su eterna misericordia llega a nosotros para ayudarnos a descubrir caminos, para alentarnos en nuestra vida para que nuestra vida crezca, para fortalecernos en nuestro caminar a pesar de nuestra debilidades y carencias.
Queremos seguir luchando, queremos seguir buscando lo bueno, queremos intentar que nuestro corazón cada día se llene de más bondad y generosidad, queremos seguir sintiendo dentro de nosotros esa inquietud por hacer que cada día nuestro mundo sea un poquito mejor y queremos poner nuestro granito de arena.
No nos queremos quedar arrumbados a un lado, como si ya fuéramos inservibles; todos podemos hacer siempre algo bueno, aunque nos parezca insignificante. Una gota de agua puede parecer insignificante en la inmensidad del mar, pero el mar no sería mar, el océano no sería océano si no estuviera formado por esos miles y millones de gotas que nos puedan parecer insignificantes.

Pongamos la gotita de agua o el granito de arena de nuestra vida que no es tan insignificante y veremos cuanto de bueno podemos hacer. Pongamos con intensidad eso que yo soy en la vida y nos sentiremos fuertes y con mayores deseos aun de crecer más y más dándonos así cuenta de cuánta vida hay aun en nosotros. Busquemos esa perla preciosa, ese tesoro de la sabiduría de Dios que enriquece nuestra vida y nos hace sentirnos en verdad fuertes para seguir luchando. No nos dejemos ahogar en la mediocridad que solo nos llevaría a la muerte.

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