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sábado, 3 de agosto de 2013

Las sombras no tienen la última palabra porque al final brillará la luz de la victoria

Lev. 25, 1.8-17; Sal. 66; Mt. 14, 1-12
Aparecen brutalmente retratadas las sombras de la maldad del corazón del hombre que irrumpen impetuosamente pareciendo que todo lo inundan con su espiral de pecado y de muerte frente al rayo de luz y esperanza que significa la bondad y fidelidad de un corazón justo que no se deja avasallar por el mal y que está llamada a ser siempre una luz victoriosa. Ya sabemos cómo el mal hace mucho ruido y también mucho daño allá donde lo dejamos introducir, mientras la bondad y el amor suelen ser semillas silenciosas pero las que serán capaces de transformar los corazones y transformar también el mundo.
Muchas veces hemos meditado este texto del martirio del Bautista y próximamente tendremos ocasión de meditarlo una vez más. Podemos sentir la tentación del desánimo porque nos pareciera que el mal y la injusticia tuvieran la última palabra inundándonos de muerte. Es una terrible espiral la que contemplamos en Herodes con su vida incestuosa y llena de cobardías y de injusticias que abocan a la muerte en el martirio del Bautista. Reflejo como bien sabemos de todas las tentaciones que nosotros podamos sufrir también de una forma o de otra, porque cuando nos dejamos llevar por el maligno poco a poco irán apareciendo también muchos desordenes en nuestra vida.
Pero la vida honrada, justa, llena de fidelidad y valentía de Juan que no teme la cárcel ni la muerte para proclamar en todo momento lo que es el bien y la verdad denunciando todo lo malo nos estimula y nos da fuerzas, la fuerza que recibimos del Señor, para nuestra lucha contra la tentación y el mal que hemos de hacer cada día. Es como un faro de luz que nos llena de esperanza en nuestra lucha contra el mal. Su testimonio será un testimonio permanente para nuestra vida y un estímulo poderoso para nosotros.
La muerte del Bautista no es para nosotros un fracaso sino una victoria de fidelidad y de amor porque hemos de saber leer su muerte y su martirio desde el prisma del misterio pascual de Cristo, que es misterio de pasión y de muerte, pero es proclamación de victoria y de resurrección.
Siempre el maligno querrá borrar y hacer desaparecer toda semilla de bien y de bondad que nosotros queramos sembrar, pero no nos podemos desalentar. No podemos consentir que se ahoguen los resplandores del bien porque el maligno quiera imponer su reino de sombras.
Por muchos que sean los vendavales de las tentaciones que quieran apagar esa luz tengamos la confianza y la esperanza de que esa luz ha de brillar, sintamos la fuerza del Señor en nosotros para dar ese testimonio de que nuestro corazón se puede transformar con la fuerza de la gracia del Señor y sigamos sembrando esas buenas semillas de bondad, de amor, de paz, de armonía, de generosidad, de sinceridad, de rectitud que son las que irán transformando nuestro mundo.
¿Dónde tenemos nuestro apoyo y nuestra fuerza? En el Señor que siempre estará a nuestro lado. Y aunque haya ocasiones en que tengamos fracasos por nuestras debilidades sabemos que en el Señor tenemos nuestro consuelo y también el aliento necesario para levantarnos y seguir luchando por todo eso bueno que queremos para nosotros y para nuestro mundo.

Fijémonos en un detalle, cuando los discípulos de Juan se enteraron ‘recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús’, que nos dice el Evangelista. ¿A quien mejor podían acudir, cuando Juan tantas veces les había señalado el camino que les condujera a Jesús, que acudir a Jesús y en Jesús encontrar ese consuelo y ese animo para seguir adelante con la misión?

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