Las sombras no tienen la última palabra porque al final brillará la luz de la victoria
Lev. 25, 1.8-17; Sal. 66; Mt. 14, 1-12
Aparecen brutalmente retratadas las sombras de la
maldad del corazón del hombre que irrumpen impetuosamente pareciendo que todo
lo inundan con su espiral de pecado y de muerte frente al rayo de luz y
esperanza que significa la bondad y fidelidad de un corazón justo que no se
deja avasallar por el mal y que está llamada a ser siempre una luz victoriosa. Ya
sabemos cómo el mal hace mucho ruido y también mucho daño allá donde lo dejamos
introducir, mientras la bondad y el amor suelen ser semillas silenciosas pero
las que serán capaces de transformar los corazones y transformar también el
mundo.
Muchas veces hemos meditado este texto del martirio del
Bautista y próximamente tendremos ocasión de meditarlo una vez más. Podemos sentir
la tentación del desánimo porque nos pareciera que el mal y la injusticia tuvieran
la última palabra inundándonos de muerte. Es una terrible espiral la que
contemplamos en Herodes con su vida incestuosa y llena de cobardías y de
injusticias que abocan a la muerte en el martirio del Bautista. Reflejo como
bien sabemos de todas las tentaciones que nosotros podamos sufrir también de
una forma o de otra, porque cuando nos dejamos llevar por el maligno poco a
poco irán apareciendo también muchos desordenes en nuestra vida.
Pero la vida honrada, justa, llena de fidelidad y
valentía de Juan que no teme la cárcel ni la muerte para proclamar en todo
momento lo que es el bien y la verdad denunciando todo lo malo nos estimula y
nos da fuerzas, la fuerza que recibimos del Señor, para nuestra lucha contra la
tentación y el mal que hemos de hacer cada día. Es como un faro de luz que nos
llena de esperanza en nuestra lucha contra el mal. Su testimonio será un
testimonio permanente para nuestra vida y un estímulo poderoso para nosotros.
La muerte del Bautista no es para nosotros un fracaso
sino una victoria de fidelidad y de amor porque hemos de saber leer su muerte y
su martirio desde el prisma del misterio pascual de Cristo, que es misterio de
pasión y de muerte, pero es proclamación de victoria y de resurrección.
Siempre el maligno querrá borrar y hacer desaparecer
toda semilla de bien y de bondad que nosotros queramos sembrar, pero no nos
podemos desalentar. No podemos consentir que se ahoguen los resplandores del
bien porque el maligno quiera imponer su reino de sombras.
Por muchos que sean los vendavales de las tentaciones
que quieran apagar esa luz tengamos la confianza y la esperanza de que esa luz
ha de brillar, sintamos la fuerza del Señor en nosotros para dar ese testimonio
de que nuestro corazón se puede transformar con la fuerza de la gracia del
Señor y sigamos sembrando esas buenas semillas de bondad, de amor, de paz, de
armonía, de generosidad, de sinceridad, de rectitud que son las que irán
transformando nuestro mundo.
¿Dónde tenemos nuestro apoyo y nuestra fuerza? En el
Señor que siempre estará a nuestro lado. Y aunque haya ocasiones en que
tengamos fracasos por nuestras debilidades sabemos que en el Señor tenemos
nuestro consuelo y también el aliento necesario para levantarnos y seguir
luchando por todo eso bueno que queremos para nosotros y para nuestro mundo.
Fijémonos en un detalle, cuando los discípulos de Juan
se enteraron ‘recogieron el cadáver, lo
enterraron y fueron a contárselo a Jesús’, que nos dice el Evangelista. ¿A
quien mejor podían acudir, cuando Juan tantas veces les había señalado el
camino que les condujera a Jesús, que acudir a Jesús y en Jesús encontrar ese
consuelo y ese animo para seguir adelante con la misión?
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