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sábado, 26 de septiembre de 2015

Aunque todo parecía que iba bien Jesús no deja de anunciarles los momentos de la pasión y de la entrega que han de ser su pascua

Aunque todo parecía que iba bien Jesús no deja de anunciarles los momentos de la pasión y de la entrega que han de ser su pascua

Zacarías 2,5-9.14-15ª; Sal.: Jr. 31,10.11-12ab.13; Lucas 9,43b-45

Cómo nos sentimos cuando, en medio de buenos momentos en que estamos saboreando el que las cosas nos estén marchando bien y estamos viendo quizá el éxito de nuestros logros, de nuestras luchas y quehaceres, nos vienen con una mala noticia, o nos dicen que quizá aquello que nos parecía un triunfo son solamente apariencias y las cosas van a ir mal muy pronto. Nos sentiríamos frustrados, desalentados, como un jarro de agua fría que nos echaran encima, como suele decirse. Quizá todo se nos vuelva oscuro y no sabemos cómo salir adelante ni el sentido de lo que nos pasa.
Algo así les estaba pasando a los discípulos. Todo parecía que iba bien, pues ellos veían como la gente se entusiasmaba por Jesús, había muchos que lo seguían y venían a escucharle de lejos y continuamente Jesús iba realizando signos con sus milagros de ese Reino nuevo que comenzaba, aunque ellos aun bien no terminaban de entender cómo se iba a realizar. En su interior seguían los sueños de grandezas humanas y ya hemos visto como en ocasiones disputan entre ellos sobre quien era el que iba a ser más importante en ese reino de Jesús.
Es lo que hoy nos trasparente este corto texto del evangelio que hemos escuchado. ‘Entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres’. Un jarro de agua fría. Entre la admiración general, dice el evangelista, Jesús aprovecha para seguir haciendo sus anuncios de pascua. No lo entienden; si las cosas van bien, las gentes siguen a Jesús, todo parece un éxito. Pero Jesús anuncia que lo van a entregar, Jesús anuncia prisión y muerte.
A los discípulos - y hablamos de aquellos más cercanos a Jesús que estaban siempre con El -les cuesta meterse eso en la cabeza.Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto’. Y como dice el evangelista no se atreven ni a preguntar. No terminaban de entender lo que era el Reino de Dios que anunciaba Jesús. No pueden entender que tenga que haber esa pascua para Jesús, que significaría pasar por la pasión y la muerte, aunque, como les anunciara claramente en otras cosas, al tercer día habría resurrección.
Es el camino de la entrega, del servicio, del amor hasta el final. Y entregarnos y darnos por los demás, porque eso es amar y servir, significa olvidarnos más de nosotros mismos. Hacernos los últimos, como nos dirá en otra ocasión, será valorar por encima de todo a los demás, valorar por encima de nosotros mismos. No soy yo el importante, sino el importante es el otro, por el que me tengo que preocupar.
Es sentir verdadera desazón en nuestro corazón cuando vemos sufrimiento en los demás, hasta tal punto que nos olvidamos de nuestro propio sufrimiento, y comenzamos a buscar cómo remediar ese sufrimiento, qué podemos hacer para liberar de ese mal al hermano que sufre; comenzamos a desprendernos de nosotros mismos porque desde el amor nos duele el sufrimiento del hermano y ya no importa lo que guardemos para nosotros porque todo será buscar el bien del otro.
Claro que muchas mas reflexiones nos podríamos hacer desde este evangelio cuando nosotros en la vida hemos de vivir momentos de pascua, momentos de pasión, de sufrimiento, de muerte en nosotros mismos, cuando nos aparecen circunstancias adversas en nuestra vida, cuando quizá tenemos que dejar aquella tarea que estamos realizando con ilusión, cuando quizá tenemos que pasar por ser esa semilla enterrada en una vida oculta y sin ninguna realización exterior. Son momentos que se nos pueden hacer duros en que no entendemos lo que nos pasa ni por qué. Son los momentos en que tenemos que aprender a fiarnos del Señor y de sus caminos y designios para vida aunque quizá no los entienda o me cueste aceptarlos.
No puede decaer mi fe, porque ponemos nuestra mirada en el Señor, en su pasión, en su pascua, y viviremos con la esperanza de que todo un día puede dar fruto. Que no nos falte esa confianza en el Señor.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Unas preguntas de Jesús que nos tienen que llevar a unas respuestas llenas de vida que implican totalmente nuestra vida

Unas preguntas de Jesús que nos tienen que llevar a unas respuestas llenas de vida que implican totalmente nuestra vida

Ageo 2,1b-10; Sal 42; Lucas 9,18-22

‘¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? ¿Quién dice que soy yo?’ ¿Quién dice la gente que es Jesús? Una pregunta que hace Jesús y una pregunta que nos hacemos nosotros para llegar también a preguntarnos como lo hace Jesús. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Nosotros, ¿qué decimos de Jesús? ¿Qué es Jesús para nosotros?
Pudiera parecer un totum revolutum de preguntas. Pero ciertamente es algo fundamental. Porque se puede pensar muchas cosas de Jesús. Escuchamos a la gente - y quizá nosotros mismos - y se comienzan a oír muchas cosas. Entonces decían un profeta, Juan Bautista que ha resucitado como decía Herodes, uno de los antiguos profetas, Elías que ha vuelto a aparecer, un caudillo que se iba a poner al frente de Israel para liberarlos de la opresión de pueblos extranjeros…
Nosotros también decimos o podemos escuchar muchas cosas semejantes, en un lenguaje quizá de nuestro tiempo; un líder, un amigo, alguien maravilloso, un revolucionario, uno como los antiguos profetas, el hombre mas maravilloso… o cuando entramos en los ámbitos de la fe y de la religión ya pensamos sí en el Salvador, el Mesías que estaba anunciado por los antiguos profetas, y hasta podemos llegar a decir que es el Hijo de Dios.
Y no es que minusvalore esas posibles respuestas que nos dé la gente, incluso las más acertadas cuando entramos en el ámbito de la fe, a la manera como respondió Pedro a la pregunta de Jesús. Pero lo que quizá tenga que cuestionarme y plantearme seriamente en mi interior es cómo esa respuesta que estoy dando es una respuesta que implica mi vida, una respuesta que estoy dando con toda mi vida, una respuesta que se va a reflejar en mis actitudes y comportamientos.
La fe que tenemos en Jesús no es cuestión de doctrinas, de palabras bien formuladas en el Credo y que nos hemos aprendido de memoria. El aprender a Jesús es aprehenderlo para meterlo en mi vida y yo meter mi vida en su vida para sentirme totalmente transformado por El. Es cuestión de vida, es cuestión de amor profundo que nos transforma, es cuestión de entrar en una unión profunda con Jesús meciéndolo hasta lo más hondo de la intimidad de mi vida.
Cómo amo a Jesús y estoy dispuesto a dar la vida por El; cómo me dejo transformar por El para que en mi vida le transparente a El, para que quien me vea pueda llegar a descubrir a ese Jesús en quien creo y le llegue a amar de la misma manera o más. Cómo soy capaz de seguir a Jesús sabiendo incluso que hay pasión y hay cruz, porque hay pascua, porque la entrega que tengo que comenzar a vivir me lo hace darlo todo, incluso la vida si fuera necesario. Es cuando digo que creo en Jesús y me dispongo a seguirle estoy dispuesto a todo, a un amor total siendo capaz de tomar la cruz y seguirle negándome a mi mismo.
Unas preguntas muy serias las que nos hace Jesús y que nos invita a que nos hagamos en lo más hondo de nosotros mismos. Unas respuestas que tienen que implicar totalmente nuestra vida. Es cuestión de una fe total y de un amor sin límites como el que vive El.


jueves, 24 de septiembre de 2015

Ante Jesús y su evangelio no nos podemos quedar en contemplarlo como si fuéramos solo espectadores

Ante Jesús y su evangelio no nos podemos quedar en contemplarlo como si fuéramos solo espectadores

Ageo 1, 1-8; Sal 149; Lucas 9, 7-9

Al rey Herodes le llegan noticias sobre Jesús. Era normal, porque era el virrey de Galilea y a él llegarían noticias de cuanto sucediera en su reino. El acontecimiento de Jesús era público y notorio, porque como un profeta iba anunciando por todas partes en aldeas y pueblos de Galilea sobre todo un Reino nuevo que llamaba el Reino de Dios. Sus enseñanzas y sus milagros eran conocidos de todos.
Sin embargo había confusión entre las gentes y esa confusión afectaba también a Herodes. ¿Quién era Jesús? ¿Quién era ese profeta nuevo que surgía que muchos ya incluso lo consideraban el Mesías anunciado? Se preguntan las gentes y se lo pregunta también Herodes si era Juan el Bautista que había resucitado. Herodes reconocía que él lo había mandado encarcelar y luego decapitar. Un cierto desasosiego se producía en su interior quizá por un remordimiento de conciencia. Quería él también conocer a Jesús.
Quería conocer a Jesús pero quizás era un conocimiento, podríamos decir, de lejos, sin que le afectara lo que pudiera ser, decir o hacer Jesús. Por eso se quedaba solo en el deseo pero no buscaba manera de querer acercarse también para verle y escucharle. Ya sabemos que más tarde, cuando la pasión que Pilatos se lo envía estando en Jerusalén para que lo juzgue porque procedía de Galilea, solo buscará entretenimiento y el milagrito fácil para entretener a su corte, y Jesús no le dirá nada entonces; al final lo tratará de loco.
Muchos también quizá quieren conocer a Jesús, o se interesan de alguna manera por la religión y las cosas de la Iglesia; y hacen preguntas, pero preguntas quizá que no llegan a cosas de trascendencia, sino fijándose en cosas superficiales o cosas de menor importancia. Eso sigue sucediendo hoy - ¿por qué no decirlo así? - ante el fenómeno social que puede significar la figura del Papa Francisco. Que si hace esto o aquello, que si quiere hacer reformas o si debería actuar de esta o de la otra manera en una serie de cuestiones. Pero quizá tampoco vamos a más; tampoco se suscitan en el interior del hombre preguntas que sea trascendentales para la persona, que nos interroguen por el sentido de la vida, que nos hagan bucear de verdad en el evangelio.
Quizá nos sea fácil quedarnos desde fuera, como espectadores, y que esas cosas nos entretengan pero no afecten a lo más profundo de nuestro Ante Jesús y ante el evangelio no podemos ser meros espectadores; no podemos rehuir preguntas profundas sobre nuestro existir. Ya nos dirá Jesús que estamos con El o estamos contra El, lo que no podemos quedarnos al margen como espectadores.
Ante el evangelio tenemos que interrogarnos profundamente por dentro, hacer que en verdad sea semilla que se plante, se entierre bien en nuestro interior para que se pueda producir el milagro de una nueva vida. No nos quedamos en el evangelio haciéndonos unos comentarios o explicaciones históricas, porque el evangelio es algo mucho más profundo, que va a afectar a lo más profundo de nuestro ser, a afectar a nuestra salvación definitiva.
No nos insensibilicemos ante el evangelio ni busquemos en él tranquilizantes o entretenimientos. Es anuncio de vida, y no de una vida cualquiera, sino de vida eterna que solo en Dios podemos encontrar.


miércoles, 23 de septiembre de 2015

Necesitamos que el anuncio del evangelio nos cure para que podamos mostrar en verdad las señales del Reino y el mundo crea

Necesitamos que el anuncio del evangelio nos cure para que podamos mostrar en verdad las señales del Reino y el mundo crea

Esdras,  9, 5-9; Sal. Tb 13,2.3-4.6; Lucas,  9,1-6

 ‘Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes’. Se pusieron en camino… anunciando… curando… haciendo presente la Buena Noticia del Reino.
Pero cuales eran las recomendaciones que Jesús les había hecho. El camino habían de hacerlo en pobreza, en humildad, en apertura de corazón, con generosidad. No habían de llevar nada. No llevéis nada para el camino’. No habían de buscar apoyos humanos. ‘Ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto’. Abiertos a la generosidad de la gente. 'Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio’`. Su mensaje sería siempre un mensaje de paz, lo recibieran o no lo recibieran.
Y así se pusieron en camino. Y la Palabra anunciada era confirmada con las señales. Llevaban la salud y la paz, anunciaban la gracia y el perdón. Y quienes los escuchaban se sentían curados, se sentían transformados. Se estaba creando en verdad un mundo nuevo.
Fue la tarea de aquellos primeros discípulos escogidos y llamados de manera especial por Jesús pero sigue siendo nuestra tarea, la tarea de la Iglesia. Con el mismo espíritu tenemos nosotros que hacer también el anuncio del evangelio. Y decir con el mismo espíritu es la misma pobreza y la misma generosidad. Decir con el mismo espíritu es fiarnos del Espíritu del Señor que es nuestro único apoyo y quien nos guía, quien guía a la Iglesia y quien nos inspira a cada uno de nosotros en aquello bueno que vamos haciendo.
¿Será así como nosotros anunciamos el Evangelio? ¿Lograremos también esas  mismas curaciones de las que nos habla el evangelio? Las señales tienen que seguirse dando, porque no es nuestra obra sino la obra del Señor. No podemos ser obstáculo a ese obrar de Dios. Y somos obstáculo que impide que se manifiesten esas señales de Dios cuando confiamos más en nosotros mismos que en el Señor; somos obstáculo cuando pensamos que son los medios e instrumentos humanos los que hacen eficaz la obra que en nombre del Señor hemos de realizar; somos obstáculo cuando no brilla en nosotros ese espíritu de pobreza para ir al encuentro de los demás, sintiéndonos tan pobres que solo vamos a tener lo que ellos nos ofrezcan; somos obstáculo cuando nos presentamos con ostentación y vanidad en nosotros o en las cosas que llevamos o tenemos.
Cuántas cosas tendríamos que revisar en nuestra vida y en la apariencia que da la vida de la Iglesia. De cuántas cosas hemos de ser curados nosotros también. No podemos ser una iglesia del poder, sino una iglesia pobre que se hace igual que los pobres que la rodean. No es abajarse para parecernos, sino para ser pobre entre los pobres.
Necesitamos aprender a ponernos en camino con aquel mismo desprendimiento. Necesitamos ser evangelizados por esos pobres de nuestro mundo para que en verdad aprendamos a presentarnos con el verdadero espíritu de Jesús. Los apóstoles se pusieron en camino y al anunciar el evangelio iban curando por todas partes; somos nosotros, la iglesia, los primeros que necesitamos ser curados por la fuerza y por el anuncio del Evangelio para que podamos con todo sentido realizar nuestra misión.


martes, 22 de septiembre de 2015

Escuchamos la Palabra de Dios que nos impulsa a abrirnos al amor, al servicio, a la comunión de la nueva familia de Dios

Escuchamos la Palabra de Dios que nos impulsa a abrirnos al amor, al servicio, a la comunión de la nueva familia de Dios

Esdras 6, 7-8.12b.14-20; Sal 121; Lucas 8, 19-21

‘Estos son mi madre y mis hermanos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica’. Le habían dicho a Jesús que fuera estaba su madre y sus parientes que venían a verlo. Y esta fue la reacción de Jesús. Dejarnos esa hermosa sentencia. Escuchar la Palabra, pero no solo oírla, sino llevarla a la vida, llevarla a la práctica de cada día. Quienes así lo hicieran formarían parte de su nueva familia; así se constituía la nueva comunidad.
No es que no quisiera saber de su madre y de sus hermanos o parientes; quería más bien aprovechar todo momento para enseñarnos algo. Además María, su madre, era el mejor ejemplo y modelo de lo que estaba diciendo. María es modelo de escucha pero también de cómo hacer vida en la propia vida la Palabra de Dios escuchada. No quería María otra cosa que hacer que en ella se cumpliera siempre la voluntad de Dios.
Tenemos que recordar una y otra vez aquel episodio de Nazaret. María siempre tiene abierto su corazón a Dios, siempre quiere estar en la sintonía de Dios. Es así como recibe al ángel enviado por Dios, es así como se abre al misterio de Dios que se le manifiesta, es así como escucha y quiere hacerlo de una manera profunda la palabra que lleva a ella de parte de Dios.
Cuando la saluda el ángel se queda meditando en aquello que ha escuchado; quiere entenderlo pero quiere hacerlo vida de su vida; aunque le cueste entender, por eso pregunta, pero no quiere hacer otra cosa que descubrir los designios de Dios. Por eso María es la llena de Dios, la llena e inundada de la gracia de Dios. ‘Llena de gracia… porque el Señor está contigo’, le dice el ángel. Ella es la agraciada con el favor de Dios.
Por eso terminará sintiéndose la pequeña, la humilde, la esclava del Señor que no quiere otra cosa que hacer la voluntad de Dios. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi, según tu palabra’. Que se cumpla en ella el designio de Dios es su deseo, es su oración. Y la Palabra de Dios se encarnó en ella; y la Palabra de Dios estuvo presente en su corazón durante toda su vida.
Esa Palabra de Dios que si le había abierto el corazón a Dios, ahora la llevaba a abrir su corazón a los demás; allí estaba María siempre dispuesta al servicio; allí estaba María siempre atenta allí donde hubiera una necesidad; allí estaría María donde se viviera la comunión en el amor; ahí estará María al pie de la cruz para hacer también su ofrenda de amor; pero ahí estará María siempre presente en la vida de la Iglesia para alentar a sus hijos a vivir en la comunión, en el servicio, en el amor.
Y hoy nos dice Jesús que si queremos ser parte de su familia, si queremos entrar en esa nueva comunidad de fe y de amor de todos los que quieren ser sus discípulos, tenemos que hacer como María, escuchar y plantar la Palabra de Dios en nuestro corazón, en nuestra vida. Cuánto tenemos que aprender de María. Qué hermoso caminos hemos de recorrer de mano de María para vivir en el amor, para vivir en el servicio, para vivir en esa nueva comunión. 

lunes, 21 de septiembre de 2015

Jesús pasando junto al publicano y llamándolo a seguirle nos enseña a saber valorar a todos y contar con todos

Jesús pasando junto al publicano y llamándolo a seguirle nos enseña a saber valorar a todos y contar con todos

Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18; Mateo 9, 9-13
 ‘Vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme’. Sentado al mostrador de los impuestos, luego era un publicano. Sin embargo Jesús le dice: ‘Sígueme’. Y aquel hombre ‘se levantó y lo siguió’.
Podía Jesús haber llamado a cualquier otro, pero llamó a aquel hombre, que estaba sentado al mostrador de los impuestos; un hombre que no era bien considerado, los llamaban publicanos, o lo que es lo mismo, pecadores. No tenían buena fama. Pero Jesús quiso contar con él. Luego a su mesa se sentarían con Jesús y sus discípulos los amigos de aquel publicano, publicanos y pecadores como él.
Ya vemos cómo daría pie a los fariseos para comenzar a murmurar. ‘Come con publicanos y pecadores’. Pero como dirá Jesús el médico estará allí donde hay un enfermo que curar. Y El había venido a curar y a salvar. Los justos no lo necesitarían. Los que se creían justos pensaban que no lo necesitaban. Pero ¿quién puede considerarse justo de verdad? ¿Quién puede tirar la primera piedra?
Para mi es un gran consuelo escuchar este evangelio. Jesús quiere contar con todos y quiere contar también conmigo aunque yo sea un pecador. El viene también a sanarme a mí. El quiere también contar conmigo. No sé cómo sentirán quienes están leyendo esta reflexión. Pero creo que todos, por muy buenos que seamos, necesitamos esa dosis de humildad para reconocer que no somos santos, que somos pecadores, pero también para sentir esa paz en nuestro corazón de sabernos amados de Dios.
Pero creo que también nos ayuda a abrir nuestros ojos para mirar con una mirada distinta a nuestro alrededor. El que sigue a Jesús ha de tener la mirada de Jesús y la mirada de Jesús es siempre una mirada de amor, una mirada de comprensión, una mirada que nos está diciendo a todos que nos ama y que cuenta con todos. Por eso con esa mirada nueva que tendrían que haber en nosotros hemos de aprender a contar con todos, a no discriminar a nadie, a valorar lo bueno que hay en toda persona; a considerar que todos somos débiles y pecadores, pero en todos puede haber y de hecho lo hay siempre muchas cosas buenas.
Hemos de cuidar mucho esas miradas farisaicas como las que vemos en el evangelio en aquellos que criticaban a Jesús porque comía con publicanos y pecadores. Nos hace falta esa nueva mirada en nuestro caminar por el mundo, en el ámbito en el que nos movemos, en nuestras relaciones con los que convivimos o viven cercanos a nosotros, en los compañeros de trabajo. Siempre nuestra mirada ha de ser una mirada que valore, una mirada que levante, que sea como una mano tendida a todo el que está a nuestro lado, para decirle que podemos caminar juntos.
Nos hace falta esa nueva mirada a la manera de Jesús en el entorno de nuestra Iglesia; sí, en anuestra iglesia, en nuestras comunidades, entre aquellos que vamos a misa juntos el domingo o con aquellos de nuestra comunidad que quizá no conozcamos y pasemos tantas veces de largo ante ellos. Pudiéramos convertirnos en los que nos creemos justos y buenos porque hacemos algunas cosas, y no valoramos a los que nos parece que no hacen nada; tenemos el peligro de no saber tender nuestra mano a tantos que están ahí cercanos a nosotros pero con los que nunca contamos o nos parece que no pueden hacer nada bueno. Actitudes y posturas que se nos pueden meter dentro de nosotros casi sin darnos cuenta, pero que nos están haciendo caminar lejos del espíritu del Evangelio.
Jesús al pasar vio a un publicano que estaba allí en su mostrador y a pesar de que nadie lo quería ni lo valoraba lo llamó a ir con El. Hoy tenemos el Evangelio de Jesús que nos trasmitió, el evangelio que llamamos de san Mateo. Para algo grande Jesús quería contar con El. 

domingo, 20 de septiembre de 2015

Mirar la pasión y la cruz de Jesús nos hacer ver hemos de ser los últimos y servidores para acoger y servir hasta al mas pequeño

Mirar la pasión y la cruz de Jesús nos hacer ver hemos de ser los últimos y servidores para acoger y servir hasta al más pequeño

Sab. 2, 12.17-20; Sal. 53; Sant. 3, 16-4, 3; Mc. 9, 30-37
Hay ocasiones en que por más claro que nos hablen parece que no queremos entender, nos cuesta más que entender aceptar aquello que nos están diciendo; y en ocasiones así es como si nos hiciéramos oídos sordos porque ni siquiera queremos preguntar porque nos parece que si nos lo explican bien nos van a comprometer más fácilmente en aquello que en el fondo sí que entendemos. Que nos hablan de sacrificios y de renuncias, que nos hablan de algo en lo que tendríamos que comprometernos, vamos a ver cómo podemos escapar, como no nos va a suceder esas cosas que nos anuncian, o cómo tratamos de que sean lo menos fuertes y duras que podamos.
Eso nos sucede en muchas ocasiones en la vida. Esto nos puede suceder en nuestra vida cristiana o en nuestra vida de compromiso por los demás. ¿Por qué tengo que ser yo el que tenga que ser el primero que me comprometa en esas cosas? ¿Por qué tengo que ser yo el que siempre está disponible para todo? ¿Por qué tengo que aparecer yo como ‘el último bobo’ que se pone siempre al servicio del otro? Y así cuantas preguntas nos surgen o cuantas disculpas nos buscamos, o como es la forma que nos hacemos en cierto modo oídos sordos y nos despistamos para no tener que comprometerme.
Algo así les estaba pasando a los discípulos en relación a lo que Jesús les venía anunciando. Ya no era la primera vez, porque ya el domingo pasado en páginas anteriores del evangelio lo escuchamos. Jesús habla de sacrificio y de muerte; anuncia lo que le va a suceder en Jerusalén, y por carambola podría pasarle a ellos algo parecido. ‘El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto a los tres días resucitará’, les decía. Ya Pedro, escuchábamos el otro día, trataba de disuadir a Jesús para quitarle esas ideas de la cabeza. Ahora no se atreven a preguntar, y eso que Jesús venía hablando con ellos como en un aparte del resto de los discípulos, porque a ellos de manera especial quería instruirlos.
Pero es que después de estos anuncios que les hace Jesús, pareciera como queriendo olvidarlo todo, continúan pensando en su interior en ese reino que iba a instaurar el Mesías y a ver qué puesto les iba a tocar a ellos. Fueron muchas las veces en que los encontraremos en tales discusiones. Quien iba a ser el primero y principal, a la manera como un día Santiago y Juan habían estado pidiendo sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda.
‘Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó Jesús: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quien era el más importante’. Como diríamos de una forma figurativa fueron cogidos con las manos en la masa.
Allí está Jesús que se sienta en medio de ellos. ¿Cómo va a explicarles una vez más para que terminen de entender cual es el sentido verdadero del Reino que está anunciando? Es normal que sintamos deseos en nuestro interior de vivir en dicha y felicidad; es cierto que nos gustan que nos reconozcan nuestros valores y lo que podemos hacer; tenemos deseos, sí, de grandeza y de plenitud en nuestro interior.
Pero ¿cómo en verdad podremos sentirnos verdaderamente dichosos, realizados, en plenitud de nuestro ser? No será en la apetencia de cosas grandes, de lugares importantes o de reconocimientos que los demás puedan hacernos de nuestro valer o de nuestra autoridad. Ahí tenemos a Jesús delante de nosotros, como lo estaba entonces allí sentado en medio de ellos, es el Hijo del Hombre que no ha venido a ser servido sino a servir, a hacerse el último y el servidor de todos. No nos va a pedir que Jesús algo que antes no haya hecho El. Y si nos plantea un sentido de la vida es lo que le vemos vivir a El.
‘Quien quiera ser el primero y el principal, que se haga el último de todos y el servidor de todos’. Ahí tenemos la verdadera grandeza. Es entonces cuando estaremos desarrollando nuestras verdaderas capacidades, es cuando van a resplandecer los verdaderos valores, es lo que nos hace grandes de verdad.
Y para hacer el último y el servidor de todos hay que comenzar a valorar en todo a los demás, también aquellos que nos pueden parecer menos importantes o con menos valores o que son más pequeños. Y eso cuesta, hemos de reconocerlo. Tenemos la tentación y el peligro de que broten impetuosos nuestros orgullos y el egoísmo de nuestro yo. Y como un signo bien significativo toma a un niño lo pone en medio y nos dice que hemos de saber acoger a un niño porque el que acoge a un niño lo está acogiendo a El y el que lo acoge a El acoge al que lo ha enviado.
El niño en aquella cultura era poco valorado y no se tenía en cuenta hasta que no llegara a la mayoría de edad. Nos puede parecer extraño, era así entonces, pero algún resabio de todo eso nos queda algunas veces. Ahí  nos queda la imagen, porque en la imagen del niño están todos los que consideramos pequeños, insignificantes, poco importantes en la vida; y pensemos cuantas discriminaciones tenemos el peligro de hacernos porque aquel vale menos, porque aquel otro es no sé de dónde, o de qué condición, o nos viene de fuera, o es de no sé que raza o religión; todavía hoy nos seguimos haciendo tantas distinciones y no a todos acogemos de la misma manera.
Pues Jesús nos está diciendo que nos hagamos los últimos y los servidores de esos que consideramos los últimos, los pequeños o los desheredados de la vida. Por ahí han de ir las verdaderas grandezas en el Reino de los cielos. Esto es lo que les costaba aceptar a los discípulos y hasta les daba miedo preguntar, pero esto es también, reconozcámoslo, lo que nos da miedo a nosotros y nos cuesta entender y aceptar.