Aunque todo parecía que iba bien Jesús no deja de anunciarles los momentos de la pasión y de la entrega que han de ser su pascua
Zacarías
2,5-9.14-15ª; Sal.: Jr. 31,10.11-12ab.13; Lucas 9,43b-45
Cómo nos sentimos cuando, en medio de buenos momentos
en que estamos saboreando el que las cosas nos estén marchando bien y estamos
viendo quizá el éxito de nuestros logros, de nuestras luchas y quehaceres, nos
vienen con una mala noticia, o nos dicen que quizá aquello que nos parecía un
triunfo son solamente apariencias y las cosas van a ir mal muy pronto. Nos sentiríamos
frustrados, desalentados, como un jarro de agua fría que nos echaran encima,
como suele decirse. Quizá todo se nos vuelva oscuro y no sabemos cómo salir
adelante ni el sentido de lo que nos pasa.
Algo así les estaba pasando a los discípulos. Todo
parecía que iba bien, pues ellos veían como la gente se entusiasmaba por Jesús,
había muchos que lo seguían y venían a escucharle de lejos y continuamente
Jesús iba realizando signos con sus milagros de ese Reino nuevo que comenzaba,
aunque ellos aun bien no terminaban de entender cómo se iba a realizar. En su
interior seguían los sueños de grandezas humanas y ya hemos visto como en
ocasiones disputan entre ellos sobre quien era el que iba a ser más importante
en ese reino de Jesús.
Es lo que hoy nos trasparente este corto texto del
evangelio que hemos escuchado. ‘Entre
la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Meteos
bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los
hombres’. Un jarro de agua fría. Entre la
admiración general, dice el evangelista, Jesús aprovecha para seguir haciendo
sus anuncios de pascua. No lo entienden; si las cosas van bien, las gentes
siguen a Jesús, todo parece un éxito. Pero Jesús anuncia que lo van a entregar,
Jesús anuncia prisión y muerte.
A los discípulos - y hablamos de aquellos más cercanos a Jesús que
estaban siempre con El -les cuesta meterse eso en la cabeza. ‘Pero ellos no entendían este
lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo
preguntarle sobre el asunto’. Y como dice el evangelista no se
atreven ni a preguntar. No terminaban de entender lo que era el Reino de Dios
que anunciaba Jesús. No pueden entender que tenga que haber esa pascua para
Jesús, que significaría pasar por la pasión y la muerte, aunque, como les
anunciara claramente en otras cosas, al tercer día habría resurrección.
Es el camino de la entrega, del servicio, del amor hasta el final. Y
entregarnos y darnos por los demás, porque eso es amar y servir, significa
olvidarnos más de nosotros mismos. Hacernos los últimos, como nos dirá en otra
ocasión, será valorar por encima de todo a los demás, valorar por encima de
nosotros mismos. No soy yo el importante, sino el importante es el otro, por el
que me tengo que preocupar.
Es sentir verdadera desazón en nuestro corazón cuando vemos sufrimiento
en los demás, hasta tal punto que nos olvidamos de nuestro propio sufrimiento,
y comenzamos a buscar cómo remediar ese sufrimiento, qué podemos hacer para
liberar de ese mal al hermano que sufre; comenzamos a desprendernos de nosotros
mismos porque desde el amor nos duele el sufrimiento del hermano y ya no
importa lo que guardemos para nosotros porque todo será buscar el bien del
otro.
Claro que muchas mas reflexiones nos podríamos hacer desde este
evangelio cuando nosotros en la vida hemos de vivir momentos de pascua,
momentos de pasión, de sufrimiento, de muerte en nosotros mismos, cuando nos
aparecen circunstancias adversas en nuestra vida, cuando quizá tenemos que
dejar aquella tarea que estamos realizando con ilusión, cuando quizá tenemos
que pasar por ser esa semilla enterrada en una vida oculta y sin ninguna
realización exterior. Son momentos que se nos pueden hacer duros en que no entendemos
lo que nos pasa ni por qué. Son los momentos en que tenemos que aprender a
fiarnos del Señor y de sus caminos y designios para vida aunque quizá no los
entienda o me cueste aceptarlos.
No puede decaer mi fe, porque ponemos nuestra mirada en el Señor, en su
pasión, en su pascua, y viviremos con la esperanza de que todo un día puede dar
fruto. Que no nos falte esa confianza en el Señor.