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sábado, 26 de septiembre de 2015

Aunque todo parecía que iba bien Jesús no deja de anunciarles los momentos de la pasión y de la entrega que han de ser su pascua

Aunque todo parecía que iba bien Jesús no deja de anunciarles los momentos de la pasión y de la entrega que han de ser su pascua

Zacarías 2,5-9.14-15ª; Sal.: Jr. 31,10.11-12ab.13; Lucas 9,43b-45

Cómo nos sentimos cuando, en medio de buenos momentos en que estamos saboreando el que las cosas nos estén marchando bien y estamos viendo quizá el éxito de nuestros logros, de nuestras luchas y quehaceres, nos vienen con una mala noticia, o nos dicen que quizá aquello que nos parecía un triunfo son solamente apariencias y las cosas van a ir mal muy pronto. Nos sentiríamos frustrados, desalentados, como un jarro de agua fría que nos echaran encima, como suele decirse. Quizá todo se nos vuelva oscuro y no sabemos cómo salir adelante ni el sentido de lo que nos pasa.
Algo así les estaba pasando a los discípulos. Todo parecía que iba bien, pues ellos veían como la gente se entusiasmaba por Jesús, había muchos que lo seguían y venían a escucharle de lejos y continuamente Jesús iba realizando signos con sus milagros de ese Reino nuevo que comenzaba, aunque ellos aun bien no terminaban de entender cómo se iba a realizar. En su interior seguían los sueños de grandezas humanas y ya hemos visto como en ocasiones disputan entre ellos sobre quien era el que iba a ser más importante en ese reino de Jesús.
Es lo que hoy nos trasparente este corto texto del evangelio que hemos escuchado. ‘Entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres’. Un jarro de agua fría. Entre la admiración general, dice el evangelista, Jesús aprovecha para seguir haciendo sus anuncios de pascua. No lo entienden; si las cosas van bien, las gentes siguen a Jesús, todo parece un éxito. Pero Jesús anuncia que lo van a entregar, Jesús anuncia prisión y muerte.
A los discípulos - y hablamos de aquellos más cercanos a Jesús que estaban siempre con El -les cuesta meterse eso en la cabeza.Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto’. Y como dice el evangelista no se atreven ni a preguntar. No terminaban de entender lo que era el Reino de Dios que anunciaba Jesús. No pueden entender que tenga que haber esa pascua para Jesús, que significaría pasar por la pasión y la muerte, aunque, como les anunciara claramente en otras cosas, al tercer día habría resurrección.
Es el camino de la entrega, del servicio, del amor hasta el final. Y entregarnos y darnos por los demás, porque eso es amar y servir, significa olvidarnos más de nosotros mismos. Hacernos los últimos, como nos dirá en otra ocasión, será valorar por encima de todo a los demás, valorar por encima de nosotros mismos. No soy yo el importante, sino el importante es el otro, por el que me tengo que preocupar.
Es sentir verdadera desazón en nuestro corazón cuando vemos sufrimiento en los demás, hasta tal punto que nos olvidamos de nuestro propio sufrimiento, y comenzamos a buscar cómo remediar ese sufrimiento, qué podemos hacer para liberar de ese mal al hermano que sufre; comenzamos a desprendernos de nosotros mismos porque desde el amor nos duele el sufrimiento del hermano y ya no importa lo que guardemos para nosotros porque todo será buscar el bien del otro.
Claro que muchas mas reflexiones nos podríamos hacer desde este evangelio cuando nosotros en la vida hemos de vivir momentos de pascua, momentos de pasión, de sufrimiento, de muerte en nosotros mismos, cuando nos aparecen circunstancias adversas en nuestra vida, cuando quizá tenemos que dejar aquella tarea que estamos realizando con ilusión, cuando quizá tenemos que pasar por ser esa semilla enterrada en una vida oculta y sin ninguna realización exterior. Son momentos que se nos pueden hacer duros en que no entendemos lo que nos pasa ni por qué. Son los momentos en que tenemos que aprender a fiarnos del Señor y de sus caminos y designios para vida aunque quizá no los entienda o me cueste aceptarlos.
No puede decaer mi fe, porque ponemos nuestra mirada en el Señor, en su pasión, en su pascua, y viviremos con la esperanza de que todo un día puede dar fruto. Que no nos falte esa confianza en el Señor.

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