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domingo, 27 de septiembre de 2015

Aceptemos lo bueno de los demás, sean quienes sean, para construir juntos con nuestros valores un mundo mejor

Aceptemos lo bueno de los demás, sean quienes sean, para construir juntos con nuestros valores un mundo mejor

Números 11, 25-29; Sal. 18; Santiago 5, 1-6; Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
Qué celosos somos de nuestras cosas y de la manera cómo las hacemos; qué celosos somos de nuestros grupos o de los que son y piensan como nosotros. Como nosotros nadie hace las cosas; somos unos ‘chachis’, como decíamos en mi época; nadie como nuestro grupo, nuestro partido, los que son afines a nosotros. Sucede en muchos ámbitos de la vida, de nuestra sociedad y de nuestro mundo. Y en consecuencia desconfiamos de los demás, que aunque hagan cosas buenas nosotros siempre le pondremos un ‘pero’; desconfiamos y nos volvemos suspicaces, o porque nos copian o porque queremos ver segundas intenciones o intenciones torcidas o partidistas en los demás. Seguro que al hilo de esto que reflexionamos podríamos poner muchos ejemplos.
Es lo que vemos reflejado de alguna manera en el texto del evangelio de hoy con la actitud de Juan que viene a decirle a Jesús que han visto a uno que hace cosas buenas y se lo trataron de impedir. ‘Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros’. Celosos de nuestras cosas y de los nuestros. Si no eran del grupo de Jesús, ¿cómo es que se atrevían a utilizar el nombre de Jesús para echar demonios?
‘No se lo impidáis, les dice Jesús… el que no está contra nosotros está a favor nuestro’. No seamos desconfiados, podríamos de alguna manera traducir; dejemos que hagan el bien, valoremos que hagan el bien. El bien y la bondad no es algo exclusivo nuestro. Además quien está sembrando el bien, quien está sembrando amor, quien obra con rectitud y justicia, aunque quizá no lo sepa está también construyendo el reinado de Dios.
¿Significa eso que nosotros renegamos de nuestros principios, de nuestros valores? De ninguna manera. Nosotros podremos tener otras motivaciones y razones que nacen de nuestra fe y de la trascendencia con que vivimos nuestra vida, es cierto. Nosotros en nuestra fe y desde el testimonio y la Palabra de Jesús le podremos dar un sentido más amplio y más profundo a nuestro amor y a nuestro compromiso por los demás. Y nosotros seguiremos viviendo nuestro amor y nuestro compromiso cristiano desde esos valores profundos del evangelio, desde esa trascendencia de nuestra fe y de nuestra esperanza cristiana.
Pero aprovechemos todo lo bueno que podemos encontrar en nuestro mundo, en nuestro entorno, en los demás que también trabajan por los demás, se comprometen por hacer un mundo más justo, se dan y se entregan también desde la solidaridad con los que los rodean. Abramos bien los ojos para ver todo lo bueno esté donde esté. Hay mucha gente que actúa con rectitud, con generosidad, con auténtico espíritu solidario, es la búsqueda de la justicia y del bien.
No seamos tan obtusos de pensar que solo nosotros somos los buenos y los que sabemos hacer las cosas. No todo es malo en nuestro mundo, aunque desgraciadamente demasiadas veces nos pongamos las gafas oscuras para contemplarlo y nos parezca verlo todo negro. También hay mucha luz; hay mucha gente buena que trabaja por la justicia y también quiere amar solidariamente a los demás. Sepamos valorar todo eso bueno que hay en los demás, ‘aunque no sean de los nuestros’.
Y esto aprendámoslo para vivirlo en el ámbito de nuestra vida cristiana, pero aprendámoslo en todas las circunstancias de la vida en lo social, en lo político, en lo cultural. Hay demasiados exclusivismos en nuestras relaciones y en las cosas que hacemos en la vida de nuestra sociedad; exclusivismos que son partidismos excesivos en lo político, por ejemplo, donde siempre al que se mira como adversario no le aceptamos que pueda hacer algo bueno o acertar en sus planteamientos, ni reconocerle incluso aquellas cosas que son comunes. Y así sucede en todos los ámbitos de la sociedad.
Reconozcamos además de que a pesar de tener los principios que tenemos y aprender de los valores del evangelio y actuar con la fuerza de Jesús también nosotros cometemos errores, muchas veces se nos puede manifestar el cansancio, o hacemos las cosas mal. No porque nuestros valores no sirvan o nos conduzcan por lo malo, sino por nuestra debilidad, nuestra inconstancia, y porque también nos podemos sentir tentados por el mal y torcer nuestros caminos. 
Que nunca nuestros tropiezos sean causa de tropiezo para los demás. Por eso tenemos que cuidar mucho la santidad de nuestra vida para que en verdad podamos ser luz, nuestro testimonio sea auténtico. Y aquello que nos podría hacer tropezar a nosotros arranquémoslo de nuestra vida, como nos enseña Jesús. Eso malo que hay en nosotros no solo nos hace tropezar a nosotros haciendo el mal, sino que además puede hacer de tropiezo para los demás. Por eso hemos de evitar el escándalo que podamos dar con nuestra vida, pensando en el significado de la palabra que es precisamente tropiezo.
Hoy nos enseña Jesús a valorar hasta lo más pequeño, lo que nos parezca tan insignificante como dar un vaso de agua. ‘No quedará sin recompensa’, nos dice. Hagamos el bien, aunque sean cosas pequeñas y aprendamos a valorar siempre el bien que hacen los demás. Como decíamos, todo son semillas del Reino de Dios. Claro que nosotros desde nuestra, desde esa motivación profunda que encontramos en Jesús queremos que Dios sea el centro de todo, que en verdad el sea el Señor de nuestra vida y de nuestra historia.
Quizá ese aspecto no lo tendrán en cuenta los demás, por la ausencia de la fe en sus vidas, pero con el testimonio que nosotros también podamos darle una luz puede comenzar a brillar en sus corazones para que también se encuentren con Dios. Lo bueno que nosotros vamos haciendo, por la rectitud con que lo hagamos, por el amor que vayamos poniendo en nuestra vida, sea una luz que ilumine. Como nos dice Jesús en otro lugar del Evangelio que vean nuestras buenas obras para que den gloria al Padre del cielo.

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