Escuchando la llamada del Señor entramos en un nuevo espacio de libertad para seguirle con prontitud y radicalidad
Nehemías
2,1-8; Sal 136; Lucas 9,57-62
‘Maestro, te
seguiré adonde vayas’ le dijo uno que quería seguir a
Jesús. ¿Con que disposición seguimos a Jesús? ¿Es solamente cosa de un momento
de fervor o de entusiasmo? ¿Será la reacción a una situación de fracaso en
otras cosas por las que hemos pasado y ahí en la religión o en las cosas
religiosas buscamos como un refugio que nos proteja?
Muchas veces oímos decir que aquel se quiso hacer o aquella chica se
metió de religiosa porque tuvo un desengaño amoroso y tras esos fracasos de la
vida la salida mejor, o el mejor refugio era hacerse cura o irse de monja.
Reconocemos que son cosas que hemos oído más de una vez. ¿Sólo desde ahí
podemos encontrar una motivación para una decisión tan importante de la vida?
Es cierto que la voz de Dios la podemos oír en circunstancias bien
diversas; el Señor nos habla allá en lo secreto del corazón o nos
manifiesta sus designios a través de
acontecimientos de la vida. Y ya cuando estamos diciendo esto estamos partiendo
no solo de una cuestión solo de mi propia voluntad, sino de descubrir lo que
son los designios de Dios. En el fondo tenemos que decir que nuestras decisiones
no terminarán de tener el verdadero fundamento si no consideramos lo que es una
llamada de Dios, lo que es la voluntad del Señor.
Seguir a Jesús no es cuestión de respuesta a momentos emotivos, sino
que tenemos que arrancar de algo mucho más profundo. Cuando hablamos de
vocación, como ya la misma palabra nos está indicando, estamos hablando de una
llamada, es la llamada de Dios. Una llamada de Dios que en nosotros ha de
encontrar unas especiales disposiciones, porque será necesaria una generosidad
de corazón, una disponibilidad de la vida, un ser capaz de vaciarte de ti mismo
y de tus voluntarismos para descubrir lo que es la voluntad del Señor.
Por ese camino van las respuestas que el Señor va dando a aquellos que
quieren seguirle o a los que va haciendo su llamada. ‘Las zorras tienen madriguera, y los
pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’ le dice Jesús a aquel que primero se había ofrecido generosamente para
seguirle. No podemos ir buscando un refugio, unas seguridades humanas. ‘El Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza’, le dice. Estaremos dispuestos a
seguir a Jesús así con esa pobreza y esa disponibilidad. Recordemos cuando
Jesús hace el envío de los discípulos que los envía en la pobreza, sin dinero
en la faja, con una sola túnica y un par de sandalias, y solamente el bastón
para caminar.
La vida pasada, lo que yo era, pensaba o tenía lo es lo que ahora tiene
que prevalecer. Por eso es emprender un nuevo camino desprendiéndome de todo;
en este caso Jesús dice que hasta de su familia, porque ‘el que echa mano al arado y sigue
mirando atrás no vale para el reino de Dios’. Es situarnos en un espacio nuevo de libertad donde el corazón no puede
estar apegado a nada.
Quien nos guía es el Espíritu del Señor y son los valores del evangelio
y los valores del Reino los que ahora van a predominar en mi vida. Por el Reino
de Dios nos vamos a poner del lado de los pobres, de los que sufren, de los que
son perseguidos o no tenidos en cuenta; por el Reino de Dios entramos en nuevo
camino de justicia y de solidaridad; por el Reino de Dios trabajar por la paz y
la justicia será nuestra bandera.
Y cuando optamos por esos valores, cuando tenemos esos principios
actuamos con la libertad de Dios en nuestro corazón; nuestro corazón tendrá que
en verdad vacío de muchos apegos; y la decisión con que emprendemos ese nuevo
camino no es solo cuestión de voluntarismo, sino de sentir la llamada del Señor
y dejarnos conducir por su Espíritu.
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