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sábado, 9 de abril de 2011

Bandera discutida y Cordero inmolado, sacramento de vida y de gracia


Jer. 11, 18-20;

Sal. Sal. 7;

Jn. 7, 40-53

‘Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten, será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma’. Fue el anuncio del anciano Simeón a María en referencia a lo que significaba, sería aquel Niño que era presentado en el templo del Señor.

Es lo que hoy hemos escuchado en el evangelio. ‘Unos decían: éste es de verdad el profeta. Otros decían: Este es el Mesías. Pero otros decían: ¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que vendrá del linaje de David y de Belén, pueblo de David? Y así surgió entre las gentes una discordia por su causa’. Lo que había anunciado proféticamente Simeón como escuchamos. No se ponen de acuerdo.

De alguna manera están reconociendo quién en verdad es Jesús, pero en el fondo no quieren aceptarlo. Del linaje de David, nacido en Belén. Y los mismos enviados a prender a Jesús terminarán reconociendo: ‘Jamás nadie ha hablado así’. Y no fueron capaces de prenderle. Como reflexionábamos ayer: ‘No había llegado su hora’. Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús y había reconocido que tenía que venir de Dios porque de lo contrario no haría las cosas que Jesús hacía, interviene para que al menos se hagan las cosas con una cierta legalidad escuchándolo primero, pero también quieren acallarlo.

Jesús es ‘como cordero manso, llevado al matadero’, que nos anunciaba el profeta Jeremías. O como escucharemos el viernes santo a Isaías ‘maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca…’ O como nos ha dicho hoy también Jeremías: ‘no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra vita y que su nombre no se pronuncie más’. El profeta va hablando desde la experiencia que él ha vivido de rechazo y persecusión y que se convierte en anuncio profético de la misión y la obra del Mesías Salvador.

En verdad estamos contemplando al Cordero que va a ser inmolado. Cristo es el verdadero Cordero Pascual, signo no de una antigua alianza, de una antigua pascua, sino de la pascua definitiva y eterna que en su sangre se iba a realizar, con su inmolación para nuestra salvación. Es El quien se ofrece, se entrega. Es la prueba más grande del amor. Su cuerpo entregado y su sangre derramada es para nosotros sacramento de vida y salvación cuando comemos y bebemos el Pan y el Vino de la Eucaristía.

Todo hemos hemos de ir considerando en este camino cuaresmal que estamos haciendo, preparándonos para la Pascua, para ese paso de Dios por nuestra vida, paso salvador, paso de gracia y de vida. Es importante, pues, que estemos bien preparados y vayamos dando todos estos pasos, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios, dejándonos transformar hondamente para arrancarnos de la muerte y del pecado y nos llenemos de vida, de luz, de gracia.

Son los signos que nos van apareciendo a lo largo de esta cuaresma y que tenemos que saber aprovechar ampliamente porque está en juego esa gracia del Señor ysu salvación. Es el signo de vida y de resurrección que vamos a escuchar, a contemplar en el quinto domingo de cuaresma.

‘Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores, que no me atrapen…’ la tentaciones del enemigo malo y los peligros que me acechan, sino que con la fuerza y la gracia del Señor alcance esa luz y esa vida, me llene de la salvación de Dios. ‘Mi escudo es Dios que salva a los recos de corazón’. Que así experimente y viva yo la salvación de Dios.

viernes, 8 de abril de 2011

Los buenos resultan incómodos y a Jesús quieren quitarlo de en medio

Sab. 2, 1.12-22;

Sal. 33;

Jn. 7, 1-2.10.25-30

Mientras escuchamos la lectura del libro de la Sabiduría que hoy nos ofrece la liturgia podría parecer que estamos escuchando una descripción de la vida, de la pasión y de la muerte de Jesús en la cruz. En cierto modo con ese sentido nos lo ofrece la liturgia en este viernes de la cuarta semana de cuaresma. Pero es también lo que le sucede a todo hombre recto y justo que busca por encima de todo hacer siempre el bien.

Los buenos nos resultan incómodos, viene a decirnos el texto del sabio del Antiguo Testamento. ‘Es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima’. Le sucedió a Jesús y sigue sucediendo a todos los hombres de bien, que siempre habrá quien quiera poner en duda la rectitud y buena intención de sus obras buenas.

¿No lo hemos escuchado muchas veces? ‘Algo querrá sacar de eso que hace, así por las buenas, por su cara bonita, no lo hace…’ y frases por el estilo. Siempre hay desconfianza. No nos comprometemos nosotros y no creemos que alguien pueda comprometer su vida, dar su tiempo, trabajar buenamente por los demás. Tendríamos que aprender la lección y no andar con tantas desconfianzas, y viendo malas o torcidas intenciones por todas partes.

El evangelio comienza a describirnos el drama de Jesús. Querían quitarlo de en medio. Nos dice el evangelista que ‘Jesús andaba por Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo’. Por eso en principio no sube a Jerusalén a la fiesta de las tiendas cuando suben sus parientes y vecinos, sino que lo hará más tarde.

Una anotación a una expresión que nos aparece en el evangelio de san Juan. Este evangelista habla con la expresión ‘los judíos’ para referirse a aquellos que atentaban contra Jesús y al final le llevan a muerte. Decir ‘los judíos’ podría parecer que se esta refiriendo a todos los judíos o a todo el pueblo, cuando realmente es una referencia a las autoridades judías, sumos sacerdotes, sanedrín, hombres principales sobre todo escribas fariseos y saduceos. En este segundo tomo de la vida de Jesús que ha publicado el Papa, se hace una aclaración en este sentido que ha sido bien recibida incluso por los judíos de nuestros tiempos.

Escuchamos hoy la reacción ante la presencia de Jesús. ‘¿No es éste al que intentan matar?’ Se preguntan incluso si es que ‘los jefes se han convencido de que Jesús es el Mesías esperado’. No está Jesús en huída ante lo que puedan hacer los judíos. Sino que Jesús sigue manifestándose como el que es el enviado de Dios. Intentaban echarle mano, pero no lo podían hacer. Y el evangelista dice que ‘aún no había llegado su hora’.

La hora de Jesús. Aparece repetidamente en el evangelio de Juan. Ya cuando las bodas de Caná le dice a María que no ha llegado su hora. Ahora vuelve a aparecer esta expresión, pero cuando vaya a comenzar la pasión nos dirá el evangelista ‘sabiendo Jesús que habia llegado su hora de pasar de este mundo al Padre…’ Ya diría en otro momento que a él nadie le arrebata su vida, sino que la entrega libremente. Aunque sea dolorosa su entrega, es una entrega de amor, es una entrega libre que Jesús hace de sí mismo para ser nuestra salvación.

En Getsemaní hablará de la hora de las tinieblas. Hora de tinieblas porque era la hora de la pasión y de la muerte, donde podría parecer que el mal era el que vencía, pero que se convertiría en hora de luz y de vida, por la salvación que Jesús nos está ofreciendo.

Vamos nosotros a seguir paso a paso su entrega, contemplar su amor, disponer nuestro corazón para llenarnos de la vida y de la gracia que quiere ofrecernos. Vamos a estar muy atento al evangelio que escuchemos en estos días y todo el rico mensaje que nos ofrece la palabra de Dios. Queremos llegar a la hora de la luz para salir de esas tinieblas de muerte que nos envuelven con el pecado. Vamos a sentir esa sangre redentora de Cristo que queremos que caiga sobre nosotros para que nos lave y purifique, para que haga fecunda nuestra vida en buenas obras y podamos resplandecer en santidad. Que el Señor nos conceda esa gracia.

jueves, 7 de abril de 2011

A la fidelidad y amor de Dios se contrapone muchas veces nuestra infidelidad y pecado


Ex. 32, 7-14;

Sal. 105;

Jn. 5, 31-47

A la fidelidad y al amor de Dios permanente con su pueblo se contrapone la infidelidad, el desamor y el pecado con que tantas veces de una forma u otra correspondemos los hombres.

Fue el pueblo de Israel peregrino por el desierto; mientras Moisés en la montaña recibía la ley del Señor fundamento de la Alianza establecida entre Dios y su pueblo, éste al pide la montaña se había creado unos ídolos, un becerro de oro, hechura de manos humanas, abandonando al Dios de la Alianza que le había sacado de la esclavitud de Egipto. ‘En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron la gloria del Señor por la imagen de un toro que come hierba’, como reflexionaba el salmista y nos invitaba a orar.

¿No hubiera sido lógico el castigo de aquel pueblo que le sirviera de escarmiento ante tantas infidelidades y la ruptura de la Alianza hecha con el Señor? Vemos cómo Moisés intercede por su pueblo. ‘¿Por qué Señor se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta?... Acuérdate de nosotros, por amor de tu pueblo’, hemos pedido nosotros también con el salmista. Dios que es misericordioso perdona la infidelidad de su pueblo.

Es lo que sucede en el evangelio con Jesús por parte también del pueblo de Israel. Jesús, podemos decir, les da razones y argumentos para que crean en El, pero aún así lo rechazan. ‘Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis…’, les dice.

Les habla del testimonio de Juan. ‘Vosotros enviasteis mensajeros a Juan y él ha dado testimonio a la verdad’. Quien había venido como precursor del Mesías a preparar los caminos del Señor, le había señalado: ‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. Sólo un par de discípulos, Andrés y Juan, le siguen. Más tarde enviará unos emisarios a Jesús que vendrán con la respuesta de que en Jesús se ha cumplido todo lo anunciado por los profetas, pero tampoco le creyeron.

Habla, sí, Jesús del testimonio de Moisés y los profetas, pero tampoco aceptan este testimonio. ‘Si creyerais a Moisés, me creeríais a Mí, porque de Mí escribió él. Pero si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?’.

Pero el gran testimonio que Jesús ofrece son las obras de Dios, las obras del Padre que El realiza. ‘Tengo un testimonio mayor: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, El mismo ha dado testimonio de mí’.

Precisamente ayer escuchábamos, son los versículos anteriores a este texto de hoy, que por eso buscaban como matarlo, porque se llamaba a sí mismo Hijo del Padre y se hacía igual a Dios.

Pero, ¿y nosotros? No podemos cargar las tintas en lo que otros hicieron o no hicieron. Cuando escuchamos la Palabra de Dios tenemos que escucharla como dicha a nosotros hoy. Y esta palabra, y estos testimonios que estamos escuchando, tienen que ayudarnos en ese camino de renovación que nosotros queremos recorrer también en este tiempo que nos conduce a la Pascua.

También nosotros tenemos que aceptar a Jesús, creer en El y seguirle. Una fe que tiene que llevarnos a vivir esa vida nueva que Jesús nos ofrece. Esa vida nueva que tiene que manifestarse resplandeciente por nuestras obras de santidad. Pero ya sabemos, no siempre somos fieles, muchas veces nos dejamos arrastrar también por el pecado. Cuánto prometemos de serle fiel y de amarlo siempre, y qué pronto lo olvidamos y nos volvemos a nuestra vida de pecado.

Tenemos a Jesús con nosotros y vivimos a veces como si no le conociéramos ni le amáramos. Una tarea de restauración de nuestra fe y de nuestra vida cristiana es lo que tenemos que hacer. Para que seamos consecuentes siempre y en todo momento con esa fe que tenemos y profesamos. Es en lo que tenemos que empeñarnos de verdad en este tiempo cuaresmal. Que el Señor nos de fuerza para realizarlo.

miércoles, 6 de abril de 2011

Vamos tensando nuestro espiritu en la contemplación del amor de Dios I

Is. 49, 8-15;


Sal. 144;


Jn. 5, 17-30


‘¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré – dice el Señor todopoderoso’. ¡Qué hermoso es el amor de Dios? Tenemos que reconocerlo. ¡Cómo no amar si así somos amados de Dios!


‘En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de la salvación te he auxiliado, te he defendido y constituido alianza de un pueblo…’ Así comenzaba diciendo el profeta. es conmovedor lo que nos dice el Señor por el profeta. Casi tendríamos que repetir de nuevo palabra a palabra el oráculo del profeta. Nos busca, nos llama, nos trae a la luz, abre caminos delante de nuestros pasos, consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados, nos guía a manantiales de agua. Recordemos lo que en estos días hemos ido meditando a la luz de la Palabra de Dios. ¡Cómo no amar si así somos amados! Repetimos.


Palabras de consuelo y de ánimo que nos hacen mirar a Jesús y poner toda nuestra fe en El. Nos preparamos para celebrar su Pascua, su entrega, su amor. Le veremos dando su vida por nosotros, y eso que somos pecadores, como diría san Pablo en una de sus cartas. No es por merecimiento nuestro sino por su benevolencia y por su amor.


En este tiempo que media ya hasta la Semana Santa vamos a ir escuchando el evangelio de Juan de forma casi continuada donde iremos contemplando todo el proceso de aquellos que se oponían a Jesús y lo rechazaban hasta conducirle a su pasión y muerte. Esta contemplación tiene que ayudarnos a ir tensando nuestro espíritu en nuestra preparación para poder vivir intensamente la celebración del misterio pascual de Cristo. Y digo bien, tensando nuestro espíritu; como las cuerdas de un instrumento musical que tienen que estar debidamente tensadas en su punto para que podamos sacar de dicho instrumento hermosa melodía. Así tensamos nuestro espíritu para acoger toda la riqueza de gracia que el Señor nos ofrece.


‘Mi Padre sigue actuando y yo también actúo’, les dice Jesús a los judíos. No podían entender que Jesús hablase de Dios de esa manera, llamándole Padre. Como dice el evangelista, ‘ por eso los judíos tenían más ganas de matarlo… porque llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios’. Nosotros podemos entenderlo. Es el Hijo de Dios uno con el Padre y con el Espíritu formando el misterio admirable de la Santísima Trinidad. Confesamos nosotros nuestra fe en Jesús, nuestra fe en Dios.


Nos habla Jesús cómo se van manifestando ese actuar del Padre, ese actuar de Dios, que nos ama, nos resucita y nos da vida. Y todo eso se nos manifiesta en Jesús. Por eso creemos en el y queremos escucharle, para seguirle, para amarle, para vivir en sus obras y en su amor.


‘Os lo aseguro, nos dice, quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna, y no será condenado porque ha pasado de la muerte a la vida…’ Como nos dirá san Juan en sus cartas, ‘sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos’. Creamos en Jesús, en su palabra, y amemos, y nos llenaremos de vida. Seremos resucitados en el último día, como nos dice en otro lugar del Evangelio. ‘Los que hayan hecho el bien saldrán a una resurreción de vida’, nos dice hoy.


Que así se vaya aquilatando, purificando, fortaleciendo nuestra fe y nuestro amor. habrá vida nueva en nosotros, celebraremos la Pascua y nos sentiremos resucitados, renovados con nueva vida. Es el camino que queremos ir haciendo para llegar a la Pascua. Tensemos nuestro espíritu en el amor y brillarán entonces en nosotros las obras del amor; resplandeceremos en santidad. Cómo no hacerlo después de todo lo que nos ama el Señor.

martes, 5 de abril de 2011

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios

Ez. 47, 1-9.12;

Sal. 45;

Jn. 5, 1-3.5-16

‘El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio no vacila, Dios la socorre a despuntar la aurora’. Así recitamos en el salmo en el que vamos repitiendo cómo el Señor es nuestra fuerza y nuestra vida. ‘El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob…’ Nuestro alcázar, nuestra fortaleza, nuestro refugio. En El nos apoyamos y nos sentimos seguros. Acequias de agua para significar la gracia de Dios que nos llena de vida. Es lo que nos describe el profeta. Un manantial de agua que brota desde el templo del Señor y que va creciendo y creciendo, pero que es río de vida y de salvación. ‘Estas aguas… desembocarán en el mar de las aguas pútridas, y lo sanearán’, nos dice. Allí donde desemboque habrá vida y frutos abundantes. ‘A la vera del río crecerán toda clase de árboles, no se marchitarán sus hojas y sus frutos no se acabarán’. Cómo tendríamos nosotros que desear beber esa agua viva. Cómo tendríamos que desear la gracia del Señor y pedir que no nos falte nunca para no caer en la muerte del pecado sino para vivir siempre en la fidelidad del Señor y en una vida santa. Al Señor tenemos que acudir; con El tendríamos que contar siempre. Ya nos apareció esta imagen del agua en nuestro camino cuaresmal cuando en el tercer domingo de cuaresma pedíamos con la samaritana a Jesús que nos diera de esa agua viva que calme nuestra sed para siempre. El signo del agua se nos va repitiendo en la liturgia durante la cuaresma, no en vano la cuaresma es como una gran catequesis bautismal. Para los catecúmenos que se preparaban al Bautismo era un desear esa agua viva del Bautismo que los uniera a Jesús, los llenara de la vida de Dios y los hiciera hijos de Dios. Para todos nosotros que queremos renovar nuestro bautismo en esta Pascua nos es de gran ayuda en nuestro camino espiritual el recordarlo y tenerlo muy presente. En el evangelio nos aparece de nuevo este signo del agua en aquel paralítico que está postrado en su camilla en la piscina de Bethesda esperando el movimiento del agua que produjera el ángel del Señor con el que encontrar la salud. No llegaba a tiempo y no había nadie que le ayudara a introducirse en la piscina. Pero allí está Jesús. No necesitará introducirse en el agua de aquella piscina porque Jesús es el agua viva que sana y que salva. Aquel movimiento de aguas era un signo de la gracia y de la presencia del Señor. Pero allí está el Señor, no será necesario ningún signo porque será Jesús mismo quien le devuelva la salud y le de mucho más porque le hace llegar su salvación. ‘¿Quieres quedar sano?... Levántate, toma tu camilla y echa a andar. Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar… Mira has quedado sano, no peques más no sea que te suceda algo peor’, le dirá luego Jesús cuando de nuevo se encuentre con él. ¿Nos estará preguntando Jesús si queremos quedar sanos? ¿Tendremos en verdad deseos de esa salud y salvación que Jesús nos ofrece? Jesús está llegando cada día a nosotros a través de esta Palabra que escuchamos y de estas celebraciones que vivimos porque quiere hacernos llegar la salvación. Vayamos a Jesús verdadera agua vida de nuestra salvación. Quiere lavarnos y sanarnos, quiere perdonarnos y llenarnos de vida. Pero también nos dice ‘no peques más, no te suceda algo peor’. Que tengamos verdadera voluntad de no pecar más, de no volver otra vez a dejarnos seducir por la tentación y el pecado. Démosle profundidad a este camino que estamos haciendo para llegar verdaderamente renovados a la Pascua. Un último pensamiento. Aquel hombre no tenía quien le ayudara a introducirse en el agua de la piscina para obtener la salud. Muchos habrá a nuestro lado que necesiten también una mano que les ayude a caminar hacia la gracia hacia Jesús. ¿Queremos ayudarles? Esa preocupación por los demás, para hacer que todos los pecadores se conviertan, puede ser también una señal de nuestra verdadera conversión cuando queremos que todos alcancen esa gracia del Señor. Que nadie se quede a la vera del camino de la gracia porque nosotros no le ayudemos.

lunes, 4 de abril de 2011

Un cielo nuevo y una tierra nueva de vida y de salvación

Un cielo nuevo y una tierra nueva de vida y de salvación

Is. 65, 17-21; Sal. 29; Jn. 4, 43-54

El profeta anuncia la salvación como una nueva creación.’Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva…’ Nos recuerda lo que más tarde vamos a escuchar en el Apocalipsis cuando hablándonos del triunfo total del Cristo nos hablará también de un cielo nuevo y de una tierra nueva, porque el primer mundo ha pasado, nos dirá entonces.

‘Habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear’, continúa diciéndonos el profeta. Y nos describe con imágenes lo que será esa alegría y ese gozo para Jerusalén con la salvación que llega. Como siempre los profetas son muy ricos en imágenes para describirnos lo que va a ser esa alegría nueva, esa salvación que con el Mesías de Dios nos va a llegar. Nos habla de desaparecer el dolor y la muerte, de larga vida y de abundancia de frutos. Pero todo son imágenes que anuncian la salvación. Anuncios que llenan de alegría y de esperanza.

Ayer precisamente, en el cuarto domingo de Cuaresma, la liturgia dejaba entrever esa alegría por la salvación que llega y que está cerca. Mediado ya el camino de la cuaresma comenzamos a ir viendo los frutos de la salvación en nosotros. Por eso ayer ya era un día de alegría en la esperanza, sin perder, por supuesto, el carácter penitencial y austero que sigue teniendo la cuaresma. Ayer se suavizaban los colores de los ornamentos litúrgicos y se permitía algunos adornos que nos manifestaran esa alegría.

Todo ello nos invita a alabar al Señor, como lo hemos hecho en el salmo, porque en el Señor encontramos la gracia y la salvación. ‘Te ensalzaré, Señor, porque me has librado’. ¡Cómo no vamos a alabar, ensalzar, bendecir y dar gracias al Señor cuando sentimos tan presente su salvación en nuestra vida! Lo recordamos actuando siempre en nosotros ofreciéndonos la salvación.

En el evangelio nos aparece un nuevo signo de Jesús. Llega a Galilea donde es bien recibido y estando en Caná, donde había realizado el signo del agua convertida en vino en las bodas de Caná, llega ‘un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún’. Fe la de aquel hombre que va a buscar a Jesús tan lejos para pedirle ‘que baje a curar a su hijo que estaba muriéndose’. Ya escuchamos la respuesta de Jesús siempre para ponernos a prueba y que se aquilate bien nuestra fe. ‘Como no veáis signos y prodigios, no creéis’.

Si ayer contemplábamos el signo de la luz en la curación del ciego de nacimiento que llevará a aquel hombre a confesar su fe en Jesús, ahora contemplamos un signo de muerte y de vida, de enfermedad que puede conducir a la muerte, y de la vida que en Jesús podemos encontrar con la curación pero sobre todo con la salvación que nos ofrece. Este signo de la muerte y de la vida se irá repitiendo y el domingo escucharemos el evangelio de la resurrección de Lázaro como el gran signo, la gran señal de la vida que Cristo nos quiere dar.

Jesús envía de vuelta a aquel hombre a su casa diciéndole que su hijo está curado. Por camino vendrán sus criados a anunciarle que efectivamente su hijo está curado, ‘en la misma hora en que Jesús le había dicho que su hijo está curado’. Crece la fe de aquel hombre, porque con fe ya había venido a pedir a Jesús por la vida de su hijo. ‘Creyó él con toda su familia’, nos dice el evangelista.

Los signos de salvación anunciados por el profeta se cumplen en Jesús. Nos viene a corroborar en verdad que Jesús es el Mesías enviado, nuestra salvación, el que viene a desterrar la muerte para despertarnos a la vida, el que viene a quitar toda angustia de nuestro corazón para llenarnos de la paz y de la alegría de Dios. Que crezca de igual manera nuestra fe en El.

Vayamos a Jesús buscando su salvación; vayamos a Jesús y llenémonos de la vida que el quiere ofrecernos; vayamos a Jesús y sintamos cómo su gracia nos transforma, nos hace ese hombre nuevo que habite en ese cielo nuevo y en esa tierra nueva que nos anunciaba el profeta.

domingo, 3 de abril de 2011

Cristo nos abre los ojos a una nueva luz


1Sam. 16, 1.6-7.10-13;

Sal. 22;

Ef. 5, 8-14;

Jn. 9, 1-41

No todas las oscuridades son iguales ni todas las cegueras significan lo mismo. Hay oscuridades y cegueras que se quedan en lo físico porque estemos en un lugar cerrado por ejemplo donde no entre ningun tipo de luz o porque nuestros ojos estén dañados y no puedan percibir la luz, pero hay otras que son más hondas que nos harán incapaces de otras visiones que nos pueden afectar a lo más profundo de nuestro ser o de nuestra relación con los demás.

El evangelio nos habla de cegueras y nos habla de luz; contemplamos al ciego de nacimiento cuyos ojos estaban cerrados a la luz de este mundo, pero a lo largo del relato podemos contemplar otros ciegos incapaces de ver esas luces más hondas que puedan iluminar totalmente con un sentido nuevo la vida. Al final del relato algunos preguntarán ‘¿también nosotros estamos ciegos?’

Nos encontraremos con ciegos empecinados en no ver la luz; ciegos por cobardía como los padres de nuestro ciego de nacimiento curado que no querían dar la cara; ciegos incapaces de captar las señales de luz que llevarían a un reconocimiento de Jesús; o ciegos encerrados en sí mismos que no eran capaces de encontrar la luz por muy clara que estuviera delante de ellos.

Es hermoso todo el proceso y todo el camino que va recorriendo aquel hombre hasta que se encuentra con Jesús y confiesa su fe en El. Al principio quizá solo le interesaba que sus ojos se abrieran y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para poder ver. Se deja hacer, se deja conducir. Cualquiera no hubiera permitido que llenaran de lodo su cara y que de esa manera le hicieran recorrer las calles de Jerusalén para ir a lavarse a la piscina de Siloé.

‘Me puso barro en los ojos, me lavé y veo’, era lo que en principio contaba. Reconocerá el milagro y reconocerá que alguien que venía de Dios es el que podía hacer lo que con él había hecho al hacerle recobrar la visión de sus ojos. ‘Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder… jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento…’

Sus ojos se estaban abriendo a una nueva visión. Al principio sólo hablaba de un hombre que le había puesto barro en los ojos y lo había mandado a Siloé, después hablará que tiene que ser un profeta, reconocerá luego que es un hombre que viene de Dios, para terminar confesando su fe en Jesús como el Hijo del Hombre, como el Hijo de Dios cuando ya de nuevo se encuentre con El. ‘¿Crees tú en el Hijo del Hombre?... ¿y quién es para que crea en El?... lo estás viendo; el que te está hablando ese es... Creo, Señor’. Ya estaba viendo a Jesús, ya se había encontrado con Jesús. Ahora podía proclamar firmemente su fe en Jesús.

No era ya tan importante su ceguera o no ceguera física de sus ojos, sino la luz que esetaba iluminando su interior para llegar a reconocer a Jesús como el Mesías y como el Hijo de Dios. Es significativo que fuera precisamente a la piscina de Siloé a lavar sus ojos para que se abieran a la luz. Siloé significa ‘enviado’, y es yendo al encuentro del enviado del Padre, del Mesías de Dios como verdaderamente va a alcanzar la luz. Otros personajes que aparecen en el evangelio, como hemos dicho, tenían los ojos de la cara bien abiertos, pero era otra la ceguera que les afectaba para por distintas razones, sus razones, no llegar a reconocer a Jesús. Tenían ojos en la cara pero no querían ver.

‘¿También nosotros estamos ciegos?’ tenemos quizá que preguntarnos. ¿Cuáles son las cegueras que a nosotros pueden afectarnos? ¿Qué tinieblas puede haber dentro de nosotros? ¿Cuál es la luz que necesitamos? Este camino que vamos haciendo en nuestra cuaresma hacia la Pascua es un camino hacia la luz. Caminamos al encuentro del Señor que es nuestra luz. Queremos en verdad dejarnos iluminar por Jesús. Cuando llegue la Pascua todo tiene que brillar con la luz nueva de Jesús.

En la noche de la Vigilia Pascual de la resurrección del Señor toda la celebración gira en torno a la luz del Cirio Pascual y del Bautismo. Encenderemos esa luz nueva signo de Cristo resucitado que nos ilumina con su luz. Por eso del Cirio Pascual iremos tomando nuestra luz, dejándonos iluminar por Cristo resucitado. Con esa luz en nuestras manos renovaremos nuestro Bautismo recordando que en ese día también se nos dio una luz, la luz de Cristo, la luz de la fe, la luz de la vida nueva. Por eso a los bautizados se les llamaba los iluminados. Tenemos que ser en verdad los iluminados por Cristo. Y con esa luz lleguemos también a iluminar a los demás.

Precisamente nuestro camino cuaresmal ha de ser ese proceso también de caminar hacia la luz, desterrando de nosotros toda tiniebla. Es un proceso, como el de aquel ciego de nacimiento, de renovación interior, de iluminación interior, de apertura de los ojos del alma para llegar a conocer a Jesús, para llegar a reconocer a Jesús como el verdadero y único Señor y Salvador de nuestra vida.

Las tinieblas también nos pueden cegar de muchas maneras. Nos podemos obstinar en encerrarnos en nosotros mismos con nuestras dudas y con nuestros miedos. También nos puede suceder como aquellos que no querían dar la cara por miedo a lo que les pudiera pasar y nos podemos llenar de cobardías y temores. Nos podemos cegar encandilados por otras luces que nos pueden hacer perder el sentido de Dios, debilitar nuestra fe y arrastrarnos a las tinieblas del pecado.

San Pablo nos ha recordado ‘en otro tiempo érais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz, buscando lo que agrada al Señor sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas…’ Y nos habla de bondad, justicia y verdad como fruto de la luz. Por eso de cuántas tinieblas tenemos que arrancarnos, o mejor, Cristo viene a arrancarnos: la mentira, la injusticia, el mal, el odio, el desamor… Cristo quiere hacernos un hombre nuevo, iluminado por su luz. Nos invita a despertar, a levantarnos, a no quedarnos enterrados en el reino de la muerte porque ‘Cristo será tu luz’.

Como nos recordaba el Papa en su mensaje de Cuaresma para este año ‘el domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz»’.

Vamos, pues, a seguir haciendo nuestro camino de cuaresma, nuestro camino hacia la luz. Que desaparezcan esas cegueras de nuestro corazón. Como decíamos hay muchas clases de cegueras y algunas nos hacen mucho daño en el corazón. Es de las tinieblas de las que tenemos que arrancarnos. Y lo podemos hacer con la gracia del Señor. Dejémonos iluminar por la luz del Señor que nos haga ver la realidad de nuestra vida para arrancarnos de esas tinieblas de pecado. Es la renovación profunda que vamos queriendo lograr en este camino cuaresmal. Que se despierte nuestra fe, que se abra nuestro corazón a las obras del amor, que se llene nuestro espíritu de esperanza, que pongamos totalmente nuestra confianza en el Señor, que lleguemos a vivir la vida nueva de Jesús.

Que Cristo sea en verdad nuestra luz; que nosotros lleguemos a vivir como verdaderos hijos de la luz.