Un cielo nuevo y una tierra nueva de vida y de salvación
Is. 65, 17-21; Sal. 29; Jn. 4, 43-54
El profeta anuncia la salvación como una nueva creación.’Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva…’ Nos recuerda lo que más tarde vamos a escuchar en el Apocalipsis cuando hablándonos del triunfo total del Cristo nos hablará también de un cielo nuevo y de una tierra nueva, porque el primer mundo ha pasado, nos dirá entonces.
‘Habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear’, continúa diciéndonos el profeta. Y nos describe con imágenes lo que será esa alegría y ese gozo para Jerusalén con la salvación que llega. Como siempre los profetas son muy ricos en imágenes para describirnos lo que va a ser esa alegría nueva, esa salvación que con el Mesías de Dios nos va a llegar. Nos habla de desaparecer el dolor y la muerte, de larga vida y de abundancia de frutos. Pero todo son imágenes que anuncian la salvación. Anuncios que llenan de alegría y de esperanza.
Ayer precisamente, en el cuarto domingo de Cuaresma, la liturgia dejaba entrever esa alegría por la salvación que llega y que está cerca. Mediado ya el camino de la cuaresma comenzamos a ir viendo los frutos de la salvación en nosotros. Por eso ayer ya era un día de alegría en la esperanza, sin perder, por supuesto, el carácter penitencial y austero que sigue teniendo la cuaresma. Ayer se suavizaban los colores de los ornamentos litúrgicos y se permitía algunos adornos que nos manifestaran esa alegría.
Todo ello nos invita a alabar al Señor, como lo hemos hecho en el salmo, porque en el Señor encontramos la gracia y la salvación. ‘Te ensalzaré, Señor, porque me has librado’. ¡Cómo no vamos a alabar, ensalzar, bendecir y dar gracias al Señor cuando sentimos tan presente su salvación en nuestra vida! Lo recordamos actuando siempre en nosotros ofreciéndonos la salvación.
En el evangelio nos aparece un nuevo signo de Jesús. Llega a Galilea donde es bien recibido y estando en Caná, donde había realizado el signo del agua convertida en vino en las bodas de Caná, llega ‘un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún’. Fe la de aquel hombre que va a buscar a Jesús tan lejos para pedirle ‘que baje a curar a su hijo que estaba muriéndose’. Ya escuchamos la respuesta de Jesús siempre para ponernos a prueba y que se aquilate bien nuestra fe. ‘Como no veáis signos y prodigios, no creéis’.
Si ayer contemplábamos el signo de la luz en la curación del ciego de nacimiento que llevará a aquel hombre a confesar su fe en Jesús, ahora contemplamos un signo de muerte y de vida, de enfermedad que puede conducir a la muerte, y de la vida que en Jesús podemos encontrar con la curación pero sobre todo con la salvación que nos ofrece. Este signo de la muerte y de la vida se irá repitiendo y el domingo escucharemos el evangelio de la resurrección de Lázaro como el gran signo, la gran señal de la vida que Cristo nos quiere dar.
Jesús envía de vuelta a aquel hombre a su casa diciéndole que su hijo está curado. Por camino vendrán sus criados a anunciarle que efectivamente su hijo está curado, ‘en la misma hora en que Jesús le había dicho que su hijo está curado’. Crece la fe de aquel hombre, porque con fe ya había venido a pedir a Jesús por la vida de su hijo. ‘Creyó él con toda su familia’, nos dice el evangelista.
Los signos de salvación anunciados por el profeta se cumplen en Jesús. Nos viene a corroborar en verdad que Jesús es el Mesías enviado, nuestra salvación, el que viene a desterrar la muerte para despertarnos a la vida, el que viene a quitar toda angustia de nuestro corazón para llenarnos de la paz y de la alegría de Dios. Que crezca de igual manera nuestra fe en El.
Vayamos a Jesús buscando su salvación; vayamos a Jesús y llenémonos de la vida que el quiere ofrecernos; vayamos a Jesús y sintamos cómo su gracia nos transforma, nos hace ese hombre nuevo que habite en ese cielo nuevo y en esa tierra nueva que nos anunciaba el profeta.
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