El
amor cristiano no es para los mediocres, pero tampoco hace falta hacernos los
héroes, simplemente sintámonos hijos amados de Dios y correspondamos con un
amor igual
Deuteronomio 26, 16-19; Sal 118; Mateo
5, 43-48
Bueno,
no nos pongamos así, exigentes, que la cosa no es para tanto, yo hago lo
que puedo; bueno, yo no soy tan mala persona, soy amigo de mis amigos. Y así
nos ponemos a jugar a las rebajas porque, decimos, una cosa son los ideales, y
otra es la realidad con que nos tropezamos cada día, porque hay cada uno.
Y esto no lo dice uno que vive alejado
de todo sentimiento religioso, uno de tantos que nos podemos encontrar por ahí,
sino que muchas veces esto lo oímos en el seno de la propia comunidad
cristiana, entre los que vamos a misa el domingo, los que nos llamamos
cristianos y hasta quizás nos hemos apuntando a alguna asociación religiosa o
alguna cofradía. Así andamos los cristianos con nuestras mediocridades, así
andamos sin metas ni ideales, así vamos poco menos que arrastrándonos haciendo,
como solemos decir, lo que podemos pero no me exijan más.
Y hoy directamente nos pregunta Jesús
¿Qué estás haciendo de especial cuando dices que te llamas cristiano? Si amas
solamente a los que te aman, ayudas a los que te ayudan y de ahí no pasas, eso
lo hacen también los que no son cristianos, los gentiles, en una honradez y
rectitud de quienes comparten un mismo mundo. En algo tendremos que
diferenciarnos. ‘Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?
¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros
hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los
gentiles?’
Con esa mediocridad andamos por la
vida. En tantos aspectos, en todo lo que pueda significar superación o espíritu
de sacrificio para alcanzar mejores objetivos, más altas metas. Es la
mediocridad de nuestro amor con el que no convencemos a nadie. Porque no somos
más cristianos porque llevemos una medalla al cuello, sino cuando con nuestra
vida estamos reflejando el amor de Dios en el amor que nosotros tenemos a los demás.
‘Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial’, nos viene a
decir.
La meta que nos propone Jesús es que
lleguemos a amar a los enemigos, a los que nos hacen mal. Es la sublimidad del
amor cristiano; bien distinto de aquello que tan fácilmente decimos de que
somos amigos de mis amigos. Ser amigo del que ya es amigo mío no tiene nada de
especial, es simplemente corresponder. Y es que en el camino del amor cristiano
siempre tenemos que ir por delante, ser capaces de tomar la iniciativa, no
estamos esperando a que nos amen para nosotros amar.
Por eso hoy nos dice claramente Jesús contraponiéndolo
a lo que parece que seria lo normal o lo
habitual: ‘Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás
a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os
persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su
sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’.
Amar que significa llegar a rezar por
aquellos que nos hacen mal. No es fácil, pero si quieres comenzar a tener un
amor en el estilo de Jesús comienza por ahí, aunque te repugne comienza por
rezar por aquel que te haya injuriado, por aquel que te ha hecho mal, por aquel
que dice mal de ti, por aquel a quien cualquiera consideraría un enemigo; para
nosotros no es un enemigo, para nosotros es un hermano al que tengo que amar y
comienzo por rezar por él; cuando seas capaz de hacerlo, estarás amándolo ya
casi sin darte cuenta. Hacedlo que al final no es tan difícil, porque lo que
por otra parte comenzarás a sentir en tu corazón bien merece la pena.
El amor cristiano, es cierto, no es
para los mediocres, pero tampoco hace falta hacernos los héroes; simplemente
sintámonos hijos amados de Dios y comencemos a mirar con los ojos de Dios, como
en otro momento hemos reflexionado, y a amar con el amor de Dios.