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miércoles, 24 de febrero de 2021

Una vida de contradicciones y de vaivenes como la de Jonás pero que tenemos que saber convertir en pascua para que lleguemos a renacer a una vida nueva

 


Una vida de contradicciones y de vaivenes como la de Jonás pero que tenemos que saber convertir en pascua para que lleguemos a renacer a una vida nueva

Jonás 3, 1-10; Sal 50; Lucas 11, 29-32

Pedir signos, pedir pruebas, pedir milagros, pedir cosas concretas para fundamentar nuestra fe es un camino que de alguna manera todos recorremos. Pedimos pero no buscamos, pedimos pero no abrimos el corazón, pedimos pero no hacemos silencio para escuchar la respuesta, pedimos pero sin paciencia y sin esperanza porque ya casi damos por hecho que no vamos a tener respuesta. Pero ¿estaremos deseando de verdad encontrar esa prueba, ese signo, esa palabra que nos ilumine, que nos haga ver y creer?

Estamos en una generación en que apretamos un botón y se realizan mil cosas, muchas veces hasta sin tocar, con una lectura magnética quizá simplemente de nuestros ojos. Y como queremos que todo sea así no sabemos ponernos al paso del Dios que se nos revela, que no son nuestros pasos, que no son nuestras carreras ni superficialidades, que es algo mucho más hondo.

Y Jesús les dice que a esta generación no se les dará más signo que Jonás. Aquel profeta que Dios llamó para que fuera a predicar a Nínive. Pero un profeta que se nos presenta bastante contradictorio. Quizá por eso mismo Jesús nos dice que es nuestro signo, nuestra señal; porque quizá refleja mucho nuestras propias contradicciones, nuestras dudas y nuestros entusiasmos, nuestras vueltas atrás pero también las turbulencias que se nos presentan en el corazón porque queremos creer y no terminamos de creer, porque hasta algunas veces nos parece mucho lo que Dios está haciendo, mientras en otras protestamos porque no nos escucha.

Dios le llamó para que fuera a predicar a Nínive la gran ciudad, pero tuvo miedo. Se embarcó en sentido contrario. Pero los caminos se le fueron complicando, la tormenta no dejaba avanzar el barco, en sus creencias alguien con mala sobre podría ir en el barco y aquello era un castigo del cielo, se ofrece para ser arrojada al mar porque reconoce el error de ponerse en camino en sentido contrario. Y está por medio el cetáceo que se lo traga por tres días para regurgitarle sano y salvo y pueda emprender el camino hasta Nínive. Realiza la gran predicación y el pueblo responde. Pero ya en su misma predicación va con desconfianza, les pide que se vistan de saco y ceniza a ver si Dios se arrepiente de su amenaza y no se destruye la ciudad. No se siente seguro, por eso cuando el pueblo se arrepiente y Dios le perdona todavía tiene agallas para enfrentarse a Dios y decirle qué es que fue compasivo y misericordioso con aquel pueblo pecador.

Los vaivenes de nuestra propia vida; nuestras huidas pero también nuestros fervores, nuestras dudas y nuestros reclamos, nuestra inconstancia y la repetición de nuestras caídas después que tantas veces hemos sido perdonados. Pero Jonás será de verdad una señal para nosotros, un signo para que nos demos cuenta de nuestros vaivenes, para que de una vez por todas emprendamos el verdadero camino de salvación que Dios nos ofrece, para que creamos con toda nuestra fuerza en la misericordia y compasión del Señor que por nosotros se da y a todos ofrece siempre su perdón. Nos sentimos en ocasiones reconocedores de que no somos merecedores de ese perdón y de ese amor que Dios nos tiene y nuestro corazón se llena tantas veces de turbulencias y de dudas.

La señal de Jonás que es su vida misma. La señal de Jonás que es como una resurrección cuando vuelve a la vida después de estar tres días en el vientre del cetáceo; enterrados estamos nosotros en nuestro pecado, pero estamos llamados a una vida nueva. Es un camino de pascua toda nuestra misma vida. En cuaresma hacemos camino hacia la pascua, pero tenemos que ir haciendo pascua en nuestra vida aprendiendo a morir al pecado para renacer a una vida nueva. ¿Podremos ser signos también nosotros para los demás?

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