Una
vida de contradicciones y de vaivenes como la de Jonás pero que tenemos que
saber convertir en pascua para que lleguemos a renacer a una vida nueva
Jonás 3, 1-10; Sal 50; Lucas 11, 29-32
Pedir signos, pedir pruebas, pedir
milagros, pedir cosas concretas para fundamentar nuestra fe es un camino que de
alguna manera todos recorremos. Pedimos pero no buscamos, pedimos pero no
abrimos el corazón, pedimos pero no hacemos silencio para escuchar la
respuesta, pedimos pero sin paciencia y sin esperanza porque ya casi damos por
hecho que no vamos a tener respuesta. Pero ¿estaremos deseando de verdad encontrar
esa prueba, ese signo, esa palabra que nos ilumine, que nos haga ver y creer?
Estamos en una generación en que
apretamos un botón y se realizan mil cosas, muchas veces hasta sin tocar, con
una lectura magnética quizá simplemente de nuestros ojos. Y como queremos que
todo sea así no sabemos ponernos al paso del Dios que se nos revela, que no son
nuestros pasos, que no son nuestras carreras ni superficialidades, que es algo
mucho más hondo.
Y Jesús les dice que a esta generación
no se les dará más signo que Jonás. Aquel profeta que Dios llamó para que fuera
a predicar a Nínive. Pero un profeta que se nos presenta bastante
contradictorio. Quizá por eso mismo Jesús nos dice que es nuestro signo,
nuestra señal; porque quizá refleja mucho nuestras propias contradicciones,
nuestras dudas y nuestros entusiasmos, nuestras vueltas atrás pero también las
turbulencias que se nos presentan en el corazón porque queremos creer y no
terminamos de creer, porque hasta algunas veces nos parece mucho lo que Dios
está haciendo, mientras en otras protestamos porque no nos escucha.
Dios le llamó para que fuera a predicar
a Nínive la gran ciudad, pero tuvo miedo. Se embarcó en sentido contrario. Pero
los caminos se le fueron complicando, la tormenta no dejaba avanzar el barco,
en sus creencias alguien con mala sobre podría ir en el barco y aquello era un
castigo del cielo, se ofrece para ser arrojada al mar porque reconoce el error
de ponerse en camino en sentido contrario. Y está por medio el cetáceo que se
lo traga por tres días para regurgitarle sano y salvo y pueda emprender el
camino hasta Nínive. Realiza la gran predicación y el pueblo responde. Pero ya
en su misma predicación va con desconfianza, les pide que se vistan de saco y
ceniza a ver si Dios se arrepiente de su amenaza y no se destruye la ciudad. No
se siente seguro, por eso cuando el pueblo se arrepiente y Dios le perdona
todavía tiene agallas para enfrentarse a Dios y decirle qué es que fue
compasivo y misericordioso con aquel pueblo pecador.
Los vaivenes de nuestra propia vida;
nuestras huidas pero también nuestros fervores, nuestras dudas y nuestros
reclamos, nuestra inconstancia y la repetición de nuestras caídas después que
tantas veces hemos sido perdonados. Pero Jonás será de verdad una señal para
nosotros, un signo para que nos demos cuenta de nuestros vaivenes, para que de
una vez por todas emprendamos el verdadero camino de salvación que Dios nos
ofrece, para que creamos con toda nuestra fuerza en la misericordia y compasión
del Señor que por nosotros se da y a todos ofrece siempre su perdón. Nos
sentimos en ocasiones reconocedores de que no somos merecedores de ese perdón y
de ese amor que Dios nos tiene y nuestro corazón se llena tantas veces de
turbulencias y de dudas.
La señal de Jonás que es su vida misma.
La señal de Jonás que es como una resurrección cuando vuelve a la vida después
de estar tres días en el vientre del cetáceo; enterrados estamos nosotros en nuestro
pecado, pero estamos llamados a una vida nueva. Es un camino de pascua toda
nuestra misma vida. En cuaresma hacemos camino hacia la pascua, pero tenemos
que ir haciendo pascua en nuestra vida aprendiendo a morir al pecado para
renacer a una vida nueva. ¿Podremos ser signos también nosotros para los demás?
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