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sábado, 9 de marzo de 2024

Nos sentimos humildes acogiéndonos a la misericordia porque somos pecadores pero en nuestra humildad también somos agradecidos porque Dios realiza maravillas en nosotros

 


Nos sentimos humildes acogiéndonos a la misericordia porque somos pecadores pero en nuestra humildad también somos agradecidos porque Dios realiza maravillas en nosotros

Oseas 6, 1-6; Salmo 50; Lucas 18, 9-14

Claro que sí, nos gustaría ser impecables, perfectos, sin cometer ningún error, que todo lo hiciéramos bien siempre, pero no seamos autosuficientes ni orgullosos, que bien sabemos de la pasta que estamos hechos, por decirlo de alguna manera, no somos perfectos, no podemos ir por ahí dándonosla siempre de que somos poco menos que perfectos, que todo lo hemos hecho bien en la vida, y que somos mejores que los demás.

Nos puede suceder a todos, y bien vemos en la vida que nos encontramos con personas así, que siempre se creen perfectos, que consideran que siempre pueden estar dando consejitos a los demás para que sean buenos, porque así se creen que son ellos. Qué mal nos sentimos cuando nos encontramos personas así, autosuficientes y siempre llenas de orgullo. Pero cuidado nosotros de alguna manera queramos presentar muchas veces esa fachada ante los demás y cuánto nos cuesta reconocer nuestros fallos, nuestros errores, los tropiezos que vamos teniendo tantas veces en la vida.

Hay muchas reacciones en general en la gente ante actitudes así. Y es que nos hacemos insoportables con nuestros orgullos y vanidades, aunque nos creamos que vamos deslumbrando a los demás. Pero también nos encontramos con los que no soportan que a su lado haya personas buenas, no perfectas porque ya decíamos que nadie es perfecto, pero a quien no siempre lucha lo suficiente por superarse, sabe quizás que no está haciendo bien pero no pone mucho de sí mismo para salir de ese estado, su propia impotencia les lleva a la desconfianza y a la descalificación de los demás.

No sé por qué, bueno la raíz en cierto modo está en esto que estamos diciendo, se ataca con tanta fiereza a los que intentan hacer el bien, son asiduos de la Iglesia e intentan vivir con la mejor rectitud su vida cristiana. Bien sabemos cómo hay siempre quien trata de descalificar todo lo bueno, echar cenizas allí donde puede brillar alguna luz, porque en cierto modo a los que viven en tinieblas les molesta la luz. También es cierto que a quienes intentan hacer las cosas bien no les falta la tentación también de la vanidad y del orgullo.

Hoy nos propone Jesús en el evangelio una pequeña parábola. Habla de los dos que subieron al templo a orar, y mientras uno no hacía sino vanagloriarse poco menos que a voz en grito delante de todos diciendo lo bueno y la justo que era por algunas de las cosas que hacía, el otro desde un rincón del templo casi no se atrevía a levantar su rostro porque se sentía pecador y no hacía sino pedir la compasión de Dios. Y nos termina diciendo Jesús en la parábola que éste bajó a su casa justificado, por la humildad de sentirse pecador, mientras el otro no.

Creo que el mensaje está claro. No podemos andar por la vida con esas vanidades y menos podemos presentarnos delante de Dios queriendo auto justificarnos siempre de lo que hacemos. No es con una lista de méritos en las manos como tenemos que presentarnos ante de Dios. Es desde la humildad desde donde nuestro corazón será agradable a Dios, como también nos hacemos más agradables ante los que nos rodean.

Nos sentimos pecadores y nos acogemos a la misericordia de Dios, con la certeza y la garantía de que el Señor es siempre compasivo y misericordioso. Pero en esa actitud humilde ante de Dios también tenemos que saber reconocer la obra de gracia que Dios realiza en nosotros.

¿No lo hizo María, como canta en el Magnificat, que el Señor se fijo en la pequeñez de su esclava e hizo obras grandes y maravillosas en ella? también la gratitud es una forma de mostrar nuestra humildad; porque somos verdaderamente humildes somos agradecidos, porque reconocemos la acción de Dios en nuestra vida. Y no es que vayamos con una lista de méritos delante del Señor, pero si hemos de saber reconocer los pasos que vamos dando viendo en ellos una obra de Dios que nos ha dado fuerza, que nos ha regalado su gracia y así podemos ir avanzando en la vida.


viernes, 8 de marzo de 2024

Escuchemos en la sinceridad del corazón como Dios es nuestro único Señor por el amor que nos tiene y con ese mismo amor amemos también a nuestro prójimo

 


Escuchemos en la sinceridad del corazón como Dios es nuestro único Señor por el amor que nos tiene y con ese mismo amor amemos también a nuestro prójimo

Oseas 14, 2-10; Salmo 80; Marcos 12, 28b-34

Tenemos que comenzar por escuchar. Eso que nos cuesta tanto. Somos muy charlatanes, en todos los sentidos. Y quizás lo que hacemos es escucharnos a nosotros mismos. Si por la vida fuéramos con oído más atento, con nuestros sentidos más abiertos para captar y sentir lo que palpita a nuestro alrededor, otras seguramente serían nuestras actitudes, las posturas que tomamos ante los demás, las razones que encontramos para darle un nuevo sentido a la vida.  Pero nos hemos creado nuestro castillo de sueños y de ilusiones y algunas veces está en el aire. Nos hemos hecho nuestras ideas y según nuestro yo queremos siempre actuar, y hay algo distinto, hay otra cosa, hay otra forma de mirar. ¿Por qué no nos ponemos a escuchar, por qué no nos ponemos a escuchar a Dios?

Fijémonos en el texto del evangelio que hoy se nos propone, e incluso fijémonos también en la lectura profética. Un escriba se acerca a Jesús para preguntarle cuál es el primer mandamiento, cuál es lo primero que tenemos que cumplir. Y Jesús responde con literalmente con un texto de la Escritura, texto por otra parte que todo buen judío conocía y repetía muchas veces al día, porque era siempre su manera de orar a Dios y hacerle presente en su vida, aunque muchas veces se quedar en un repetir formalmente unas palabras sin fijarse en su verdadero contenido.

Y Jesús, en esta ocasión, comienza repitiendo textualmente lo que decía la Escritura Santa. ‘El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Fijémonos cómo comienza el texto, primero que nada tenemos que escuchar y según lo escuchado actuaremos en consecuencia con ese amor a Dios sobre todas las cosas.

‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor’. Escuchar y reconocer es mucho lo que implica. Sí, es un acto de fe, para reconocer que nuestro Dios es nuestro único Señor. ¿Qué significa esto? ¿Por qué es el único Señor? Con una palabra tenemos que responder, por su amor. Es una manera de recordar y reconocer todo lo que ha sido la historia de amor de Dios para con su pueblo a través de toda su historia. Cuando Moisés transmite estas palabras al pueblo tienen aún reciente como se han visto liberados de Egipto, cómo con la acción de Dios pudieron atravesar el mar Rojo abriéndose sus caminos ya para siempre para la libertad; como Dios se ha hecho presente en su travesía por el desierto, costosa es cierto, pero allí ha estado el Señor como una columna luminosa y como un nube que les daba sombra para suavizar el camino. Ahí recuerdan toda la historia de la salvación, que es toda una historia de amor, y Dios es el único Señor, al que adorar y al que amar con el todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo su ser.

Escuchemos nosotros también. Escuchemos toda esa historia de amor de Dios en nuestra vida. Si nos detenemos y nos ponemos a escuchar será mucho lo que tenemos que reconocer. Cada uno tiene su historia, sus luchas, sus fracasos, sus esfuerzos, sus trabajos, sus tropiezos, sus momentos de sombras pero también sus momentos de luz. Recordemos con sinceridad, escuchemos lo que sentimos en el corazón. Es mucho lo que hay en lo que se ha manifestado ese amor de Dios. ¿Cómo no le vamos a amar también sobre todas las cosas?

Pero escuchemos también que esa voz que resuena fuerte en nuestro interior nos hace mirar algo más; tenemos que mirar en nuestro entorno, tenemos que mirar a los que caminan a nuestro lado, tenemos que mirar a nuestro prójimo. Y no los podemos dejar fuera de ese amor. Es que no sería verdadero el amor que le tuviéramos a Dios si no amamos a los hermanos que son también sus hijos, si no somos capaces de amarnos como nos amamos a nosotros mismos. Es con lo que concluye la respuesta de Jesús.

Ojalá escuchemos también desde esa voz de Dios que por nuestro amor a nosotros nos dice también ‘no estás lejos del Reino de Dios’.


jueves, 7 de marzo de 2024

Hemos de mantener una lucha constante para permanecer en la fidelidad del amor y no dejar que la malicia enturbie de nuevo el corazón

 


Hemos de mantener una lucha constante para permanecer en la fidelidad del amor y no dejar que la malicia enturbie de nuevo el corazón

Jeremías 7,23-28; Salmo 94; Lucas 11,14-23

Alguna vez habremos visto algo delante de nosotros y, aunque ha sido un hecho real y palpable, no un sueño ni nada imaginado, sin embargo hemos dicho no me lo puedo creer. Nos quedamos atónicos, sin saber qué decir, qué explicación podemos dar, pero no nos lo terminamos de creer. Algo que nos sorprende, inesperado, que no esperábamos en aquella situación, que no esperábamos de aquella persona y así nos quedamos sin palabras.

Estoy haciendo referencia a esto, en la que no hemos metido ninguna maldad por medio, pero parece que no siempre vamos con ese corazón limpio de malas intenciones; porque quizás por desconfianza que nos tenemos los unos de los otros, quizás porque hemos tenido quizás algún contratiempo con esas personas, quizás porque recordamos viejos enfrentamientos en nuestra relaciones vecinales o en nuestras relaciones laborales, hay personas, como decíamos, de las que desconfiamos, hay personas que no las miramos bien, hay personas a las que podemos ver realizar las mayores maravillas y las cosas más hermosas del mundo, a las que enseguida ponemos, como solemos decir, un pero; vemos segundas intenciones, vemos intereses ocultos que solo nosotros vemos por lo turbia que ya está de antemano nuestra mente, y si podemos quitarle el mérito se lo quitamos, si podemos desprestigiar en esas andamos, si podemos sembrar desconfianza en los demás ya nos estamos frotando las manos.

La malicia que se ha metido en nuestro corazón ya no nos deja ver la verdad y lo bueno. Reconozcamos que cosas así nos suceden a nosotros o las vemos en nuestro entorno con demasiada frecuencia; y no digamos nada cuando se meten las ideas políticas por medio con sus enfrentamientos.

Es lo que estaba sucediendo en torno a Jesús y de lo que nos habla hoy el episodio del evangelio. Jesús le ha hecho recobrar el habla a un mudo; el evangelista nos lo relata con el lenguaje propio de la época, pues nos habla de la expulsión de un demonio; en fin de cuentas siempre podemos decir que es la liberación de un mal, de una carencia que tenía aquella persona para expresarse y comunicarse con los demás. Eran los signos anunciados por los profetas y que en aquel texto de la sinagoga de Nazaret se nos recordarán.

Hay personas que saben ver la acción de Dios en aquella acción de Jesús y su reacción son las alabanzas a Dios como vemos tantas veces en el evangelio. Pero hay quien no quiere aceptarlo, no quieren ver lo que está sucediendo delante de sus ojos, no querían aceptar a Jesús. Y vienen las reacciones, como decíamos antes la ceguera, la desconfianza, el desprestigio, la intención oculta, etc… Ahora dicen que Jesús obra milagros expulsado demonios y lo hace con el poder del príncipe de los demonios, son las incongruencias en que caemos en la vida cuando nos ciega la malicia del corazón.

Pero Jesús querrá dejarnos un mensaje. Dejémonos purificar, pero cuidemos mantener esa pureza y esa santidad de nuestros corazones. Tantas veces vamos dando pasos en nuestra vida de superación, de crecimiento espiritual, tenemos momentos hermosos y llenos de fervor, pero si nos descuidamos pronto podemos caer de nuevo por la pendiente de la tibieza, de la frialdad de nuestros corazones dejando meter de nuevo el mal en nuestra vida. Es una lucha constante, es cierto, pero es el sabernos mantener en fidelidad al amor que hemos recibido para mantenernos siempre en el buen camino. Si nos descuidamos pronto vamos a darnos cuenta que en lugar de recoger buenos frutos con el Señor lo que estamos haciendo es desparramar esa gracia de amor que el Señor nos ha regalado.

Cuidado, nos dice Jesús, que el que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama. ¿Queremos caer por esa pendiente de nuevo dejando meter la malicia en nuestros corazones? ‘Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor y no endurezcáis el corazón’.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Un acicate y un reto para ahondar más en nuestra fe, en el conocimiento de Dios y su voluntad, para profundizar en el evangelio y querer hacer un camino de vida cristiana

 


Un acicate y un reto para ahondar más en nuestra fe, en el conocimiento de Dios y su voluntad, para profundizar en el evangelio y  querer hacer un camino de vida cristiana

Deuteronomio 4, 1. 5-9; Salmo 147; Mateo 5, 17-19

Bien sabemos con cuanta facilidad pueden aflorar en nosotros unas raicillas de rebeldía que poco menos quieren hacer de nosotros unas gentes sin ley porque nos queremos quitar de encima todas las normas y leyes que nos pensamos que nos oprimen y nos quitan la libertad. Pueden ser raicillas personales, pero también constatamos que son movimientos que se suceden en nuestra sociedad en la que todo se quiere cambiar, y para eso lo primero que hacemos es anular normas y leyes con el señuelo de la libertad en que cada uno tenemos el derecho de hacer de nuestra vida lo que queramos; pero también somos conscientes que muchas veces no es anular sino sustituir por cosas caprichosas desde ideologías particulares y que tratan de imponer sea como sea a los demás y creo que al final estaremos cayendo en peor esclavitud, porque no entra la razón sino el capricho personal, el hacerme yo notar y finalmente crear peor desestabilidad.

Hoy nos ofrece el evangelio y la palabra de Dios que se nos proclama en todo su conjunto unos textos maravillosos que nos hablan de vida y de sabiduría que en el fondo vienen a engrandecer a la persona porque quien se deja conducir por los mandamientos del Señor siempre estará buscando el bien, siempre caminará por caminos de respeto y de valoración, y estará dándonos en lo más hondo de nosotros mismos la libertad más verdadera y que más nos engrandece.

Ya le decía Dios a su pueblo a través de las enseñanzas de Moisés que quien escucha los mandamientos del Señor y los cumple tendrá vida y encontrarán la verdadera sabiduría. Merece la pena detenerse a leer con atención este texto del Deuteronomio. ‘Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar…’

Escuchar y cumplir para tener vida, para alcanzar aquellos sueños de plenitud que estaban latentes en el corazón del hombre. Ese entrar a tomar posesión de la tierra que el Señor les va a dar es la culminación de un camino hacia la libertad que han realizado en un camino de desierto, pero desde que fueron liberados de la esclavitud de Egipto. Nos habla de esclavitud y de libertad, nos habla de vida y de posesión de una tierra como signo de esa libertad. Y continuará diciéndoles: ‘Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos…’ de manera que todos lo reconocerán. ‘Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación’.

Con razón nos dirá Jesús en el sermón del monte, que hoy en parte escuchamos en el evangelio. ‘No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud…’ En Jesús encontramos esa Sabiduría, en Jesús encontramos esa vida porque El ha venido para que tengamos vida y vida en plenitud. Por eso nos dirá en otro momento que El es el camino, y la verdad, y la vida, y quien le sigue alcanzará vida eterna. En Cristo se nos ha revelado la verdad del hombre, como tantas veces nos repetía san Juan Pablo II.

No nos dejemos seducir por tantos cantos de sirena que en el mundo podemos o vamos a encontrar que nos van a decir que cuando han quitado la religión de sus vidas es cuando han encontrado vida porque ahora sin mandamientos ni nada que los coarte hacen solamente lo que les apetece sin que nada ni nadie tenga que decirles cómo han de actuar.

¿Qué es lo que nos encontramos muchas veces? Gentes esclavizados de sus caprichos, de su vanidad o de su amor propio, gente que solo piensa en si mismo y pronto podrán comenzar a avasallar a los demás tratando de imponer sus criterios, su modo de vida; nos encontraremos una nueva esclavitud cuando con tanta ligereza no siempre respetemos la dignidad de las personas, de toda persona, sea quien sea y venga de donde venga. Algunos te dirán que abandonaron la religión para ser más libres pero son personas que nunca tampoco vivieron una verdadera religión, nunca supieron encontrar ese sentido de Dios en sus vidas, gentes que aunque algunas veces se llamaran cristianos o hicieran algunos actos de culto realmente ya estaban viviendo sus vidas sin Dios.

Aunque nos duela en el corazón respetamos sus opciones y sus decisiones porque respetamos su libertad, como queremos también que los demás respeten nuestro camino, y no nos vamos a dejar convencer. Es para nosotros un acicate y un reto para ahondar más en nuestra fe, en el conocimiento de Dios y de lo que es su voluntad, para profundizar en el evangelio y de verdad querer hacer un camino de vida cristiana. Este tiempo de Cuaresma que estamos recorriendo es una llamada a la que tenemos que saber dar respuesta para de verdad llegar a la Pascua y haya de verdad paso de Dios por nuestra vida.

martes, 5 de marzo de 2024

Seamos capaces de entrar en la línea del perdón que es comenzar a amar al otro con un amor como el de Dios

 


Seamos capaces de entrar en la línea del perdón que es comenzar a amar al otro con un amor como el de Dios

Daniel 3, 25. 34-43; Salmo 24; Mateo 18, 21-35

Aunque no pretendemos enmendar la forma como nos lo plantea el evangelio se me ocurre pensar ¿qué es lo que querríamos nosotros, sin en un arranque de humildad – y ya sabemos cuanto nos cuesta eso también – nosotros fuéramos capaces de reconocer nuestro error y nuestro pecado y acudiéramos en búsqueda de perdón? ¿Qué tipo de perdón sería el que nosotros desearíamos para nosotros mismos? ¿Con qué amplitud?

Parece que la medida que queremos cuando es a favor nuestro es bien distinta de la que nosotros solemos ofrecer a los demás. Cuando queremos que nos perdonen seguro que lo que deseamos es que nos perdonen y ya no vuelvan a tener en cuenta aquellos errores, o aquellos delitos como queramos llamarlos, que nosotros hemos cometido. Sin embargo qué raquíticos somos cuando se trata de ofrecer nuestro perdón a quien nos haya podido haber ofendido.

Es lo que se nos está planteando hoy en el evangelio. Jesús nos ha hablado a lo largo del evangelio de ese amor que generosamente siempre tenemos que ofrecer a los demás; y el amor entraña el perdón. Recordemos que en el sermón de la montaña nos ha hablado del amor a los enemigos, y nos ha enseñado también a rezar por aquellos que nos han injuriado y ofendido. Cuando entramos en la órbita del amor que nos enseña Jesús entramos en la línea de la generosidad del corazón y generosidad es perdonar. Mientras no seamos capaces de entrar en esa órbita, mientras no seamos capaces de cambiar los parámetros de nuestra vida, se nos hará imposible el perdón.

Los discípulos de Jesús parece que comenzaban a tenerlo un poco claro, aunque aun costaba dar el brazo a torcer. Cuando Pedro se adelante a hacerle la pregunta a Jesús podríamos decir que de alguna manera está ya queriendo dárselas de generoso. Lo que enseñaban los maestros de la ley en sus interpretaciones de la Escritura comenzaba con la ley del talión. Ya era una rebaja, porque de alguna manera no podía sobrepasarte en la medida de la ofensa que tú habías recibido. ‘Ojo por ojo y diente por diente’, no dos ojos por uno ni mucho menos. Pero eso incluso ya Jesús lo había abolido cuando nos hablaba del amor a los enemigos y de orar por aquellos que nos habían ofendido. En algo tenía que diferenciarse un seguidor de Jesús porque lo otro lo hacía cualquiera.

Como decíamos Pedro va de generoso, cuando habla de ‘hasta siete veces’, porque lo que enseñaban los maestros de la ley era mucho más restringido, y además no era lo mismo a un hombre que a una mujer, a un judío que a un gentil. Pero Pedro aun se está quedando corto con el sentir de Jesús. ‘No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete’. La medida es bien distinta porque eso entrañará una generosidad y un perdón universal.

Pero como hemos escuchado en el evangelio Jesús propone una parábola. Un criado que es perdonado por su amo y señor de una deuda bien cuantiosa, pero que luego no es capaz de perdonar al compañero que le debía una pequeña cantidad.  Las diferencias son grandes, pero duro es el corazón de aquel hombre que no ha sabido valorar el perdón que él ha recibido de su señor. Y es aquí donde estamos siendo retratados.

Con qué facilidad venimos a rezar la oración que Jesús nos enseñó pero haciéndonos, por así decirlo, algunos paréntesis para no escuchar en nuestro interior algo que estaremos diciendo con nuestros labios. ‘Perdona nuestras ofensas’ le decimos nosotros al Señor queriendo que Dios sea generoso con nosotros, pero de alguna manera nos comemos las palabras que siguen porque para nada las tenemos en cuenta, ‘como nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Qué poca atención le prestamos a estas palabras.

Necesitamos la humildad, primero que nada, de reconocer nuestro pecado, y llamémoslo así con esa palabra, que da la impresión que algunas veces la rehuimos como si le tuviéramos miedo. Es nuestro pecado, somos pecadores. Hemos de tener la valentía de reconocerlo. Pero hemos de saber reconocer también la grandeza del amor de Dios para con nosotros, de su generosidad en el perdón. Eso que tanto deseamos, pero que también con la misma generosidad hemos de saber también ofrecerlo.

Es la medida del amor de Dios la medida con que nosotros hemos de saber amar a los demás. Porque lo queremos hacer a la manera de Dios, que es compasivo y misericordioso como tantas veces decimos con los salmos en nuestras oraciones; es lo que además Jesús nos propone, ser compasivos y misericordiosos como nuestro Padre del cielo es compasivo y misericordioso.

Entramos en esa órbita del amor. Y como decíamos al comenzar nuestra reflexión, eso mismo que pedimos a Dios para nosotros seamos capaces de ofrecerlo con generosidad a los demás. Las cosas se verán de otra manera, aparecerá pronto la línea del perdón, que es comenzar a amar con un amor como el de Dios.

lunes, 4 de marzo de 2024

El paso por el tamiz de la humildad nos llevará a descubrir nuestra verdadera grandeza, hará posible el encuentro con Dios, y facilitará nuestra relación con los demás

 


El paso por el tamiz de la humildad nos llevará a descubrir nuestra verdadera grandeza, hará posible el encuentro con Dios, y facilitará nuestra relación con los demás

2Reyes 5, 1-15ª; Salmo 41; Lucas 4, 24-30

No es fácil muchas veces pasar por el tamiz de la humildad. Es muy fino y delicado, por su entramado hay que hacerse muy pequeño para poder traspasarlo.

Cuánto nos cuesta reconocer la realidad de nuestra vida, cuánto nos duele cuando nos hacen agachar nuestra cabeza, cuánto nos cuesta pasar por la puerta estrecha porque cada vez andamos más inflados. Si viene alguien con halagos  y alabanzas, aunque buenamente digamos – y no sé si sería de bocas a fuera como suele decirse – que no lo merecemos, que habíamos hecho lo que teníamos que hacer y no se cuantas cosas más, sin embargo en el fondo estamos agradeciendo esas alabanzas y si pudiéramos se las restregaríamos en el rostro a tantos que pensamos nosotros que no nos valoran ni nos tienen en cuenta. En el fondo nuestro orgullo se quiere alimentar y nuestro ego parece que necesita inflarse. Eso de la humildad acaso pensamos que no es para nosotros.

Como nos narra el texto del libro de los Reyes, hasta Israel ha llegado un hombre muy embebido en su soberbia, pero que sin embargo está enfermo; viene porque una esclava de su mujer le ha dicho que en Israel hay un profeta que puede curarlo. Allá viene con sus credenciales de poder, pero finalmente tiene que llegar hasta la pobre casa del profeta. No sale a recibirlo, como él esperaba con todas las credenciales de grandeza que le acompañaban, sólo el profeta le manda a decir que vaya al río Jordán y se lave siete veces. Herido en su orgullo quiere marcharse, porque en su tierra hay ríos más importantes que aquel para él minúsculo río del Jordán; convencido por sus acompañantes poco a poco va descendiendo de sus pedestales y pasa por el tamiz de la humildad bañándose en el Jordán y sintiéndose curado. Vendrán luego la gratitud y los reconocimientos, pero solo cuando ha pasado por ese tamiz de la humildad se ha encontrado con la gracia y el poder del Señor.

Es a ese episodio al que hace referencia Jesús en su visita, precisamente, a su pueblo y a la sinagoga de Nazaret. Se sienten inflados en su orgullo las gentes de Nazaret por lo que han oído que Jesús ha ido realizando en otros lugares.  Pero en su orgullo persiste la desconfianza, como sucede tantas veces. Parece que el orgullo y la soberbia solo nos hacen creer en nosotros mismos porque nos sentimos grandes. Y Jesús no realiza en Nazaret ninguno de aquellos milagros que ellos esperaban. Como hemos dicho les recuerda el episodio de Naamán el leproso sirio, pero no aprenden la lección. Más bien tratarán de quitarse de en medio a Jesús porque se sienten heridos en su orgullo.


Cómo comenzamos a tirar dardos contra los demás cuando nos vemos humillados, fácilmente nos volvemos violentos y destructivos. Aparecerán pronto los resabios y descalificaciones.
‘Es el hijo del carpintero’, dirán de Jesús, ‘aquí están sus parientes’, como queriendo siempre minimizar los que nos parece grande o nos sentimos heridos por su luz.

¿Qué nos sucede tantas veces con aquellas personas que decíamos que apreciábamos? pero cuando no actuaron como nosotros esperábamos qué pronto nos volvemos contra ellas y cómo todo fácilmente se transforma en resentimientos y en odio. Eran tan amigos y ahora no se pueden ver, porque no supieron pasar por ese tamiz de la humildad su amistad y los pequeños roces o la falta de entendimiento y comprensión se convierten en desaires que crean abismos y distanciamientos.

Pero ¿no nos sucede de manera semejante en nuestra relación con Dios? Lo primero que aparece muchas veces es decir que Dios no nos escucha y no sabemos aceptar con humildad lo que son los planes de Dios para nuestra vida; cómo se enfría fácilmente nuestra religiosidad, como nos vamos alejando poco a poco cayendo en una tibieza espiritual que se hace pendiente que nos lleva al abandono de todo.

Sólo cuando tengamos un corazón humilde podremos llegar a reconocer la grandeza del amor de Dios y cómo en nosotros, sin que sepamos reconocerlo, sin embargo Dios siempre está haciendo maravillas.


domingo, 3 de marzo de 2024

A ese templo de religión y cristianismo que nos hemos construido Jesús tendría que venir a derribar muchas cosas y a hacernos cambiar muchas actitudes


 

A ese templo de religión y cristianismo que nos hemos construido Jesús tendría que venir a derribar muchas cosas y a hacernos cambiar muchas actitudes

 Éxodo 20, 1-17; Salmo 18; 1Corintios 1, 22-25; Juan 2, 13-25

Cuidado que el árbol no nos deje ver el bosque; cuidado que la anécdota se convierta en el atractivo y no nos deje profundizar en el mensaje para que nos llegue a nuestra vida en la situación concreta en que vivimos.

Tentados estamos en darle vueltas y más vueltas al episodio que se nos narra hoy en el evangelio, con las explicaciones de por qué aquellos animales para los sacrificios o el motivo de aquellos cambios de monedas en el templo y nos quedemos en lo que pudiera ser anecdótico y solo un signo que nos lleva a algo más profundo.

¿En qué situaciones nos podemos encontrar hoy y que encuentren como un eco en lo que nos narra el evangelio? muchas veces quizás hayamos podido convertir todo lo que atañe a nuestra relación con Dios y en lo que convertimos muchas veces nuestra vida cristiana en unas costumbres – siempre nos lo han enseñado así, nos decimos -, en unos ritos que repetimos – porque eso es la tradición -, en unas cosas que tenemos que cumplir – porque cuando cumplimos ya nos quedamos satisfechos y parece, por ejemplo, que el domingo no es domingo porque no hemos venido a Misa, aunque nos la pasáramos pensando en las musarañas -. Y en eso reducimos muchas veces todo lo que es ser cristiano.

¿Dónde ha estado en nuestras celebraciones un encuentro vivo con Dios sintiendo el gozo de su presencia allá en lo más hondo de nosotros? ¿Qué marca ha dejado en nuestra vida esa Palabra de Dios que se ha proclamado en la celebración? ¿Cuando salimos de la Iglesia ya vamos con el propósito de algo nuevo y distinto que allí en la Palabra de Dios encontramos? ¿Qué recuerdo nos queda el domingo por la tarde de esa Palabra que escuchamos en la Misa de la mañana? Y así podríamos hacernos muchas más preguntas. ¿En qué estábamos, o donde estábamos mientras se iba realizando el rito de la celebración? ¿Nos habremos quedado en un culto vacío?

 Pero bien nos damos cuenta que todo nuestro ser cristiano no se reduce al cumplimiento, y volvemos con la misma palabra, de unos ritos o unas celebraciones. El evangelio de Jesús es una propuesta de vida, es un sentido nuevo para lo que hacemos y para lo que es toda nuestra vida. El evangelio es una buena noticia – porque así mismo lo significa la palabra – de una vida nueva que llamamos el Reino de Dios.  ¿El Reino de Dios se nos queda en que le pongamos una hermosa corona a nuestra imagen preferida de Jesús o de la Virgen o los santos? Entre vosotros no será como en los reinos de este mundo, les dice Jesús en muchas ocasiones a los discípulos. Y nos hablará de unas actitudes nuevas que hemos de tener los unos con los otros.

Es lo que en verdad tenemos que descubrir. Cuando estamos reconociendo que Dios es el único Señor de nuestra vida estamos abriendo los ojos a mirar con una mirada distinta cuanto nos rodea, a mirar con una mirada nueva y distinta las personas que están a nuestro lado o componemos nuestro mundo. Ya nos decía Jesús que no es en la búsqueda de lugares de honor o de primeros puestos cómo vamos a manifestar en verdad que Dios es el único Señor de nuestra vida. Es cuando seamos capaces de ver a Dios en aquellos que están a nuestro lado y amarlos con ese amor de Dios. Por eso nos hablará de hacernos los últimos y los servidores de todos. Como lo hizo Jesús.

Nuestro trabajo, nuestras responsabilidades, lo que vamos haciendo en la vida adquieren un nuevo sentido y un nuevo valor. Ya no podemos ir pensando solo en nosotros mismos y en nuestras ganancias personales; ya tenemos que comenzar a pensar como estaremos contribuyendo con lo que es nuestra vida al bien de ese mundo porque es al bien de cuantos nos rodean. Con qué responsabilidad tenemos que tomarnos la vida y cuanto hacemos; con cuanta responsabilidad nos sentimos de ese mundo que está en nuestras manos. Mucho tendría que cambiar cuando de verdad nos encontramos con el evangelio de Jesús nuestra vida, lo que hacemos y todo lo que son nuestras responsabilidades.

Ya nuestra vida no son simplemente unas costumbres o unas rutinas; ya no nos podemos quedar en hacer unas cosas por cumplimiento o realizar unos ritos para quedarnos como tranquilos en nuestra conciencia porque ya cumplimos. Ya no es solo que en un momento quizá de generosidad hagamos unas ofrendas, llevemos unas flores, ofrezcamos unas cosas, sino que la ofrenda tiene que ser algo más hondo, no de cosas, sino de nosotros mismos desde lo más hondo de nosotros.

Volvemos a lo que podríamos llamar la anécdota del evangelio de hoy, ¿no tendría que venir Jesús a ese templo de religión y de cristianismo a nuestra manera que nos hemos construido a derribar muchas cosas, a echar fuera muchas pobres actitudes porque el culto que le debemos a Dios tiene que ser algo más hondo y profundo que ofrezcamos con toda nuestra vida? ¿Cómo se tendría que renovar ese templo de Dios que somos nosotros y qué nuevas actitudes y valores tendríamos que hacer florecer?