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sábado, 2 de febrero de 2013


Integridad en nuestra fe, prontitud en nuestra esperanza y luz resplandeciente en el amor

Varias facetas tiene la fiesta que hoy estamos celebrando. Está en primer lugar la fiesta litúrgica de este día a la que nos ha hecho referencia la Palabra de Dios proclamada. Las promesas del Señor se han cumplido. ‘Mis ojos han visto a tu salvador’, dice el anciano Simeón en su acción de gracias al Señor.
Simeón y Ana vienen a expresar con su presencia en el templo en el momento de la presentación de Jesús, como lo prescribia la ley de Moisés para todo primogénito varón, vienen a expresar digo, todas las expectativas y esperanzas del antiguo pueblo de Dios. ‘Ven, Señor…, que la tierra germine al Salvador…’ eran las súplicas y oraciones que salían fervosotas de los creyentes esperando la pronta venida del Mesías.
A Simeón el Espíritu le había revelado en su corazón que ‘no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor’. Ahora podía tenerlo en sus brazos; en aquellos galileos que llegaban al templo con el Niño para presentarlo al Señor y la ofrenda de los pobres en sus manos supo reconocer, como lo saben hacer los ojos de la fe, que llegaba el Mesías de Dios. ‘Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz’, cantaba emocionado el anciano Simeón. Y la profetisa Ana ‘daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’. Las promesas del Señor se ven cumplidas y las promesas colmadas.
Nosotros venimos también a esta celebración de la presentación del Niño Jesús en el templo llenos de gozo porque sabemos también que venimos al encuentro del Señor. ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’, fue el grito de Cristo al entrar en el mundo, como nos recuerda y enseña la carta a los Hebreos. Está ya de antemano significado este grito de Cristo el que se sometiera a la ley de Moisés para hacer también la ofrenda de los primogénitos. No era solo someterse a un rito prescrito, sino era la expresión de Cristo de que siempre y en todo hacía la voluntad del Padre, de manera que llegaría a decir allá en Samaria junto al pozo de Jacob que su alimento era hacer la voluntad del Padre. Esa quiere ser tambien nuestra actitud; esa es la ofrenda que nosotros queremos hacer al Señor; ese es el mejor cántico de alabanza que podemos cantar al Señor.
Esta fiesta profundamente cristológica se convierte para nosotros los canarios también en una fiesta mariana. Y esta es otra de las facetas de la celebración y fiesta de este día. La eucaristía la comenzamos con la procesión de las candelas, porque así con las luces de nuestra fe y de nuestro amor encendidas queremos ir al encuentro del Señor. Pero es una fiesta que por eso mismo ha recibido el nombre de la candelaria que es el nombre con que nosotros invocamos en nuestra tierra a la madre del Señor y madre nuestra.
Celebramos, pues, a la virgen de la Candelaria. Contemplamos y cantamos a María; con ella queremos también nosotros aprender a decir sí que siempre la voluntad del Padre sea la norma y el sentido de nuestra vida y con ella nos alegramos en esta fiesta en la que recordamos también como ella fue la primera misionera, la primera evangelizadora de nuestra tierra canaria. Hoy también todos los caminos de nuestras islas confluyen en Candelaria a los pies de la Virgen y nos unimos a su ofrenda, nos unimos a la fe y al amor con que ella acogió a Dios en su corazón, al Hijo de Dios en su seno para convertirse así en la Madre del Señor.
Y finalmente el tercer aspecto que hoy la Iglesia quiere destacarnos es la Jornada de la Vida Consagrada que el Papa Juan Pablo II instituyó para celebrar en este día. ‘Desde el año 1997, por iniciativa del beato Juan Pablo II, se  celebra ese día la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, y los consagrados, con su modo carismático de vivir el seguimiento de Jesucristo, son puestos en el candelero de la Iglesia para que, brillando en ellos la luz del Evangelio, alumbren a todos los hombres y estos den gloria al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).
En el presente Año de la fe convocado por el papa Benedicto XVI, la vida consagrada, en sus múltiples formas, aparece ante nuestros ojos como un signo de la presencia de Cristo resucitado en medio del mundo, expresión tomada de la carta apostólica Porta fidei (n. 15) y lema de dicha Jornada’.
Así se nos dice en el mensaje de presentación de esta fiesta. ‘Qué significa que los consagrados son un signo para el mundo de la presencia de Cristo resucitado en medio de nosotros?’ Se nos explica a continuación: ‘Los religiosos y religiosas, las vírgenes consagradas, los miembros de los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica, los monjes y monjas de vida contemplativa, y todos cuantos han sido llamados a una nueva forma de consagración, hacen del misterio pascual la razón misma de su ser y su quehacer en la Iglesia y para el mundo. Ellos y ellas, con su vida y misión, son en esta sociedad tantas veces desierta de amor, signo vivo de la ternura de Dios. Nacidos de la Pascua, ellos y ellas, por el Espíritu de Cristo resucitado, pueden entregarse sin reservas a los hermanos y a todos los hombres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, por el ejercicio de la caridad, en las escuelas y hospitales, en los geriátricos y en las cárceles, en las parroquias y en los claustros, en las ciudades y en los pueblos, en las universidades y en los asilos, en los lugares de frontera y en lo más oculto de las celdas’.
Nos queremos unir desde nuestra celebración a la acción de gracias de cuantos se han consagrado al Señor y quieren ser signo de la presencia de Cristo resucitado en medio del mundo. Nos unimos con nuestra oración pidiendo al Señor que derrame su bendición sobre sus corazones y no les falte la fuerza de la gracia para cumplir con este compromiso e ideal de sus vidas. Como queremos también pedir por el aumento de vocaciones; que muchos sean los llamados por el Señor que con la fortaleza de la gracia respondan a esta invitación del Señor.
Como termina diciendo el mensaje para esta jornada: ‘Tenemos ante nosotros, pues, un magnífico programa para este Año de la fe: renovar con entusiasmo la consagración, reavivar con alegría la comunión, y testimoniar a Cristo resucitado en la misión evangelizadora’.
Que María de Candelaria, nuestra madre y patrona, les alcance y nos alcance todas las bendiciones del Señor para que mantengamos siempre integra nuestra fe, intacta nuestra esperanza y resplandeciente nuestra vida por las obras del amor.

viernes, 1 de febrero de 2013


Una pequeña semilla que germina, crece y llega a dar fruto
Hebreos, 10, 32-39; Sal. 36; Mc. 4, 26-34
‘Con muchas parábolas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas…’ Quiere Jesús que entendamos bien su mensaje, que lleguemos a comprender en toda su hondura lo que es el Reino de Dios que nos anuncia y que viene a constituir. Pedagogo divino, lo podemos llamar, nos habla con imágenes, con parábolas acomodándose a nuestro entender. Así quiere ir sembrando día a día esa semilla del Reino en nuestro corazón que poco a poco ha de ir transformándonos por dentro para transformar también nuestro mundo.
Si en la parábola del sembrador de todos conocida y muchas veces reflexionada nos habla de las actitudes necesarias en nuestro corazón para acoger esa semilla de la Palabra de Dios, hoy nos dice que sin embargo la fuerza del Reino de Dios no está en nosotros ni en quien nos lo proclama, sino que está en si mismo. Es una Palabra viva y llena de vida; una palabra que nos transforma interiormente. Nosotros solo tenemos que ser esa buena tierra que la acojamos.
‘El Reino de Dios, nos dice, se parece a un hombre que echa la simiente en la tierra…’ Una semilla que germina, que crece, que llega a dar fruto. Es la fuerza de la Palabra de Dios; es la fuerza de la gracia de Dios. Es la fuerza del Espíritu divina que está actuando en nosotros, en nuestro corazón. Es la gracia de Dios que  nos llena de vida. Hemos de tener fe en la Palabra de Dios; hemos de tener fue en el poder de Dios que se manifiesta en su gracia.
Y es que Dios actúa en nuestro interior, mueve nuestros corazones, nos inspira lo bueno que hemos de hacer, nos fortalece con gracia para que podamos responder. Sólo hemos de dejarnos llevar, conducir por la fuerza del Espíritu. Cuántas veces en la vida nos hemos dado cuenta de que hemos llegado a hacer una cosa buena que no nos creíamos capaces de hacerla, hemos superado unos obstáculos o dificultades que nos parecía que nos excedían, nos hemos sentido impulsados interiormente a hacer algo que quizá nunca se nos había ocurrido que podríamos hacer. ¿Simple casualidad o suerte? ¿Por qué no creemos en la gracia de Dios? ¿Por qué no creemos en la presencia del Espíritu que está actuando en nosotros?
En el Catecismo y en la teología hablamos de la gracia santificante que recibimos en los sacramentos y que por ejemplo en el Bautismo nos ha hecho hijos de Dios; pero hablamos también de las gracias actuales que son esas mociones del Espíritu que en cada momento o en cada situación vamos recibiendo para que en aquel momento con esa fuerza de la gracia podamos hacer el bien o superar aquella mala tentación. Ahí está esa fuerza de Dios, que aunque algunas veces parece que no somos del todo conscientes, sin embargo ahí está presente en nuestra vida para mantener esa fidelidad o para realizar ese bien que tenemos que hacer.
Nos habla de la pequeña semilla, insignificante en el caso del grano de mostaza, pero que puede producir mucho fruto, que como nos dice la parábola puede hacer brotar una planta grande en la que incluso puedan cobijarse las aves del cielo, según nos dice. Es la gracia de Dios que parte quizá de pequeñas cosas que nos puedan parecer insignificantes en nuestra vida, pero que son obras inmensas de la gracia con las que podemos dar gloria a Dios.
Pero es también lo que nosotros podemos hacer por los demás; es la pequeña semilla que nosotros podemos ir sembrando también en el corazón de los que están a nuestro lado a partir esas obras de amor que realicemos. No solo las cosa grandes o heroicas tienen su importancia, sino que a través del más pequeño detalle nosotros podemos hacer llegar la gracia de Dios a los demás, despertar su fe, ayudarles a caminar hacia Jesús.
No dejemos de sembrar esa pequeña semilla de nuestro amor cada día. Con la gracia del Señor pueden convertirse en obras grandes en los demás. Una simple palabra, como una sonrisa que surge de nuestros labios, un sencillo consejo o el ejemplo de nuestra fidelidad pueden ser momentos de gracia no solo para nosotros sino también para los demás. El Señor a nosotros también nos convierte en sembradores de buena simiente en el corazón de los que nos rodean.

jueves, 31 de enero de 2013


Con orgullo y alegría iluminados por Jesús queremos contagiar de fe a los demás

Hebreos, 10, 19-25; Sal. 23; Mc. 4, 21-25
La luz no es para esconderla debajo de la cama sino para ponerla bien alta para que ilumine, nos viene a decir Jesús. Un mensaje hermoso y comprometedor.
Ayer escuchábamos que ‘Jesús les enseñó mucho rato con parábolas como El solía enseñar’. Continuamos con las parábolas y las imágenes que son bien significativas. Nos habla de la luz, de la luz que no se puede esconder; de la luz que tiene que iluminar y para ello hay que ponerla en el mejor lugar. No se puede andar con luces tenues y que no iluminan; no podemos andar escondiendo la luz como si nos diera miedo de ella. Los que andan en tinieblas será porque no quieren que se vean sus obras porque quizá no son buenas.
Estas palabras de Jesús están dichas inmediatamente después de la parábola del sembrador. Podría haber sucedido que algunos se sintieran aludidos por la parábola en las diferentes tierras o preparación para recibir la semilla, y quizá no les gustara las palabras de Jesús que eran lo suficientemente claras. Por eso no dice que la luz tiene que iluminar. Su mensaje es un mensaje luminoso; el evangelio que Jesús está proclamando viene a traer luz y sentido a nuestra vida y a nuestro mundo.
Si es luz, tiene que iluminar; no lo podemos acallar ni ocultar; no nos podemos acobardar; no podemos tener miedo a la luz, sino todo lo contrario. Hemos de dejarnos iluminar, porque quizá pudiera haber muchas oscuridades en nuestra vida; porque quizá en esas oscuridades ocultamos cosas de nuestra vida que sabemos que no están bien pero que nos da miedo reconocerlo y cambiarlo; porque muchas veces tenemos el peligro de ir como sin rumbo por la vida, desorientados y dejándonos engatusar por falsas luces.
Necesitamos de esa luz de Jesús, de su evangelio, de su mensaje de salvación. Con Jesús a nuestro lado ya nunca estaremos desorientados. El es la luz y es el camino; El es la verdad y es la vida. Cómo necesitamos encontrarnos con Jesús; cómo necesitamos escucharle y seguirle; cómo tenemos que poner toda nuestra fe en El. La fe que tenemos en Jesús ilumina totalmente nuestra vida. Es el gozo y la alegría de la fe, el gozo y la alegría de habernos encontrado con Jesús.
Jesús nos dirá que El es la luz del mundo y que quien vaya a El y le siga no andará en tinieblas. Así tenemos que acudir a Jesús para dejarnos iluminar por su luz. ‘La Palabra era la luz verdadera venida a este mundo’, nos dirá Juan en el principio de su evangelio. ‘Y en la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres’. Queremos iluminarnos por Jesús, queremos llenarnos de su vida. El se ha entregado por nosotros precisamente para arrancarnos de las tinieblas, para llenarnos de su luz y de su vida.
Pero Jesús nos dirá también que nosotros tenemos que llevar esa luz a los demás, que nosotros hemos de ser luz. ‘Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra’. Con orgullo y con alegría al mismo tiempo que con humildad y con mucho amor hemos de mostrarnos llenos de luz. Tenemos que iluminar a los demás con la luz de Jesús. No podemos quedarnos de forma egoísta con esa luz solo para nosotros. La fe que ilumina nuestra vida ha de iluminar también a los demás. La alegría con que vivimos nuestra fe ha de contagiar de luz a los que nos rodean.
¿No sentimos tristeza cuando vemos a tantos que han perdido la fe y andan como sin rumbo por la vida? Ayudémosles a encontrarse con Jesús. Que no nos falte el ardor de ese espíritu misionero.

miércoles, 30 de enero de 2013


Las nuevas actitudes de nuestro corazón para acoger la sementera de la Palabra de Dios

Hebreos, 10, 11-18; Sal. 109; M. 4, 1-20
Hace unos días escuchábamos que ante la aglomeración de la gente que venía a escuchar a Jesús pidió que le ‘tuvieran preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío’. Ya comentábamos entonces que en otros momentos del evangelio lo veríamos sentarse en la barca a la orilla del lago para enseñar a la gente. Es lo que hoy contemplamos en el evangelio. ‘Se puso a enseñar otra vez junto al lago y acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca; se sentó y el gentío quedó en la orilla. Les enseñó mucho rato en parábolas como El solía enseñar’.
Les hablaba en parábolas del Reino de Dios. En ese lenguaje tan sencillo de las parábolas llenas de imágenes enseñaba a los pobres y a los sencillos que eran los que mejor sabían acoger la Palabra de Dios. Se complace en los humildes. Y serán los sencillos y los pequeños a los que se les revelará el Misterio de Dios, el Misterio del Reino de Dios.
Son necesarias unas actitudes nuevas en el corazón para poder acoger los misterios del Reino. Es una semilla que es sembrada en todo campo y todo campo debería de ser apto para acoger en su seno esa semilla que germine y llegue a dar fruto. La semilla es buena, pero sucede que no siempre esa tierra está debidamente preparada. Hoy nos está queriendo enseñar Jesús cual ha de ser la preparación de esa tierra, cuáles han de ser las actitudes de nuestro corazón.
La tierra arada y preparada para la sementera es una tierra abierta y limpia para que pueda en ella caer la semilla enterrarse para germinar y poder llegar a dar fruto. Los corazones endurecidos con la caparazón del orgullo o de la autosuficiencia, los corazones maleados por el pecado, los corazones que no tienen metas que vayan más allá de lo que tienen inmediatamente delante para buscar una satisfacción pronta y fácil, no son precisamente una tierra buena.
Es necesario dejar meter la reja del arado que revuelva la tierra y arranque todas las malas hierbas, abrojos y zarzales que ahogarán la buena semilla o la planta que comience a surgir o las tijeras de poda que limpiarán de ramajes inútiles que harían infructuosa la planta sembrada. Podría pensar la tierra que es dolorosa esa reja que desgarra la tierra, pero será lo único que la urdirá y la limpiará para que pueda ser tierra preparada. Pensemos en lo que tiene que hacer el buen agricultor para preparar la tierra para la siembra y cuántos sacrificios además han de hacer para el buen cultivo de la tierra y poder llegar a obtener generosos y abundantes frutos.
Dolorosa nos puede resultar la postura y la actitud de la penitencia y de la conversión del corazón que nos hará dar la vuelta la vida arrancando los vicios y las malas costumbres que se nos hayan enraizado, pero es el camino que nos llevará a ser esa tierra buena. Trabajoso será el camino que hemos de recorrer cuando queremos vivir nuestra vida cristiana con toda intensidad, pero solo los esforzados alcanzarán el Reino de los cielos, como nos sugiera Jesús en el Evangelio. ‘Dad los frutos que pide la conversión’, les decía el Bautista a quienes iban a él y los invitaba a preparar sus caminos para la llegada del Señor.
La parábola que nos describe esos tipos distintos de tierras en las que podrá germinar o no esa semilla plantada es muy rica en sugerencias para todo lo que hemos de hacer en nuestra vida para ser esa tierra buena que acoja la semilla de la Palabra de Dios. Vamos a querer acogerla con espíritu humilde y de sinceridad, reconociendo también cuantas cosas quizá haya que renovar en nuestra vida. Vamos a pedirle a pedirle al Señor que nos conceda la sabiduría del Espíritu divino para que podamos en verdad no solo comprender mejor, sino mejor llevar a nuestra vida todo ese mensaje de salvación que Jesús nos anuncia cuando nos invita a vivir el Reino de Dios.
Mucho nos hace reflexionar esta parábola, como mucho será la que tengamos que cambiar en nuestro corazón para ser esa tierra buena. Que el Señor nos conceda el don de la conversión del corazón.

martes, 29 de enero de 2013


Estos son mi madre y mis hermanos, los que hacen siempre la voluntad de Dios

Hebreos, 10. 1-10; Sal. 39; Mc. 3, 31-35
‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ La han venido a decir a Jesús que su madre y sus hermanos - su familia - están fuera y quieren hablar con El. Pero entonces surge la pregunta de Jesús. Entendemos claramente que no es que Jesús desprecie o no tenga en cuenta a su familia. Pero si entendemos que con Jesús se va formando una nueva familia.
El mensaje de Jesús quiere aunarnos a todos los que creemos en El. Todo lo que nos irá enseñando Jesús con las características del Reino de Dios que va anunciando y que quiere constituir con todos los que le seguimos quiere hacer surgir entre nosotros los lazos y los vínculos del amor. Un amor que nos llevará a sentirnos en una nueva comunión; un amor que nos hará sentirnos verdaderamente como  hermanos.
‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y paseando una mirada por el corro, dijo: Estos son mi madre y miss hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’. Cumplir la voluntad de Dios; entrar en esos nuevos caminos de amor y de comunión; saber aceptarnos y comprendernos, ayudarnos mutuamente como si fuéramos hermanos, perdonarnos cuando tengamos alguna queja los unos con los otros, buscar siempre lo bueno para los otros.
Una verdadera familia, y en una familia siempre estará fundamentada en un amor auténtico y sincero, caminará siempre por esos derroteros. Los que seguimos a Jesús ya no solo porque haya unos vínculos de sangre y de afectividad entre unos y otros vamos a vivir ya siempre con ese nuevo estilo de vida, en esa comunión de amor. Somos la nueva familia de Jesús. La fe en Jesús nos une porque la fe en Jesús hará que nos amemos con toda sinceridad.
‘El que cumple la voluntad de Dios, la voluntad del Padre del cielo’. ¿Decimos que creemos en Jesús y en el Evangelio? ¿Aceptamos a Jesús porque llega el Reino de Dios? Creer en el Evangelio, aceptar el Reino de Dios significará que ya para siempre Dios es nuestro único Señor y en consecuencia lo que es su voluntad será para siempre la norma de nuestra vida. ¿No es eso lo que pedimos en la oración del padrenuestro que nos enseñó Jesús? ‘Venga a nosotros tu reina… hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’. Así pedimos. Pero no solo así pedimos sino que eso es lo que queremos hacer siempre.
Lo que hemos escuchado en la carta a los Hebreos tendría que ser como nuestra gran afirmación en todos los momentos de nuestra vida. Porque no es hacer otra cosa que lo que hizo Jesús. No es la ofrenda de cosas lo que tenemos hacer al Señor; no son los sacrificios ni los holocaustos. La verdadera ofrenda es nuestra vida, es nuestra voluntad. ‘Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’.
Es lo que tiene que ser también nuestra oración, la afirmación rotunda que hagamos con nuestra vida, lo que ha de ser nuestro propósito para siempre: hacer la voluntad de Dios por encima de todo. No siempre será fácil. Nos sentiremos tentados muchas veces por muchas cosas. El orgullo y el egoísmo se nos meterán fácilmente en el corazón. Pero también en el padrenuestro pedimos la gracia del Señor para no caer en la tentación, para vernos siempre libres del mal.
Queremos ser la familia de Jesús porque queremos siempre y en todo momento hacer la voluntad de Dios. Que en verdad eso lo vivamos. Que en verdad nos sintamos así una sola familia. Que con toda sinceridad nos amemos y nos sintamos verdaderos hermanos. Nos gozaremos así del amor del Señor.

lunes, 28 de enero de 2013


Cristo Mediador de una Alianza Nueva

Hebreos, 9, 15.24-28; Sal. 97; Mc. 3, 22-30
 ‘Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas’, hemos cantado y repetido con el salmo. Sí, un cántico nuevo, cantamos las maravillas del Señor. Cantamos a Cristo Jesús nuestro único Salvador, nuestro único Mediador, que ha derramado su sangre por nosotros, que intercede por nosotros y para eso ofrece su vida hasta derramar su sangre. ¿Queremos más motivos para cantar al Señor? Tiene que surgir ese cántico, esa alabanza, esa acción de gracias al Señor.
Nos ha dicho la carta a los Hebreos: ‘Cristo es el Mediador de una alianza nueva… con su muerte nos ha redimido de los pecados cometidos… ha entrado en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros’. No es el sacrificio de la antigua alianza en la que cada día se ofrecían sacrificios de animales queriendo ser gratos a Dios; es el Sacrificio de la nueva Alianza en su Sangre derramada de una vez para siempre para alcanzarnos el perdón de los pecados. Ya es el único y definitivo sacrificio; ya es la nueva y definitiva, eterna, Alianza. ‘De hecho, El se ha manifestado una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo’.
El autor sagrado en esta como catequesis que es toda la llamada carta a los Hebreos hace una comparación entre los sacrificios de la Antigua Alianza en la que los sacerdotes entraban cada día en el Santuario - como dice construido por hombres - para ofrecer los sacrificios que querían impetrar el perdón y la clemencia de Dios, con el Sacrificio único y definitivo de Cristo. Por eso nos dice que es ‘el Mediador de una Alianza Nueva’. Porque Cristo derramó su sangre de una vez para siempre.
Cuando nosotros celebramos la Eucaristía que estamos celebrando el Sacrificio de Cristo, porque estamos celebrando su pasión, muerte y resurrección, no estamos ofreciendo un nuevo sacrificio; estamos celebrando, haciendo presente, haciendo actual el único sacrificio de Cristo. Sobre el altar no se ofrece un nuevo Sacrificio. Se ofrece el Sacrificio de Cristo, el que El ofreció de una vez para siempre en el altar de la Cruz. Por eso lo llamamos memorial, como decimos en la plegaria eucarística. No es solo  hacer memoria, sino hacer presente aquel sacrificio de Cristo con todo su valor redentor.
Cristo se ofreció por nosotros, intercede por nosotros. Es el único Mediador porque solo de Cristo nos viene la gracia, nos viene la salvación que El ganó para nosotros en el sacrificio de la Cruz. Por eso ahora, como decíamos al principio recordando el salmo, queremos cantar ese cántico nuevo, esa alabanza al Señor, recordando las maravillas de su gracia y de su amor.
Finalmente una palabra del Evangelio. Seguimos contemplando la oposición a la obra y al mensaje de Jesús. Es el maligno que se resiste. Cristo viene a instaurar una vida nueva arrancándonos de las garras del mal, pero el mal sigue acechando y resistiéndose. Aquellos que ya no tienen argumentos para oponerse a la obra de Cristo, cuando además ven que todos vienen a buscar a Jesús, quieren escucharle y seguirle, se valdrán de todas las argucias posibles para hacerle frente; una actitud muy fácil pero también muy cobarde por la falta de argumentos es el querer desprestigiar. Cuántas veces actuamos nosotros así también en nuestra relación con los demás que cuando no tenemos nada bueno que decir, lo que queremos es desprestigiar, destruir corrosivamente al otro con nuestras críticas y nuestros juicios.
Por eso le acusan de que Jesús no está obrando rectamente, que detrás de lo que Jesús está haciendo está el maligno. ‘Tiene dentro a Belcebú y expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios’, dicen con un argumento que en sí mismo no tiene sentido. ‘¿Cómo va a echar Satanás a Satanás?’ les replica Jesús. Su pecado es mayor, imperdonable podríamos decir porque no ofrecen capacidad de arrepentimiento con lo que dicen. Y Jesús les explica y les da argumentos que en su ceguera no quieren reconocer.

domingo, 27 de enero de 2013


Despertemos la sensibilidad de nuestro espíritu para escuchar el hoy de la Palabra de Dios


‘Toda la gente seguía con atención la lectura del libro de la ley’, nos narra Nehemías en la primera lectura. ‘Toda la asamblea tenía los ojos fijos en El’, nos dice san Lucas de la sinagoga de Nazaret. ‘Y el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley’, se nos narra de aquella liturgia que ‘desde el amanecer hasta el mediodía’ se celebraba en medio de la plaza de la Puerta del Agua. ‘No estéis tristes, se les dice, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza’.
Admirable lo que nos narra hoy la Palabra de Dios tanto de aquella hermosa liturgia del libro de Nehemías, como de la asamblea del sábado en la sinagoga de Nazaret. ‘Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón… tus palabras son espíritu y vida… la ley del Señor es descanso del alma… instruye al ignorante y da luz a los ojos’. Así fuimos meditando y orando con el salmo mientras se nos iba proclamando la Palabra del Señor. ‘Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: Amén, amén. Y adoraron al Señor rostro en tierra’.
Esta liturgia que nos narran los textos sagrados, tanto en uno como en otro texto, nos viene bien contemplarla para tratar también nosotros de llenarnos del mismo fervor, entusiasmo, amor como expresa aquella gente por la Palabra de Dios. Era algo que les llenaba de alegría; se les ve ansiosos de escuchar la Palabra del Señor y no les importa que pasen las horas - desde el amanecer hasta el mediodía - y sin perder ni una palabra ‘seguían con atención la lectura de la ley del Señor’. Muchas preguntas quizá tendríamos que hacernos con sinceridad allá dentro de nuestro corazón.
Al iniciar los domingos, ahora en este tiempo ordinario, la lectura de evangelio de Lucas que nos va a acompañar todo este año, se nos propone por una parte el inicio, los primeros versículos, y por otra lo que sería luego su presentación pública en la Sinagoga de Nazaret. Hace referencia el evangelista a que ya otros han intentado dejarnos por escrito los hechos y dichos del Señor, y él ahora nos lo ofrece, ‘después de haberlo comprobado todo exactamente desde el principio’ nos lo deja escrito por su orden para que conozcamos la solidez de las enseñanzas recibidas.
Aparece una dedicatoria a Teófilo - que significa algo así como amigo de Dios -, personaje quizá importante en las primeras comunidades cristianas, pero que de alguna manera nos está personificando a todos - que nos podíamos llamar también los amigos de Dios - los que escuchamos y recibimos este evangelio, esta Buena Noticia de Jesús.
‘Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga el sábado como era su costumbre, y se puso en pie para hacer la lectura’. Cualquiera podía hacer la lectura y el comentario. El encargado de la sinagoga podía ofrecerlo a alguien que viniera de fuera o a quien se supiera que era maestro de la Ley. Quizá ya había llegado noticia de lo que Jesús hacía por otros lugares, porque ‘su fama se extendía por toda la comarca y enseñaba en las sinagogas y ya todos lo alababan’. Todo esto motivará el que se adelantara así para hacer la lectura en aquella ocasión.
El texto proclamado es del profeta Isaías. ‘El Espíritu del Señor está sobre mi porque El me ha ungido…’ Así comienza el texto. Allí está el ungido del Señor, efectivamente. Lo contemplamos hace dos domingo en el Bautismo del Jordán. ‘Mientras oraba se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre El en forma de paloma, y vino una voz del cielo; Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto’. Así lo escuchamos entonces. De ello dará testimonio el Bautista. Hoy Jesús con las palabras de Isaías lo proclama: ‘El Espíritu del Señor está sobre mi porque me ha ungido’.
Jesús es el que está lleno del Espíritu del Señor y nos viene a traer la Buena Nueva de la Salvación. ‘Creed en el evangelio, porque está cerca el Reino de Dios’, nos dirá por otra parte. ‘Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor’. Es la Buena Noticia de la misericordia del Señor; es la Buena Noticia del amor infinito de Dios; es la Buena Noticia que libera nuestras vidas, que nos llena de luz, que nos hace vivir una vida nueva, que nos inunda la gracia del Señor.
Es la Buena Noticia que ahora se proclama con palabras - allí la Palabra de Salvación que es Jesús -, pero que luego veremos actuando llevando esa vida y ese perdón, inundándonos de la misericordia del Señor y de un amor que no tiene fin, cuando pasa en medio de nosotros haciendo el bien. Es la Buena Noticia de que borrará para siempre nuestras culpas y ya nunca tenemos que vernos oprimidos por el mal y por el pecado porque ha proclamado una amnistía total, ‘el año de gracia del Señor’.
Jesús está proclamando el texto de Isaías que no son simplemente palabras pronunciadas en otro tiempo sino que es Palabra que se realiza, que se hace presente ahora en el hoy de la salvación. La gente está a la expectativa, ‘fijos los ojos en El’, esperando una explicación que les va a resultar sorprendente. No les va a decir que eso que ha proclamado es anuncio de futuro para el que hay que prepararse. Les va a decir que eso es algo que ahora y allí, como ahora y aquí, se está realizando. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’, les dice.
Esa es la Buena Noticia: hoy, allí está la salvación; allí está el salvador. Es Jesús, el ungido por el Espíritu Santo. Todos tendrán que alegrarse. Los pobres reciben esa Buena Noticia; y veremos desfilar ante Jesús a los ciegos y a los cojos, a los sordos y a los paralíticos, a los leprosos y a todos los aquejados por algún mal, y los que se sienten atormentados en su espíritu y a los que les pesa el mal en el corazón, a los publicanos y a las prostitutas, a todos los que se sienten pecadores y quieren verse liberados del mal.
‘Ten compasión de mí’, le gritaran los ciegos y los enfermos; ‘si quieres puedes limpiarme’, le pedirán los leprosos; ‘ten compasión de este pecador’, confesará el publicano sin atreverse a levantar los ojos; ‘acuérdate de mi en tu reino’, le suplicará el ladrón a su lado desde su cruz; y la mujer pecadora llorará a sus pies y se los ungirá con caros perfumes y besos de amor; y Pedro llorará lágrimas amargas después de su negación tras la mirada de Jesús.
Será Jesús el que nos hablará de la misericordia del padre que acoge al hijo pródigo o del pastor que va a buscar la oveja perdida; será el que dirá a los pecadores ‘vete en paz y no peques más’, y al ladrón arrepentido ‘hoy estarás conmigo en el paraíso’; será Jesús el que levantará al paralítico de su camilla diciéndole ‘tus pecados quedan perdonados’ y a la mujer pecadora le dirá que ‘sus muchos pecados quedan perdonados porque ha amado mucho’; el que le dirá a Zaqueo ‘hoy ha entrado la salvación a esta casa’, porque El no ha venido a buscar a los justos sino a los pecadores.
‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. Con toda razón fue la explicación que Jesús dio en aquel momento en la sinagoga de Nazaret. Pero es la misma palabra, hoy, que nosotros ahora escuchamos, porque también hoy llega la salvación de la misma manera a nuestra vida.
¿Lloramos nosotros de alegría por esta Palabra que estamos escuchando? ¿Sentimos la misma emoción en el corazón cuando escuchamos esta Palabra de salvación que también hoy se cumple en nosotros? Cuidado nos acostumbremos y ya no sea Buena Noticia que nos llena de alegría. Sería lo peor que nos podría pasar. Podría estar indicando la pobreza de nuestra fe. Despertemos nuestra fe en la Palabra del Señor; despertemos esa sensibilidad que hemos perdido en nuestra alma cuando nos acostumbramos a las cosas y ya no nos dicen nada. Sí, Despertemos la sensibilidad de nuestro espíritu para escuchar el hoy de la Palabra de Dios.