Una pequeña semilla que germina,
crece y llega a dar fruto
Hebreos, 10, 32-39; Sal. 36; Mc. 4, 26-34
‘Con muchas parábolas
les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con
parábolas…’ Quiere
Jesús que entendamos bien su mensaje, que lleguemos a comprender en toda su
hondura lo que es el Reino de Dios que nos anuncia y que viene a constituir.
Pedagogo divino, lo podemos llamar, nos habla con imágenes, con parábolas
acomodándose a nuestro entender. Así quiere ir sembrando día a día esa semilla
del Reino en nuestro corazón que poco a poco ha de ir transformándonos por
dentro para transformar también nuestro mundo.
Si en la parábola del sembrador de todos conocida y
muchas veces reflexionada nos habla de las actitudes necesarias en nuestro
corazón para acoger esa semilla de la Palabra de Dios, hoy nos dice que sin
embargo la fuerza del Reino de Dios no está en nosotros ni en quien nos lo
proclama, sino que está en si mismo. Es una Palabra viva y llena de vida; una
palabra que nos transforma interiormente. Nosotros solo tenemos que ser esa
buena tierra que la acojamos.
‘El Reino de Dios, nos
dice, se parece a un hombre que echa la simiente en la tierra…’ Una semilla que germina, que crece,
que llega a dar fruto. Es la fuerza de la Palabra de Dios; es la fuerza de la
gracia de Dios. Es la fuerza del Espíritu divina que está actuando en nosotros,
en nuestro corazón. Es la gracia de Dios que
nos llena de vida. Hemos de tener fe en la Palabra de Dios; hemos de
tener fue en el poder de Dios que se manifiesta en su gracia.
Y es que Dios actúa en nuestro interior, mueve nuestros
corazones, nos inspira lo bueno que hemos de hacer, nos fortalece con gracia
para que podamos responder. Sólo hemos de dejarnos llevar, conducir por la
fuerza del Espíritu. Cuántas veces en la vida nos hemos dado cuenta de que
hemos llegado a hacer una cosa buena que no nos creíamos capaces de hacerla,
hemos superado unos obstáculos o dificultades que nos parecía que nos excedían,
nos hemos sentido impulsados interiormente a hacer algo que quizá nunca se nos
había ocurrido que podríamos hacer. ¿Simple casualidad o suerte? ¿Por qué no
creemos en la gracia de Dios? ¿Por qué no creemos en la presencia del Espíritu
que está actuando en nosotros?
En el Catecismo y en la teología hablamos de la gracia
santificante que recibimos en los sacramentos y que por ejemplo en el Bautismo
nos ha hecho hijos de Dios; pero hablamos también de las gracias actuales que
son esas mociones del Espíritu que en cada momento o en cada situación vamos recibiendo
para que en aquel momento con esa fuerza de la gracia podamos hacer el bien o
superar aquella mala tentación. Ahí está esa fuerza de Dios, que aunque algunas
veces parece que no somos del todo conscientes, sin embargo ahí está presente
en nuestra vida para mantener esa fidelidad o para realizar ese bien que
tenemos que hacer.
Nos habla de la pequeña semilla, insignificante en el
caso del grano de mostaza, pero que puede producir mucho fruto, que como nos
dice la parábola puede hacer brotar una planta grande en la que incluso puedan
cobijarse las aves del cielo, según nos dice. Es la gracia de Dios que parte
quizá de pequeñas cosas que nos puedan parecer insignificantes en nuestra vida,
pero que son obras inmensas de la gracia con las que podemos dar gloria a Dios.
Pero es también lo que nosotros podemos hacer por los
demás; es la pequeña semilla que nosotros podemos ir sembrando también en el
corazón de los que están a nuestro lado a partir esas obras de amor que
realicemos. No solo las cosa grandes o heroicas tienen su importancia, sino que
a través del más pequeño detalle nosotros podemos hacer llegar la gracia de
Dios a los demás, despertar su fe, ayudarles a caminar hacia Jesús.
No dejemos de sembrar esa pequeña semilla de nuestro
amor cada día. Con la gracia del Señor pueden convertirse en obras grandes en
los demás. Una simple palabra, como una sonrisa que surge de nuestros labios,
un sencillo consejo o el ejemplo de nuestra fidelidad pueden ser momentos de
gracia no solo para nosotros sino también para los demás. El Señor a nosotros
también nos convierte en sembradores de buena simiente en el corazón de los que
nos rodean.
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