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lunes, 28 de enero de 2013


Cristo Mediador de una Alianza Nueva

Hebreos, 9, 15.24-28; Sal. 97; Mc. 3, 22-30
 ‘Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas’, hemos cantado y repetido con el salmo. Sí, un cántico nuevo, cantamos las maravillas del Señor. Cantamos a Cristo Jesús nuestro único Salvador, nuestro único Mediador, que ha derramado su sangre por nosotros, que intercede por nosotros y para eso ofrece su vida hasta derramar su sangre. ¿Queremos más motivos para cantar al Señor? Tiene que surgir ese cántico, esa alabanza, esa acción de gracias al Señor.
Nos ha dicho la carta a los Hebreos: ‘Cristo es el Mediador de una alianza nueva… con su muerte nos ha redimido de los pecados cometidos… ha entrado en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros’. No es el sacrificio de la antigua alianza en la que cada día se ofrecían sacrificios de animales queriendo ser gratos a Dios; es el Sacrificio de la nueva Alianza en su Sangre derramada de una vez para siempre para alcanzarnos el perdón de los pecados. Ya es el único y definitivo sacrificio; ya es la nueva y definitiva, eterna, Alianza. ‘De hecho, El se ha manifestado una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo’.
El autor sagrado en esta como catequesis que es toda la llamada carta a los Hebreos hace una comparación entre los sacrificios de la Antigua Alianza en la que los sacerdotes entraban cada día en el Santuario - como dice construido por hombres - para ofrecer los sacrificios que querían impetrar el perdón y la clemencia de Dios, con el Sacrificio único y definitivo de Cristo. Por eso nos dice que es ‘el Mediador de una Alianza Nueva’. Porque Cristo derramó su sangre de una vez para siempre.
Cuando nosotros celebramos la Eucaristía que estamos celebrando el Sacrificio de Cristo, porque estamos celebrando su pasión, muerte y resurrección, no estamos ofreciendo un nuevo sacrificio; estamos celebrando, haciendo presente, haciendo actual el único sacrificio de Cristo. Sobre el altar no se ofrece un nuevo Sacrificio. Se ofrece el Sacrificio de Cristo, el que El ofreció de una vez para siempre en el altar de la Cruz. Por eso lo llamamos memorial, como decimos en la plegaria eucarística. No es solo  hacer memoria, sino hacer presente aquel sacrificio de Cristo con todo su valor redentor.
Cristo se ofreció por nosotros, intercede por nosotros. Es el único Mediador porque solo de Cristo nos viene la gracia, nos viene la salvación que El ganó para nosotros en el sacrificio de la Cruz. Por eso ahora, como decíamos al principio recordando el salmo, queremos cantar ese cántico nuevo, esa alabanza al Señor, recordando las maravillas de su gracia y de su amor.
Finalmente una palabra del Evangelio. Seguimos contemplando la oposición a la obra y al mensaje de Jesús. Es el maligno que se resiste. Cristo viene a instaurar una vida nueva arrancándonos de las garras del mal, pero el mal sigue acechando y resistiéndose. Aquellos que ya no tienen argumentos para oponerse a la obra de Cristo, cuando además ven que todos vienen a buscar a Jesús, quieren escucharle y seguirle, se valdrán de todas las argucias posibles para hacerle frente; una actitud muy fácil pero también muy cobarde por la falta de argumentos es el querer desprestigiar. Cuántas veces actuamos nosotros así también en nuestra relación con los demás que cuando no tenemos nada bueno que decir, lo que queremos es desprestigiar, destruir corrosivamente al otro con nuestras críticas y nuestros juicios.
Por eso le acusan de que Jesús no está obrando rectamente, que detrás de lo que Jesús está haciendo está el maligno. ‘Tiene dentro a Belcebú y expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios’, dicen con un argumento que en sí mismo no tiene sentido. ‘¿Cómo va a echar Satanás a Satanás?’ les replica Jesús. Su pecado es mayor, imperdonable podríamos decir porque no ofrecen capacidad de arrepentimiento con lo que dicen. Y Jesús les explica y les da argumentos que en su ceguera no quieren reconocer.

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