Con orgullo y alegría iluminados por Jesús queremos contagiar de fe a los demás
Hebreos, 10, 19-25; Sal. 23; Mc. 4, 21-25
La luz no es para esconderla debajo de la cama sino
para ponerla bien alta para que ilumine, nos viene a decir Jesús. Un mensaje
hermoso y comprometedor.
Ayer escuchábamos que ‘Jesús les enseñó mucho rato con parábolas como El solía enseñar’.
Continuamos con las parábolas y las imágenes que son bien significativas. Nos
habla de la luz, de la luz que no se puede esconder; de la luz que tiene que
iluminar y para ello hay que ponerla en el mejor lugar. No se puede andar con
luces tenues y que no iluminan; no podemos andar escondiendo la luz como si nos
diera miedo de ella. Los que andan en tinieblas será porque no quieren que se
vean sus obras porque quizá no son buenas.
Estas palabras de Jesús están dichas inmediatamente
después de la parábola del sembrador. Podría haber sucedido que algunos se
sintieran aludidos por la parábola en las diferentes tierras o preparación para
recibir la semilla, y quizá no les gustara las palabras de Jesús que eran lo
suficientemente claras. Por eso no dice que la luz tiene que iluminar. Su
mensaje es un mensaje luminoso; el evangelio que Jesús está proclamando viene a
traer luz y sentido a nuestra vida y a nuestro mundo.
Si es luz, tiene que iluminar; no lo podemos acallar ni
ocultar; no nos podemos acobardar; no podemos tener miedo a la luz, sino todo
lo contrario. Hemos de dejarnos iluminar, porque quizá pudiera haber muchas
oscuridades en nuestra vida; porque quizá en esas oscuridades ocultamos cosas
de nuestra vida que sabemos que no están bien pero que nos da miedo reconocerlo
y cambiarlo; porque muchas veces tenemos el peligro de ir como sin rumbo por la
vida, desorientados y dejándonos engatusar por falsas luces.
Necesitamos de esa luz de Jesús, de su evangelio, de su
mensaje de salvación. Con Jesús a nuestro lado ya nunca estaremos
desorientados. El es la luz y es el camino; El es la verdad y es la vida. Cómo
necesitamos encontrarnos con Jesús; cómo necesitamos escucharle y seguirle;
cómo tenemos que poner toda nuestra fe en El. La fe que tenemos en Jesús
ilumina totalmente nuestra vida. Es el gozo y la alegría de la fe, el gozo y la
alegría de habernos encontrado con Jesús.
Jesús nos dirá que El es la luz del mundo y que quien
vaya a El y le siga no andará en tinieblas. Así tenemos que acudir a Jesús para
dejarnos iluminar por su luz. ‘La Palabra
era la luz verdadera venida a este mundo’, nos dirá Juan en el principio de
su evangelio. ‘Y en la Palabra había vida
y la vida era la luz de los hombres’. Queremos iluminarnos por Jesús,
queremos llenarnos de su vida. El se ha entregado por nosotros precisamente
para arrancarnos de las tinieblas, para llenarnos de su luz y de su vida.
Pero Jesús nos dirá también que nosotros tenemos que
llevar esa luz a los demás, que nosotros hemos de ser luz. ‘Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra’.
Con orgullo y con alegría al mismo tiempo que con humildad y con mucho amor
hemos de mostrarnos llenos de luz. Tenemos que iluminar a los demás con la luz
de Jesús. No podemos quedarnos de forma egoísta con esa luz solo para nosotros.
La fe que ilumina nuestra vida ha de iluminar también a los demás. La alegría
con que vivimos nuestra fe ha de contagiar de luz a los que nos rodean.
¿No sentimos tristeza cuando vemos a tantos que han
perdido la fe y andan como sin rumbo por la vida? Ayudémosles a encontrarse con
Jesús. Que no nos falte el ardor de ese espíritu misionero.
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