Estos son mi madre y mis hermanos, los que hacen siempre la voluntad de Dios
Hebreos, 10. 1-10; Sal. 39; Mc. 3, 31-35
‘¿Quiénes son mi madre
y mis hermanos?’ La
han venido a decir a Jesús que su madre y sus hermanos - su familia - están
fuera y quieren hablar con El. Pero entonces surge la pregunta de Jesús.
Entendemos claramente que no es que Jesús desprecie o no tenga en cuenta a su
familia. Pero si entendemos que con Jesús se va formando una nueva familia.
El mensaje de Jesús quiere aunarnos a todos los que
creemos en El. Todo lo que nos irá enseñando Jesús con las características del
Reino de Dios que va anunciando y que quiere constituir con todos los que le
seguimos quiere hacer surgir entre nosotros los lazos y los vínculos del amor.
Un amor que nos llevará a sentirnos en una nueva comunión; un amor que nos hará
sentirnos verdaderamente como hermanos.
‘¿Quiénes son mi madre
y mis hermanos? Y paseando una mirada por el corro, dijo: Estos son mi madre y
miss hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi
hermana y mi madre’.
Cumplir la voluntad de Dios; entrar en esos nuevos caminos de amor y de
comunión; saber aceptarnos y comprendernos, ayudarnos mutuamente como si
fuéramos hermanos, perdonarnos cuando tengamos alguna queja los unos con los
otros, buscar siempre lo bueno para los otros.
Una verdadera familia, y en una familia siempre estará
fundamentada en un amor auténtico y sincero, caminará siempre por esos
derroteros. Los que seguimos a Jesús ya no solo porque haya unos vínculos de
sangre y de afectividad entre unos y otros vamos a vivir ya siempre con ese
nuevo estilo de vida, en esa comunión de amor. Somos la nueva familia de Jesús.
La fe en Jesús nos une porque la fe en Jesús hará que nos amemos con toda
sinceridad.
‘El que cumple la
voluntad de Dios, la voluntad del Padre del cielo’. ¿Decimos que creemos en Jesús y en
el Evangelio? ¿Aceptamos a Jesús porque llega el Reino de Dios? Creer en el
Evangelio, aceptar el Reino de Dios significará que ya para siempre Dios es
nuestro único Señor y en consecuencia lo que es su voluntad será para siempre
la norma de nuestra vida. ¿No es eso lo que pedimos en la oración del
padrenuestro que nos enseñó Jesús? ‘Venga
a nosotros tu reina… hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’. Así
pedimos. Pero no solo así pedimos sino que eso es lo que queremos hacer
siempre.
Lo que hemos escuchado en la carta a los Hebreos
tendría que ser como nuestra gran afirmación en todos los momentos de nuestra
vida. Porque no es hacer otra cosa que lo que hizo Jesús. No es la ofrenda de
cosas lo que tenemos hacer al Señor; no son los sacrificios ni los holocaustos.
La verdadera ofrenda es nuestra vida, es nuestra voluntad. ‘Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas
expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh
Dios, para hacer tu voluntad’.
Es lo que tiene que ser también nuestra oración, la
afirmación rotunda que hagamos con nuestra vida, lo que ha de ser nuestro
propósito para siempre: hacer la voluntad de Dios por encima de todo. No
siempre será fácil. Nos sentiremos tentados muchas veces por muchas cosas. El
orgullo y el egoísmo se nos meterán fácilmente en el corazón. Pero también en
el padrenuestro pedimos la gracia del Señor para no caer en la tentación, para
vernos siempre libres del mal.
Queremos ser la familia de Jesús porque queremos
siempre y en todo momento hacer la voluntad de Dios. Que en verdad eso lo
vivamos. Que en verdad nos sintamos así una sola familia. Que con toda
sinceridad nos amemos y nos sintamos verdaderos hermanos. Nos gozaremos así del
amor del Señor.
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