Lo verdaderamente importante es la persona y la gloria de Dios está en buscar siempre la dignidad y grandeza del ser humano
Colosenses
1, 21-23; Sal 53; Lucas 6, 1-5
Lo verdaderamente importante es la persona. Dicho así
es algo que nadie sería capaz de negar, todos estaríamos de acuerdo. Pero hemos
de reconocer que luego en el día a día de la vida no es fácil que eso sea así.
Instituciones, organismos, leyes, reglamentos, las
cosas que poseemos o que ansiamos… parece muchas veces que son más importantes.
La ley hay que cumplirla, el reglamento no lo podemos olvidar, la organización
hay que cuidarla al máximo como si fuera lo principal y así tantas y tantas
cosas. Sucede en el ámbito de todo tipo de instituciones, de organizaciones,
sociales o religiosas, hay que reconocerlo. Pero incluso podemos descender a
esas cosas que nos suceden cada día como un imprevisto o un accidente; ¿muchas
veces por qué es lo primero que preguntamos?
Un accidente, y ¿el coche como quedó?, preguntamos enseguida; luego como
para contentarnos decimos, bueno, si a ti no te pasó nada, o no hubo daños
personales…
¿Qué nos dice el evangelio? ¿qué nos viene a enseñar
Jesús? ¿cuál ha de ser nuestra manera de actuar en cristiano? Como decíamos al
principio, lo verdaderamente importante es la persona. La gloria de Dios se
manifiesta en la grandeza y en la dignidad del hombre. No es algo que debamos
enfrentar. De ninguna manera. Si queremos fijarnos desde la primera página de
la Biblia cuando se nos narra la creación, es cierto con ese lenguaje tan
peculiar en sus imágenes, se nos pone como centro de esa creación al hombre. Es
la criatura en la que Dios más se goza. Como dice el texto sagrado, si bien
Dios vio que era bueno todo cuanto iba creando, al crear al hombre dirá, ‘y vio Dios que era muy bueno’.
Buscamos como creyentes la gloria de Dios, pero no lo
podemos hacer olvidando al hombre. Glorificamos al Creador cuando valoramos y
tenemos en cuenta la dignidad y la grandeza del ser humano. Por eso el creyente
cristiano ha de ser el primero, ha de estar en primera fila en la defensa del
hombre, de la dignidad de la persona. Nos tiene que doler en el alma cuando se
menoscaba o se desprecia la dignidad de cualquier persona. Siempre hemos de
estar buscando su bien, porque ese ha de ser nuestro gran gozo. Y nada puede
estar por encima de esa dignidad de la persona. Y si los seres humanos para
regular nuestra convivencia necesitamos organizarnos, darnos leyes que regulen
nuestra pacífica y justa convivencia ha de ser siempre teniendo en cuenta esa dignidad.
No se tratará de cumplir por cumplir, de reglamentar por reglamentar, sino
siempre buscando el bien de la persona.
Vienen hoy a Jesús los fariseos quejándose de que los
discípulos no cumplen con la ley del descanso sabático por comer unas espigas
mientras van por el campo, porque eso se consideraría un trabajo. Esa manera de
ver las normas y las leyes, que es cierto estaban puestas en búsqueda del bien
de la persona, del descanso del hombre de sus trabajos, se convierte en una
esclavitud insoportable. Por eso Jesús dirá que el hombre, la persona está por
encima de todo y que ‘el Hijo del hombre
es señor del sábado’.
En cuántas cosas se tendría que traducir todo esto en
nuestra vida.