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sábado, 5 de septiembre de 2015

Lo verdaderamente importante es la persona y la gloria de Dios está en buscar siempre la dignidad y grandeza del ser humano

Lo verdaderamente importante es la persona y la gloria de Dios está en buscar siempre la dignidad y grandeza del ser humano

Colosenses 1, 21-23; Sal 53; Lucas 6, 1-5

Lo verdaderamente importante es la persona. Dicho así es algo que nadie sería capaz de negar, todos estaríamos de acuerdo. Pero hemos de reconocer que luego en el día a día de la vida no es fácil que eso sea así.
Instituciones, organismos, leyes, reglamentos, las cosas que poseemos o que ansiamos… parece muchas veces que son más importantes. La ley hay que cumplirla, el reglamento no lo podemos olvidar, la organización hay que cuidarla al máximo como si fuera lo principal y así tantas y tantas cosas. Sucede en el ámbito de todo tipo de instituciones, de organizaciones, sociales o religiosas, hay que reconocerlo. Pero incluso podemos descender a esas cosas que nos suceden cada día como un imprevisto o un accidente; ¿muchas veces por qué es lo primero que preguntamos?  Un accidente, y ¿el coche como quedó?, preguntamos enseguida; luego como para contentarnos decimos, bueno, si a ti no te pasó nada, o no hubo daños personales…
¿Qué nos dice el evangelio? ¿qué nos viene a enseñar Jesús? ¿cuál ha de ser nuestra manera de actuar en cristiano? Como decíamos al principio, lo verdaderamente importante es la persona. La gloria de Dios se manifiesta en la grandeza y en la dignidad del hombre. No es algo que debamos enfrentar. De ninguna manera. Si queremos fijarnos desde la primera página de la Biblia cuando se nos narra la creación, es cierto con ese lenguaje tan peculiar en sus imágenes, se nos pone como centro de esa creación al hombre. Es la criatura en la que Dios más se goza. Como dice el texto sagrado, si bien Dios vio que era bueno todo cuanto iba creando, al crear al hombre dirá, ‘y vio Dios que era muy bueno’.
Buscamos como creyentes la gloria de Dios, pero no lo podemos hacer olvidando al hombre. Glorificamos al Creador cuando valoramos y tenemos en cuenta la dignidad y la grandeza del ser humano. Por eso el creyente cristiano ha de ser el primero, ha de estar en primera fila en la defensa del hombre, de la dignidad de la persona. Nos tiene que doler en el alma cuando se menoscaba o se desprecia la dignidad de cualquier persona. Siempre hemos de estar buscando su bien, porque ese ha de ser nuestro gran gozo. Y nada puede estar por encima de esa dignidad de la persona. Y si los seres humanos para regular nuestra convivencia necesitamos organizarnos, darnos leyes que regulen nuestra pacífica y justa convivencia ha de ser siempre teniendo en cuenta esa dignidad. No se tratará de cumplir por cumplir, de reglamentar por reglamentar, sino siempre buscando el bien de la persona.
Vienen hoy a Jesús los fariseos quejándose de que los discípulos no cumplen con la ley del descanso sabático por comer unas espigas mientras van por el campo, porque eso se consideraría un trabajo. Esa manera de ver las normas y las leyes, que es cierto estaban puestas en búsqueda del bien de la persona, del descanso del hombre de sus trabajos, se convierte en una esclavitud insoportable. Por eso Jesús dirá que el hombre, la persona está por encima de todo y que ‘el Hijo del hombre es señor del sábado’.
En cuántas cosas se tendría que traducir todo esto en nuestra vida.


viernes, 4 de septiembre de 2015

Cuando nos llamamos cristianos de verdad no podemos ir por la vida con remiendos ni parches aunque nos cueste

Cuando nos llamamos cristianos de verdad no podemos ir por la vida con remiendos ni parches aunque nos cueste

Colosenses 1, 15-20; Sal 99; Lucas 5, 33-39

Uno que es mayor no entiende mucho de las modas de hoy cuando ve a los jóvenes que por moda o snobismo utilizan esos pantalones rotos adrede, que incluso ya se compran así en la tienda o llena de remiendos. Como digo, ya uno va siendo mayor, y recuerda en su niñez aquellos años difíciles en que con los retazos de los pantalones del padre o del hermano mayor se hacían los pantalones del hijo mejor, o cuando no quedaba más remedio ver a nuestras madres poniendo remiendos en el pantalón o la camisa en la que habíamos hecho un siete, un roto; sentíamos un cierto pudor el ponernos una ropa así pero no nos quedaba más remedio que utilizar el remiendo, y valga el juego de palabras. ¿Esas nuevas modas podrían ser un síntoma de ese nuevo sentido de vivir del hoy de nuestro mundo?
Pero yo diría que lo malo no son los remiendos que podamos hacernos por necesidad o por capricho en la ropa que llevemos puesta, sino que la vida misma esté llena de remiendos. Y creo que todos nos entendemos. Es cierto que no somos buenos, o al menos dejamos meterse muchas cosas que no son tan buenas en nuestra vida. La persona que quiere crecer en lo humano y en lo espiritual trata de corregir, de arrancarse de esas malas costumbres o de esas cosas malas que se nos van apegando en la vida. No podemos andar con remiendos, con parches sino que hemos de hacer una transformación radical de nuestra vida.
Y es cierto también que nos cuesta, aunque también es cierto que tenemos el peligro de no poner todo nuestro empeño y esfuerzo en transformar nuestra vida; nos consentimos esto por aquí, aquello otro por allá; decimos que son cosas menores que no tienen importancia, pero bien sabemos que así no avanzaremos de verdad en ese crecimiento de nuestra vida; bien sabemos que las malas hierbas hay que arrancarlas de raíz, porque si dejemos la más mínima raíz aquello volverá a brotar en nosotros.
De eso quiere hablarnos Jesús hoy, es la imagen que nos propone. Recordemos que en su anuncio en la sinagoga de Nazaret con aquel texto de Isaías hablaba de una amnistía, de un año de gracia del Señor. Era un anuncio de una vida nueva, de una renovación total; por eso nos decía que venía a traernos la liberación, y que todo lo malo había de ser transformado. Nos habla Jesús de un mundo nuevo y de una vida nueva. Quien ha sido liberado ya no querrá llevar jamás cadenas de nuevo. No querrá caer de nuevo en la esclavitud. Por eso no nos valen los remiendos, sino que todo ha de ser transformado para vivir una vida nueva. Es la necesaria radicalidad en el seguimiento de Jesús. Pero cuánto nos cuesta.
Es la novedad del evangelio que nos hace hombres nuevos. Y eso tenemos que traducirlo en el día a día de nuestra vida, en las cosas que hacemos y que vivimos. Eso tenemos que traducirlo en ese nuevo sentido de vivir, de encontrarme con los demás, de nuestra relación con Dios, de nuestro sentido de comunión, de nuestro vivir en Iglesia. Cuántas cosas tenemos que transformar en nosotros mismos, para que luego logremos esa transformación de nuestro mundo. Pero esto hemos de vivirlo de una forma radical. Mucho podríamos decir también de esa Iglesia nueva que hemos de vivir que manifieste verdaderamente el rostro misericordioso de Cristo.

jueves, 3 de septiembre de 2015

El Señor sigue contando con nosotros aunque nos sintamos indignos para que lancemos las redes del Reino en nuevos mares que se abran ante nuestra vida

El Señor sigue contando con nosotros aunque nos sintamos indignos para que lancemos las redes del Reino en nuevos mares que se abran ante nuestra vida

Colosenses 1, 9-14; Sal 97; Lucas 5, 1-11

Unas barcas, unas redes, unos pescadores en sus faenas, el lago de Tiberíades, las gentes que se agolpan ansiosas de escuchar al nuevo profeta, Jesús que les enseña sentado desde la barca, una invitación a hacer nuevas pescas. Es el cuadro que nos ofrece el evangelio.
Había enseñado Jesús en la sinagoga pero ahora viene al encuentro de la gente, allí donde realizan sus tareas, allí donde la gente hace su vida; en la orilla del lago, donde llegan los pescadores ofrecen lo recogido en la pesca y repasan sus redes para nuevas tareas; allí donde la gente se reúne, charla y comparte. Son muchos los que ante la fama de las palabras y obras de Jesús vienen a estar con El y escucharle. Son tantos que será necesario encontrar un lugar desde el que todos puedan verle y oír su Palabra. Necesitará de la barca Pedro y Jesús quiere contar con su colaboración.
Es el anuncio del Reino que ha de plantarse allí donde la gente hace su vida, en lo que es la vida de cada día porque el Reino de Dios que Jesús anuncia no está lejos de la vida de los hombres, porque está dentro de nosotros y en nuestra vida de cada día se ha de manifestar. Así llega Jesús hasta nosotros, así viene a hacerse presente en nuestra vida, así se ha de construir el Reino en este mundo en el que vivimos.
Pero Jesús quiere enseñarnos algo más. No nos quedamos en lo de siempre sino que tenemos que abrir fronteras nuevas. Aunque sean diversas las cosas o aunque nos parezca que es imposible lograrlo. Es necesaria una apertura y una disponibilidad para dejarse conducir hacia nuevas pescas, aunque nos pareciera que en aquel mar ya no hay nada que pescar.
Es lo que Jesús le pide a Pedro y los primeros discípulos. Hay que remar mar adentro y echar de nuevo las redes para pescar. Aunque otras veces no hayamos podido hacer nada. Pedro sabía de aquellas aguas y de lo infructuosa que había sido la noche anterior, pero se dejó conducir por el corazón que le hacia confiar en la palabra de Jesús aunque su cabeza le dijera que allí no había nada que hacer. ‘Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes’. Es en el nombre de Jesús, confiando en su Palabra, aunque el no supiera cómo se iba a lograr algo.
Y la redada de peces fue grande. Fue necesario pedir ayuda a los compañeros de las otras barcas. Pero aquella pequeña o grande llama de fe que había en su corazón le despertó a cosas más grandes. Se sintió pequeño y pecador, indigno de estar en la presencia de Jesús y de ser su colaborador. ‘Apártate de mi, Señor, que soy un pecador’. Pero Jesús quería seguir contando con él. Sigue confiando. No temas; desde ahora serás pescador de hombres’.
Jesús cuenta con nosotros. Es necesario que le demos el sí de nuestra confianza, de nuestra fe y nos dejemos guiar. Anchos mares se abren ante nosotros donde también hemos de seguir haciendo el anuncio del Reino, donde tenemos que dar a conocer el nombre de Jesús. Nos sentiremos pequeños, incapaces, indignos, pecadores pero el Señor sigue contando contigo y conmigo. No sabemos en algún momento donde estará ese campo donde sembrar la semilla. Confiemos y dejémonos guiar porque El abrirá nuevos horizontes a nuestra vida. Estemos atentos a su voz.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

El encuentro con Jesús despierta la verdadera fe, nos abre a la actitud del servicio y nos hace querer llevarlo a los demás

El encuentro con Jesús despierta la verdadera fe, nos abre a la actitud del servicio y nos hace querer llevarlo a los demás

Colosenses 1,1-8; Sal 51; Lucas 4,38-44

Hay encuentros en la vida que nos producen gran impacto y, podíamos decir, que dejan marcada la vida para siempre. Momentos especiales que son como un toque interior que nos despertara para ver la realidad de forma distinta y a partir de entonces parece que ya no todo es igual ni lo vemos de la misma manera.
Es lo que sucedió en Galilea con la aparición de Jesús en medio de ellos con su palabra, con sus signos, con sus llamadas que iban produciendo gran impacto en la gente que se iba encontrando con El de forma que comenzaban a pensar distinto, a ver la realidad de las cosas y de la vida con una nueva visión y que les hacía sentirse atraídos por Jesús para seguirle para ir a donde fuera El. Así tendría que sucedernos en nuestro interior y en toda nuestra vida si vivimos con intensidad nuestro encuentro con El.
Lo vemos hoy en el evangelio. Jesús se había presentado en la sinagoga de Nazaret, pero ahora viene a Cafarnaún y también enseña en la sinagoga; allí no solo es el anuncio que hace con sus palabras del Reino nuevo de Dios, sino los signos que realiza. La gente se siente impactada porque nadie ha hablado como El ni ha realizado los signos que Jesús hacía. Y comienzan nuevas actitudes y nuevas posturas ante la vida.
Encontrarnos con Jesús nos lleva a que también deseemos que los demás se encuentren con El, y si en Jesús hemos encontrado una luz que nos da vida, queremos también que esa luz llegue a los demás. Lo vemos en distintos lugares del evangelio en que quienes se han encontrado con Jesús lo comunican a los demás, pero hoy vemos que lo llevan a casa de Simón porque la suegra de Simón está en cama con fiebre y quieren que Jesús llegue hasta allí. Primera reacción llevar a Jesús a los demás o que los demás se encuentren también con Jesús.
Pero el sentirnos transformados por Cristo con su vida y su salvación nos lleva también a unas nuevas actitudes de servicio. La suegra de Simón al sentirse curada por Jesús se levantó y se puso a servirles. Una reacción importante es la de sentir que hemos de ser servidores de los demás.
Será lo que vemos con la gente que con esa misma fe y actitud nueva se convierten en servidores de los demás, trayéndolos hasta Jesús para que la salvación de Jesús pueda llegar a todos los sufren. ‘Los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban’.
Pero fundamentalmente ese encuentro con Jesús va a despertar en nosotros la verdadera fe. Es lo importante. No es solo sentirnos deslumbrados por su luz, por su actuar, por sus palabras, sino comenzar a creer en Jesús más allá incluso de los milagros que podamos contemplar reconociendo que Jesús es el Hijo de Dios. ‘De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: Tú eres el Hijo de Dios’.
Y Jesús marcha a otros lugares porque también en los otros sitios se ha de anunciar el Reino de Dios. La gente intentaba retenerlo porque querían estar siempre con Jesús. Es el deseo y el gozo que sentimos cuando hemos descubierto algo grande, cuando nos hemos encontrado con alguien que ha llenado nuestra vida.
Queremos quedarnos con El, queremos que El se quede con nosotros como si fuera solo para nosotros. Tenemos la tentación de volvernos acaparadores; nos pasa muchas veces en la vida, en la amistad que tengamos con los demás, como si fuéramos únicos. Pero tenemos que compartir, tenemos que dejar que Jesús llegue a los demás; es más, tenemos que nosotros poner todo lo que sea de nuestra parte para que los demás también puedan llenarse de esa luz, puedan disfrutar del encuentro con Jesús.

martes, 1 de septiembre de 2015

Allí donde hay un cristiano siempre ha de vencer y reinar el bien, la verdad, la justicia, la paz

Allí donde hay un cristiano siempre ha de vencer y reinar el bien, la verdad, la justicia, la paz

1Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11; Sal 26; Lucas 4, 31-37

Bajó Jesús a Cafarnaún, ayer lo contemplábamos en la sinagoga de Nazaret, y allí en la sinagoga enseñaba a las gentes los sábados. Aquella nueva forma de enseñar llenaba a todos de admiración. Las noticias corrían de boca en boca y acudían a escucharle y a ver las obras que hacía. Porque hablaba con autoridad.
Había comenzado Jesús anunciando la llegada del Reino de Dios. En la sinagoga de Nazaret, como una presentación programática, había dicho cuales eran las señales del Reino de Dios. Comenzaba un mundo nuevo en que todos nos veríamos liberados de esclavitudes y opresiones, empezando por lo más hondo de nosotros mismos. La liberación de las limitaciones corporales era signo de esa liberación interior que hay que hacer en nuestro interior. Con un corazón renovado nuestro mundo será distinto. No comenzamos desde fuera sino desde dentro del corazón del hombre. El mundo había de ser renovado para hacer desaparecer todo mal porque además llegaba el perdón de Dios.
Ahora contemplamos cómo esas señales se van realizando en Jesús. Es la fuerza de su Palabra con la que anuncia de una manera nueva el Reino de Dios. Pero es también ese mal que va siendo vencido, por mucha resistencia que opongamos. Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo y al ver y escuchar a Jesús se pone a la defensiva, quiere rechazar la acción de Jesús. Pero allí está el poder de Dios que manifiesta su soberanía sobre todo. El espíritu inmundo es arrojado de aquel hombre. Allí donde está Jesús siempre vence el bien sobre el mal.
Escuchamos también nosotros a Jesús. Cada día dejamos que su Palabra se vaya plantando en nuestro corazón y hemos de sentir paso a paso esa renovación que ha de irse produciendo en nosotros. Hemos de ir dando señales de ese Reinado de Dios en nuestra vida, porque con nuestra vida, con nuestros actos, con nuestros gestos vamos dando señales de esa presencia de Dios en nosotros.
Pero si decíamos antes que allí donde está Jesús el bien vence el mal, tendríamos que decir también que allí donde está un cristiano siempre tiene que vencer el bien, la bondad, la verdad, la justicia. No podemos dejar que el mal se apodere de nuestro mundo; hemos de ir sembrando siempre la buena semilla; hemos de ir llenando día a día nuestro mundo de más amor, de mayor justicia, de una paz más profunda en todos los corazones y en las relaciones entre unos y otros; no podemos dejar que la mentira, la falsedad, la hipocresía, la vanidad se apoderen de nuestro mundo.
Es nuestra tarea porque somos otros cristos, porque para eso hemos sido consagrados en nuestro bautismo. Preocupémonos de sembrar cada día esa buena semilla en nuestro corazón y en aquellos que nos rodean y así iremos haciendo que nuestro mundo sea mejor.

lunes, 31 de agosto de 2015

Necesitamos esperanza trascendente confiando en nosotros mismos, en los demás y en el mundo que podemos hacer mejor porque creemos en Cristo resucitado

Necesitamos esperanza trascendente confiando en nosotros mismos, en los demás y en el mundo que podemos hacer mejor porque creemos en Cristo resucitado

Tes. 4, 13-17; Sal. ; Lucas, 4,16-30

 ‘No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza’. No podemos ser hombres sin esperanza. Este texto lo hemos escuchado y meditado muchas veces. Es de la carta de san Pablo a los Tesalonicenses; está hablando de los últimos tiempos, pero también del sentido de la muerte para el cristiano, pero creo que tendría que ayudarnos a reflexionar para todos los sentidos de nuestra vida.
‘Lo último que se pierde es la esperanza’, es un dicho que se suele repetir en medio de los agobios y problemas que nos va ofreciendo la vida. Pero, ¿qué esperanza tenemos? ¿vivimos con esperanza? Algunos parece que ya han perdido lo ultimo que les quedaba porque han perdido la esperanza.
Hablamos de la esperanza y de la trascendencia de nuestra vida. Los cristianos pensamos en el más allá y en la vida eterna; ponemos nuestra confianza y nuestra esperanza en el Señor, fiándonos de su Palabra. Aunque quizá muchos que se llaman cristianos han perdido ese sentido de trascendencia y en lo menos que piensan es en la vida eterna, absortos solo en este mundo terreno. Hemos pedido un sentido espiritual de la vida y nos hemos materializado demasiado. Ya no le damos autentico sentido de esperanza a nuestra vida.
Necesitamos de esa virtud, necesitamos de ejercitar la esperanza en nuestra vida en esas cosas concretas que vivimos en cada momento en el sentido más humano. Esperamos porque confiamos; confiamos en nosotros mismos y en nuestras posibilidades, en el desarrollo de nuestras capacidades, de nuestras cualidades; como tenemos que aprender a confiar en los demás, a valorar a los otros, sentir que ellos también son capaces pero no solo sentirlo nosotros sino hacérselo sentir a los demás; confiamos en la posibilidades que tiene nuestro mundo porque no podemos ser derrotistas sino que en esa confianza tenemos la esperanza de que las cosas pueden cambiar, pueden mejorar, podemos salir de ese túnel oscuro en el que a veces parece que estamos metidos.
Si no tenemos confianza, si no esperamos nada de nosotros mismos ni de los demás, nuestra vida se hace oscura y difícil; es difícil andar entre tinieblas y así vamos caminando cuando hemos perdido la esperanza. Por eso tenemos que aprender a confiar y a tener esperanza.
Y como creyentes en medio de toda esa esperanza humana sentimos la presencia de Dios, del Dios que ha venido hasta nosotros para ayudarnos a hacer un mundo nuevo. Hoy en el evangelio hemos escuchado la proclama que Jesús hace de su misión allí en la sinagoga de Nazaret leyendo aquel texto de Isaías.
Las cegueras y oscuridades pueden desaparecer de la vida; esas imposibilidades que nos limitan y nos impiden caminar con autonomía y libertad van a desaparecer; aquellas negruras que nos corroen el alma cuando hemos dejado meter el mal dentro de nosotros se van a transformar en luz. Es lo que nos anuncia Jesús con su presencia y nos dice ‘esta escritura que acabáis de hoy se cumple hoy’. Ahí tenemos a Jesús nuestro liberador, nuestro redentor, el que nos llena de su gracia. Viene a proclamar la amnistía y la liberación con el año de gracia del Señor.
Para eso murió y resucitó. Por eso nos decía san Pablo que no podíamos perder la esperanza porque creemos en que Jesús ha muerto y resucitado y nosotros resucitaremos con El. Pongamos esperanza en nuestra vida.

domingo, 30 de agosto de 2015

Plantemos con profundidad la Palabra del Señor en nosotros nos hará vivir con intensidad cada momento y el amor a los demás

Plantemos con profundidad la Palabra del Señor en nosotros nos hará vivir con intensidad cada momento y el amor a los demás

Deut. 4, 1-2. 6-8; Sal. 14; Sant. 1, 17-18. 21b 22. 27; Mc. 7, 1-8a. 14-15. 21-23
Algunas veces tenemos la tentación de ocultarnos tras el cumplimiento formal de las leyes, normas o reglamentos, de las costumbres y tradiciones o de lo que todo el mundo hace para disimular o disculpar el vacío interior que podamos tener o la superficialidad con que vivimos la vida. No buscamos lo importante, sino que con el cumplimiento formal de las cosas ya pensamos que lo tenemos todo hecho. Tenemos quizá miedo a ese profundizar en el sentido de lo que hacemos porque así pensamos que podemos rehuir un compromiso mayor en nuestra vida.
Así convertimos en rutinas muchas cosas a las que quizá tendríamos que darle gran valor buscando su sentido verdadero y así hacemos por otra parte que nuestra vida real de cada día vaya por unos caminos bastante lejanos del compromiso de nuestra fe. Es lo que hace todo el mundo, quizá nos decimos para disculparnos, pero eso ya está señalando esa superficialidad con la que vivimos. ¿Lo hace todo el mundo pero es lo verdaderamente importante? ¿Lo hace todo el mundo simplemente como una rutina sin fijarnos bien cuál es la voluntad del Señor?
Eso nos puede suceder en nuestra vida religiosa y cristiana - y hemos de reconocer que se da con demasiada frecuencia - pero eso se puede dar en la realización de lo que es nuestra vida de cada día, nuestra vida familiar, el sentido del trabajo que realizamos, el desarrollo de nuestra profesión, la convivencia con los demás, y así en muchos aspectos.
Tenemos el peligro y es fácil dejarse llevar por la tentación del mínimo esfuerzo y entonces en la vida nos vamos contentando siempre con los mínimos. Es la mejor manera para no avanzar, para no crecer, para no trazarnos metas altas, para no esforzarnos por superarnos, para caer por la pendiente de la rutina, para dejarnos engullir por la superficialidad en la vida. El camino de la vida tiene sus exigencias si queremos vivirlo en plenitud; porque vivirlo en plenitud no es dejarnos arrastrar por lo que vaya saliendo en cada momento, ni simplemente estar buscando la manera de pasarlo bien.
Cuando digo pasarlo bien no significa que no tengamos que desear ser felices, lo que hemos de saber encontrar el camino auténtico que nos lleve a una verdadera felicidad, una felicidad en lo más hondo de nosotros mismos. Cuando vamos caminando así por la vida quizá nos moleste que a nuestro lado haya personas que se esfuercen, que traten de superarse cada día más, que quieran darle profundidad a su vida; son un espejo en el que no nos gusta mirarnos y entonces comenzamos a fijarnos en cosas insustanciales, o estamos al acecho.
Es lo que nos está denunciando el evangelio de este domingo con el relato que nos hace de las quejas o de las preguntas insustanciales que le hacen a Jesús. Los fariseos muy leguleyos y cumplidores de las cosas mínimas están al acecho de lo que hacen los que siguen a Jesús, sus discípulos. Y allá vienen con la queja de si los discípulos no se lavaban las manos  cuando llegaban de la plaza antes de comer, esto es, según ellos comían con manos impuras, porque habían podido tocar algo que se considerase impuro y ya eso hacía impura la persona. Y comiendo con manos impuras, estaban metiendo esa impureza en su corazón. Lo que podía ser una buena norma de higiene para evitar cualquier contagio de enfermedad, lo convertían en una ley religiosa y su incumplimiento en un motivo de pecado.
Es cuando surge, entonces, la queja de Jesús. Es Jesús el que se queja de ellos por la superficialidad de sus vidas. Y lo que hace Jesús es recordarles las palabras del profeta. ‘Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’. Se aferraban a sus tradiciones y no eran capaces de ver lo que era lo fundamental. ‘Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres’.
Por eso Jesús les hace mirar al interior de su corazón. ¿Qué es lo que realmente tenemos en el corazón? Si hay cosas buenas en nuestro interior, seguro que lo que obraremos será siempre lo bueno, pero si tenemos el corazón lleno de malos sentimientos con esos sentimientos trataremos a los demás. Es lo que tenemos que analizar, ver cómo anda nuestro corazón y arrancar de él toda malicia y toda maldad.
Por eso les dice claramente: ‘Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro’.
El hombre, la persona que quiere darle profundidad a su vida se examina, revisa sus actitudes, mira cuales son sus sentimientos, trata de purificar de verdad su corazón. Y el espejo en el que tenemos que mirarnos es la ley del Señor, la Palabra de Dios. Es la que nos va a dar los verdaderos criterios, el verdadero sentido, la autentica senda de nuestro caminar. Como nos decía hay el apóstol Santiago: ‘Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos’. Y a continuación el apóstol nos señala el camino del amor por donde hemos de caminar, que es lo que nos enseña esa Palabra de Dios que hemos de plantar en nuestro corazón. Es el camino que nos trae la salvación.
Entonces obraremos rectamente, seremos verdaderamente humanos en nuestras relaciones con los demás, estaremos buscando siempre el bien y la verdad, le daremos verdadera profundidad a nuestra vida. No haremos las cosas por mero cumplimiento sino que aprendemos a darle toda la intensidad del amor a lo que vamos haciendo; se alejarán de nosotros las rutinas y superficialidades y seremos capaces de mostrar toda la dignidad y grandeza de nuestro corazón.